lunes, 30 de noviembre de 2009

Entrevista a Dámaso Alonso


Fue un descubrimiento reciente en mi vida, pero de los más felices (y profundos) que he tenido en los últimos tiempos. Dámaso Alonso, poeta de la juventud primero, de la vejez y la posguerra después. Y, como poeta, encarnación de un testimonio agónico, existencial y constante, armado de una voz desgarradora y marcadamente analítica, lo que no le impide poseer un estilo magnífico, de los mejores de cuantos han conocido los versos de la lengua hispana. De hecho, hace poco escribí un ensayo, un estudio de la obra poética de Alonso en ese genial poemario que es arte desde el título, Hijos de la Ira, a la luz de las filosofías de Heidegger, Sartre y Gramsci.
Este poemario (del que tendría que recordar versos tan increíbles como los que conforman Insomnio o En el día de los difuntos) encarna, como la Colmena de Cela, a la España de posguerra, raquítica de esperanzas, traumatizada por la matanza. Pero Alonso es algo más que estos versos: es una figura y un paradigma, un modelo de poesía que parece romper con todas las tradiciones, pero alimentándose de ellas. En esta ocasión, quiero dejarles una parte de la entrevista que le hizo Joaquín Soler Serrano para el programa "A Fondo", allá por el año 1978. Las partes restantes están en Youtube; yo voy a colgar las dos primeras.
Seguramente no pasará mucho tiempo antes de que vuelva a escribir algo sobre la obra de este maestro. Invito, pues, al pasar, a todos a sumergirse en sus versos. Sos duros, pero extraordinarios.




Recorrido Musical

Mi queridísimo, mi amado guitarrín de cuatro birras y media, mi tocayazo Santi Guillén (responsable del blog "Yabo Torbo") ha editado un video que lleva por título Una historia a través del Tiempo, el Espacio y la Música, en el que recopila grabaciones de tocadas y guitarreadas a lo largo y ancho de sus viajes. Y yo, que soy todo un caballero, se lo quiero poner aquí, en el Café de los desencontrados. Tiene cosillas muy interesantes, y más de un recuerdo emotivo para mí (yo mismo aparezco un par de veces en el video, en una ocasión practicando un tango que todavía estaba aprendiendo a tocar). En fin, mi buen Santi, bueno como buen Guillén de España, que esta va por tí, con un fuerte abrazo.


domingo, 29 de noviembre de 2009

Matanza


"Matanza" es una palabra muy grande: la cadencia del su sola pronunciación basta para generar ese leve escalofrío que, en algunos, incita a la más ansiosa curiosidad. Una palabra, en fin, que no sólo lleva nuestra historia atada al título de cada uno de sus capítulos, sino que además ha ido repitiéndose a lo largo de las páginas de la literatura como un sello de cruda lucidez y, a la vez, de ambición.
Imaginemos una novela poblada por personajes inciertos. En el primer capítulo, un grupo de niños tira piedras a las lagartijas y, cuando al fin logran darle a una y la matan, forman un círculo alrededor del cuerpo inerte del reptil y van tanteándolo con palitos, pinchándole los ojos y forzando su garganta hasta abrirla del todo; y todo esto entre risas y bromas. En el segundo capítulo, un anciano general de allá por los inicios del siglo XX rememora los fusilamientos que ordenó con una mezcla de congoja, culpa y placer; sintiéndose incómodo de repente, se levanta de su viejo sofá, enciende su pipa y marcha hacia la puerta que lleva de la sala a la terraza: allí, se detiene debajo del techo y observa a la calle, donde llueve sin parar. Sin saber qué lo empuja, sale al chaparrón y camina como perdido por el jardín fangoso, hasta que resbala y cae; ya en el suelo, siente que algo se le aproxima, un montón de presencias que lo llenan de un pavor extraño, resignado y quedo, frente al cual se descubre a sí mismo tranquilo. Cerrando los ojos, comprende que él mismo está condenado: picos o fauces (manos, al fin y al cabo) desgarran su cuerpo. En un tercer, cuarto o quinto capítulo, un hombre atormentado por las deudas va caminando como perdido por las calles, hundido en reflexiones tortuosas y sin salida. Finalmente, al llegar a su departamento, se encuentra con que su familia le espera para cenar; él, con una sonrisa tímida e insegura, se sienta a la mesa y, en el momento de la oración, coge el cuchillo que está sobre la mesa, al lado de su plato: lo que sigue es imaginable.
Pueden seguirse agregando capítulos y capítulos: la matanza es, en sí misma, género, personaje y argumento. Pienso en grandes momentos de la literatura: el genocidio en la plaza en Cien años de soledad, la lenta y silenciosa peste hacia el final de La muerte en Venecia, el desenlace fatal de las tragedias de Sófocles y de Shakespeare, la sombra que pesa y se mantiene constante a lo largo de El muro de Sartre, el asesinato de los recién nacidos ordenado por Herodes en el Nuevo Testamento. O, en el cine, escenas tan crudas como la del fusilamiento de los inocentes en La boca del lobo, de Francisco Lombardi. En todos los casos, la matanza parece tener voz y vida propias: sangre real corre por sus venas.
¿Una estética de la matanza? Quizá. El mayor de los ejemplos imaginables, el paradigma del género, sin duda tendría que ser el Decamerón de Boccaccio: no en sus cuentos, sino precisamente en la introducción, una de las tantas joyas que encierra ese libro, y una de las reflexiones en torno a la condición humana más acertadas que se han escrito. La peste, los muertos abandonados en las calles o en sus casas, el miedo. Pero, me dirán, eso no es matanza, es epidemia. Y, sin embargo, ¿qué es la epidemia sino otra forma de matanza? En manos de Dios, si quieren, pero lo cierto es que hay un exterminio; en el caso de este libro en particular, un exterminio que se hace necesario para levantar la novela entera, al hacerse necesario un contrapeso en la balanza para construir la armonía en los espíritus de los personajes: de ahí los cuentos y las canciones, la picardía, el humor, el erotismo. El impulso vital contra el imperio de la muerte, que es insaciable. En cada uno de sus momentos y palabras, el Decamerón, ese palacio literario megaestructurado e infinito, no es sino una enorme novela de la matanza.
Hablo, entonces, de un tema real y profundo, existencial y constante, que nunca dejará de presentársenos como un motivo de reflexión y aún de preocupación. Quién sabe, a lo mejor y podemos decir, como Schopenhauer, que estamos abandonados en un mundo gobernado por una Voluntad propia pero irracional, que no busca más que la vida a través del sacrificio de los individuos que lo habitan, condenándolos al sufrimiento a través de su representación como voluntad (suma de necesidades) en cada uno de ellos, siendo su única esperanza (curiosa ironía) la aniquilación de la especie, una nueva matanza.
Llegado a este punto, ¿hablo de literatura o de nuestra propia vida? Quién sabe: a lo mejor, la verdadera pregunta sería: ¿Existe una diferencia real entre ambas?



