domingo, 27 de junio de 2010

El último disparo de "Scarface"


Los artistas son la cagada. Es decir, ¿de dónde sacan ese maldito talento para agarrar algo, hasta lo más sencillo del mundo, y convertirlo de una manera u otra en una verdadera reflexión, para que los demás pongamos sobre la mesa nuestro corazón, espíritu y páncreas, y lloremos, sonriamos, nos carcajeemos y vomitemos como nunca lo hemos hecho? Y hoy pienso, sobre todo, en un tema particular: la violencia. Ese motivo que ha llegado a su máxima expresión en manos de gente de tanto, pero tanto genio como un Faulkner, un Pasolini o un Tarantino.
Pero no sólo se trata de tomar un buen tema, sino de convertirlo en la fuente de la que van a beber complejas personalidades, verdaderos fenómenos psicológicos. Un artista tiene que llevar encerrados en su cabeza montones de personas diferentes: miles de ciudades se reparten a lo largo y ancho de su imaginación. Mi objetivo es dar una vuelta sobre la sartén a una de las grandes personalidades de este género maravilloso y crudo: Tony Montana, tal y como lo personificó Al Pacino en el filme Scarface de Brian de Palma (el de Howard Hawks sería materia de otra charla).
Algo que me parece formidable de la película de De Palma es cómo los personajes no son psicologías congeladas en el tiempo: a medida que suceden los años, éstos van cambiando, tirando por aquí y por allá, en función a lo que va sucediendo. En el caso de Montana, el factor decisivo es, por supuesto, el poder: de un cubanito expatriado y don nadie ha pasado a ser "el men" del momento, con los bolsillos y las cuentas cargadas de plata, mansión con todo y tigre en el jardín y una red de mafia que no hace más que tirar y tirar para lo alto.
Pero la otra cara de la moneda no se ve tan bien: temores, manías, adicción, enclaustramiento, solipsismo... con una fuerte (e innegable) dosis de sentimientos de culpa, sobre todo luego de algunos disparos de más (no quiero soltar tantas partes de la película, por si alguien no la ha visto), y como se deja notar en esa última escena con su hermana (que a Freud le hubiera encantado, creo yo).
Ya imagino lo que muchos de mis lectores estarán queriendo decirme: "Oye, aquí no estás aportando nada nuevo a la interpretación de la película, ¿no?". En realidad, lo que quería era hacer una observación acerca del final, a ver si alguien está de acuerdo conmigo.
Bien, pensaré que los que han leído hasta esta parte han visto la película. Todos tienen que recordar ese final, el tiroteo en la mansión, cuando Montana lanza su legendario grito de "Say hello to my little friend" y lanza ese primer disparo explosivo, el primero de los muchos, y uno tras otro caen los hombres que han llegado para acabar con su vida, mientras él resiste balas, dispara y no cae nunca... hasta el último disparo, dado por la espalda por un sujeto tan absolutamente inverosímil (aún para la lógica de la película) que lleva puestas las gafas negras. Luego, Montana en la fuente roja, con la línea que reza "The world is yours" brillando a unos metros por encima de su cadáver.
Yo siempre he pensado que el único error que cometió De Palma fue, precisamente, ese último disparo. Rompe con brusquedad con un sistema de acción que se está librando de la mejor manera imaginable, y es demasiado sencillo. Montana merece algo distinto, algo más acorde a su psicología. A ver, tratemos de imaginar las cosas de otra manera: supongamos que Tony Montana luego de mucho gritar y disparar y todo lo demás, liquida a todos los sicarios que han enviado a recoger su cabeza; o en todo caso, con un buen grupo de ellos, y los refuerzos están en camino, atravesando el jardín (para darle más realismo). En ese momento, y tal y como está, luego del fascinante desarrollo de la película, el que pega el último disparo de la película no es ningún payaso de gafas oscuras, sino el mismo Tony Montana, llevándose el cañón a la sien o a la mandíbula y susurrando el nombre de su mejor amigo al que ha asesinado.
No es por hacer moralismos idiotas ni nada, sino por satisfacer las consecuencias naturales del desarrollo psicológico de un personaje que ya está atormentado por los fantasmas de sus actos. Uno de los sentimientos más fascinantes, perturbadores e inquebrantables que los seres humanos son capaces de albergar es el de la culpa, que vemos tan desarrollado en Tony Montana, sobre todo al final de la película. El tiro (y no digo el de cocaína, que ya está filmado) debió haberlo pegado él mismo, ahora que el mundo es suyo, y está vacío.
A ver si alguien piensa como yo.

De paso, les dejo un video buenísimo que encontré con unos amigos en Youtube, y que se supone que es un resúmen de Scarface en cinco segundos.

