Pero no hay que confundirse: no hablo de los fenómenos de taquilla y premios Óscar de Peter Jackson (tan ricas en espectaculares escenas bélicas como en abortos de dramaturgia), sino de algo que ocurrió mucho muy antes, allá por 1978, cuando a un cineasta llamado Ralph Bakshi se le ocurrió llevar a las pantallas la maravillosa trilogía de Tolkien, The Lord of the Rings. Y, por el resultado, creo que tenemos derecho a pensar que no lo empujaba la sed de taquillas, porque bueno... corrían los años setenta, y estaban en boga la psicodelia, los efectos rebuscados, la deconstrucción y, en general, las rarezas creativas de más diversa índole. El resultado, decíamos, es una película extraña, pero con momentos realmente elevados y una forma de pureza o inocencia que deja un muy buen sabor.
Yo había olvidado por completo esta película. Recién hace unos días la rescaté de los bajos fondos de la memoria cuando apareció una nota sobre ella en el blog "Opciones Avanzadas Ltd.". No recuerdo cuándo fue que la vi, pero debió ser hace mucho, porque todavía existían esos seres míticos llamados "tiendas de alquiler de películas" (yo la alquilé en una que estaba sobre Benavides, cerca de República de Panamá). Y he de confesar que no recuerdo demasiado de ella, aunque la impresión persiste. Guardo, sí, algunas imágenes extrañas, como alucinaciones, sobre todo de las partes en que aparecen los orcos (en Moria, y de nuevo hacia el final de la película). Todo oscuro, confuso, pero bueno.
En cuanto al hombre detrás de las cámaras, Bakshi, se lo conoce sobre todo por ser un pionero en el mundo de la animación. Vaya a saber dios por qué, pero nunca hizo la segunda parte que faltaba (que tendría que haber incluído la segunda mitad del segundo libro y el tercero en su totalidad), pero lo cierto es que este proyecto quedó inacabado. En todo caso, es una interpretación sumamente original de los libros de Tolkien, que es una de las obras más maravillosas que se han escrito en todos los tiempos, y que es un exponente de la mejor poesía épica, a la altura de Homeros y Virgilios. Además, claro está, de ser una perfecta curiosidad, una de esas películas que podría atesorar un friki, sin dejar de ser a su vez algo que cualquier espectador podría disfrutar si hace la prueba (y si la encuentra, claro). A sacudir un poco el polvo que se acumula en los rincones de la memoria. ¿Alguien más recuerda algo de pronto?
Una escena clásica: Frodo y muchachada escondiéndose del Jinete Negro
Con menos resaca de la que me esperaba después de lo de ayer, vuelvo a estos lares para la segunda entrega de las de los sábados, compañía destinada a aligerar nuestra espera entre un paraíso y otro (que ya vuelve la noche, señores). Y ya que andamos por estas fechas, en que nos preparamos para celebrar a la canción criolla, me he decidido por una de las obras maestras del repertorio parroquiano, que huele tanto a poesía como a pisco y que estoy seguro muchos de mis lectores han cantado más de una vez a la caída de la madrugada, entre copas y abrazos, y levantando mucho la voz. Nuestro secreto es una de esas canciones que pueden hacer que todos los que se encuentren en la cantina se pongan de pie para cantar al unísono. Fue grabada hace poco (recién lo recuerdo) por Pelo Madueño, que hizo una versión en la que le hechó una mano (y su voz) Joaquín Sabina. Pero yo he preferido invocar por estos lares otra versión, que es la de Óscar Avilés y Arturo "Zambo" Cavero, y la lanzo al ruedo con dedicatoria a Ricardo "la Puta" Ugaz y a Esteban "Monillo" Philipps, que tantas veces la han coreado conmigo en noches ahora borrosas. A ver, a ver, ¿cómo iba la letra?.
Alemania, 1933: el partido Nazi ha echado a andar el mecanismo de su compleja y formidable maquinaria propagandística, y se ha llamado a los autores a tomar parte en el asunto. Creaturas gigantescas e imponentes empiezan a forjarse, entre ellas las producciones cinematográficas de Leni Riefenstahl. Pero no todo sucede como Goebbels y su muchachada querrían que sucediera. El de 1933 es también el año en el que un escultor y fotógrafo llamado Hans Bellmer decide empieza a confeccionar una obra llamada La muñeca, escultura de 1 metro con 40 que muestra a una mujer desnuda a la que se han articulado torsos y extremidades de más. Cosa que no le gustó mucho a la gente del Reich, que la calificó de "degenerada". El autor, entretanto, abandonaba Alemania e iba camino hacia Paris, donde entraría en contacto con los surrealistas. Se había propuesto crear un monstruo humano para llamar a la gente a despertar, y eso es algo que los hombres de Hitler no le perdonarían.
La estética de Hans Bellmer es de las del tipo crudo, vomitivo, desgarrador, sórdido y fascinante. Cada una de sus obras consigue tener ese efecto hipnótico sobre el espectador: sencillamente, no puedes quitarle los ojos de encima mientras, del otro lado, tu propia existencia se revuelve, cuestionándose. Miembro de la misma especie a la que pertenecen fotógrafos como Witkin o Araki, de los que ven en el arte un tour de force con navajas en las paredes y en el suelo, Bellmer lo resumió todo muy bien al decir que su obra era escandalosa porque, para él, el mundo era un escándalo (y tenemos buenos motivos para seguir creyéndolo).
En sus obras, el cuerpo se desfigura, fragmentándose y tomando formas grotescas a medida que va afinándose la mirada crítica de su autor. Como él mismo lo dijo alguna vez, lo suyo era un llamado a la oscuridad que se agita en el fondo de nuestras existencias, en las cloacas del universo mal llamado racional. Todo es cuerpo, materia, mutilación y náusea. Y al que no le guste, que no cierre los ojos. El llamado de lo oscuro, por muy terrible que sea, exige una respuesta.
Maestro de lo visceral, Bellmer es uno de los artistas más complejos del siglo pasado. En sus manos, el erotismo, la plasticidad, la reflexión sobre la materia y el cuerpo han sido víctimas de una vuelta de tuerca que los funde en un sólido y duro cuestionamiento por la humanidad. Cuestionamiento que, dicho sea de paso, no podemos dejar de plantearnos.
Siempre he pensado que, en algún retorcido espacio de su ser, Bukowski (tengo por más que seguro que Henry Chinaski lo hacía) envidiaba la "suerte" que tuvo Dylan Thomas cuando le tocó en suerte la forma de morir que le tocó: después de una mítica serie de rondas de whiskey en un bar de Nueva York, que culminaron con el ingreso del poeta galés en un hospital, donde encima se dice que tuvo un último suspiro para hacerle notar al médico que creía haber roto un récord después del último trago. No sé si él, de haber podido, hubiese elegido morir así; lo que sí puedo decir es que no pudo haber tenido un mejor final.
