martes, 9 de marzo de 2010

¿Todo queda en familia?


A sabiendas de que todo esto va a sonar muy mal, lo digo claro y sin rodeos: la pedofilia es una moda que no parece querer pasar entre los sacerdotes. Y en estos últimos meses, el asunto está más picante que nunca: después de todo, no creo ser el único que ha perdido la cuenta de las denuncias realizadas a sacerdotes por sus presuntas víctimas de un tiempillo a esta parte. Bien, eso es lo primero; lo segundo, es la ambigua actitud de Joseph Ratzinger (mejor conocido en todo el mundo como Benedicto XVI, Darth Sitheous o, sencillamente, "El Papa") al respecto: aunque se declara a favor de la tolerancia cero, parece que no le atina bien el sentido de la vista, y la confianza y la fe que deposita en sus hombres llega a ser tan ciega que asusta. Claro, en la mente de Herr Ratzinger, estos sacerdotes no son "hombres" meramente, sino que llevan ese genitivo "de Dios", Homini Dei si quieren, que los pone del otro lado de la rayuela.
Pero las cosas siguen turbias, y se empiezan a pintar de negro para el Vaticano en general y para Ratzinger en particular. Hace unos días, apareció una nota en El Comercio en la que se informaba de una nueva denuncia por pederastia en el coro de Ratisbona, que fue dirigido entre 1964 y 1993 por nada más ni nada menos que el obispo Georg Ratzinger, hermano del papa, quien ha negado saber absolutamente nada al respecto. Ahora, de hecho, el Vaticano y sus emisores (con un tal monseñor Ludwig Mueller a la cabeza) afirman que estas denuncias se refieren a una época que no coincide con los 30 años que Georg Ratzinger ejerció como director del coro en cuestión (lo que me parece un terrible pecado de idiotez por parte de Mueller y compañía, ya que los abusos habrían sucedido, según las noticias, entre 1958 y 1973).
Y las cosas se pintan un poco más sórdidas. El Clarín del domingo rescata un interesante testimonio, el del compositor Franz Wittenbrink (que entonces era colegial de los "gorriones" (como se llama a los miembros de este coro), que hablan de un tal Georg Z., supuestamente uno de los sacerdotes implicados en el asunto. Wittenbrink "contó que "Z" "pasaba la noche en el dormitorio y elegía a dos o tres de nosotros que llevaba a sus habitaciones. Allí se bebía vino tinto y después el cura se masturbaba junto con los menores". (Una escena digna de Pasolini, quién lo duda). Luego, agrega que todos sabían lo que ocurría, y que le parece inexcplicable (y no es para menos) que el hermano del papa no estuviese enterado de nada. Pero este Georg Z. fue detenido, y murió hace mucho. La gran pregunta es, ¿quién sigue? ¿Y por qué el hermano del papa se atrinchera detrás del silencio como una bestia asustada? No diré nada: que cada cual use su imaginación como guste, que opciones las hay de todos los colores.
Lo que yo me sigo preguntando es qué sucederá con Georg Ratzinger si el horizonte se le cubre de negro, así sea por encubrir a sus "camaradas de sotana". ¿Tendrá que temer la ira de su hermano, o todo quedará "en familia", entre rostros serios y silencios absolutos? Vaya uno a saberlo. De todos modos, no hay que dejar de tener en cuenta que el poder da, a menudo, el derecho al silencio. Y Herr Ratzinger, quién lo duda, ostenta uno de los más grandes. A ver quién se tiene que andar con cuidado.
Supongo que no hay más que decir de momento. Los frutos siguen verdes, para felicidad de los sacerdotes, y es pronto para apurar opiniones y críticas. Sólo dejaré eso bien dicho: que cada cual cargue con la cruz que ha aceptado, y los ojos bien puestos sobre el trozo de ladrillo que está en el ojo ajeno, no sea que nos pongan uno a nosotros. Por lo demás, ya saben lo que pienso de Herr Ratzinger. La sotana puede servir de escudo, pero a lo mejor se desgasta.

En la foto: Georg Ratzonger ostentando su mejor cara de "a mi no me mires". Fuente: Clarín.

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