jueves, 24 de junio de 2010

Un año más, Sábato


Noventa y nueve: un número al que pocos hombres esperan llegar (así se les vaya el alma deseándolo). Yo espero vivir mucho menos, pero ese es otro tema. Ahora, hay que levantar una copa por Ernesto Sábato, que ha llegado a ese escalón, y con honores, pues el gobierno de Buenos Aires ha elegido la misma fecha para hacerle la entrega del premio José Hernández, agradeciendo su extraordinaria labor que desborda la literatura: como si no le bastase haber escrito algunas de las mejores novelas de este lado del mundo (y yo diría que la mejor, pensando en Sobre héroes y tumbas), Sábato también ha incursionado en el mundo de la pintura, lo que no le ha servido de excusa para escribir ensayos como Hombres y engranajes o El escritor y sus fantasmas en los que explora y trata de reflejar con la crítica más aguda del mundo la tensión existencial que envuelve al hombre contemporáneo. Otra copa, pues, en el aire.
Este año no voy a poder hacer lo mismo que el pasado y publicar aquí, sin dejar de lado mis excusas, lo que Saramago podría haber dicho al respecto (por obvios motivos). Pero creo que no podemos dejar a la memoria ser tan desagradecida, ciega e idiota como para que destierre de sus costas a una personalidad tan fascinante y a una obra tan infinita y múltiple como la de Sábato. Noventa y nueve años no pasarán en vano, diga lo que diga la Fundación Nóbel, los lectores descuidados o los argentinos borgistas que se niegan a leerlo siquiera: Sábato es de lo más grande que hay (y habrá, seguramente) de este lado del mundo, y podemos suprimir eso de "de este lado".
La primera vez que cogí uno de sus libros fue cuando yo tenía la ridícula edad de 16 años (la suerte quiso que leyera, con unos escasos meses de diferencia, a Borges y a Sábato ese mismo año). Me dejaron a leer El túnel en el colegio, y mi vida no volvió a ser la misma. Poco después, decidía estudiar literatura, en lugar de cualquier otra cosa que se me hubiera podido pasar por la cabeza. Sobre héroes y tumbas, Abbaddón el exterminador y los otros, los ensayos, sólo hicieron patente que estaba perdido: Sábato es, ahora, algo que llevo tan clavado en el pecho que seguramente moriría si alguien tratase de arrancármelo de alguna forma. Mi agradecimiento y mi admiración por este hombre, a la vez escritor genial, pensador agudo y apasionado, encarnación de contradicciones que tienen tanto que enseñarnos es tal que no cabe siquiera en las palabras. También eso otro, que yo nunca he entendido, pero que admiro: el compromiso con los necesitados, el espíritu de lucha que no cierra los ojos a la autocrítica, que siempre está volviendo la vista sobre el camino andado. Creo que todos los que recuerden los años del terror en Argentina (entre los militares por un lado y López Rega con su Triple A del otro) entenderán a lo que me refiero. La CONADEP, de la que Sábato fue presidente, nos ha dejado un título que muchos no olvidarán: Nunca más.
No me cansaré de alzar las copas, Sábato. Tampoco de leer tus libros. Noventa y nueve años de experiencia, de desgarramiento, de lucha, de memoria, de lecturas, no son poca cosa. Nunca dejaré de pensar en lo fascinante que debe ser mantener una conversación contigo. Y a todos los lectores que no entiendan nada de cuanto digo, pues dejen estas palabras, que todo lo que digo yo es insulso y vano, y háganse con un libro de Sábato. Esa es una lectura que realmente vale la pena.

Fuente de la imágen: El Universal (México)

Botellas y tazas en Cosas Hombre


Ya salió el nuevo número de Cosas Hombre, con dos notas de mi autoría (oigan, éste es mi blog, así que hay derecho a autopublicitarme un poco de cuando en cuando, ¿no?), incluyendo el que no salió en el número pasado.
Primero, una nota sobre Charles Bukowski y sus más que dudosos (y a veces lamentables) imitadores, que abundan tanto en todos lados y, sobre todo, y no sé por qué, en España. Me he dado el lujo, claro está, de dar una amplia introducción biográfica y algo parecido a un "análisis" de la técnica narrativa del santo patrón de los bares del mundo, y si les dejo a todos los lectores interesados la tarea de determinar si me salió bien o si he escrito mierda pura, al menos les puedo prometer que las fotos y el trabajo de diagramación son espectaculares.
Luego, una nota sobre la cultura del café en general (muy en general) y de Lima en particular, con entrevistas a los mejores cafeteros de Lima (Dominici, Donzelli, etc) y recomendaciones. Por todos nosotros que no podemos imaginar lo que sería la vida sin una taza de café sobre la mesa. Las fotos de mi tocayo Barco están geniales, dicho sea de paso.
¿Algo más? Bueno, aún no he tenido tiempo de hojear bien la revista, pero hay una nota basada en una entrevista a Alfredo Bryce que está muy bien, además de otra sobre famosos (y trágicos) accidentes de coche y una de Renato Velásquez sobre el "Mago de Huaringas". En fin, que el número promete.
Una última cosa sobre mis publicaciones: pronto saldrá a la venta el segundo número de la revista "El Grito", dirigida por Carlos García Montero, para el que he escrito un breve artículo sobre Cibersexo (estos extraños y suculentos tiempos modernos, ¿o eran posmodernos?). A ver lo que dice la gente.

Nota: Por cierto, ahora que he revisado la revista, quiero aclarar un detalle. En el artículo sobre el café y la cultura cafetera en Lima, YO NO ESCRIBÍ ESA LEYENDA EN QUE SE AFIRMA QUE STARBUCKS ES UNA BUENA CAFETERÍA. Sólo por si las dudas, porque no firmo eso ni aunque me paguen un millón.