Un rápido (pero muy sentido) brindis por Enrique Ponce


Grande entre grandes; definitivamente, un Artista (nótese la mayúscula) de la tauromaquia. Pese a los toros flojos, la tarde taurina de Acho ha estado buena, y especialmente gracias a la buena performance de los toreros, que realmente han sido de lo mejor: a Castella le tocaron los peores toros, y sin embargo demostró que tiene mucho que ofrecer; Manzanares, un maestro, se metió a todo el público en el bolsillo. Pero si lleno mi vaso y lo tomo a seco, es por Enrique Ponce, que se ganó la tarde como el mejor (según mi humilde parecer de aficionado). Y, de hecho, es la primera vez que comento sobre toros vía blog, aunque quizá habría que hacerlo más seguido.
Bueno, pues, repasemos la faena de Ponce esta tarde en Acho: unas verónicas y medias verónicas alargadas y como en cámara lenta, unos muletazos "de la hostia", de verdad que cojonudos, y un toro que parecía de verdad hipnotizado. Y todo esto con una gracia... Claro, sin palabras. Hubo un momento entre los muletazos en que recordé, de súbito, a Paco Ojeda (precisamente estuve viendo una corrida de Ojeda, ese torero sencillamente demasiado bueno para ser humano, en dvd unas horas antes de ir a la plaza). Y, cómo no, se lo llevaron a la salida cargado en hombros junto a Manzanares, entre las voces que gritaban "¡Torero!".
En fin, maestro Ponce, a tu salud, y olé.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Feria del Libro Ricardo Palma - 2009

Y se nos viene, una vez más, la famosa feria del libro Ricardo Palma, que por una vez no va a poder realizarse en el Parque Kennedy (esto se me va a hacer muy extraño... y claro, incomodoa todo el circuito, ¿no? Porque el lugar de siempre es de lo más accesible, y demás, pero esto es llegar tarde a una pelea vieja.

El diagnóstico de la humanidad


jueves, 26 de noviembre de 2009

Sobre la lectura (cotidiana) de la Biblia


Más de una vez me pasó que iba muy tranquilo en el bus leyendo alguno de mis pasajes favoritos de la Biblia cuando de pronto notaba alguna reacción en alguno de los que viajaban conmigo (revueltos, según la usanza limeña, o no): las más de las veces recibía miradas indiferentes, pero también me tocaron los jóvenes con aire de punkekes o de poetas renegados (el aire, que no sé si escribirían versos, ya que he conocido a muchos que no lo hacen) que me echaban una mirada burlona, como preguntándose quién en su sano juicio lee un libro como ese, si es que no es un religioso acérrimo (que, y muchos lo saben muy bien, no soy ni en lo más mínimo, sino todo lo contrario), caso en el que hay aún más motivos de risa. Otra reacción es la de los que te miran con los ojos muy grandes y brillando de furor religioso y que hasta son capaces de acercarse a uno para decir que Jesucristo es lo máximo y está vivo y toda esa suerte de tonterías (como si valieran más para mí que la narración de la expulsión del paraíso, la destrucción de Sodoma o, peor aún, un solo verso del Apocalipsis de San Juan, que es de mi top 10 de libros favoritos). Y todo esto por un librito, miren ustedes... y lo que significa, claro está. Pero oigan, ¿es que se creen que todos los que leen la Biblia son cristianos?
Lo cierto es que yo soy un fanático de la Biblia. Algunos de sus pasajes son un sincero bodrio; pero otras, las más grandes, son narraciones espectaculares; o, en todo caso, ejemplos de la poesía más elevada (muchos de los Salmos y epístolas de Juan, digamos). En el Antiguo Testamento (que supera, como conjunto, por mucho al Nuevo) hay algunas de las historias más facinantes de la literatura entera, y no pocas veces de lo más sanguinarias, dicho sea de paso.
Ahora bien, ¿no resultan de lo más graciosos todos esos padres de familia que envían a sus hijos a leer la Biblia, pensando que es una lectura sana? Mucho cuidado con esto: por las páginas de la Biblia corre mucha más sangre que en una película de Tarantino, y las historias a menudo son más sórdidas que una novela de Elfriede Jelinek. Por mí está muy bien: esta maravilla de libro fue una de mis primeras y más sentidas lecturas de mi infancia, y lo agradezco de todo corazón. Ayuda a comprender que en el mundo (y en la literatura) hay mucho más que tigres que cuidan a sus amigos osos cuando están enfermos, o sapos que van a comprar helados.
En fin, que la Biblia, definitivamente, no es una lectura de la que haya que avergonzarse; más bien todo lo contrario: personajes vívidos, lenguaje poético, narraciones fantásticas, exelentes ejemplos de retórica, historias épicas, asesinatos, pecado, dioses malignos y bondadosos... nada aburrido, no señor. Ya que sigue con vida (porque se supone que es inmortal), ¿cómo es que a nadie se le ha ocurrido darle en Nóbel de Literatura al Espíritu Santo? Porque se supone que él dictó (o inspiró) todos los libros, ¿no?

martes, 24 de noviembre de 2009

¿Los riesgos de la pornografía?


Los responsables de la red "Religión en Libertad" andan preocupados: temen que la creciente ola de páginas pornográficas que se van asentando en la internet tengan efectos nocivos sobre la gente, tal y como nos lo hace saber Jorge E. Mújica en su artículo Los dañinos efectos de la pornografía (para leer el artículo, puedes entrar a http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=5581). Ante todo, sin embargo, creo que habría que felicitar a los de la agrupación que dirige la red y a Mújica: es la primera vez que leo un artículo publicado por religiosos que no se lanza enseguida a in-argumentos tales como "la dignidad del hombre ante los ojos de Dios" o semejantes. Dejado esto en claro, paso a comentar.
Lo que escandaliza a este grupo, de arranque, es que "
Un estudio de Optenet refiere que el 35% de las páginas web existentes, al menos hasta diciembre de 2008, son pornográficas. Un artículo publicado en la versión digital de Diario Uno, Argentina, reportaba 95,6 millones de páginas web dedicadas a la pornografía (cf. Cibersexo en 95,6 millones de páginas web, 01.09.2009)". Algunos nos sentiríamos un poco orgullosos de la humanidad... pero bueno, ese es otro asunto. Vuelvo a citar, mejor, para ir aclarando cuales son sus preocupaciones finales: "La facilidad para acceder a portales con esos contenidos supera la mera consideración teórica de cuestiones éticas; al constatar las consecuencias emocionales, psicológicas, físicas y relacionales de quienes caen en las redes de la pornografía, no se puede permanecer indiferente. Esto se acentúa todavía más en el caso concreto del ambiente familiar, y todo lo que ese ambiente supone y representa". Pero todo esto está muy bien, me dirá más de uno... excepto por un pequeño detalle: la presupuesta fatalidad con que escriben todo esto.
No voy a negarlo: he dedicado muchos de mis años a estudiar la pornografía, leyendo artículos y debates o entrando directamente a las fuentes, para saber qué peces son los que se agitan en la laguna; y sí, es cierto que la pornografía puede llegar a causar adicción, puede afectar los comportamientos relacionales y puede tener efectos emocionales o psicológicos sobre la gente... pero precisamente allí se encuentra el quid de la cuestión: en ese ínfimo pero muy claro "puede". Los efectos de este tipo son siempre una posibilidad, no una condición inesquivable. Así, todas las conclusiones de Manning y de J. Flynn que citan en su artículo requieren un segundo vistazo, bajo otras luces. ¿La pornografía puede afectar sobre el comportamiento para con las mujeres, distorsionar la visión sobre sexualidad y emociones, dificultar las relaciones interpersonales y sobre todo de pareja o disminuir el deseo de la gente por casarse y formar familia? No sé si la pornografía baste por sí misma para tanto... La gente necesita responder a cierto llamado íntimo por el placer; la sociedad, entretanto, se opone a ello: es la lucha de intereses individuales y colectivos (instinto erótico vs. realidad represiva) de la que hablaba Marcuse, siguiendo la línea de Freud. Pero todos estos "aumentos de riesgo" de los que hablan Flynn y Manning, ¿son un efecto directo del mero consumo de pornografía, o lo son del concepto valorativo que ha construído la sociedad de este consumo? Como bien lo decía Marcuse (y ejemplificaba Pasolini en más de una de sus películas), "la efectiva subyugación de los instintos a los controles represivos es impuesta no por la naturaleza, sino por el hombre."
Pasando de este punto, y volviendo a preguntarnos acerca del verdadero elemento de "riesgo" de todo este asunto del consumo de pornografía, creo que habría que señalar una cuestión: Jorge E. Mújica no hace más que señalar la importancia de que las páginas web o los gobiernos de lso estados ejerzan un mayor control para regular o anular el consumo de pornografía, pero... ¿es realmente a ellos a los que les toca este papel? La cura no está en hacer desaparecer todas las páginas pornográficas de internet: tienen un rol que cumplir allí, y además hay muchas que están muy bien. No: la responsabilidad acerca de en qué tan "riesgoso" pueda convertirse algo tan inocente como pasearse por la web echando una ojeada sobre cuerpos desnudos y escenas sexuales de cualquier género recae, principalmente, sobre la formación directa, en manos de la familia. El niño, de todos modos, va a salir en un momento determinado a la calle, donde le esperan muchas otras cosas que no son pornografía: puede consumir o no consumir (es lo de menos); lo importante es que de cómo sea esta formación va a depender el cómo canalice este consumo. No será lo único, pero es lo primero (no en vano es la primera relación interpersonal que realizan las personas); luego, todo es un ir construyendo y deconstruyendo. La pornografía, en este sentido, no carga culpas.
Además, y disculpen que recaiga sobre la idea, no puedo imaginar nada más terrible que un mundo del que se haya barrido la pornografía por la fuerza de los motivos morales. La moral poco entiende sobre la vida. Lo mejor que se puede hacer, mis queridos padres de familia consternados y preocupados, es dar una buena formación a los muchachines; así, cuando se sienten a recorrer los barrios rojos de la internet, no tendrán por qué sufrir ninguno de estos efectos que nuestra usanza social ha convenido en llamar "males". Siguiendo esta línea, ¿no es mucho más "dañina" la intolerancia de Ratzinger por los ateos, más generadora de "riesgos" la violencia familiar, mucho más "pornográficas" las campañas antitabaquistas que llenan los paquetes de cigarrillos de fotos de tumores y que convierten los techos de las salas de fumadores en tumbas abiertas desde el otro lado de las cuales un sacerdote da la extremaunción (esto no es exageración: la imágen en cuestión se encuentra en el techo de la sala para fumadores del aeropuerto de Berlín)? Habría que pensarse las cosas un par de veces, creo yo.