Supongo que muchos poetas (no todos) sienten ese llamado profundo a abandonar la vida antes de tiempo, y no por la salida de emergencia, sino echando abajo alguna ventana, o abriendo un agujero en las paredes, o aún echándose el edificio encima, para acabar con el universo de pasada. Y no hay que confundirse: no hablo aquí de lo buen publicista que es la muerte, que cuando trae rarezas y excesos bajo la capa hace aún mejor su trabajo para lanzar a los artistas: desde Ovidio hasta Jim Morrison, desde Gérard de Nerval hasta Alejandra Pizarnik o Javier Heraud, las muertes extrañas, divertidas, excesivas o simplemente "raras" y fuera de lo común han servido más que como un trampolín, como una catapulta (sorry, Ferrando, pero te quedaste corto) publicitaria para los versos. Vale: eso no lo niego. Pero tampoco es de lo que vengo a hablar hoy.
Porque claro, hay otras lecturas posibles. Además de que hay que gozar de una frivolidad de la que sólo imagino capaz a un personaje como el Horacio de la novela de Cortázar para buscarse una muerte lo bastante inusual como para lanzar a otras alturas la propia obra, sigo considerando que muchos poetas sienten íntimamente el llamado de lo destructivo: sin pena y sin gloria, aunque sobren los lectores.
Hace poco me preguntaba por qué demonios es que sigue existiendo la poesía, por qué ha existido por tanto tiempo y qué motivos la empujaron a existir. Como al arte, claro. Yo creo que sí: que podemos estar de acuerdo con las hipótesis sobre el origen ritual del comportamiento creativo. Y creo, también, que hay un algo inexplicable, indescifrable, misterioso en el arte que hace que sea lo que sea, que puede ser algo diferente para cada persona, pero que está allí, y que para mí es mejor que siga envuelto en las sombras de lo que no puede ser analizado, sumido en ese lenguaje incorrupto del silencio del que hablaba Lawrence Durrell.
Ayer, mientras leía la entrevista a Panero, y luego mientras terminaba los últimos párrafos de uno de los cuentos más perfectos que han sido escritos jamás (Después de la Feria, de Dylan Thomas), volvía a pensar en todas estas cosas. Obviamente, no tengo una respuesta, ni la busco. No digo, como lo hizo alguna vez (con una candidez inusual en ella) Susan Sontag, que no debamos interpretar las obras de arte: de hecho, creo que el solo decir que algo es "una obra de arte" es ya estar interpretando. Pero ese algo que nos genera la buena poesía, como lo hace también algún párrafo de Faulkner o un cuadro de Hopper, debe quedar en el maravilloso terreno de lo indeterminado, de lo oscuro. En la Noche, si quieren.
De alguna manera, la muerte de Dylan Thomas es algo más que la muerte del hombre que en vida se llamó Dylan Thomas: la muerte del poeta es un símbolo, una puerta a través de la cual la imaginación y a la creatividad intepretativa son invitadas a dar vueltas y vueltas en torno a un universo infinito de posibilidades que por sí mismas son insuficientes, pero que nos ponen cara a cara con algo que percibimos como mayor y total. No digo que esa totalidad exista: sólo que llegamos a cais percibirla, que no es lo mismo.
Divagando, divagando... sobre este tema nos podríamos quedar horas muertas. Yo ya he dicho lo que tenía que decir, y sin embargo no he dicho nada. Tampoco creo que sea necesario. A ver, a ver... ¿otra copa?
Víctor Coral acaba de publicar en su blog "Luz de Limbo" una extraordinaria entrevista que Augusto Rodríguez le ha hecho a ese Poeta (con P mayúscula, of course) que es Leopoldo María Panero, el que a mi parecer se lleva el título de mejor poeta español vivo, y con una ventaja de muchos cuerpos (me disculparán García Montero y tantos otros buenos poetas, pero es que Panero es Panero). Entrevista que trae la voz de un hombre que hace ya muchos años que vive recluído en un manicomio, y que sin embargo sigue teniendo (o construyéndose) el derecho a decir que no es él el que está loco, sino que es España la que está loca. No pensaba sacar nada más hasta, por lo menos, mañana, pero las palabras de este maestro me han dejado tan admirado (y me han divertido tanto) que no puedo evitar la invocación por estos lares. Un verdadero genio, la verdad... chúpenle el jugo a cada una de sus palabras, que vale la pena.
- Leopoldo, ¿a qué edad empiezas a escribir poesía? - A los cinco años empecé a dictarle poemas a mi madre. Obviamente mi madre anotaba solo lo que me entendía. Desde esa edad ya recitaba poemas. Mi madre fue mi primera maestra. Ya mucho después el poeta Pedro Gimferrer me escuchó leer poesía, le encantó y me llevó a Barcelona para que diera algunos recitales y me presentó a mucha gente. Muchos de ellos fueron o son mis amigos.
-¿Qué tan importante fue que te incluyeran en la famosa antología de Los Novísimos? - Realmente esa antología la hizo Gimferrer no José María Castellet. Te diré que sí, fue muy importante. Hay buenos poetas en esa antología sobre todo me gusta la poesía de Carnero. Es muy buen poeta. De otros no puedo decir lo mismo.
- ¿Cómo es tu relación con otros poetas de tu generación o con los poetas españoles actualmente? - Me gusta la poesía de Antonio Colinas a pesar de que él sea muy feo y de Gimferrer. Otro gran poeta que estuvo en mi misma senda y que fuimos muy amigos, pero ya no está es el poeta Claudio Rodríguez. De los demás no me gusta nada. No me gusta la poesía española. No me gusta la poesía de mis contemporáneos. Me aburre y me da asco. La poesía que leo, es la anterior. Poetas como Lorca o la poesía barroca española como Luis de Góngora. Todos los poetas y mis amigos me han abandonado y se han hecho de la CIA. Todos viven del dinero que reciben de la CIA. Me han querido envenenar muchas veces. La CIA ha pagado para que me envenenen y hace más de nueve años que no lo logran. De paso, en España dicen que yo soy el anticristo. Por ejemplo, yo una vez le dije a Claudio Ritso que no tiene estilo y en seguida hizo cosas de mal gusto y hasta trató de matarme.
- Hablemos de tu poesía, ¿Qué me puedes decir de tu propia poética? - En la poesía existen dos grandes tendencias. Una es la línea de Whitman y la otra es la de Edgar Allan Poe. De Whitman nacieron Los Beat, poetas como Kerouac, Ginsbergm William S. Burroughs y otros más que van por la poética de la experiencia. De Poe podría decir que es una poesía más apegada a la estética y la técnica, de esta línea nacieron poetas como Pound. Yo soy heredero de esa vertiente.
-Hace algunos años publicaste un libro denominado Globo rojo que recopila la poesía de pacientes de un manicomio español. ¿Qué me puedes decir de este libro? - Es un libro que está bien. En ese libro hay grandes poetas. De la locura nace la mejor poesía. En ese libro los poetas se miran cara a cara con la muerte. De eso recuerdo a Pound que es uno de los más grandes poetas que ha dado la poesía. Después de él la poesía está concluida.