lunes, 21 de junio de 2010

Ribeyro


Creo que ningún escritor peruano es capaz de generar tantas emociones en el corazón de sus compatriotas. Y hay que notar cómo en un país como el Perú, escenario de guerras, guerrillas y fusilamientos entre y/o contra todos aquellos que se atrevan siquiera a poner los dedos sobre la pluma o las teclas, a nadie se le ocurre ni siquiera señalar con el dedo a Julio Ramón Ribeyro. Yo, por lo menos, no he conocido nunca a una sola persona que me diga algo malo sobre él o sobre su obra. Aquellos que lo conocieron, lo recuerdan como una de las personas más agradables, simpáticas e inteligentes de sus vidas; los demás, los que sólo hemos sabido de él por sus maravillosas páginas, pues nos quedamos con eso: sus páginas. Y con la personalidad transparente del hombre que hay detrás, que se sale por cada una de sus letras.
He de reconocer que escribo esta nota pensando, sobre todo, en el público extranjero que cae de cuando en cuando por estos lares. En el Perú, no necesita presentaciones. Y claro: ¿cuál no ha sido mi íntima tristeza al saber que es casi un anónimo en otros rincones del mundo? No porque eso lo haga peor escritor, ni mucho menos: la tristeza es pensar que alguien pueda verse privado del placer de leerlo, ni qué decir. Aunque he de reconocer que podría hablar sin conocimiento de causa, porque estoy al tanto de que se ha editado una antología de sus cuentos especialmente pensada en el público español (con notas a pie de página para explicar peruanismos y demás), pero ni idea. A lo mejor y llego tarde. Y eso tampoco importa: nunca se habrá dicho suficiente sobre Ribeyro.
Descreo de cosas tan patéticas como el nacionalismo, y sin embargo creo que pocos escritores han sabido encontrar un tono de voz tan preciso para hablar del Perú como Ribeyro. Porque claro: sus cuentos huelen a Lima y a Perú. A esa suma de felicidad y miseria, de festejo criollo y huayno, de abrazo y matanza, de celebración y luto, de esperanza y miseria que, para nosotros los limeños, encuentra un reflejo tan preciso en nuestro cielo eternamente gris. Como los gallinazos: carroñeros oscuros y marginales, pero libres de alzar el vuelo cuando les entra la gana de hacerlo. Lo mismo que él: un escritor que nunca tuvo miedo de remontar el vuelo a terrenos poco firmes (no hay que olvidar que en su basta obra no faltan unos pocos cuentos fantásticos, género muy poco explorado en estas costas, y algunos no tienen nada que envidiarle a Cortázar), ni de afirmar sus opiniones, ni de ser consciente de su talento, de su fama y de su prestigio, sin tener que sentirse el rey del mundo por eso. Más bien, todo lo contrario. Recuerdo una entrevista en la que dice que le emocionaba mucho ir caminando por la calle o por los malecones y que de pronto una pareja de novios lo reconocieran.
Más de una vez he afirmado, y lo sigo haciendo, que no creo en ideales ni militancias literarias: cada cual hace lo que quiere, y si se va a juzgar algo serán los resultados. No creo que decir, ahora, que todos los escritores podrían aprender algo de Ribeyro sea contradecirme. Y, la pura verdad, es que en este caso no me importaría hacerlo. No tratar de volar muy alto puede ser la mejor forma de llegar más alto que nadie.

domingo, 20 de junio de 2010

Carta de despedida a José Saramago



Don José:
Vivimos en un mundo demasiado ancho como para que la tristeza nos agarre desprevenidos. Y, sin embargo, este mundo es también demasiado angosto; tanto, que a veces hay que estirar mucho el cuello para poder sobresalir de entre las multitudes de rostros y tomar un poco (siquiera un poco) de aire -recuerdo que usted dijo en una ocasión que, hoy en día, era más fácil conocer Marte que dar un paseo por el barrio, o algo así. Lo bastante ancho como para que nada pueda sorprendernos, y sin embargo tan estrecho que hasta lo más pequeño, lo más ínfimo, lo más patético, es una caja llena de misterios: nos paramos a observar una rosa, y nos tenemos que resignar a no saber nada. Quizá (y sólo quizá) que nos hemos rendido ante la belleza. Grises y dorados, don José: grises y dorados. Demasiado me han enseñado los años como para entender que la muerte está en todas partes, corriendo por los campos, escalando montañas, echando migas a las aves de la plaza, haciendo cola en la estación, latiendo en cada uno de nuestros pechos que, segundo a segundo, se van descascarando, la mirada fija y ciega sobre la nada que nos aguarda en la diminuta panza de los gusanos; y, todavía, don José, me ha sorprendido su partida. Creo que nadie estaba listo para aceptar que usted era tan mortal como todos nosotros.
Recuerdo que llegué a sus páginas hace muchos años. Quince tenía yo la primera vez que abrí su Ensayo sobre la ceguera. Devoré el libro en unos pocos días, empujado por una suma de felicidad, pavor, éxtasis y fascinación que no dejaba de lado el morbo. Luego vinieron otros, verdaderas obras maestras como El evangelio según Jesucristo, algunos que me parecieron menos logrados (digamos Caín o La caverna). Pero, sin importar lo que yo pensase de alguna de sus obras, nunca pude dejar de reconocer ni su talento ni, mucho menos, su solidez espiritual (usted que es uno de los últimos hombres de los que podré decir con tanta firmeza que tuvo algo así como un Espíritu). Filosóficamente, teníamos desacuerdos; a usted le importaba mucho la política, que a mí no me importa ni en lo más mínimo. Y, sin embargo, creo que si nos hubiéramos sentado a charlar una tarde, no nos hubiéramos llevado mal. Quizá y hasta hubiera vencido mi timidez y mi pudor para leerle algo de lo que yo he escrito, mis abominables versos o un párrafo de mis despreciables intentos de novela. Me gusta creer que, quizá, no le hubieran parecido del todo indignos.
Sé que usted no va a leer estas líneas; sé, también, que usted no tuvo jamás ni la más remota idea de quién era yo (eso, al fin y al cabo, no puede importarle a mucha gente). Es lo de menos. Para mí, con haber sabido de usted, con haber leído sus libros y escuchado sus palabras, es suficiente. Pero no voy a dejarlo marchar sin ofrecerle mi agradecimiento, afirmar mi admiración ni dejar pasar un brindis en su nombre. Por usted, don José, mi copa en alto. Nosotros nos quedaremos con sus páginas, que son mucho más de lo que podría depararnos cualquier paraíso.

jueves, 17 de junio de 2010

Un temita de un bravo

Vivió muy poco, pero lo suficiente como para dejarnos su huella en el pecho a todos. Ya ni sé cuándo empezó este asunto, pero la pura verdad es que me he pasado años con las canciones de Nino Bravo bien metidas dentro del pecho.
Yo sé que cada mes este blog parece que se pone flojo: yo les juro que no es culpa mía (si por mí fuera, escribiría todos los días... bueno, casi todos), pero es que las agendas pareciera que van a aprender a morder en cualquier momento, a este ritmo. Pero por lo menos me doy un paseo por aquí, me sacudo un poco polvo y cansancio de los hombros, y dejo este tema, una pieza Maestra de un verdadero Maestro. Que pase el tiempo: yo seguiré con Nino Bravo, una canción tras otra.


