sábado, 14 de noviembre de 2009

Las novelas de Hemingway


El juicio parece estar universalizado: que las novelas de Hemingway no llegan siquiera al talón de sus cuentos. Mi intención es dar la vuelta a la tortilla y, de una vez por todas, soltar la opinión contraria, que no somos tan pocos los que la sostenemos.
Ante todo, sin embargo, hay que reconocer una cosa: los cuentos de Hemingway son una genialidad, una obra maestra de estructura y construcción narrativa; esa famosa "Teoría del Iceberg" que fue la poética personal de Hemingway, y que él aplicó sobre todo a sus narraciones breves, funciona como un tren eléctrico, y no sólo da solidez al relato, sino que se apodera de la atención de los lectores, obligándolos a seguir hasta el final, jadeantes por la emoción.
Pero todo esto no llega a ser, de ninguna manera, un argumento en contra a las novelas de Hemingway, ni siquiera de las más largas. García Márquez, por ejemplo, atacaba Por quién doblan las campanas desde su creación, que según el mismo Hemingway fue caótica en el sentido en que no partió de ningún esquema previo, ni de alguna proyección mental acerca de cómo se desarrollaría la trama. Y, sin embargo, yo puedo afirmar que la novela es no sólo buena, sino espectacular: el resultado final de su trama es de lo más llamativo, la temática está muy bien desarrollada, y reboza de la agónica forma de vitalidad de impregna a los personajes de todas las obras de Hemingway.
Porque algo es innegable: en la obra de Hemingway, el foco funcional y fondumental son los personajes; todo lo demás (escenarios, tramas, sucesos) no son más que decorado, o látigos para atizar a estos personajes, forzándolos a ir hasta el final (aunque no necesitan ser atizados: ellos mismos no pueden dejar de avanzar hasta el último límite de su propia realidad).
He oído críticas muy duras, además, de Fiesta, Islas a la deriva y Adiós a las armas. Pero lo digo desde ya: todas esas novelas funcionan a la perfección, precisamente gracias a esa vitalidad que, al final, es lo que importa en la obra de Hemingway, porque es a través de ella que se construye el todo narrativo. Sobre todo, Islas a la deriva: yo creo que esa novela, que nunca se terminó de corregir, es la que Hemingway hubiese querido llamar su "obra maestra", ya que recoge toda la experiencia narrativa (especialmente la novelística) del autor y la vierte sobre la vida de un sólo personaje: el pintor Thomas Hudson, el más cercano a Hemingway de todos esos alter egos que atraviesan sus páginas.
Antes de terminar, quería recordar una conversación que tuve hace no mucho con mi buen amigo Martín Alonso, acerca de lo "macho" que era Hemingway: claro, ¿qué otra cosa se puede decir de un hombre que fue alcohólico y gran bebedor de whiskey, aficionado a los toros, pescador, boxeador, cazador y que, por si fuera poco, necesitó meterse tres disparos en el pecho con un rifle de caza para terminar con su vida? Casi pareciera que el ser escritor fue su única debilidad.

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