- Sé que lees y hablas varios idiomas y sé que siempre relees a poetas franceses como Verlaine, Mallarmé o Baudelaire. Dime también, ¿por qué dices que con Pound la poesía está concluida? - Así es. A todos ellos releo constantemente. Sobre todo a Mallarmé porque es un poeta de gran inspiración y es un poeta perfecto. Pound tiene una técnica única. Yo leo en francés, inglés, italiano y en español. Es decir, los leo en sus propios idiomas. Acabo de publicar un libro que se llama Reflexión donde digo que la literatura está concluida hace mucho tiempo. Joyce en la narrativa y Pound en la poesía. Joyce creó con El Ulises la obra máxima y es inigualable. Pound nos enfrentó al vacío. Y eso es lo que hay ahora, vacío y nada en la literatura como en la vida.
- ¿Qué opinas que todo el tiempo se te esté catalogando como poeta maldito o poeta loco, casi como si fuera una etiqueta? - Estoy aburrido de esto. Yo no soy un poeta maldito. De paso, en España me creen loco. Podré ser un monstruo pero no estoy loco. Sabes, te diré que sigo esperando que me den el Premio Nobel de Literatura. Ya llevo cuatro años y no me lo dan. Tal vez no me lo darán porque vivo en un manicomio y me llaman lo peor de España, el anticristo, el demonio.
-Sé que eres un ferviente crítico de España, inclusive tienes un libro que se llama Contra España y otros poemas de no amor, ¿qué puedes decir de esto? - En España anda todo mal. Todos son de la CIA. Todos comen gracias a la CIA. Han querido hacer hasta una película sobre mi relación con España. Pero no me interesa. Yo quiero hablar de la muerte, de los viajes, del sufrimiento que vivo. Los manicomios son campos de exterminio nazi. Te diré que hay muchos que quieren morir, la verdad, es que yo quiero vivir. No quiero morir todavía.
- ¿Qué opinas del Gobierno de Zapatero y de la lucha de ETA? - Zapatero no es tan mal presidente. Abolió la pena de muerte. Con Aznar estábamos mucho peor. Pero siempre he creído que cada país tiene el Gobierno que se merece. Yo soy un gran defensor de la lucha de ETA. Los de ETA son los hombres más valientes y honorables de toda España. Los de ETA no son asesinos. A mi hermano Michi Panero lo envenenaron con una botella de Ginebra. La CIA ha querido hacer lo mismo conmigo, pero no han podido. Y también han tratado que me suicide, pero tampoco han podido. Los asesinos son los otros. Los de ETA son ateos y por eso están más cerca de la verdad. Yo te diré que me cago en la Virgen y en Dios.
-¿Actualmente en qué proyectos literarios estás? He escrito ensayos, cuentos y una radio novela. Sigo escribiendo siempre. Ahora escribo más narrativa. Me interesa por ahora más la narrativa actual. Sin abandonar mis ideas y mis principios. No como esos que escriben haikus que es pura poesía femenina. Mi poesía crucifica a la vida. Mi poesía les enseña lo mal que está la vida.
A estas alturas de la semana, ya debe estar bastante avanzada la exposición en la que está participando Arturo Bullard, el fotógrafo de naturaleza peruano que, además, es mi tío (famoso, además, por su habilidad para cantar a tres voces él solo). El título que ha elegido para su muestra (de cincuenta fotografías de animales, plantas, gente y paisajes) es el de Destino: Perú, y la ha montado en Miami como parte de una muestra colectiva en la que participan fotógrafos de varios lugares del mundo. A mí me tocó escribir el texto para acompañar las fotos, así que se los dejo (en la versión en español, claro), y desde aquí alzo en mi copa, Arturito. Enhorabuena.
Arturo Bullard: la naturaleza como espejo
Existen muchas especies de fotógrafo: unos buscan la pureza absoluta en las formas de la imagen como Edward Weston; otros, llaman a la reflexión histórica a través de los rostros humanos como August Sander; están también los crudos como Witkin o Nobuyoshu Araki. ¿Lo que los une? De alguna forma, todos ellos están buscando un orden secreto en el caos que es el mundo que los rodea. Pero hay otro tipo de fotógrafo: el que descubre en la naturaleza indomable el rostro de la belleza misma.
Arturo Bullard sabe muy bien todo esto: una vida dedicada a la fotografía de naturaleza le ha enseñado que la verdadera búsqueda está siempre allí afuera. Trotamundos incansable, para él un viaje más es siempre una porción de camino andado en la ruta que lleva a uno mismo. Y es eso, precisamente, lo que hace de su obra fotográfica algo tan personal: cada uno de los rostros, de los paisajes o de los animales que se nos muestran del otro lado del marco están hablándonos en susurros: tanto de sí mismos como del hombre que los llevó al papel fotográfico; y quién sabe: a lo mejor, también de nosotros mismos. Uno está siempre “en la carretera”.
De este modo, la naturaleza se convierte en algo más que una fuente inagotable de belleza y misterio: es, también, un espejo en el que se dibuja el rostro del hombre que está tras la cámara. Por eso, para un fotógrafo como Arturo Bullard el objetivo no es captar la vida y detenerla, sino lograr que siga respirando en una imagen que, en realidad, no está quieta. Se trata de aprender a reconocerse en cada uno de los colores y las formas de ese mundo indomable al que pertenecemos y que no deja de ser, a la vez, parte de nosotros.
Por lo demás, pueden ver más de sus fotos en su blog, "Viajes, fotografía y algo más" (arturobullard.blogspot.com); hay un enlace a un lado, en la lista de blogs.
Ando, para variar, repartido entre lecturas, repartiendo mi tiempo (y lo que me queda de espíritu) entre páginas y autores distintos. Ya se imaginan: tanto que leer, que esta vida que para casi todo lo demás parece hacerse tan larga e intragable, se queda corta. Y, entre estos libros, hay uno al que me he dedicado la última semana, y sobre todo los últimos días, que me gustaría comentar brevemente: la Introducción a Hedegger de Gianni Vattimo.
Ciertamente, el de Heidegger es un universo fascinante, amplísimo y, además, sumamente complejo. Su obra filosófica, una de las primeras en plantearse más como un análisis o una descripción que como una construcción teórica, ha sido explotada por todas las disciplinas, no sólo la filosofía sino también la teoría literaria, la semiótica, la antropología, la psicología y etcétera; y, definitivamente, es un universo que vale la pena explorar a fondo, leyendo y releyendo, pensando mucho, masticando conceptos y, de cuando en cuando, acompañándose con una cerveza para pasar los párrafos más duros. Poque el problema puede ser precisamente ése: que este universo tiene la forma de un laberinto en el que es muy fácil perderse, volverse sobre uno mismo y darse contra una pared antes de cerrar el libro con el signo de interrogación más grande del mundo dibujado en el rostro.
Por suerte para nosotros, hay pensadores dispuestos a pasarnos una aspirina y, como buenas Ariadnas, ayudarnos a salir indemnes y victoriosos de los laberintos que Heidegger ha dispuesto para nosotros. Entre los italianos, algunos de los que mejor y con mayor claridad han expuesto el pensamiento de Heidegger son Niccola Abbagnano y Giovanni Reale. Pero el caso de Vattimo es particular porque representa el paradigma de la claridad, que ciertamente hay que agradecer. Introducción a Heidegger es un libro que va repasando, paso a paso, la obra filosófica de Heidegger, sin dejar de lado el proceso intelectual que lo fue guiando. ¡Y todo esto en menos de 150 páginas! Realmente increíble.