El supuesto Frankie Wilde



Debo a cierto personaje (conocido como Jorge Chavez) no sólo el gusto por ciertos géneros de música electrónica (que tienen mucho, pero mucho de bueno), sino también el que haya llegado a mi conocimiento esta película. It's all gone Pete Tong, concebida como una mezcla entre el filme documental y el biográfico, narra la historia (supuestamente real) de Frankie Wilde, un DJ que pasa sus noches mezclando música en Ibiza; lo consideran un genio, y está trabajando en un nuevo disco, cuando de pronto... se queda sordo. El argumento, claro está, vuelve a este tópico (que acaso fue fundado, para la fama, por Beethoven) del genio lisiado; lo importante, sin embargo, es que se trata de un peliculón, que yo ya me he dado el gusto de ver unas cinco o seis veces, y que nunca me canso de repetir.
Arriba les he dejado el trailer, a ver quién se anima a darle una hojeada. Y que sea hasta pronto.

lunes, 23 de noviembre de 2009

La retrospectiva de Szyszlo


Fuerza y lucidez: esas podrían ser la bandera de Szyszlo. Una obra llena de vueltas y órdenes secretos que logra, siempre, generar una poderosa primera impresión es el resultado de treinta y cinco años de ardua labor creativa, que ahora se celebran en la galería Forum (Larco 1150, en el sótano, lugar preferido de muchas artes), y que han significado un recorrido por el amplio panorama histórico e intelectual no sólo del mundo, sino también del Perú.
Un giro mitológico que recoge los elementos de las más remotas simbologías ("arquetipos", diría Jung) es lo que nos aguarda siempre del otro lado de los lienzos; y, por si fuera poco, una presencia radical y absoluta, muy personal, de un artista que sabe ordenar sus elementos como en un rompecabezas que hay que mirar muy fijamente. Si no está de más decirlo, confieso que Fernando de Szyszlo es uno de los peruanos a los que más me gustaría entrevistar alguna vez. Me serviría, entre otras cosas, para entrar en contacto con una de las mayores mentes del arte de nuestros tiempos, un intelectual absoluto y de intereses universales al nada parece bastarle. Muchos lo han acusado de repetirse; pero basta con un vistazo más atento de sus cuadros y esculturas para notar dónde radican las pequeñas grandes diferencias, el esqueleto secreto de su propia maduración como artista. Y, cabe agregar, su extraña y precisa definición de la pintura me sigue pareciendo de las más geniales de las que se guarda registro: "el homicidio de un sueño".
No hace falta decirlo: hablamos de un Artista con A mayúscula. Esta misma noche me he dado el placer de caminar por entre sus lienzos, rodeado de soles negros y siluetas tachadas por la ausencia de colores: la retrospectiva de Szyszlo realmente merece un largo y atento vistazo, y el que se encuentre en el corazón de Miraflores no es sino poner la invitación en el bolsillo de todo el mundo. Realmente merece la pena el paseo (a ver si, de paso, poblamos un poco más nuestras galerías, que parecen quedar abandonadas una vez que ha pasado el día de la inauguración), y, si les puedo prometer algo, es que van a salir sintiendo que han aprendido algo nuevo, no sé muy bien qué cosa, pero algo.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Bob Fosse - "All that Jazz"


Jamás estarán libres los géneros de sus detractores, eso lo tenemos todos bien claro; y, sin embargo, creo que nunca he visto un género con tantos enemigos (y hablo de enemigos acérrimos, fervorosos) como los musicales. Yo, por lo menos, he conocido a cualquier cantidad de personas que odian los musicales desde lo más hondo de su corazón. Para mí, es sólo una forma más de expresión, donde la música y la danza cobran un nuevo significado que, por lo general, no es literal, sino más bien a menudo lúdico (en el sentido de que busca entretener) o simbólico. Y de todos modos, creo que ni siquiera esos a los que la sola mención de Broadway les provoca arcadas pueden negar el indiscutible talento, el genio, de Bob Fosse, el Maestro con M mayúscula del género. A su vasta autoría pertenecen clásicos como Chicago o Cabaret; pero hoy yo quiero comentar otra de sus obras, la que yo considero su indiscutible obra maestra: All that jazz.
Hablar de esta película, claro está, requiere llamar la atención sobre dos o tres elementos fascinantes de los que hace gala. Y es que All that jazz es, si no el primero, al menos el mejor realizado de lo que podríamos llamar los "musicales psicológicos". Porque en esta película la gente no arranca a cantar de un segundo a otro por las calles, mientras un montón de desconocidos lo rodean bailando una coreografía que aparentemente saben por instinto mientras la música suena de niinguna parte (digo todo esto porque son, precisamente, los elementos que suelen censurar los enemigos de los musicales), sino que todas las escenas de este tipo suceden en otros planos: el real, que está excusado por una academia de baile, y el mental, que se da dentro de la "mente" del protagonista, una suerte de álter ego del mismo Fosse. Siguiendo esta línea, la película está inspirada en el Otto e mezzo de Fellini, y, como en ella, se mezclan en un solo plano el pasado, el presente, lo autobiográfico, lo simbólico, lo onírico y lo fantástico (y, como ya lo comentábamos hace unos meses, el heredero de Bob Fosse, Rob Marshal, está a punto de estrenar Nine, una suerte de remake de Otto e mezzo musicalizado). De la otra mano, ofrece toda una larga reflexión sobre la creación artística, y aún sobre la existencia misma.
Una obra, en fin, que merece ser vista. Yo, por mi lado, la tengo entre mis preferidas, y no me canso se volver a ella. Ya que andamos en éstas, les dejo el trailer, y la invitación a conocer algo que es, más que una joya, un tesoro.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Una vieja entrevista a Tola


