domingo, 15 de noviembre de 2009

El Trópico Miller


Mario Vargas Llosa (cuyas dotas de novelista no le regalan al paso el brillo para la ensayística) ha escrito uno de los ensayos más injustos sobre Henry Miller de cuantos haya leído alguna vez. Habla, en La verdad de las mentiras, de Trópico de Cáncer, y dice que es "casi una obra maestra", con ese tétrico "casi" sembrando la duda en torno a una novela que, en su momento, rompió con todo, y creó una nueva forma de ver y hacer literatura. De hecho, hace no mucho conversaba con Fernando Ampuero sobre Miller, y recordó que el norteamericano, en su momento, fue algo más que un gran escritor: una suerte de religión. Religión que, recordémoslo, se debatió como sus propios personajes, entre los aires de la ciudad y las pesadillas, en el caos, entre borracheras y resacas, y sin atarse a líneas narrativas claras (al punto que, cuando terminamos de leer sus obras, no podemos dejar de preguntarnos, como con el Jacques de Diderot, si lo que hemos leído es realmente una novela).
Recuerdo, también, a otro crítico de Miller: nada más ni nada menos que un verdadero genio de la pluma ensayística, Gore Vidal. Entre las cosas que dijo sobre él, sin embargo, recuerdo sobre todo una: que a la sombra de Miller había crecido un montón de escritores que, al final, le eran superiores. Esto, quizá, no sea del todo falso: Durrell, en todo caso, es superior a su maestro, pero quizá no sea tan justo decir lo mismo de Anais Nin... no lo sé.
Pero una cosa creo que debe quedar clara: Henry Miller fue un genio. Como el mismo Vargas Llosa señala, sus escenarios sórdidos y su estilo blasfematorio ya no resultan tan sorprendentes como cuando Trópico de Cáncer recién apareció publicada... en ese sentido, el de la novedad, la obra de Miller se ha gastado. Pero se lo sigue leyendo, y hasta con ese fervor casi religioso que en otros tiempos fue el general: es decir, que sus personajes confundidos y deprimidos, ahogados entre el debate existencial, el hambre y la resaca, siguen viviendo, encontrando reflejos en cada uno de sus lectores agradecidos. Henry Miller trajo a la literatura de nuestros tiempos todos esos tópicos que Apuleyo, Ovidio y Petronio manejaron en la antigüedad: de su pluma nació un río que, en nuestros días, se ha traducido en toda una forma de ver el arte y la realidad. Ese universo, al que podríamos llamar "Trópico Miller", se ha convertido en nuestra casa, ese "cáncer que se devora a sí mismo", ¿no es así, Henry?

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