Con todo esto no trato de decir que ya no sea necesario leer Ser y tiempo y todos los demás. Lo que digo es que este librito de Vattimo es una gran introducción, como para asfaltar el terreno, y luego es muy útil para aclarar algunos conceptos que, a lo mejor, se nos han escapado en su momento. Además, es muy sugerente el hincapié que hace el italiano sobre la hermenéutica que plantea Heidegger (claro, hay que recordar que el tema central de Vattimo es la hermenéutica, y que además fue discípulo del más grande de los filósofos de la hermenéutica, Hans-Georg Gadamer), que fue quien, de hecho, llevó la interpretación a ocupar ese lugar central en el análisis de la existencia, y con una lucidez con la que otros como Husserl ni siquiera hubieran podido soñar.
Dejo, pues, el libro sobre la mesa, a ver si alguien se anima a recorrer sus páginas. Yo aún no he podido avanzar demasiado con la lectura (tomando en cuenta lo corto que es), pero desde ya lo recomiendo.
Hoy, señores, arrancamos con una nueva sección en el Café. ¿La idea? Pues claro: amenizar ese momento en que uno tiene un pie puesto en el infierno y otro en la resaca que nos cae los sábados, como quien se prepara para abrir un nuevo episodio mortal por la noche, o para quien solo se quiera dejar ser en el clásico estado de indiferencia existencial que suele apoderarse de uno ciertas mañanas. ¿Y qué mejor forma de amenicar que con un temita? Así que, señores muy míos, cada sábado trataré de llegar hasta aquí para poner en la rockola una canción (el criterio de elección es, obviamente, personal, y me reservo los derechos, que para eso se hace uno administrador-autor-lo que sea de un blog, ¿no? Jeje).
(Claro que hay sábados imposibles... en esos casos, paso la canción al siguiente día útil -domingo o lunes- ¿les parece? Si no, pues ni modo: igual pienso hacerlo así).
Y, para arrancar con el mejor pie con esta nueva sabado-manía, no se me ocurre un mejor nombre que el de Charly García, ese pedazo de genio que no tiene nada que envidiarle a nadie ni como letrista, ni como teclista, compositor, músico o cantante. Y cuyo repertorio incluye, además, algunas piezas en colaboración reamente magistrales: con Sabina, con la Cantilo, con Cerati, y hasta algunas con Fito Páez que valen mucho pero que mucho la pena. Esta, por supuesto, es legendaria: Peluca telefónica, originalmente grabada con la dulce compañía de Pedrito Aznar y Luis Alberto Spinetta, aunque en esta versión en vivo sólo lo acompañe el ex-bajista de Seru Giran. Todo el que la conozca, estará de acuerdo en que se trata de una canción realmente "única" (y los que no la hayan escuchado, sabrán por qué si es que ponen "Play"). Como para pasarse las malditas horas de las tardes de un sábado con el walkman, paseando caimanes.
John Fante pensaba que todo escritor debía tener una enfermedad mortal, algo que condicionase su existencia poniéndola en una suerte de límite constante para nutrir el huerto de la creación literaria. Es una gran idea, no lo niego, pero quizá no sea necesario ir tan lejos: después de todo, los seres humanos (escritores o no) padecemos de una enfermedad mortal que, puestas así las cosas, es un gaje del oficio. Asi es señores: todos tenemos metido ese cáncer al que llamamos "vida".
Imagino las sonrisas que me estará dedicando más de uno mientras lee estas palabras. Y lo reconozco: me las tengo bien merecidas. El que quiera voltear la tortilla que estoy sirviendo podría decirme: "Bueno, bueno... pero decir que la vida es una enfermedad es lo mismo que no decir nada, ya que al fin y al cabo eso es sólo tomar la muerte como el punto de partida del análisis". Y eso también es cierto. Lo que nadie podrá refutarme es que estoy en mi pleno derecho a partir de ese punto, ¿no?
Ahora bien, ¿por qué pintar la vida con colores peyorativos y llamarla "enfermedad"? ¿Por qué pensar en el ir viviendo como un ir pudriéndose, gastándose a cachitos en las esquinas, hasta que caemos en una tumba abierta y no decimos nada más? Llámenlo cuestión de carácter. Y, de paso, piensen un poco en lo que eso significa: que a la muerte, quizá, le falta un poco de presencia en estos últimos tiempos.
Lo diré con todas sus letras: la sociedad contemporánea está demasiado tranquila tapándose los ojos. A lo largo de los siglos, lo que tendríamos que haber aprendido es que la gente nace, crece y, llegado el momento, muere. Ya lo digo: gajes del oficio. Pero parece que no, no hemos aprendido nada: todo el mundo vive como si al frente les quedase la eternidad, olvidada de que en cualquier momento podrían apagarse las luces. ¡Que es algo que no tiene nada de malo! Morir no está mal, no es un problema. Pero muchos no parecen muy dispuestos a aceptarlo.
Hoy por hoy, la salud está totalmente sobrevalorada. La gente tiene una sed de vida de proporciones patológicas, y cada vez se paga mejor por la cantidad a despecho de la calidad. No tengo nada contra los que quieren llevar una vida sana, pero de eso a que vengan a tratar de venderla como lo único digno para un ser humano hay todo un salto. Guardarse las ganas y los placeres en vistas a una vida interminable es, creo yo, elegir quedarse con un concepto de vida que se alarga en vano. ¿De qué sirve una inmortalidad que no pase de ser un larguísimo tedio? Francamente, no lo sé.
Hoy por hoy, son pocos los que reconocen la sonrisa de la muerte cuando se ven en el espejo. Y sin embargo está allí, siempre, manifestándose constantemente en cada uno de nuestros segundos, gestándose en cada uno de los latidos de nuestro corazón, corriendo por nuestras venas a medida que el cuerpo se gasta. "Ser para la muerte", decía Heidegger, es una categoría existenciaria que nos es propia, en la que podemos reconocer nuestra existencia auténtica. O eso que decía Joyce: que la muerte empieza con la reproducción. El problema no es que esto sea así; más bien, el problema empieza cuando nos horrorizamos por ello.
Esto no siempre ha sido así, ni lo es en muchas sociedades. Hay quienes son plenamente conscientes de lo que les va a tocar, de lo que les está tocando. Para las civilizaciones antiguas, morir era parte necesaria del ciclo de la existencia, y de hecho se temía más al destierro o al deshonor que a la muerte (eso es lo que hace de la muerte de Héctor, una vez que toma consciencia de su situación, en La Ilíada, algo tan profundo). Quizá sea hora de preguntarse si tiene más sentido aspirar a una vida larga que a una plena.
Algo parecido pasa en muchas sociedades que aún no han sido invadidas por el gérmen del miedo occidental a la muerte. En ellas, la muerte es algo natural, que sucede tarde o temprano, y que más que pena o temor debe generarnos un estado de contemplación, de reflexión, de memoria. Recuerdo haber pasado una Noche de Todos los Muertos ("Halloween", entre nosotros) en el cementerio de Antioquía, tomando unas cervezas con un grupo de amigos y con los lugareños. ¿Y qué se hacía? Muy simple: se hablaba de los muertos. Contando anécdotas, haciendo bromas o recordando sus gustos y carácteres, pero había memoria, y la muerte se hacía presente como algo natural, hasta positivo.