Dino Buzzatti


Hace unos días revisaba los estantes de la librería de mi universidad (paso muchas horas a la semana revisando estantes en esa librería), y me llevé una alegría tremenda al toparme con unos libros de un autor que, defnitivamente, no me esperaba encontrar allí: no una, sino cuatro (o tres) novelas de Dino Buzzatti.
Y ahora la gran pregunta que se hará mucha gente: "¿Y quién coño es Dino Buzzatti?" Un autor al que el genio no le sirvió de nada para prevenir la mala pata. Porque la suerte no ha tratado bien a Buzzatti: pocos lectores lo recuerdan, y la mayor parte ni siquiera lo conocen.
Y, sin embargo, ese es uno de los tantos errores que el Tiempo ha cometido en su trabajo de editor. En algún momento del siglo pasado, Buzzatti fue un autor muy leído, que llegó a conocer el prestigo y la fama al mismo tiempo, y el mismísimo Borges incluyó una de sus novelas (El desierto de los tártaros) entre los títulos de su Biblioteca personal.
Debido a causas editoriales, yo casi no he tenido la oportunidad de leer a Buzzatti. El desierto de los tártaros lo conseguí hace unos años en Buenos Aires, en la primera visita que hice a la Argentina; luego, leí un cuento suyo, Los siete mensajeros, que Ernesto Sábato incluyó en uno de los dos tomos de cuentos que lo apasionaron. Y déjenme decirlo sin tapujos: Buzzatti huele bien, a crudeza, a pesadilla kafkiana. Con sólo haber leído esas dos obras ya tengo muy claro que Buzzatti es de lo muy bueno de la literatura italiana del siglo pasado.
Voy a faltar a mis costumbres y voy a comentar un poco más de lo debido una novela, El desierto de los tártaros. Porque el desierto es una buena forma de pensar en Buzzatti: una vastedad vacía, absurda porque no tiene nada, un absurdo aplastante, invasivo, cruel. Los personajes esperan todo el tiempo al enemigo, con los ojos puestos en el horizonte. Nunca se van: esa espera se ha convertido en el único motivo de sus existencias. No pasa nada. Y aquí me callo: dejo a los que puedan hacerse con el libro la tarea de sacar sus propias conclusiones.
Ahora, son casi las cuatro de la madrugada; cuando se levante el sol, tendré que haber dormido lo posible, porque tengo que estar en la universidad a las diez. Fuera, el silencio. Pienso en Buzzatti y sus personajes a la espera de algo que, están seguros, dará un sentido a esa forma de existencia, sin darse cuenta que la espera misma se ha convertido en todo lo que los mantiene con vida. Pienso en Kafka y sus laberintos sin paredes, como el desierto de Buzzatti. ¿Y con todos nosotros, qué? Todo sigue en silencio.

lunes, 14 de junio de 2010

Un brindis por Antonio Cisneros


Casi se me pasa, pero me corrijo enseguida: hay que levantar una copa por Toño Cisneros, que acaba de recibir hace nada (poco menos de una semana, si no me equivoco) el premio Pablo Neruda en Chile. Premio de envergadura, como él mismo hace notar (aunque él y yo no estemos tan de acuerdo acerca del poeta al que el premio debe el nombre, que él considera "un grande" y yo "una mala pasada que nos ha jugado la publicidad"), y que le cae más que bien merecido.
Porque para qué negarlo: creo que si hay una forma de poesía que canta la soledad y la crudeza de la condición humana, pocos poetas han logrado darle el tono vivencial, algo irreverente y algo resignado, que le ha dado Cisneros. Yo, desde que leí ese poema en que habla de una mujer que se ha marchado, llevándose poco más que su vida entera, pero haciendo notar que le dura "el doble la lata de café y el triple las navajas de afeitar", pues he de confesar que no he vuelto a ver una lata de Nescafé sin sentir siquiera un leve acceso de tierna melancolía (lo siento mucho, pero es que hay versos que nos persiguen por la calle, en la universidad, en el trabajo o en los bares, y sobre todo en los bares).
Es curioso, porque pienso que la última nota que escribí para el Café antes de esta fue sobre Eielson, y hay que ver lo bien que cae. Porque no hay forma de ponerlo en duda, y al menos para mí es notoria la influencia de Eielson en la obra de Cisneros. Hay algo en esa forma cotidiana de reflexionar sobre la crudeza, sobre todo lo desgarrador de la condición humana, de esos temas profundos que, como decía Heidegger, en realidad hay que buscar (y analizar, si se quiere) desde y en nuestro día a día.
Levanto, pues, esta copa en tu honor, Toño. Y sin dudar un solo instante en cuánto merece tu obra este brindis. Como decía Camilo José Cela, no hay que dejarnos derrotar por la tristeza, pero eso no significa que no podamos cantarla. Más bien, todo lo contrario, como tú bien nos lo haces recordar.

Un plus obvio: un poema de Cisneros. Una invocación más que necesaria, dicho sea de paso. Venga, venga... ¡Salud!

