jueves, 26 de noviembre de 2009

Sobre la lectura (cotidiana) de la Biblia


Más de una vez me pasó que iba muy tranquilo en el bus leyendo alguno de mis pasajes favoritos de la Biblia cuando de pronto notaba alguna reacción en alguno de los que viajaban conmigo (revueltos, según la usanza limeña, o no): las más de las veces recibía miradas indiferentes, pero también me tocaron los jóvenes con aire de punkekes o de poetas renegados (el aire, que no sé si escribirían versos, ya que he conocido a muchos que no lo hacen) que me echaban una mirada burlona, como preguntándose quién en su sano juicio lee un libro como ese, si es que no es un religioso acérrimo (que, y muchos lo saben muy bien, no soy ni en lo más mínimo, sino todo lo contrario), caso en el que hay aún más motivos de risa. Otra reacción es la de los que te miran con los ojos muy grandes y brillando de furor religioso y que hasta son capaces de acercarse a uno para decir que Jesucristo es lo máximo y está vivo y toda esa suerte de tonterías (como si valieran más para mí que la narración de la expulsión del paraíso, la destrucción de Sodoma o, peor aún, un solo verso del Apocalipsis de San Juan, que es de mi top 10 de libros favoritos). Y todo esto por un librito, miren ustedes... y lo que significa, claro está. Pero oigan, ¿es que se creen que todos los que leen la Biblia son cristianos?
Lo cierto es que yo soy un fanático de la Biblia. Algunos de sus pasajes son un sincero bodrio; pero otras, las más grandes, son narraciones espectaculares; o, en todo caso, ejemplos de la poesía más elevada (muchos de los Salmos y epístolas de Juan, digamos). En el Antiguo Testamento (que supera, como conjunto, por mucho al Nuevo) hay algunas de las historias más facinantes de la literatura entera, y no pocas veces de lo más sanguinarias, dicho sea de paso.
Ahora bien, ¿no resultan de lo más graciosos todos esos padres de familia que envían a sus hijos a leer la Biblia, pensando que es una lectura sana? Mucho cuidado con esto: por las páginas de la Biblia corre mucha más sangre que en una película de Tarantino, y las historias a menudo son más sórdidas que una novela de Elfriede Jelinek. Por mí está muy bien: esta maravilla de libro fue una de mis primeras y más sentidas lecturas de mi infancia, y lo agradezco de todo corazón. Ayuda a comprender que en el mundo (y en la literatura) hay mucho más que tigres que cuidan a sus amigos osos cuando están enfermos, o sapos que van a comprar helados.
En fin, que la Biblia, definitivamente, no es una lectura de la que haya que avergonzarse; más bien todo lo contrario: personajes vívidos, lenguaje poético, narraciones fantásticas, exelentes ejemplos de retórica, historias épicas, asesinatos, pecado, dioses malignos y bondadosos... nada aburrido, no señor. Ya que sigue con vida (porque se supone que es inmortal), ¿cómo es que a nadie se le ha ocurrido darle en Nóbel de Literatura al Espíritu Santo? Porque se supone que él dictó (o inspiró) todos los libros, ¿no?

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Santiago, te estado llamando para darte mi novela, porfa llamame a 985030120 o al 202-3000 el lunes en horario de oficina. Un abrazo.

Elias dijo...

Concuerdo bastante con lo que decís.
Yo nunca leí realmente la historia, más bien he leído algún que otro pasajes.
Sin embargo, tuve la suerte de tener una abuela sabida en muchas religiones, que siempre nos contaba a mi y a mi hermano cosas desde un punto de vista neutral, analizándolo como una historia, como una analogía.

Santiago Bullard dijo...

Pues si no la has leído, te la recomiendo muchísimo. Además, no estás obligado a hacerlo en orden: el libro de Job, el Génesis, el Exodo (y los libros que le siguen directamente), los evangelios de Juan y de Mateo y, claro está, el Apocalipsis son, creo, lo mejor. (Claro, seguro olvido algo, pero es tarde y ando un poco cansado).

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