Dejo estas ideas así, un poco en desorden, pero puestas en palabras. A lo mejor y alguien está de acuerdo conmigo en que uno de los mayores males que aquejan a nuestra sociedad es este volver el rostro a nuestra propia finitud. Hay una frase de Séneca que me parece que cae bien para cerrar esta breve reflexión, y que está, precisamente, en su tratado Sobre la brevedad de la vida: "A vivir hay que aprender durante toda la vida y, cosa que quizá te extrañe más, durante toda la vida hay que aprender a morir".
La espectacular fotografía que corona estas palabras es de la serie In memory of the late Mr. and Mrs. Comfort, del magistral Richard Avedon.
John Banville es el responsable de algunas de mis mejores horas frente a un libro abierto. Y no importa si aún no he tenido la oportunidad o la suerte de recorrer todos sus libros: de hecho, uno solo bastaría para sentir en carne viva el temblor y la poesía que encierra esa prosa cuidada, llena de cadencias y crescendos que llevan al pobre lector como arrastrado por una tempestad cuyas aguas, curiosamente, fluyen en silencio.
No es la primera vez que traigo a este escritor al estrado, lo siento a la barra y le pongo un vaso de whiskey al frente. Pero ha pasado un tiempo, y yo empiezo a extrañar ese universo de claroscuros en el que uno se siente hundir lentamente, aunque en realidad ha sido capturado desde la primera oración. Porque este sujeto, que es un maestro en varios géneros (incluyendo la novela negra, cuyas posibilidades ha explorado con el seudónimo de Benjamin Black), tiene no sólo un talento, sino también una sensibilidad indiscutible. Y, de sobra está ya decirlo, cada una de sus palabras ha sido limada con cuidado y esmero, como quien carga una pistola en silencio y la deja a un lado de la lámpara, esperando al ocaso.
Dicho sea de paso, y ya que estamos en medio de la marejada de las celebraciones del Nobel, el de Banville es uno de los nombres que, tarde o temprano, los de la Academia no deberían dejar de premiar (como Nooteboom): de hecho, se dice que Banville ya lleva algunos años en la lista de los nominados, esperando su turno.
Dejo, pues, a John Banville bebiendo en la barra y, para ustedes, la invitación a recorrer sus páginas abierta. Yo, por mi lado, espero verme pronto hundido otra vez en ese mar lleno de laberintos que es su obra literaria (tengo una novelita suya por aquí que aún no he leído). Si Irlanda ya tiene una larga lista de nombres con la que el resto del mundo estamos en deuda, pues Banville es la demostración viva de que esta lista sigue en aumento. Y ya que estamos en éstas, les dejo una entrevista al mentado, que imagino que más de uno podría agradecerla.
Palabras que, obviamente, sólo podían ser dichas por alguien como Marylin Manson. Sujeto al que parece gustarle hacer algo por sobre todas las cosas: generar controversia, caos, desorden y, después, reírse de los resultados. Entre los cuales, por supuesto, hay que incluir todo el tipo de etiquetas que le han cargado encima: satánico, enfermo, inhumano... Pero hay que notarlo: una cosa es una cosa y otra cosa es, ya se lo imaginarán, otra. La pura verdad es que Marylin Manson es una de las personalidades más curiosas de estos tiempos, alguien al que podríamos imaginar en una película co-dirigida por Tim Burton y Joel-Peter Witkin haciendo de mago que siempre tiene algo nuevo que sacar del sombrero.
Es decir: ¿cómo hacemos para conciliar al sujeto alto y angrógeno que pasa por los escenarios vestido de negro y con la expresión de estar a punto de matar a alguien en cualquier momento mientras el metal más pesado amenaza con reventar los altoparlantes con el sujeto ético, tolerante, consecuente, lúcido y, por si fuera poco, cultísimo que es este hombre? Más o menos lo que uno siente cuando lo ve entrevistado en Bowling for Colombine, ¿no? Porque es la pura verdad: Manson tiene esta multiplicidad de rostros, y nadie parece estar muy seguro de dónde termina la imagen o si hay, realmente, una persona detrás de ella.
Pero Manson parece haberlo tenido siempre todo muy claro: lo que es ser una figura pública (un Anticristo Superestar, digamos) y quién está allí a la hora de acostarse y hojear las páginas de un libro antes de la hora de dormir. ¿Mi parecer? Marylin Manson, creo yo, es uno de los genios más indudables y originales del siglo pasado y de lo que va del presente; un genio que, dicho sea de paso, aún tiene mucho que mostrarnos. Su eterna postura crítica, su inesperado sentido de la ética, su sencillez y su sólida lucidez lo convierten en un verdadero pilar de la cultura, digan lo que digan algunos (PETA incluído). Además, es un pintor fascinante, un gran letrista y en cuanto a su música, pues la verdad es que me gusta mucho: me fascina ese sonido lejano, profundo, duro y visceral que azota con fuerza y sin perder de vista el buen sentido de lo que es el arte (aunque creo que basta con haber estado casado con Dita von Teese para ser admirable, ¿no?).
Lo que dejo a continuación es una entrevista que le hizo Ruth Infarinato, de MTV Latino, en el año 2000. La verdad es que una figura como ésta es material para textos mucho más largos, pero he de reconocerlo: estoy agotado. Y descansare humanum est, o perdonen el cansancio. Mejor, los dejo con Manson.
¿Cómo te está yendo en tu nueva gira?
Muy bien. Muy divertido.
¿Han habido algunas quejas de personas que no les gusta tu presencia en sus ciudades?
Sí, siempre, pero creo que los fans han estado esperando la llegada de este nuevo álbum con mucha anticipación y hasta se saben las letras de las nuevas canciones.
¿Cuál es la reacción ante las nuevas canciones?
Bueno, hemos estado tocando seis de las nuevas canciones y creo que les encantan.
¿Todavía te siguen molestando con el satanismo?
Un poco, pero eso es parte de lo que yo hago; me gusta causar caos.
La gira de "Mecanical Animals" fue bastante dura porque las personas te estaban culpando de muchas cosas. ¿Cómo pudiste sobrepasar esa etapa?
Tomé toda la energía negativa y la enfoqué en hacer este nuevo álbum. Este álbum habla mucho del por qué los jóvenes son tan violentos, por qué sus padres no los escuchan. Este álbum habla por ellos. Se trata de revolución y evolución; por qué el hombre se comporta como se comporta. Si vuelves al pasado, no habían modos de entretenimiento y por eso el hombre se comporta así; tenemos que tratar de cambiarnos a nosotros mismos, porque no podemos cambiar el mundo entero.
Creo que hay una confusión de lo que es satanismo o no y te están culpando por eso. ¿Qué piensas de eso?
Bueno, en este álbum hablo mucho sobre la Biblia; los cristianos deben estar felices. Trato de enseñarle a las personas que hay diferentes maneras de interpretar la Biblia. Yo mismo encontré cosas que me gustaron. Yo pienso que Jesucristo representa la primera figura artística, entonces si los modos de entretenimiento son culpables de todo, la religión debe estar incluida. Todo modo de entretenimiento viene de la religión. De alguna manera, Jesucristo era una estrella del rock.