Hace unos meses publiqué una entrada sobre mi muy querido Tola, ese genio que no hace más que "escurrir el bulto" de todas las etiquetas; la titulé Los infiernos vivos de Tola y, ahora, me encuentro con una entrevista realizada hace tres años al pintor, precisamente en la época en que presentaba sus Hombres que no bajaron al Infierno en la galería Lucía de la Puente, y no puedo evitar ni la admiración ni la sonrisa: su sello de laconismo, escepticismo y humor (sutil, fino y algo grotesco, en el mejor sentido de la palabra) es sencillamente irresistible. ¿Algo más que decir? Sobre Tola y su obra es difícil expresarse con palabras... pero nunca dejaré de agradecerle ese extraño vínculo de cariño que ha aceptado mantener conmigo. Paso, pues, a copiar la entrevista:

¿Estamos condenados al infierno?

El infierno es un paraíso inverso. Es un estado de ánimo, un estado alterado de la mente, y aquellos que no bajaron se pierden ese infierno por uno terrestre.


¿Su pintura es hecha desde allí?
De regreso del infierno. Las experiencias que tengo las acomodo en mi cerebro. Lo jodido se presenta cuando uno regresa y no puede acomodarlas.


¿Ya superó su infierno?

No, estoy haciendo una revisión extensa de mis vivencias personales, de las situaciones en las que he estado.

¿Qué reflexiones ha elaborado? Lo que he encontrado está en mis cuadros. Verbalmente, no te lo podría expresar. Son vivencias pictóricas.

¿Ha regresado a lo figurativo?
Sí. Mi obra anterior era más fraccionada. Ahora construyo personajes completos, más nítidos.

¿Ha dejado su etapa atormentada? No sé. Vivir atormentado es una cosa muy subjetiva, que no responde a definiciones clásicas.

¿Qué pinturas lo han impactado?
Cada pintor tiene uno o dos cuadros importantes; los demás son de tercera. Leonardo tiene La Monalisa y La virgen de las rocas. Picasso no tiene ninguno, quizás Las señoritas de Avignon.


¿Ya encontró su obra maestra?
No, hombre, ni pienso encontrarla.

¿Por qué?
Porque sería terminar con uno mismo. El día que la encuentre estaré muerto como pintor.

¿Conserva siempre su ser ermitaño?

Sí. Vivo encerrado, no me interesa el exterior. Afuera solo hay agresividad, vulgaridad. Culturalmente no hay nada que me estimule. Para mí es lo mismo tener mi taller acá o en Hong Kong. Mi lugar es el taller, no me importa en dónde esté. Yo pinto y se acabó.

¿Es un pintor instintivo?
No, creativo. El instinto es secundario. La creatividad es la que te lleva a plasmar una obra.

¿Cuál es el arte supremo?
La pintura. El efecto de la pintura es inmediato, sin proceso intermedio de asimilación, como sucede con la música o la poesía.


Sé que escribe. ¿Qué encuentra en la literatura que no halla en la pintura?
La escritura en mí es secundaria. Escribo con imágenes. He terminado la novela El pez de oro. Si uno está capacitado en un tipo de creación, puede aplicarlo a cualquier arte.

¿Qué pintores lo han marcado?
Más cuadros que pintores. El quinto sello, de El Greco, y algunos de Picasso. Ahora me atraen los outsiders.

¿El Perú tiene artistas notables?

Con tal de que sean artistas, está bien. Todos somos importantes. Prefiero un artista malo que un empleado.


¿El Perú está lleno de artistas malos?

Sí, hay mucho pintor malo.

¿Hay alguno bueno?
Sí.

¿Quién?
Esas cosas no se dicen.

Carlos Germán Belli, premio Southern 2009


Una copa en alto, señores. Porque, si bien el asunto ya tiene que haber sido bastante comentado, nunca está de más un aplauso (y un trago, perdonen la rima): el punto es que, aún cuando los premios literarios no dejan de ser apenas algo más que un reconocimiento simbólico, lo cierto es que un poeta como Carlos Germán Belli se los tiene muy merecidos todos. Este mismo mes, la Pontificia Universidad Católica del Perú lo ha elegido para recibir el Premio Southern Perú a la Creatividad Humana (la ceremonia de premiación se realizó hace apenas un par de días, el 17 de noviembre), por su pesado aporte a la cultura y la literatura peruanas -y, cabe añadir, del mundo.
Yo lo descubrí tardíamente, pero con una alegría infinita. Sus versos duros y sus sintaxis barroca, puestos al servicio de una imaginación y un lenguaje de vanguardia propia de nuestros tiempos, son, junto a obras como la de Jorge Eduardo Eielson, Blanca Varela, Jorge Pimentel y Luchito Hernández, de lo mejor de lo que la poesía peruana tiene para ofrecer a los lectores ansiosos y duros de satisfacer. Pese a ser llamado a formar parte de la "Generación del 50", su estética escapa de las etiquetas, y lo pone a él, poeta de los mayores, sobre un pedestal propio. Salud, pues, por el gran Carlos Germán Belli. Y que se siga escribiendo la poesía.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Ludwig Pursewarden (por L. Durrell)

Lawrence Durrell


¿Qué sabemos de Ludwig Pursewarden? No demasiado: que nació en Inglaterra, sin llegar a sentirse, nunca, un verdadero inglés; que pasó su vida entera ácidamente resignado a no encontrar una Verdad a la cual atarse, por lo que podía darse el lujo de vivir parodiándose a sí mismo; que entró a trabajar para el cuerpo diplomático de su país, sin que la política le interesase en realidad en lo más mínimo, y más por hacer algo que por nada; que tuvo una hermana ciega, que fue la única persona a la que de verdad amó; que fue poeta, borracho, intelectual, gran lector y autor de algunas novelas de importancia; que pasó sus últimos años viviendo en un hotelucho de Alejandría, lugar que eligió, al fin, como escenario para su bien meditado suicidio. Ciertamente, hay más, mucho más, que no se nos ha dicho... pero su creador lo da a entender de sobra. Si a Lawrence Durrell nunca le faltó una genialidad, de las mayores que llevó a cabo fue, sin lugar a dudas, el dar vida a Pursewarden (y estoy seguro de que todos los que han conocido la felicidad de leer El cuarteto de Alejandría están de acuerdo conmigo). Les dejo, pues, un pequeño repertorio del talento de Pursewarden, para que saboreen un poco de la mejor literatura (o, si quieren, metaliteratura):
  • "El arte, como la vida, es un secreto a voces"
  • "Me gustan los libros franceses con sus páginas sin cortar. No quisiera tener un lector tan perezoso que no se decidiera a utilizar un cuchillo conmigo"
  • "A la representación medieval del Mundo, el Demonio y la Carne (cada uno merece un libro), los modernos hemos añadido el Tiempo: una cuarta dimensión"
  • "Las verdaderas ruinas de Europa son sus grandes hombres"
  • "¡Dios mío! Por fin empiezan a tomarme en serio. Esto me impone terribles obligaciones. Tengo que reírme dos veces más" (Tomadas de Balthazar, segunda parte del Cuarteto)
  • "Hace falta una inmensa ignorancia para acercarse a Dios. Me temo que yo siempre he sabido demasiado" (Tomada de Justine, primera parte del Cuarteto)

