¿Cómo hacer hacer notar al mundo entero la belleza que pueden guardar un callejón sucio y lleno de ratas, un mercado lleno de gente, los pasillos de una prisión en la que agoniza un hombre? Sacar a relucir las heridas para hacer de lo sórdido algo bello no parece una tarea demasiado sencilla. Y, si pensamos cuánto de sórdido guarda lo cotidiano, las cosas parecen pasar a hundirse en un tornado de dudas.
Pero ya se sabe: hay escritores y artistas a los que les gusta cazar en territorios difíciles, y la lista de los que han acarreado con esta labor es muy larga. ¿La exigencia del caso? Buena vista, un tipo muy especial de sensibilidad, estómago y páncreas de acero, consciencia crítica (y autocrítica) y buena letra. Y si, como decíamos, la lista es bastante larga, quiero llamar la atención sobre unos pocos nombres, con semejanzas y diferencias entre sí, sobre los que he estado pensando mucho estas últimas horas, sin ningún motivo en especial.
¿Dónde empieza la historia de esta forma de mirar? Quizá esta pregunta sea la mejor forma de hablar del primero de estos autores, porque puede que se trate del primero de la lista: Petronio. Es verdad que, antes de su llegada, ya había otros que asfaltaron el camino (Catulo, Propercio, Ovidio...), pero la sensibilidad de Petronio fue, definitivamente, una novedad literaria. Y su texto, leído en nuestros días tan lejanos a la Roma de Nerón, sigue siendo novedoso, una torre perdida entre la bruma de los siglos de cuyos fragmentos tenemos demasiado que aprender. El Satiricón que nos ha legado es, más allá de sus apariencias, una obra complejísima, capaz de lecturas infinitas (una de las mejores es, sin duda, la de Fellini, que se tradujo en su espectacular adaptación cinematográfica de la novela). Más allá de los caracteres técnicos que suda el libro, me interesa hacer notar la forma en que Petronio deforma la realidad con su mirada, atinada para lo grotesco, pero fiel a la estética. Deformar la realidad para hacer un retrato fiel de la misma es tarea que pocos pueden hacer con tanta precisión, talento y equilibrio como la que demuestra el Satiricón. En este sentido, creo que es justo afirmar (como lo he hecho antes) que Henry Miller es el escritor del siglo XX que más cerca está de Petronio.
Pienso, también, en un escritor muy distinto, y que sin embargo supo hacer las cosas muy bien: Camilo José Cela. Con el paso de los años, parece tener cada vez menos lectores, y sin embargo sus páginas siguen tan vivas como lo estuvieron siempre. Los retratos que el autor ha pintado con tanta destreza verbal en La colmena son, definitivamente, de las mejores formas de captar la magia urbana, de los hombres que vagan desgarrados por la tragedia silenciosa de la existencia. La guerra civil que se esconde detrás de sus páginas sucedió hace ya muchos años, y sin embargo La colmena sigue siendo una novela en la que todos nosotros podemos reconocer nuestro rostro. Y esto sin mencionar otras obras de Cela, como su célebre Pascual Duarte, donde la condición humana es retratada con un acierto que nos hace temblar en lo más profundo.
Un nombre que no puede quedar fuera de este breve memorandum es el de Pier Paolo Pasolini. Pensar en él es pensar en magia y torturas al mismo tiempo, en un desfile de contradicciones que cobran sentido enseguida, precisamente por el hecho de ser contradicciones. Es decir, ¿cómo concebir que el hombre que hizo películas como Mamma Roma, Teorema o, peor aún, Saló o le centovente giornate di Sodoma fuese, también, autor de la Trilogía de la vida? Las escenas más desgarradoras de su repertorio, sin embargo, han sido tan cuidadas y tan bien preparadas que el efecto es devastador. Cada una de sus tomas, cada una de sus palabras, es una reflexión sobre la condición humana, que en él adquirían una intensidad sin límites. Amó las calles y cada uno de los rostros que la poblaban, aunque las percibía como una pesadilla, y supo traducirlas en verdadero arte, con o sin miradas que la distorsionasen.
Dejo aquí el repaso. Que no se me tome a mal: ya les digo que hay una infinidad de nombres que han quedado sin mención, pero hay que dar con un punto final tarde o temprano. Sea como fuere, creo que nunca está de más que las buenas obras de arte nos den algo. No una enseñanza, ni algo que debamos asumir como una verdad, sino más bien una pregunta, una duda, algo que nos incomode y nos fuerce a cuestionarnos. Hay miles de caminos para llegar a esta Roma, y la literatura de la que hablo en esta nota es uno muy digno. Al fin y al cabo, nos guste o no, estamos vivos, y algo hay que hacer con esa maravillosa y terrible realidad.
Fuente de la imágen: Revista Axolotl (revistaaxolotl.com.ar). El nombre de su autor es Emanuel Gómez.