¿Has encontrado maneras en que te identificas con él?
Sí. Yo creo que me identifico con él, con JFK y John Lennon. Todas esas personas fueron mis influencias para hacer este álbum.
Como ya puedes saber, las personas en Latinoamérica son muy religiosas. ¿Crees que alguien puede ser devota al cristianismo y a la misma vez ser fan de Marilyn Manson?
Sí, porque no soy racista. Los cristianos pueden decir que no debes ser fan de Marilyn Manson, y yo digo que sí puedes ser fan de Marilyn Manson aunque seas cristiano. Pero yo no decido por las personas en lo que deben de creer. Yo hablo sobre tener una mente abierta, y si decides creer en eso, entonces está bien para mi.
¿Por qué te gusta orinar a tu audiencia?
Algunas veces me orino yo mismo, pero no creo que tengo tanta puntería para orinar a mi audiencia. Puedo tratar. (Nota mía: En este momento Manson se ríe dando a entender que jamás orinó sobre su audiencia)
¿Cuál es tu idea de Dios?
Yo creo que Dios existe en lo que creas. Cuando creas algo es la definición de Dios. Por ejemplo, cuando eres un artista, haces música, escribes un libro o pintas algo, eso es Dios para mí.
¿Qué es lo que te enfada de Twiggy Ramírez?
Cuando no se baña, porque huele muchas veces. Aparte de eso, nada.
Es increíble que las cosas estén así: el Café de Desencuentro abrió sus puertas hace ya cerca de dos años y todavía (¡todavía!) no hemos hablado del hombre que no solo nos construyó y decoró el lugar, sino que también le puso la nota precisa al ambiente. Y no: no hablo de mí. Más bien, me refiero al hombre que pintó el cuadro que que es lo primero que cada uno de los lectores que ha caído por este blog-café-lo que sea ha visto: nada más ni nada menos que Edward Hopper. Y si le doy tantos méritos, es porque se los merece todos; es decir, ¿qué sería de este pobre espacio sin el maravilloso y... ¿cuál es la palabra? ¿Nostálgico, triste, melancólico? En fin, sin esa obra maestra que es Nighthawks, el cuadro más famoso de Hopper y, probablemente, de la pintura norteamericana.
Claro que de Hopper se ha dicho mucho, y queda aún un infinito de palabras que decir. Como muchos críticos lo han hecho notar, su pintura trata de reflejar la soledad, el pesimismo y el vacío existencial que subyace en el fondo de la sociedad norteamericana (y del mundo, agregaría yo). Sus personajes, que cuando no están solos siguen estando solos, parecen postrados en ese momento en el que la esperanza hace mucho que se fosilizó en resignación, con lo que sólo queda dejar que los calendarios se agoten. Las miradas dentro del cuadro no suelen cruzarse (y las palabras, podemos imaginarlo, tampoco), y como no sea en los autorretratos, nunca hay una mirada que se vuelva hacia el espectador. Son cuadros en los que reina, de un modo u otro, el silencio. Y lo más desgarrador de todo el asunto es que, al final, no podemos dejar de reconocernos en ese cuadro, ni tampoco de sentir esa soledad en carne propia.
Pero de toda esta galería de desencuentros (¿les suena esa palabra? ¿O se creen que escogí el cuadro de Hopper en vano?), no hay duda de que Nighthawks (que literalmente se traduce "halcones de la noche", pero que todo el mundo entiende que significa "Noctámbulos") es la obra máxima de este pedazo de genio. Y esto lo digo aunque suene trillado: que es su mejor cuadro, o al menos el que más me gusta a mí, y en el que más me siento identificado, o lo que quieran. Lo cierto es que, más allá de mis pareceres personales, es un cuadro que ha sido celebrado y aplaudido tanto por el público en general como por la crítica especializada (de hecho, hay quienes le han dedicado libros enteros, como Gordon Theisen con su Staying up much too late: Edward Hopper's Nighthawks and the dark side of american psyche, que hace un tiempo que quiero conseguir) y por ese sector tan difícil que es el de los creadores, al punto que músicos, cineastas, escritores y hasta dramaturgos han encontrado en Nighthawks una buena y rica fuente de inspiración. ¡Si hasta hay quienes lo consideran uno de los precursores del film noir! Que claro, le debe el ambiente, ¿no?
Boulevard of the broken dreams - Gottfried Helnwein
Claro que habría que hacer notar otro detalle, y es que Nighthawks probablemente sea uno de los cuadros más imitados y parodiados del mundo. Como la Gioconda o La última cena de Leonardo. ¿Quieren ejemplos? Vale: los tendrán. Quizá uno de los más famosos sea Boulevard of the broken dreams de Helnwein, en el que los personajes de Hopper son reemplazados por algunas figuras de la épica norteamericana contemporánea (Marilyn Monroe, James Dean, Humphrey Boggart y Elvis Presley); en otra versión, son algunos de los personajes de Los Simpsons los que están sentados a la barra; y porque los latinos nunca se quedan atrás, tenemos a Liniers, que ha hecho dos versiones del cuadro: una en la que los "Halcones" han sido reemplazados por pingüinos (Nightpenguins, digamos) y otro en el que vemos a los mismos personajes del original en su versión Liniers, con el agregado de la esposa de uno de ellos que se acerca al local con un rodillo en la mano. ¿Qué les digo? ¡Si hasta hay un blog que se dedica sólo a postear imitaciones y parodias del cuadro de Hopper! (Si no me creen, entren a barthopper.blogspot.com).
Claro que todo esto sólo sirve para atestiguar una cosa: la magnitud de influencias que esta obra maestra de un verdadero genio ha tenido sobre nuestro mundo que, quizá, se parezca más a esos cuadros de lo que nosotros mismos estamos dispuestos a reconocer. Sé que últimamente hemos estado levantando muchas copas, pero creo que esta invocación lo amerita; y como además nunca cae de más otro trago, pues adelante: ¡Salud, halconcillos noctámbulos! ¡Por Hopper!
Claro que no podía faltar lo que viene: una breve selección de algunas imitaciones y parodias divertidas del cuadro de Hopper (desgraciadamente, no pude conseguir la versión con pingüinos que hizo Liniers). La fuente es "¡Toma Hopper!" (barthopper.blogspot.com), el blog que comentaba un poco más arriba. Sólo la última la tome de otro sitio (no recuerdo la dirección). Hay unas muy buenas, la verdad...
Hace no mucho comentábamos el programa radial "Palabra del Perú", en el que se transmitiría una serie de tres entrevistas destinadas a dar vueltas en torno a algunas de las problemáticas del lenguaje y su relación con el conocimiento. Los entrevistados fueron Jorge Iván Pérez Silva (del que ya les hablé un poco), Paola Cépeda y Mario Montalbetti, todos ellos lingüistas y profesores de la Universidad Católica. Bien, pues el gran problema es que la radio es lo que es, y los programas se transmitieron hace ya mucho. Pero, como imagino que no fui el único que se los perdió, y porque existe Internet, aprovecho la ocasión para traer las entrevistas a estos lares. Para más información, pueden acceder a la página de la Academia Peruana de la Lengua, donde están colgadas. Me guardo comentarios y reflexiones, en vistas a que el tiempo juega en mi contra. Que lo disfruten.
