Pero no sólo se trata de tomar un buen tema, sino de convertirlo en la fuente de la que van a beber complejas personalidades, verdaderos fenómenos psicológicos. Un artista tiene que llevar encerrados en su cabeza montones de personas diferentes: miles de ciudades se reparten a lo largo y ancho de su imaginación. Mi objetivo es dar una vuelta sobre la sartén a una de las grandes personalidades de este género maravilloso y crudo: Tony Montana, tal y como lo personificó Al Pacino en el filme Scarface de Brian de Palma (el de Howard Hawks sería materia de otra charla).
Algo que me parece formidable de la película de De Palma es cómo los personajes no son psicologías congeladas en el tiempo: a medida que suceden los años, éstos van cambiando, tirando por aquí y por allá, en función a lo que va sucediendo. En el caso de Montana, el factor decisivo es, por supuesto, el poder: de un cubanito expatriado y don nadie ha pasado a ser "el men" del momento, con los bolsillos y las cuentas cargadas de plata, mansión con todo y tigre en el jardín y una red de mafia que no hace más que tirar y tirar para lo alto.
Pero la otra cara de la moneda no se ve tan bien: temores, manías, adicción, enclaustramiento, solipsismo... con una fuerte (e innegable) dosis de sentimientos de culpa, sobre todo luego de algunos disparos de más (no quiero soltar tantas partes de la película, por si alguien no la ha visto), y como se deja notar en esa última escena con su hermana (que a Freud le hubiera encantado, creo yo).
Ya imagino lo que muchos de mis lectores estarán queriendo decirme: "Oye, aquí no estás aportando nada nuevo a la interpretación de la película, ¿no?". En realidad, lo que quería era hacer una observación acerca del final, a ver si alguien está de acuerdo conmigo.
Bien, pensaré que los que han leído hasta esta parte han visto la película. Todos tienen que recordar ese final, el tiroteo en la mansión, cuando Montana lanza su legendario grito de "Say hello to my little friend" y lanza ese primer disparo explosivo, el primero de los muchos, y uno tras otro caen los hombres que han llegado para acabar con su vida, mientras él resiste balas, dispara y no cae nunca... hasta el último disparo, dado por la espalda por un sujeto tan absolutamente inverosímil (aún para la lógica de la película) que lleva puestas las gafas negras. Luego, Montana en la fuente roja, con la línea que reza "The world is yours" brillando a unos metros por encima de su cadáver.
Yo siempre he pensado que el único error que cometió De Palma fue, precisamente, ese último disparo. Rompe con brusquedad con un sistema de acción que se está librando de la mejor manera imaginable, y es demasiado sencillo. Montana merece algo distinto, algo más acorde a su psicología. A ver, tratemos de imaginar las cosas de otra manera: supongamos que Tony Montana luego de mucho gritar y disparar y todo lo demás, liquida a todos los sicarios que han enviado a recoger su cabeza; o en todo caso, con un buen grupo de ellos, y los refuerzos están en camino, atravesando el jardín (para darle más realismo). En ese momento, y tal y como está, luego del fascinante desarrollo de la película, el que pega el último disparo de la película no es ningún payaso de gafas oscuras, sino el mismo Tony Montana, llevándose el cañón a la sien o a la mandíbula y susurrando el nombre de su mejor amigo al que ha asesinado.
No es por hacer moralismos idiotas ni nada, sino por satisfacer las consecuencias naturales del desarrollo psicológico de un personaje que ya está atormentado por los fantasmas de sus actos. Uno de los sentimientos más fascinantes, perturbadores e inquebrantables que los seres humanos son capaces de albergar es el de la culpa, que vemos tan desarrollado en Tony Montana, sobre todo al final de la película. El tiro (y no digo el de cocaína, que ya está filmado) debió haberlo pegado él mismo, ahora que el mundo es suyo, y está vacío.
A ver si alguien piensa como yo.
De paso, les dejo un video buenísimo que encontré con unos amigos en Youtube, y que se supone que es un resúmen de Scarface en cinco segundos.