
Hace unos días, mientras pasaba una hojeada a mis libros, me llamó la atención uno sobre el que no me había parado a pensar hacía mucho: El callejón de los milagros, del Nóbel egipcio Naguib Mahfuz. Han pasado más de dos años desde que lo leí, y sin embargo volvieron, tan vívidas como si volviese a pasar sus páginas, las imágenes de aquel callejón lleno de personajes desesperados o malditos, arrojados a una supervivencia mezquina en una ciudad que no ha perdido su sabor al ser transformada en literatura (sabor que, dicho sea de paso, recuerda al de la Alexandría de Durrell): sabor a polvo, a sangre, a suciedad y, de alguna forma secreta, a magia, a esperanzas que se resisten a desaparecer.
Naguib Mahfuz es un escritor de primera; su prosa carga contra los lectores sutilmente, pero con una fuerza imparable. Su crudo realismo urbano y psicológico es un trabajo magistral; y la novela, a fin de cuentas, es de una riqueza y una exquisitez inenarrables. Ciertamente, un autor que difícilmente dejará decepcionados a sus lectores, y en cuya obra sobrevive, secretamente, ese Egipto místico y lejano que los años han enterrado, pero cuya sombra sigue proyectándose.
Finalmente, quiero terminar citando el comentario de Ernesto Sábato sobre Mahfuz: "La literatura árabe, toda su cultura, tiene una tradición ancestral que hoy en día la política internacional olvida destacar, e incluso llega a destruir. Fue Naguib Mahfuz quien nos la acercó, en este siglo, a través de su vasta obra, traducida a todas las lenguas. Con problemas de salud y de visión, siguió escribiendo hasta los noventa y dos años, lo que muestra la potencia creativa de este hombre que honra su idioma y a su fabuloso y milenario Egipto. Sus novelas son un ejemplo de memoria, una muestra de esa conciencia desgarrada por la condición humana, que no es fácil encontrar en la literatura de hoy."