¿Por qué decir una segunda palabra al respecto? Pues por un motivo muy sencillo: cuando escribía la nota anterior, comentando el merecidísimo premio Nobel que se ha llevado a casa Mario Vargas Llosa, escribía contra el reloj mientras esperaba que, en cualquier momento, sonara mi celular para que me avisaran que ya habían llegado por mí para ir a tomar un vuelo a Tarapoto. Pero dejar las cosas para después y evitar la fatiga no era una opción: había que decir algo ya. Y, como eso no evita que pueda decir otro algo ahora, pues aquí estoy, escribiendo de nuevo.
Claro que lo básico ya lo dije: lo profundamente emocionado que estoy por la noticia y, al paso, el par de "peros" que había que dejar sobre la mesa, no por ser el aguafiestas de la celebración, sino porque en espacios como este hay que decir las cosas como a uno le parece que tiene que decirlas en el momento en que las escribe. Bien: esta es mi apología, supongo. Pasemos a lo que de verdad importa.
Pese a que los premios no lo son todo, y que la Academia Sueca se ha equivocado muchas veces (la inclusión de nombres como los de Gabriela Mistral y la exclusión de algunos como Tolstoi, Borges, Proust, Joyce o Sábato -que además sigue con vida- es muestra de ello), me sigue apasionando enterarme, año tras año, del nombre del nuevo elegido. El Premio Nóbel de literatura sigue siendo una mención más que honrosa, un aplauso merecido a los hombres que, de un modo u otro, y siempre a través de las palabras, han entrado a formar parte de la vida de todos nosotros. Y, lo voy a volver a decir, ¿acaso no merecía Vargas Llosa un reconociemiento semejante? Más allá de lo que muchos puedan pensar sobre sus pareceres y opiniones públicas, políticas, sociales o literarias, están esos monumentos vivos, que siguen respirando con el mismo vigor de siempre, que son sus novelas. Múltiples, vertiginosas, magníficas, sólidas y, a menudo, adictivas.
Ahora bien: que conste que este es el comentario de alguien que nunca ha sido un fanático de Vargas Llosa. No he leído todas sus obras, y estoy seguro de que moriré sin haber recorrido cada una de sus novelas. Tampoco tengo sus libros en mi lista de cabecera, ni nada. Y, sin embargo, tengo todos estos piropos para echarle. ¿Cuánto vale, entonces, este brindis? Yo me encojo de hombros y dejo caer la ceniza. Sigo tan emocionado como antes, y no bajo la copa (aunque claro que esta vez es una copa simbólica, porque no tengo una a mano).
¿Queda algo que agregar? Supongo que esto: que una de las cosas que a mi, personalmente, más me gustan de la obra de Vargas Llosa es esa forma en que nos invita a vivir la experiencia literaria. Que en sus novelas cobra un grado de totalidad que pocos autores de nuestros tiempos saben manejar con tamaña destreza. En otras palabras, que Vargas Llosa es un recordatorio muy especial, muy suyo, de eso que decía Herder: que el lenguaje está vivo y en constante transformación, tomando parte en nuestras vidas al punto que éstas y aquél son inseparables.
Por supuesto que voy a levantar esta copa: Mario Vargas Llosa acaba de recibir el premio Nóbel de Literatura. ¿Todavía hay que agregar que muy merecidamente? Desgraciadamente, creo que sí, y hay que agregar un par de palabras al respecto. Porque claro: a muchos les va a caer como una bomba esta noticia, y la popularidad de Vargas Llosa es, en muchos entornos, algo muy dudoso. Bien: yo no puedo arreglar disputas, pero sí que puedo dar mi comentario. A ver, pues.
Muchos de los que me conocen van a sorprenderse de lo mucho que me emociona que Vargas Llosa reciba el Nóbel. El motivo es que siempre he tenido un "pero" que ponerle al susodicho, y se los voy a seguir poniendo. Fuera del ámbito literario, muchas de sus posturas y perspectivas me parecen más que cuestionables, pero eso es lo de menos, porque este es un premio literario. Dejemos las cosas, pues, en la literatura.
Creo que Mario Vargas Llosa es un mal cuentista, un mal dramaturgo, un pésimo poeta y un ensayista bastante superficial. Bien, ¿entonces qué? Pues el asunto es muy sencillo: que nadie en este país, ni en muchos otros, podría negar que, más allá de este tipo de asuntos, Vargas Llosa es un genio cuando se trata de entrar al tema novelístico. Si alguien se decidiera a elegir las cinco mejores novelas escritas en el Perú, tengo por seguro que por lo menos tres serían de Vargas Llosa; y si se hiciera lo mismo con las de Latinoamérica, pues su nombre seguiría figurando en el listín. Como novelista, Vargas Llosa es imparable, es goma2, es devastador. Ya lo digo: un genio. Y cualquiera que haya leído La guerra del fin del mundo, La fiesta del chivo o La ciudad y los perros me dará la razón.
Así que, señores, voy a levantar esa copa y a brindar con orgullo por Vargas Llosa. Con muy sentido orgullo, déjenme agregar. Sus novelas se han abierto un lugar enorme en el panorama de la literatura universal tanto como en el de la latinoamericana; y más allá de eso, lo que de verdad importa es que ha escrito unas novelas que, no hay otra forma de decirlo, son de la puta madre.¿Otra copa? Pues vamos, hasta que se acabe la botella.
El único gran problema, ya se imaginarán, va a ser el tener que soportar a los propagandistas (que tienen más de panfleteros que de ninguna otra cosa) del amor a la patria, que cada día son más nacionalsitas e insoportables, y que van a amarrarse a este premio como se amarraron a la Malpartida o a Claudia Llosa para meternos su versión del amor por el Perú hasta por las orejas. ¡Qué asco! Pero olvidémosnos de ellos, al menos por hoy, que tenemos buenos motivos. Y lo diré con todas sus letras, esto que algunos pensaron que yo no diría jamás: "Salud, Vargas Llosa".
A pocos hombres podría carles tan bien el sobrenombre de "the Wizard" ("el Mago") como a Rick Wakeman, un sujeto del que ya no sé si decir que es un músico genial o si, sencillamente, ha hecho un pacto con todos los demonios del Infierno. Porque puede parecer un tipo normal: lo ves andar por la acera, hacer las compras, entrar en un bar y pedir un whiskey... hasta que le pones las teclas al frente. Y no importa si son del sintetizador más de avanzada y vanguardia que a los de Korg o Kurzweil se les haya ocurrido inventar, un piano de cola completa, un clavicordio o el pianito de juguete en el que tus hijos o primos pequeños tocan las canciones de La novicia rebelde: ten por seguro que Wakeman va a arrancarle sonidos que tú jamás imaginaste siquiera.