El hombre ante sus ojos (notas para un método de análisis existencial)

Nota: estas líneas son un fragmento de una de las partes del borrador de un ensayo sobre existencialismo que empecé hace unos días. Su objetivo es ser teóricas, pero siguen no siendo más que eso: un borrador. Dejo esta advertencia de antemano, pero recalcando que las ideas que contiene (y que pueden parecer meramente aclarativas, pero que en realidad pretenden preparar el camino para un trabajo sumamente laborioso y profundo que, espero, rinda sus frutos) son en general las mismas que mantendrá en su versión final. Al que se tenga el interés y se tome el trabajo de leer esta entrada, le ruego me comunique sus pareceres y críticas dejando comentarios, porque me pueden ser de gran utilidad más adelante.
S.B.

El primer gran problema al que se enfrenta la propuesta de una filosofía existencialista es el del método: después de todo, ¿qué camino puede seguirse acertadamente para cuestionar, replantear y analizar no sólo la existencia factual, sino al existente mismo, al ser dotado de un carácter ontológico positivo y propio que, de hecho, es el mismo que plantea la pregunta? Si nos volvemos hacia la historia de la filosofía, nos encontramos ante una diversidad de métodos que, de un modo u otro, han dado sus frutos: Jaspers, por ejemplo, se vale de una introspección heredada a la vez de su formación psicológica y de sus lecturas de Kierkegaard para redondear el aspecto ontológico, siempre atado a lo humano (en tanto que es un punto de partida, el que eslabona el discurso); Sartre, por su lado, parte del análisis fenomenológico de los entes tal siguiendo la metodología planteada, en sus diversos capítulos, por Husserl y Heidegger (dándoles la mano ahora, retirándoselas en otros pasajes) y de algunos procedimientos aprendidos del psicoanálisis. En ambos casos (en todos los casos), sin embargo, hay un requisito infranqueable: el de poner alguna forma de "lente" que separe al hombre de su propio carácter de existente; la asumisión de una determinada perspectiva que permita atacar la cuestión puesta como objeto de análisis (el existente, la categoría del Ser, etc.) desde una suerte de "distancia" epistemológica que certifique un cierto grado de "objetividad" o, mejor aún, "lejanía" para realizar la interpretación (todo análisis es hermenéutica).
El gran problema, en este punto, parece bastante obvio: ¿cómo lograr la pretendida "lejanía" para tratar algo tan ónticamente cercano al que pregunta como la existencia, el "Ser" mismo? Probemos con una comparación: imaginemos a una persona que padece de un tumor maligno (lo más parecido a la existencia); es más, imaginemos que esta persona es, además, médico y, si se quiere, oncólogo: sólo en honor a su título no va a dejar de padecer los síntomas derivados del cargar con un tumor maligno. Pero, dada su formación, puede observar su problema desde otra perspectiva que la del mero paciente (actitud pasiva): si es bueno, podrá "salir" de su condición de paciente para asumir la otra que tiene a mano, la de médico (actitud activa), y, desde ella, reanalizar su situación; y, si es un verdadero genio, podrá valerse de ambas perspectivas, la del médico y la del paciente, para tratar y analizar la cuestión, reconociendo su función como "parte" del problema pero sin perder esta "distancia" metodológica. En este sentido, resulta, pues, fundamental reconocer la diferencia entre lo óntico y lo ontológico, la postura del paciente y la del médico. Como bien lo decía Heidegger, el Ser es lo más cercano a nosotros ónticamente, pero ontológicamente lo más lejano. O, repitiendo la fórmula de San Agustín sobre el tiempo, podríamos preguntar: "¿Qué es el Ser? Lo sé si no me lo preguntan; si me lo preguntan, lo ignoro."


lunes, 16 de noviembre de 2009

¿Tesoros censurados? - La literatura y lo "políticamente correcto"


El año pasado conocí el placer de leer a uno de los mayores autores argentinos (y latinoamericanos) de nuestros tiempos: Juan José Saer. La novela en cuestión lleva por título Lo imborrable, y sugiere una larga serie de reflexiones en torno a la literatura: el proceso creativo, el porqué de cierto cánon establecido, la primacía de ciertos autores sobre otros... y, además, una bastante llamativa (y que, lamentablemente, sigue en boga): el caso de la literatura "comprometida". El compromiso político o social de una obra determinada, en lo personal, no me interesa: es mi muy humilde opinonión que, de hecho, convertir novelas como Cien años de soledad o Rebelión en la granja en meros folletines de apoyo a un determinado partido arruina el goce de la lectura. Y, por lo demás, y en vistas de que la política me importa un pepino, nunca me siento obligado a hacerlo (como mucho, la política me parece una buena herramienta para la literatura, no al revés). Pero esa es sólo mi opinión, y, si bien no digo que todo el mundo deba compartirla, creo que sí hay algunas consecuencias lamentables de atar al autor o a su obra a sus opiniones y/o tendencias políticas.
Creo que Nietzsche (y, después, Foucault, Gramsci y Pasolini) no erró del todo en sus teorías sobre las relaciones entre ética, sociedad y poder. Si la Verdad no tiene un valor ontológico real, sino apenas un valor relativo (hoy diríamos "plural"), ésta sólo puede quedar atada a lo que un grupo de élite, cuya opinión se convierta en autoridad, determine como lo válido. Desde esta perspectiva, el discurso de lo "políticamente correcto" quedaría en manos de lo que el correr de la Historia nos ha dejado; y ésto también se aplica a la literatura.
Pero dejémonos de abstracciones y tomemos un ejemplo: derrotado el fascismo en Italia, los valores de la crítica literaria se giraron hacia sus detractores: el neorrealismo, por ejemplo. Pero significó, también, la caída al olvido de algunos autores de talento indiscutible; es decir, ¿cómo es posible que hoy nadie recuerde el nombre de Guelfo Civinini, quien probablemente fue el mejor cuentista italiano del siglo XX? Es que claro: era un facho. Otros autores que, a la larga, tuvieron más suerte también se las vieron en algunos aprietos frente a la crítica de su momento, dadas sus tendencias políticas: Cèline, o Heidegger, por ejemplo. Y, finalmente, ¿por qué no recordar el ya tan nombrado caso de Borges? Porque hubo un tiempo en que Borges, el genial Borges, se convirtió en un escritor mal visto en España, y ni hablemos del Premio Nóbel que jamás recibió.
El punto es que, al final, los únicos que salen perdiendo con todo esto son los lectores. Ahora mismo, no puedo recordar haber leído alguna vez a un poeta español de la posguerra que no fuese republicano, y la sombra de la Generación del 27 parece alargarse casi hasta los últimos años de Franco. Y, entre los escritores alemanes que simpatizaron con el nazismo en su momento, ¿no hubo ni siquiera uno que fuese bueno? Porque han sido barridos de la memoria. Alguien tendría que tomarse el trabajo de buscar este tipo de obras, las tachadas por el discurso de lo "políticamente correcto" y de las victorias militares.
Si tomamos en cuenta que esto funciona también al revés, que autores como Gramsci o Sartre fueron censurados en su momento, o que a obras como la de Baudelaire les costó tanto ver la luz, ¿no tendríamos que reconocer que quizá hay un tesoro de riquezas literarias que no nos han dejado descubrir todavía? Es una buena pregunta, y, creo, no del todo injustificada.