Y antes que el olvido nos

Lo que quiero recordar es una calle. Calle que nombro por no
nombrar el tambo de Gabriel
y el pampón de los perros y el pozo seco de Clara Vallarino y
la higuera del diablo.
Y quiero recordarla antes que se hunda en todas las memorias así
como se hundió bajo la arena del gobierno de Odría en el año 50.
Los viejos que jugaban dominó ya no eran ni recuerdo.
Nadie jugaba y nadie se apuraba en esa calle, ni aun
los remolinos del terral pesados como piedras.
Ya no había hacia dónde salir ni adonde entrar. La neblina o el sol
eran de arena.
Apenas los muchachos y los perros corríamos tras el camión
azul del abuelo de Celia.
El camión de agua dulce, con sus cilindros altos de Castrol.
Yo pisé entonces una botella rota. Los muchachos (tal vez) se
convirtieron en estatuas de sal.
Los perros (pobres perros) fueron muertos por el guardián de la
Urbanizadora.
Y la Urbanizadora tenía unos tractores amarillos y puso los
cordeles y nombró como calles las tierras que nosotros no
habíamos nombrado.
(También son sólo olvido.)

Lo que quiero recordar es una calle. No sé ni para qué.



domingo, 13 de junio de 2010

Eielson: la puñalada más hermosa del mundo


Es inevitable: siempre llega un momento (normalmente por la noche) en que cierto sinsabor, cierta fatiga, cierto estado de profundo vacío me hace volver a las páginas de Jorge Eduardo Eielson. Y hay que decirlo sin tapujos: que es un escritor sin el que no sabría muy bien cómo guiar mis pasos, ni mucho menos atreverme a poner mis dedos sobre la pluma o las teclas. Leer a Eielson es una de esas adicciones que, muy probablemente, nos van matando, pero con tan buena letra que agradecemos cada puñalada y cada risa.
Porque los versos de Eielson son así: desgarradores, íntimamente sórdidos, pero capaces de dar el giro perfecto para lograr que ese nudo en la garganta se confunda con la sonrisa, a veces con la verdadera carcajada, lo que termina por hacerlos cinco o seis veces más efectivos. En otras palabras (en otras metáforas, si quieren) que los poemas de Eielson no son el prado deshojado y marchito cubierto techonado de nubes grises y niebla, sino que el sol brilla radiante, los campos se ven verdes... y en eso mismo reside su crudeza: en el otro escenario, por lo menos podíamos soñar con algo más luminoso; en el de Eielson, la esperanza no sólo no sirve para nada, sino que se asfixia a sí misma.
Hace unos meses (¿o fueron años?), charlaba con un amigo sobre poesía peruana. Decidimos olvidar que los pormenores del tiempo hacen que una cosa no sea como la otra, y probamos elegir cada cual un nombre. Él, por supuesto, se quedó con ese grande que es Vallejo. Seguramente, esperaba que yo me quedase con Lucho Hernández, o aún con Blanca Varela. Pero no: yo dije Jorge Eduardo Eielson. La belleza de sus versos no brilla con tanta notoriedad como la de los del resto, es verdad: verso a verso, ya no sólo Vallejo, Varela o Hernández, sino también Juan Gonzalo Rose, Westphalen, Moro y un largo entre otros podrían superar, sin mucho esmero, a un verso suelto de Eielson. Pero con Eielson pasa lo que con Bukowski: sus poemas, descuartizados, parecen poca cosa, pero su efecto es devastador cuando se los lee como totalidad. No digo que otros poetas peruanos no logren este efecto: sólo digo que ninguno lo hace, según mi parecer, con el acierto (ni con el consecuente desgarramiento) de Eielson.
Para él, Lima fue, desde siempre, una ciudad que agonizaba, muerta desde antes de empezar a respirar. Pasó casi toda su vida, incluídos sus últimos años, en Italia, donde encontró esa misma muerte latente, pero con otra careta sobre el rostro. En el fondo, sabía que nacer en un lugar o en otro no era más que el efecto de una gran casualidad. Una vez más, vuelvo a sus páginas y leo:

Penetro tu cuerpo tu cuerpo
De carne penetro me hundo

Entre tu lengua y tu mirada pura

Primero con mis ojos

Con mi corazón con mis labios

Luego con mi soledad
Con mis huesos con mi glande

Entro y salgo de tu cuerpo

Como si fuera un espejo
Atravieso pelos y quejidos

No sé cuál es tu piel y cuál la mía

Cuál mi esqueleto y cuál el tuyo
Tu sangre brilla en mis
arterias
Semejante a un lucero
Mis brazos y tus brazos son los brazos

De una estrella que se multiplica
Y que nos llena de ternura

Somos un animal que se enamora

Mitad ceniza mitad latido

Un puñado de tierra que respira

De incandescentes materias
Que jadean y que gozan

Y que jamás reposan


Después de esto, ¿qué carajo puede uno decir? A lo mejor una cita de Blanca Varela, que refleja muy bien esto que me estruja cuando termino de leer un poema como éste: "El corazón se deshoja".

sábado, 12 de junio de 2010

¿Debate, guerra o juego de niños? (En torno al entorno de la Novela Total)