De su vida podrían recordarse algunas cosas interesantes: que empezó estudiando piano, clarinete y orquestación en el London's Royal College of Music, pero que al final lo expulsaron por su insistencia en irse a tocar en vivo en los bares de la zona; o que uno de sus primeros grandes pasos en la carrera musical fue participar en la grabación de los discos Space Oddity y Hunky Dory, de David Bowie. Porque lo que sigue es recordar lo que ya todos sabemos: que entró a formar parte de las filas de Yes, la legendaria banda de rock progresivo, en 1971, tomando el lugar de Tony Kaye frente a las teclas (se cuenta que, en esas primeras grabaciones, el muy cabrón se ponía de pie entre dos Moogs, un Hammond B3, dos pianos y un harpicordio... ¡UN HARPICORDIO!).
Con la muchachada de Yes, Wakeman grabó unos cuantos discos, pero eso no detuvo sus proyectos en solitario: desde sonidos extraños como los de White Rock hasta las magistrales, megacorálicas y preciosísimas melodías de otros discos como The six wives of Henry VIII (de este disco, recomiendo especialmente Catherine Howard y Catherine o Aragon), el del Rey Arturo o, por supuesto, esa pieza maestra que fue Journey to the Centre of the Earth. Para entonces, ya se había hecho a su moda particular: vestido de toga larga, normalmente blanca, y destruyendo las teclas de los ocho o diez teclados que se ponía enfrente. Ah, y claro: con los ojos a medio cerrar o cerrados, porque sufre de un tic en los párpados.
Creo que, a estas alturas, ya ha quedado en claro que lo que siento por este hombre es una admiración sin límites. Y no es de extrañar: Rick Wakeman representa al genio musical total, ya sea que le pongas un piano o una partitura en blanco al frente. ¿Quieren una imágen un poco más clara? Bueno, imaginen a Bach en pleno siglo XX o XXI, armado no de uno sino de diez sintetizadores. Por ahí va la idea.
Pero dejemos las palabras, mejor, y pasemos a lo que de verdad importa en estos momentos: la música. El video que les dejo es un solo que Wakeman salió a hacer durante un concierto con Yes. Es sólo una introducción: a ustedes, mis queridos lectores, les dejo la tarea de pasear por el universo mágico y sin embargo preciso que ha construido este arquitecto de los sonidos. Con una copa en alto.
"O en las páginas", si quieren un subtítulo. Porque ya lo he afirmado alguna vez: que creo que hay muchos caminos para llegar a Roma (o a cualquier otra parte), y no creo que sea injusto leer en cada expresión humana un fragmento de esta historia de la que veníamos hablando al cierre del mes pasado. La nada, dijimos, llegó a puerto y se coló en el pensamiento para romperlo todo y abrir un nuevo marco de reflexión y análisis; pero eso no fue todo. La nada ha vivido en las expresiones arísticas desde hace mucho; y, con la llegada del siglo XX, esto se hizo especialmente notorio, manifestándose de muchas formas que, a las finales, dejaban un sinsabor que de alguna extraña manera era maravilloso.
En ese sentido, la obra de muchos autores se convirtió en la reflexión del hombre, no frente, sino metido hasta la nuca en esta nueva consciencia de lo que era para él la realidad. Que había cambiado del todo, claro. La "enfermedad del hombre contemporáneo" ya había incubado lo suficiente como para empezar a manifestarse con toda su crudeza.
En ese sentido es que muchos han leído, por ejemplo, la obra de Henry Miller. Porque claro: los malabares y los pedos, el sexo, las borracheras, el tanto andar de un lado al otro sin un puerto fijo (aunque con la profunda inquietud, el secreto deseo de llegar a él) son una buena forma de entender novelas como Trópico de Cáncer. O, si prefieren verlo con un ejemplo más claro, tenemos a Lawrence Durrell: un autor en cuyas novelas los personajes andan siempre a la caza de un lenguaje que permita la verdadera comunión (es decir, algo que esté más allá de la mera comunicación). La creación, el viaje, sobre todo el sexo, se convierten en formas de tratar de acercarse cada cual a sí mismo y a los otros que, sin embargo, termina en un choque contra la pared: nadie puede conocerse, y en el fondo existe solamente una nada profunda en el pecho a la que abrazarse con melancolía. (Todos esos desencuentros en El cuarteto de Alejandría, por ejemplo).
Otro buen ejemplo de lo que digo es Jorge Eduardo Eielson, con cuyos versos hemos abierto este mes. En él, hay un constante deseo, una voluntad, que busca la unión, el diálogo, la comunidad... y que sin embargo de rompe con un chasquido silencioso y devastador. Pienso en esos versos que hablan del muchacho que se desnuda, la muchacha que se desnuda y que, al final, terminan en un "el muchacho y la muchacha estornudan". Pienso, también, en todos esos poemas que proyectan un recorrido por las calles devastadas, vacías, de una Roma que, estando viva, sólo es habitada por silencios.
Claro que hubo muchos otros para los que la nada significó un motivo para llamar a una nueva forma de comunidad. En el Perú tenemos a un poeta como Juan Gonzalo Rose, que, sin abandonar una lucidez autocrítica impresionante ni un buen sentido estético, soñó con una comunidad de hombres que pudiesen reconocer en el silencio un lenguaje común, sobre el cual fundarían las palabras, las campanadas y las canciones. En otras palabras, que hay más de una forma de reaccionar ante la llegada de la nada: todo es cuestión de carácter, supongo. En todo caso, creo que podemos agradecerle el mar de obras de arte (no sólo literarias) que los hombres (esos humanos demasiado humanos) han cosechado sobre su parcela del abandono, antes de pasarse al bar más cercano a compartir el desencuentro y un par de jarras de cerveza.
Y llegamos, una vez más, al mes de octubre. Mes en el que la primavera, supuestamente, ya ha empezado hace un buen tiempo, aunque aquí en Lima sólo tengamos el cielo gris, con uno que otro guiño de sol, y campañas políticas por todas partes (malditas sean las elecciones y el Cristo que las fundó, parafraseando a Sabina). En fin, que para dar el primer buen paso (con el pie izquierdo, dirían algunos) no está de más traer a brillar por aquí unos versos del siempre preciso y magistral Jorge Eduardo Eielson, ese poeta que supo hacer de la melancolía un buen sorbo del más amargo sentido del humor (¿cómo puede doler tanto una sonrisa?). Y a ver hacia dónde vamos tirando.
Albergo del Sole I
Jorge Eduardo Eielson
dime
¿tú no temes a la muerte
cuando te lavas los dientes
cuando sonríes
es posible que no llores
cuando respiras
no te duele el corazón
cuando amanece?
¿en dónde está tu cuerpo
cuando comes
hacia dónde vuela todo
cuando duermes
dejando en una sillla
tan sólo una camisa
un pantalón encendido
y un callejón de ceniza
de la cocina a la nada?
En la foto, cómo no, el autor de los versos: Jorge Eduardo Eielson.
(Lima, 12-5-88) Escritor y periodista. Estudiante de la carrera de Literatura en la Universidad Católica del Perú. Autor de artículos y reseñas publicadas en diversas revistas e internet. Pasando a lo personal, digamos solamente que prefiero un par de copas a la eternidad de cualquier paraíso. Con eso basta. Contacto directo y personal: santiagobull@gmail.com