domingo, 15 de noviembre de 2009

El Trópico Miller


Mario Vargas Llosa (cuyas dotas de novelista no le regalan al paso el brillo para la ensayística) ha escrito uno de los ensayos más injustos sobre Henry Miller de cuantos haya leído alguna vez. Habla, en La verdad de las mentiras, de Trópico de Cáncer, y dice que es "casi una obra maestra", con ese tétrico "casi" sembrando la duda en torno a una novela que, en su momento, rompió con todo, y creó una nueva forma de ver y hacer literatura. De hecho, hace no mucho conversaba con Fernando Ampuero sobre Miller, y recordó que el norteamericano, en su momento, fue algo más que un gran escritor: una suerte de religión. Religión que, recordémoslo, se debatió como sus propios personajes, entre los aires de la ciudad y las pesadillas, en el caos, entre borracheras y resacas, y sin atarse a líneas narrativas claras (al punto que, cuando terminamos de leer sus obras, no podemos dejar de preguntarnos, como con el Jacques de Diderot, si lo que hemos leído es realmente una novela).
Recuerdo, también, a otro crítico de Miller: nada más ni nada menos que un verdadero genio de la pluma ensayística, Gore Vidal. Entre las cosas que dijo sobre él, sin embargo, recuerdo sobre todo una: que a la sombra de Miller había crecido un montón de escritores que, al final, le eran superiores. Esto, quizá, no sea del todo falso: Durrell, en todo caso, es superior a su maestro, pero quizá no sea tan justo decir lo mismo de Anais Nin... no lo sé.
Pero una cosa creo que debe quedar clara: Henry Miller fue un genio. Como el mismo Vargas Llosa señala, sus escenarios sórdidos y su estilo blasfematorio ya no resultan tan sorprendentes como cuando Trópico de Cáncer recién apareció publicada... en ese sentido, el de la novedad, la obra de Miller se ha gastado. Pero se lo sigue leyendo, y hasta con ese fervor casi religioso que en otros tiempos fue el general: es decir, que sus personajes confundidos y deprimidos, ahogados entre el debate existencial, el hambre y la resaca, siguen viviendo, encontrando reflejos en cada uno de sus lectores agradecidos. Henry Miller trajo a la literatura de nuestros tiempos todos esos tópicos que Apuleyo, Ovidio y Petronio manejaron en la antigüedad: de su pluma nació un río que, en nuestros días, se ha traducido en toda una forma de ver el arte y la realidad. Ese universo, al que podríamos llamar "Trópico Miller", se ha convertido en nuestra casa, ese "cáncer que se devora a sí mismo", ¿no es así, Henry?

sábado, 14 de noviembre de 2009

Paco de Lucía - "Río Ancho"


Como quien dice "al paso", un tema de Paco de Lucía, ese hombre capaz de tocar la guitarra mejor que cualquiera de los dioses que la imaginación humana haya inventado. En este caso, Río ancho, que va un poco más allá del clásico rumbeo para dejar correr un poco las brisas de la fusión. Un maestro, realmente.

Las novelas de Hemingway


El juicio parece estar universalizado: que las novelas de Hemingway no llegan siquiera al talón de sus cuentos. Mi intención es dar la vuelta a la tortilla y, de una vez por todas, soltar la opinión contraria, que no somos tan pocos los que la sostenemos.
Ante todo, sin embargo, hay que reconocer una cosa: los cuentos de Hemingway son una genialidad, una obra maestra de estructura y construcción narrativa; esa famosa "Teoría del Iceberg" que fue la poética personal de Hemingway, y que él aplicó sobre todo a sus narraciones breves, funciona como un tren eléctrico, y no sólo da solidez al relato, sino que se apodera de la atención de los lectores, obligándolos a seguir hasta el final, jadeantes por la emoción.
Pero todo esto no llega a ser, de ninguna manera, un argumento en contra a las novelas de Hemingway, ni siquiera de las más largas. García Márquez, por ejemplo, atacaba Por quién doblan las campanas desde su creación, que según el mismo Hemingway fue caótica en el sentido en que no partió de ningún esquema previo, ni de alguna proyección mental acerca de cómo se desarrollaría la trama. Y, sin embargo, yo puedo afirmar que la novela es no sólo buena, sino espectacular: el resultado final de su trama es de lo más llamativo, la temática está muy bien desarrollada, y reboza de la agónica forma de vitalidad de impregna a los personajes de todas las obras de Hemingway.
Porque algo es innegable: en la obra de Hemingway, el foco funcional y fondumental son los personajes; todo lo demás (escenarios, tramas, sucesos) no son más que decorado, o látigos para atizar a estos personajes, forzándolos a ir hasta el final (aunque no necesitan ser atizados: ellos mismos no pueden dejar de avanzar hasta el último límite de su propia realidad).
He oído críticas muy duras, además, de Fiesta, Islas a la deriva y Adiós a las armas. Pero lo digo desde ya: todas esas novelas funcionan a la perfección, precisamente gracias a esa vitalidad que, al final, es lo que importa en la obra de Hemingway, porque es a través de ella que se construye el todo narrativo. Sobre todo, Islas a la deriva: yo creo que esa novela, que nunca se terminó de corregir, es la que Hemingway hubiese querido llamar su "obra maestra", ya que recoge toda la experiencia narrativa (especialmente la novelística) del autor y la vierte sobre la vida de un sólo personaje: el pintor Thomas Hudson, el más cercano a Hemingway de todos esos alter egos que atraviesan sus páginas.
Antes de terminar, quería recordar una conversación que tuve hace no mucho con mi buen amigo Martín Alonso, acerca de lo "macho" que era Hemingway: claro, ¿qué otra cosa se puede decir de un hombre que fue alcohólico y gran bebedor de whiskey, aficionado a los toros, pescador, boxeador, cazador y que, por si fuera poco, necesitó meterse tres disparos en el pecho con un rifle de caza para terminar con su vida? Casi pareciera que el ser escritor fue su única debilidad.