Corren los meses y los años, y parece haber un tema inagotable a la hora de armar debates, ataques e intercambio de cosquillas en el universo de los blogs. Y, sin embargo, yo sigo sin entender: ¿cuál es exactamente el conflicto entre la "Novela Total" contra la "Novela Parcial", por ponerle un nombre? Porque los disparos suenan todo el tiempo, y sin embargo nadie hasta hora parece haber pensado en que quizá esta no es otra cosa que una guerra de lodo en el jardín de la literatura, y eso si es que llega a tanto.
"Los lectores y/o escritores contemporáneos estamos hartos de la Novela Total", "La Novela Total es un vejestorio, una pieza de museo que quedó con el "boom" de la literatura latinoamericana", "Oye, que ya nadie quiere ser Vargas Llosa". Y yo sin comprender este tipo de argumentos. Será porque descreo de los ideales estéticos o literarios, tanto como de la militancia artística. Lo que sucede ahora es que, al que intenta escribir algo similar a una Novela Total, le caen encima en un dos por tres un manchón de gente mostrándole los dientes y acusándolo de ser un anticuado, de defender un tipo de escritura que ya ha muerto, de aburrir a los lectores, de ser un pretencioso.
Pues ni uno ni nada. ¿Anticuado? ¿Que es un género muerto? Oigan, eso no puede estar muerto sencillamente porque se sigue escribiendo así, y tan simple como eso. Y si los lectores se aburren, la culpa no es del escritor sino de los lectores: yo, por lo menos, creo que un autor puede cagarse cuanto quiera en la opinión de sus lectores. Como decía J. P. Witkin: "Yo creo en primer lugar para mí mismo y en último lugar para mí mismo". No, no: no es una forma de escribir anticuada ni muerta, sino una forma distinta de sensibilidad. Es decir, ni mejor ni peor que las otras: sólo distinta. Y en cuanto a lo último... bueno, ¿por qué va a ser un pretencioso el que trate de escribir una obra que se asemeje a los modelos de la Novela Total? Creo que esa pregunta es tan absurda que no merece ni siquiera ser contestada.
Pero lo que no termina de cuadrar es qué carajo estamos entendiendo aquí por "Novela Total". La gente sólo escucha mencionar esas dos palabras y ya parece que va a haber un crucificado. Y sin embargo, si se les pregunta qué escritores leen, todos esos lectores asesinos incluirán en su lista a Faulkner, a Dostoyevski, a Vargas Llosa. A Sábato, que fue el padre de la Novela Total en Latinoamérica, tal vez no, porque ahora parece que no es tan leído como antes (otra cosa que no puedo entender). Lo que quieren, entonces, es que ya no se escriban nuevas Novelas Totales... ¿por qué? ¡Si eso sólo puede significar que hay más que leer! Imagino que alguno se sentirá desafiado, si es que es o desea ser escritor, pero eso no tiene sentido: la literatura no tiene por qué ser un campo de batalla entre egos. Más que insultar, yo creo que la mayor parte de las veces hay que agradecer.
La definición, entonces, se nos escapa. Ernesto Sábato la planteó a lo largo de un libro entero, El escritor y sus fantasmas, y haciendo un hincapié heideggeriano en la toma de consciencia del escritor como existente que se debate en una realidad, para de ahí pasar a otros planteamientos. No es la única posible, claro está: en otras aguas nadan Nooteboom o Vargas Llosa, y en otras muy distintas nadaron Thomas Mann, Faulkner o Joyce, que tienen entre sí un "aire de familia", pero no una traducción directa.
¿Por qué responder con un "NO" militar a la Novela Total? Yo prefiero dejarme de lado moralejas y aforismos trascendentes para echarme a leer en paz; si el libro en cuestión me gusta o no, eso ya es asunto mío, y no voy a enemistarme con géneros por culpa de dos o tres idiotas que no supieron hacerlo tan bien como yo lo hubiera querido. No trato de atacar el tipo de novelas que se escriben el día de hoy, entre los que hay muchos que pongo entre mis obras favoritas, sino tan sólo de decir que una cosa no tiene que negar a la otra. ¿No convivieron muy bien las novelas de Faulkner con las de Scott Fitzgerald, acaso? No, señores: los que no pueden convivir en paz con la literatura son, aparentemente, los lectores. Y sin la más mínima intención de atacar a nadie, eh, que no es lo mío. Pero a ver si nos vamos olvidando de debates que huelan tanto a juego de niños.

En la imágen: Ernesto Sábato, quien forjara con mayor tenacidad teórica y, luego, autor de lo mejor que se ha hecho de la Novela Total en Latinoamérica.
Fuente de la imágen: Semanarioelsur.com.ar

viernes, 11 de junio de 2010

Sin importar cuán largos, abultados, cancerosos, grises o alegres pasen los días con sus noches, no puedo dejar de volver una y otra vez, como un adicto, a las páginas de Eielson.

martes, 8 de junio de 2010

Diarios: ¿un placer inocente?


No creo ser el primero que se hace la pregunta: ¿por qué leemos diarios? ¿De dónde nace ese afán de meternos en la vida de los hombres más allá de los hechos, las páginas y los actos, es decir, de su figura pública? Recuerdo haber leído hace no mucho a Nooteboom decir en una entrevista que, desde hacía ya un buen tiempo, casi no leía ficción, sino que había dedicado sus horas a leer libros de filosofía, de historia y... ¡diarios! Digna, tierna y perversa afición. Pero vayamos por partes.
Hay un par de respuestas bastante obvias a la pregunta. Queda clarísimo que los diarios tienen una tremenda importancia para la "reconstrucción de los hechos": los historiadores probablemente habrían escrito la mitad de lo que han escrito si no fuese por los diarios (tanto los de gente como Raimondi, Cristóbal Colón o Darwin como los de la gente común y anónima), y hay montones de biografías que, sin la documentación diarística, no pasarían de ser meros folletos más o menos interesantes, pero harto banales: tal publicó tal cosa en tal año, a los pocos días dijo tales cosas en tal entrevista, y qué se yo. Y eso queda muy claro, como también que la admiración y/o el fanatismo son excusa más que suficiente para meterse a leer escritos privados. Pero no es todo.
Ahora mismo, por ejemplo, estoy leyendo un libro de Anaïs Nin titulado Henry Miller, su mujer y yo (Henry and June, en su versión original), y que es un extracto de los diarios de la autora en los que narra su romance con Miller, de paso que las ganas que le tenía a la mujer y todos los demás pormenores eróticos de aquellos meses. Bien: las cosas que he leído de Nin me han gustado, pero no soy un fanático. De Miller puede que lo sea un poco más, pero tampoco es eso lo que me empuja a leer el libro con tanto placer (y, ciertamente, tampoco pretendo escribir biografías ni libros de historia). Eso fue lo que me pasó, en cambio, con los diarios de viaje de Goethe en Italia, que como obra de su autor son geniales, pero que como diarios dejan mucho que desear. No, no... con el libro de Nin es distinto.
Uno de los grandes goces de leer diarios, creo yo, es la incertidumbre: sabes que el autor no tiene ni la más remota idea de lo que va a suceder en el capítulo siguiente, igual que tú. A diferencia de lo que sucede con una novela, donde ha habido otro proceso creativo que implica corrección y edición, el diario se lleva día a día y, si se corrige, eso no altera el hecho de que, cuando se escribió algo, no se sabía lo que venía después. Autor y lector están a mano, compartiendo ansiedad y perplejidad. Y eso lo he notado, recién, ahora, leyendo los diarios de Anaïs Nin: un día escribe con toda la seguridad del mundo que tiene tales y cuales impresiones sobre Miller, sobre June y sobre su esposo, pero unas páginas más adelante todo ha cambiado radicalmente. Algo sucede, y de pronto las convicciones se ponen de cabeza. ¿El lector? El lector puede compadecerse, reír, sentir náuseas o colgar el corazón del techo tal y como lo hace cuando lee una novela, pero consciente de que allí no hay juegos: esas cosas están sucediendo, le guste o no al autor, que no puede hacer o decir nada para cambiarlo (a lo mucho, puede cerrar la boca, pero eso no cambia las cosas).
Mi otra teoría se relaciona con la primera. Veamos: si a mi me dan un diario que perteneció a una muchacha de quince o dieciséis años, absolutamente anónima, de tal o cual año, voy a leer ese libro con tanta avidez como lo haría con el diario de algún escritor al que admiro. Quizá sin ese plus que genera el saber que te estás metiendo en la vida de alguien que te importa por otros motivos, pero lo fundamental ya está sobre la mesa: meter las narices o espiar por un agujero en la puerta sin que nadie nos haya invitado a hacerlo. ¿Que qué trato de decir? Pues eso: que leer diarios es ser el mirón, el chismoso, el perverso o el curioso. Leer diarios es un placer voyeur.
Por lo demás, todo (o casi todo, porque podría estar escapándoseme algo) lo que vale para la lectura en general vale para los diarios: identificación, representación, catarsis y todo ese rollo. Pero yo, que soy un voyeurista con mucho orgullo de serlo, no voy a negar que todo ese montoncito de "otros", marcan alguna que otra diferencia significativa. Ni mejor ni peor, pero diferente, placentero como sólo el cagarse en todo lo que se percibe como "prohibido" puede serlo.

Fuente de la imágen: http://marencoche.files.wordpress.com

lunes, 7 de junio de 2010

"Bombardero" remonta el vuelo sobre EEUU


Y mejor que se vayan agarrando fuerte, porque este bombardero pega duro. Recién me entero por el blog de Víctor Coral que Bombardero, la laberíntica, violenta y extraña (en el mejor sentido de la palabra) novela de César Gutiérrez está siendo traducida al inglés, resultado de los haceres del autor en gringolandia. Bien lo dijo Coral: Gutiérrez la hace linda en E.E.U.U.
El primer bombardeo será vía la revista New York Tyrant, que publicará (o ya habrá publicado, pues la fecha anunciada por Gutiérrez es finales de mayo) algunos fragmentos del libro. Luego, el editor Giancarlo di Trapano se las ha arreglado para hacer traducir el libro comleto, por lo que podemos esperar, para dentro de no mucho, el ruido de las bombas a lo lejos, del otro lado de las ventanas de los norteamericanos que a lo mejor ni se esperaban la bulla.
¿Qué me queda? Pues ante todo ir levantando mi copa por César Gutiérrez, adelantando el brindis. Y espero pronto poder hacer uno más, con él del otro lado de la mesa, como tiene que ser. Enhorabuena, pues, y que la máquina siga remontando aires cada vez más inesperados, altos o bajos.
Copio a continuación el fragmento citado en el blog de Víctor Coral de la entrevista realizada a Gutiérrez. Cuidado, todo el mundo: este bombardero viene para quedarse, y mete más ruido del que parece:

Este viaje también ha brindado resultados alentadores a la perseverancia del autor. “A la fiesta que me hicieron después de mi última presentación en University of Massachusstes en Amherst concurrieron algunos publishers, que estuvieron siguiéndome desde Providence. De modo que estoy en condiciones de informar que la traducción de Bombardero al inglés es inminente”, revela.

Gutiérrez anuncia que, para empezar, “a fines de mayo saldrán tres grandes fragmentos en la poderosa revista New York Tyrant, cuyo redactor Luke Goebbel formó un primer equipo de traducción frente a la casa de Emily Dickinson en Amherst”.

Agrega que por su lado, el editor GianCarlo Di Trapano ya contactó con Mónica Belevan, quien empezó a traducirlo de cara publicar el libro completo. “Ahora, por la visibilidad que da Tyrant en todo Estados Unidos no sería descabellado pensar que Penguin o Random House (Mondadori) propongan algo. Por el momento, New Directions Publishing Corp. ya fue noticiada”.

En cuanto a su visión del futuro dice: “Ya llegamos, ya estamos allí. Y el reto es llegar más lejos, hacer retratos alegóricos de alta resolución digital, jugar con la publicidad, con las tramas conspirativas, con las redes de vigilancia social, con la abolición definitiva entre lo real y lo virtual”.

“Vamos a rastrear y localizar lo que hay en el horizonte de sucesos, vamos a registrar los signos de la época, la realidad cada vez más transnacional, la paranoia global, la ficción y la ciencia fundiéndose en un planeta terminal, ciberespacial, donde el presente es el futuro”, abunda.