jueves, 12 de noviembre de 2009

La Fotografía y la Historia


Cuando Richard Avedon se decidió a hacer una detenida reflexión sobre la realidad americana, tuvo la genial idea de llevar con él su cámara fotográfica: el resultado fue su famosa serie de fotografías de gente "de la calle" (prostitutas, vagabundos, amas de casa, etc) a la que tituló En el Oeste Americano. Lo suyo, claro está, fue poner el lente al servicio del presente y, de ese modo, y en forma automática, del pasado.
Quizá lo más justo sea empezar esta reflexión partiendo de la nulidad del presente. Apenas una astilla en el río del tiempo, se debate entre las dos irrealidades del pasado (que ya dejó de ser) y el futuro (que apenas si es una esperanza, un acto de fé). Decir presente es, siempre, hablar de lo que recordaremos como tal, es decir del pasado, que es una forma de sumar el olvido con la memoria. O, resumiendo, lo que decía Ernesto Sábato: vivir es construir futuros recuerdos.
Hay, pues, una fatal perspectiva desde la cual la fotografía se convierte, necesariamente, en una forma de reflexión sobre el inaprehensible presente, lo que se va convirtiendo constantemente en nuestra historia. Del "desarrollo" de la fotografía de desnudos, por ejemplo, se puede llegar a una serie de conclusiones sobre la forma en que ha evolucionado (o involucionado) nuestro pudor y nuestra noción de la sensualidad, entre otras cosas. Cuento, entre mis libros, con uno de Gilles Néret, editado por Taschen, que lleva por título 1000 Dessous: A History of Lingerie, que propone una historia de la lencería sólo a través del registro fotográfico (pues no hay una sola palabra escrita en todo el libro). Lo mismo sucede con genios del calibre de Helmut Newton, donde la desnudez se convierte en reflexión estética, y que siempre puede interpretarse desde la historia.
Pero quisiera llamar la atención, ahora, sobre una fotógrafa que, si bien es cierto que brilló en muchos géneros (incluídos el desnudo y la fotografía de moda), realizó algunas de las fotografías de guerra más importantes de las que se tiene memoria: Lee Miller. En ellas, la violencia es una fórmula estética que, al final, consigue llevarnos al cuestionamiento de las fórmulas a las que nos obligan las etiquetas; en su fotografía del soldado nazi muerto (ver arriba), por ejemplo, el rostro hundido y carente del todo de vida sólo nos está preguntando: ¿no es éste, también, un ser humano? Y ahora está muerto... por llevar determinados colores en el uniforme. ¿Qué es, entonces, un ser humano al final? ¿Lo que está sobre la piel o lo que se retuerce debajo de los nombres? Si se quiere, es traer de vuelta la vieja frase de Plauto, que Hobbes hizo tan famoso: "Homo homini lupus est".
Distinta a la obra de Miller es la del alemán August Sander, que se compromete desde el inicio con la humanidad y con la historia. Su serie de retratos, contenidos en Retratos del siglo XX, quieren ser un registro directo de la realidad alemana de los años veinte, en plena República de Weimar, y durante el período de entreguerras que, como bien se sabe, fue uno de los más duros que le tocó enfrentar a Alemania. Una vez más, la fotografía se convierte en una mirada que, ante todo, quiere reinterpretar la historia desde un nuevo conjunto de símbolos: los niños de pie ante una pared de ladrillos, con la ropa sucia; el obrero cargando los materiales de construcción sobre los hombros; las amas de casa sentadas en una banca. La clave de la interpretación, sin embargo, radica en los rostros: tristeza, angustia, una débil noción de la más lejana esperanza... todo eso es lo que sale a relucir de la lectura de los ojos quedos y las bocas dobladas en muecas que se camuflan con la resignación.
Hablo, pues, de la fotografía como reflexión, o si se quiere como un capítulo más de lo que somos. Arranca del río un trozo de la astilla y la pone ante nuestros ojos como detrás de un vidrio: un trozo de presente perdido que, sin embargo, nos podemos volver a mirar. Su silencio ha de ser, para nosotros, una invitación. Eso, claro está, si es que nos atrevemos a dialogar con ellas, con nuestra memoria, con nosotros mismos.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Fetichismo, esa maravillosa religión...


Yo me pregunto qué sería de todos nosotros sin esos dulces detalles a los que comúnmente llaman fetiches... porque lo digo de antemano: sin ellos, el sexo no sería lo mismo. Es más: perdería su contenido "misterioso", ese algo más que nos llama hacia él, que nos envuelve en la lujuria y que nos abre la posibilidad de llegar a reírnos en la cama (porque, como muy bien decía Armando Robles Godoy, el sexo y el humor no tienen por qué excluírse entre sí).
Pero claro, ¿qué es el fetichismo, al fin y al cabo? Dicho en términos fríos, es el dar a un "objeto" (valga parte del cuerpo, acto o escenario particular, detalles de ambiente y demás) un valor agregado que, visto por sí mismo, no tiene una relación ontológica con el acto sexual en sí mismo. O, si quieren, es el no bastarse con el coito, sino además ir por las manos o por los pies, ponerse encima un disfraz de pirata o de enfermera (o el clásico uniforme escolar), esconder las clásicas portaligas o un buen encaje de lencería debajo de la falda, preparar un ambiente con velas o a imitación de un simposio romano y demás detalles. A su modo, son obsesiones estimulantes, a menudo muy mal llamadas "perversiones", atizadores de la más sana lujuria (como bien decía el gran filósofo británico Simon Blackburn, "la lujuria no persigue la reproducción, sino un buen revolcón").
Pero el fetichismo es también algo más. Pasando de su construcción social, biográfica y/o genética, los fetiches son una profunda sacudida de la condición humana: a su modo, no dejan de ser totemismos, una forma pagana de mantener con vida cierta adoración inexplicable junto con todos los rituales que exige. Es cierto que nosotros ya no tenemos figuras en forma de falo a lo largo de los caminos para rendir tributo a Príapo, como los fascinus romanos, pero en cambio rendimos una infinidad de cultos íntimos y personales, que luego sacamos a compartir en el lecho (o en la intimidad de la masturbación, claro está, donde prima la libertad de la imaginación). Del fetiche, ni qué decir, nadie se escapa: el culto de las tetas y los culos son otra forma de fetiche, en tanto que no encierran ningún significado sexual (entiéndase "sexual" como "relativo al coito"). Pero algunos fetiches son mejor vistos que otros (de ahí podemos pasar a los términos freudianos de "Tótem" y "Tabú", y de hecho estamos a un paso de llegar a "Eros" y "Thanatos", pero ese es un toro que no voy a torear ahora mismo). Lo cierto es que necesitamos un culto, algo profundo ante lo cual rendirnos sin poder dar explicaciones; y, como un renuente de las viejas culturas, tenemos todo el simbolismo de los fetiches. Olé, Jung.
Podríamos llamar al fetichismo la religión del siglo XXI, si tan solo no fuese cierto que, de hecho, ha sido una religión universal para todos los tiempos. Masoquistas y sádicos están incluídos en la fiesta, por supuesto: también ellos responden a cierto llamado irracional que los empuja fuera de una vagina. Lo importante, al final, es que están ahí, para nuestra fortuna y la de nuestras parejas. Mucho más podría decirse, pero nos adentraríamos a otros pantanos que, en este momento, no quiero pisar (sobre todo, por motivos de espacio). Salud, pues, por los viejos y buenos fetiches, que también son los hijos de algún dios, qué carajos.
Antes de poner el punto final, querría agregar rápidamente una breve lista de fetichistas clásicos, para los interesados en el género (el orden es meramente caótico, y no responde a factores de historicidad ni preferencia): Nobuyoshu Araki, Quentin Tarantino, Restif de la Bretonne, Ovidio, Philip Roth, el Marqués de Sade, Luis Buñuel, Fellini, Mapplethorpe, Edward Weston. Hay muchos nombres más, pero lo dejaremos allí. Y que sigan los "juegos".

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Saramago vuelve a las andanzas


Inagotable: como escritor, como crítico y como "detective" de ciertas realidades del espíritu, José Saramago es, sencillamente inagotable. En cada una de sus novelas (las que he leído, claro está) he tenido siempre la oportunidad de lanzarme a una suerte de aventura extraña, donde la acción se toma en un universo ambiguo que, más que nada, parece reflejar al nuestro desde un perfil de 45 grados, mostrándonos otra perspectiva de la misma realidad. Y, como todos muy bien lo sabemos, a Saramago le gusta explorar el universo de lo religioso: no en vano recuerdo El evangelio según Jesucristo como una de las novelas más fascinantes de cuantas he tenido la suerte de leer, y definitivamente de lo mejor de la summa narrativa del escritor portugués. La polémica es sólo una consecuencia necesaria que, por cierto, Saramago parece disfrutar enormemente (no sólo en materia religiosa, sino también política, ¿o ya olvidamos la rencilla con Berlusconi?); pero vamos, ¿quién no disfruta de una buena polémica, de cuando en cuando? Además, como las enfrenta con una sonrisa llena de ironía, sus opositores no tienen mucho que decir. Recuerdo, de hecho, haber tenido una polémica yo mismo con un sacerdote, amigo y profesor mío, en Buenos Aires en torno a esta novela. Teníamos que escribir un ensayo sobre el personaje de Jesús en alguna obra literaria... y yo, claro está, elegí la de Saramago. El resultado fue genial: un muy bein templado debate con el profesor (sin resentimientos y con el mejor actitud del mundo por ambas partes) y, después, la acusasión de ser una suerte de "anticristo" y, de todos modos, un hereje por parte de los más beatos de la Universidad Católica de Argentina. Como decía, ¿quién no disfruta de algo así?
En fin, que ahora Saramago vuelve a la carga, como todo el mundo lo sabe, con una novela titulada Caín. Ya llueven los ataques, y Saramago no hace más que sonreír, victorioso. Recién leí que, entre otras cosas, lo acusan de hacer lecturas muy superficiales de la Biblia, e ignorando la exégesis aceptada por las Autoridades... como si eso importara. Si Saramago ha dicho que la Biblia es un tratado de malas costumbres, ¿acaso se equivoca? ¡Claro que no! Todo el mundo con dos dedos de frente puede reconocer que la Biblia, y sobre todo el Antiguo Testamento, está llena de malas costumbres. (Desde cierta interpretación, la propuesta ética del Nuevo Testamento también es inmoral, por ser patética, una moral para "débiles" y "enfermos". Hablo, claro está, de Nietzsche, al que no le falta razón en muchos de sus puntos). Pero el gran problema del cristianismo medievalista sigue repitiéndose: no pueden dejar la ceguera de su dogma, ni mirar más allá de lo que les han dicho que les está permitido hacerlo, sin que ellos pregunten siquiera.
Regresando al bueno de Saramago y a su última novela, de más está decir que no puedo esperar para tenerla entre mis manos y leerla. Además, el que retome los temas bíblicos (que ya sabemos que maneja con una maestría única), toma una de las mejores partes, que es la de Caín, de la que han nacido tantas cosas (ciertas teorías gnósticas, algunos tópicos literarios de lo más llamativos, un drama de Byron que José María Valverde ha considerado su máxima composición, etc). Dicho todo esto, solo me resta resignarme a la espera hasta que el libro llegue a mí. Y, claro está, brindar por José Saramago, siempre tan genial. ¡Olé!

martes, 3 de noviembre de 2009

Leslie Nielsen, un genio


No sé si muchos estarán de acuerdo conmigo o si pensarán que hablo por hablar, pero lo cierto es que si Leslie Nielsen no recibe, como mínimo, un Óscar honorario, dejo de creer del todo en la Academia. De hecho, habría que preguntarse, de arranque, por qué no existe el Óscar a mejor comedia, o al mejor actor cómico. A mí, por lo menos, me basta con recordar alguna de las escenas de Leslie Nielsen para que automáticamente me entren las ganas de reírme... por no decir que de arrastrarme por el suelo de la risa.
Si podemos creer en los clásicos, entonces tenemos que reconocer que hay clásicos para cada género. Pero un clásico no parece que pudiera ser cualquier cosa: es como si tuviera un olor particular. Me dicen que Casablanca lo tiene; yo puedo decir, por mi lado, que lo tienen La dolce vita, Una Eva y dos Adanes y Chinatown, entre otros. Y fíjense en el detalle: cada una de las películas que he nombrado es radicalmente distinta a las demás. Pues bien: del mismo modo, la trilogía de The naked gun o Airplane! pertenecen a esa especie de filmes que, ni bien los vemos, nos hacen sentir, entre carcajada y carcajada, que estamos ante algo distinto: un clásico. Y, entre los muchos motivos que pueda tener este fenómeno, uno de los más importantes (si no el más), quién lo duda, es la genial actuación, el gesto siempre preciso, de Leslie Nielsen.
Más que a la de Chaplin y Cantinflas, pertenece a la especie que nació de los hermanos Marx (como los Tres Chiflados). Hoy por hoy, creo que podemos reconocerlo como uno de los mayores actores cómicos de cuantos han pasado por un escenario. Y, sin lugar a dudas, creo que merece, por eso mismo, un reconocimiento de alguna otra forma, no porque lo necesite, sino porque nosotros se lo debemos. Pasarán los años y nos seguiremos riendo hasta las lágrimas con sus personajes; su pedestal tiene templo propio, y es muy alto, aunque no todo el mundo pueda notarlo.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Edward Weston: la obsesión por la pureza


Poco después de enviar su famosa sesión de fotos de conchas a Modotti, Edward Weston recibió una respuesta que, creo, no muchos fotógrafos podrían esperarse: "Me quedé atónito al verlas -escribe Modotti -¡Qué visión más pura! Cuando abrí el paquete, no pude mirarlas mucho tiempo; me llegaron a lo más íntimo, hasta casi sentir dolor físico". Casi parece el testimonio de un iluminado al que, por un escasísimo segundo, se le permitió vislumbrar a la divinidad, ¿no es cierto? Como el atónito Dante esmerándose por describir el Empíreo. Y es que esa es, precisamente, la impresión, la fuerte sacudida que nos llevamos al enfrentarnos, cara a cara, con una fotografía de Edward Weston: vemos todas las formas de los objetos que ha fotografiado y, sin embargo, éstas parecen ser algo secundario, como si dibujasen algo nuevo, más profundo e íntimo. En ese sentido, Weston logra adscribirse a una forma sumamente interesante de romanticismo, un idealismo que persigue, a través de las imágenes, lo más absoluto, cuando en realidad ellas nos están forzando a volvernos sobre nosotros mismos para, desde nuestro caos, enfrentar una nueva forma de orden.
La suya parece haber sido una obsesión por la pureza más mística. Las fotografías de Weston tienen una fuerza inusitada, muy rara, que sólo podría alcanzarse, creo yo, a través de la fotografía. Prima la estética, es cierto, pero entendiéndola en una forma muy particular, que no la separa de la evocación de los sentimientos. Como él mismo dijo alguna vez: "En la fotografía, la primera emoción física, el sentimiento de la cosa, se capta completamente, y para siempre, en el momento exacto en que se ve y se siente. Sentir y captar son acciones simultáneas...". Y, por eso, hoy nosotros podemos revivir el horror ante la pureza con sólo volvernos hacia las mismas conchas que deslumbraron a Modotti... para nuestra suerte.
Una mención aparte merecen, ciertamente, los desnudos de Weston (en realidad, creo que merecen una biblioteca entera). Esta obsesión por la pureza, en ellos, se convierte en la captación esencial de un ser profundo, a la vez infantil y descarnado, de las personas. Los pequeños detalles (un par de pies muy feos, vellos en las piernas o en las axilas) se pueden convertir en un eje obsesivo de la interpretación, y sin embargo la impresión es tan poderosa y total que... bueno, imposible dar con las palabras adecuadas.
Edward Weston representa, creo yo, a una forma única de concebir a la fotografía. Cierto que es inimaginable sin autores anteriores como Man Ray, pero eso no significa que él, a través de su fascinante obra, no haya llegado hasta un sitial del todo único, donde el objeto, la imágen y el observador dialogan en un espacio cerrado y rico, lleno de tesoros y escalofríos. Su obra es, definitivamente, la de un genio.

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