Preguntado acerca de lo que viene en su trabajo creativo individual, adelanta que quisiera publicar un libro en espacios digitales. “Ahora que prácticamente viví en Nueva York hallé ese no-formato. Y en esos 800x600 píxeles y 8 niveles de escala de grises sueño con escribir un libro llamado Plástico divino o algo así”, concluye entre renovadas risas.

viernes, 4 de junio de 2010

Docuperú: porque nadie tiene por qué quedarse callado


"Pensar, mirar y representar a través de lo audiovisual": bajo ese lema, empieza un nuevo año de actividad para el grupo Docuperú, que hoy me incluyó entre los invitados para una rueda de prensa en la Casa Yuyachkani hoy por la mañana.
Y hay que decir que el proyecto huele bien. Después de todo, es lícito preguntarse, con ellos, cómo nos están representando realmente los medios, y si no ha llegado la hora de llevar el testimonio de la mano de lo empírico para dar una nueva voz, abierta a crítica y autocrítica, acorde a las nuevas tecnologías que empiezan a cambiar tantas cosas en este nuevo siglo. En otras palabras, el documental, ese género viejo que no se cansa de renovarse y que cada día se vuelve más fascinante y llamativo, a medida que surgen nuevas voces dispuestas a tomar las cartas y dar el giro necesario a la tuerca para cambiar el enfoque desde el que miramos las cosas.
Y esta palabra se hace fundamental: originalidad. Porque la propuesta de Docuperú para este año es, como viene haciendo desde hace mucho, el de dar las herramientas a todos aquellos dispuestos a hacer algo con ellas, a elevar una nueva voz y una nueva mirada, valiéndose para ello de todas las nuevas estrategias de comunicación que hay a mano. Al fin y al cabo, esa otra pregunta que ellos se plantean nunca perderá la vigencia: ¿Quién hace el mensaje?
Lo audiovisual, pues, como propuesta política, cultural y de acción social, como proyecto para dar una nueva voz a las personas, de paso que de la mano con un compromiso de descentralización que los lleva a otros rincones, a otros ámbitos: muestras y concursos en ciudades como Arequipa o Cajamarca, digamos, y talleres que permitan a la gente entrar, con una buena guía, a las aguas a veces algo revueltas de los tiempos modernos.
Hasta aquí lo mío; ahora, dejo los datos exactos de los diferentes proyectos que Docuperú se ha propuesto para este año:

MUESTRA
La muestra de Documental Independiente Peruano se propone como un espacio de promoción y difusión de trabajo documental producido por peruanos o en el Perú, realizando para ello conversatorios, clases maestras, talleres y retrospectivas.

CARAVANA DOCUMENTAL
De lo más interesante: el viaje como documental, esto es, aprendizaje y testimonio, conocimiento del otro y propio. Aquí la propuesta es tanto de carácter técnico audiovisual como histórico y social, pues busca la democratización de las tecnologías y lenguajes audiovisuales a lo largo del Perú.

EL OTRO DOCUMENTO
Taller profesional de producción de documentales. Es decir, un verdadero entrenamiento, donde la creatividad va de mano con la teoría y la técnica, de paso que con la expresión. Algo que hace mucho que viene haciendo falta, dicho sea de paso, y que promete.

MEDIOS QUE CONMUEVEN
La propuesta, aquí, va hacia la capacitación de ciudadanos en general para ponerlos en contacto con los diferentes soportes y tecnologías mediáticos. De nuevo, dar una nueva voz, a la altura de las exigencias de un siglo como el que nos ha tocado en suerte.

TALLER DOCUMENTAL DE EXPERIMENTACIÓN PERMANENTE
Se propone la producción, al interior de Docuperú, de un "espacio permanente de investigación y desarrollo de nuevas narrativas y puntos de vista en la producción documental". Como el mismo nombre lo indica: experimentación.

Bien, pues lo dicho suena muy bien, y creo que el solo hecho de plantear un proyecto semejante como lo que es, por sí mismo, Docuperú, ya es digno de un aplauso. Ahora, se trata de esperar a seguir viendo los resultados, a medida que el grupo vaya creciendo, como sus proyectos. Enhorabuena, pues, y adelante. Estamos todos a la expectativa.

Por tí, José Tomás


Que tendríamos que ser muy jodidamente cabrones para cabrearnos. Y si me sorprendió la nota de Carlos Castillo en el blog "Perú Taurino" fue porque pensé que este asunto ya estaba dado por hecho, sin necesidad de decir una sola palabra. ¿O es que alquien se queda bocabierto al enterarse de que José Tomás ha cancelado su temporada taurina por lo que resta del año? Oigan, que no es para andar de broma (o de cachondeo, si prefieren la españolada de por medio), y José Tomás ya estuvo a punto de dejarse la vida por detrás en Aguascalientes, México, hace nada.
El solo hecho de que Tomás no se halla "cortado la coleta" después de lo acontecido ya dice mucho más de lo que todos necesitamos escuchar para saber a ojos cerrados que lo de Torero se lo lleva muy bien ganado y merecido, porque hay que tenerlos de hierro, joder. Al fin y al cabo, que el que coge muleta y estoque sabe muy bien a lo que se enfrenta, y no es a jugar a lo que sale el torero.
Los aficionados todos seguimos endeudados con el pueblo mexicano por haber salvado la vida, con su sangre, a José Tomás; lo menos que podemos hacer, ahora, es levantar la copa en su nombre y esperar a que los médicos levanten la orden de descanso y, por supuesto, echar un brindis tras otro: por José Tomás y por México, y por la afición que hace a un hombre volver del pórtico del Hades, no para tumbarse en su sillón a recordar los tiempos de oro, sino para plantarse de nuevo en el ruedo y, cual Eneas, volver a empuñar las armas, que todavía es muy pronto para detener el paso, y nunca lo es para volver la vista atrás. Esta va por tí, José Tomás: ¡Salud!
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