Esta mala tierra de nadie a la que llamamos Perú tiene una mala costumbre que yo agradezco infinitamente: celebrar santos. Cosa que me gusta mucho, porque nos cae de cuando en cuando un día feriado, y me puedo dar el lujo de olvidarme de los horarios y de las clases, para destinar una noche más a la gloria y otro día a la inmisericorde resaca. Hoy, 30 de agosto, es el día de Santa Rosa de Lima, una mujer que vivió allá por entre los siglos XVI y XVII, que estaba más loca que una cabra. Se la conoce, sobre todo, por la fe con la que se flagelaba (recurriendo, segun dicen, a cinturones con púas y todo ese tipo de artefactos que solemos encontrar en las obras del Marqués de Sade) y por haber hecho un pacto con los zancudos, con los que acordó (nadie sabe muy bien en qué idioma) que ella no los aplastaría si ellos no le picaban. Además, escribía poemas, algunos de los cuales están bastante bien.
Dada la fecha, queremos recordar a la santa loca, a santa Rosita, trayendo a brillar por estos lares una entrevista que apareció en el Oso Mugroso, hace ya un buen tiempo, y de la cual soy 50% responsable. Eso sí, com muuucho respeto (y sacando la lengua). Con ustedes, la más moderna de las monjitas, o casi tanto como Woopy.
¿Cómo se siente estar muerta, doña Rosa?
Por favor, me haces sentir vieja... llámame Rosita.
Bueno, Rosita. ¿Cómo se siente?
Bueno, la verdad, es complicado. Pero después de tantos flagelamientos, yo me la buscaba.
Bueno, cuéntanos, Rosa. ¿Es verdad que consumes drogas?
No, en realidad no lo hago. En mi juventud me metí un poco de ácidos con toda la gente de la parroquia, que eran medio hippies. También experimenté con los cantos gregorianos, pero eran muy fuertes. ¿Todavía los usan como alucinógeno?
Eh… no. Me parece que no.
Qué pena. No sé cómo será la juventud actual, pero ayudaba a los muchachos de mi época. Todos veían a Dios, y levitaban y cosas así. Ahora creo que ya nadie levita… eso es muy triste.
¿Y cómo le fue en su viaje al futuro?
Muy bien. Me llevó un demonio. Él fue el que me hizo tomar la decisión de querer ser una santa. Me amenazó con que si no me flagelaba el futuro iba a ser como él me lo mostró. Así que puedo considerarme uno de los pilares de lo bien que está el mundo ahora.
¿Cómo era ese mundo que le enseñaron?
Aburridísimo… Todos iban a la iglesia, y nadie hacía daño a nadie. Los curas se morían de hambre, ya te imaginarás. ¿Quién necesita un cura si no hay guerras, hambre, desgracia o sufrimiento?
Cierto, madresita. Tiene toda la razón.
¿Qué esperabas? El título de santa no lo regalan.
Sobre los mosquitos…
Mis mejores amigos. Ellos me ayudaron a darme cuenta de que debía dejar los ácidos. Y no es que haya alucinado que me hablaban, pero uno de ellos me dijo “oye, Rosa, vamos a tomar un café”, y ahí hablamos sobre todas estas cosas… el camino por el que iba. Y cambié. Ahora, sé que Dios me lo envió.
¿Y qué tal te llevas con Dios, ahora que andas en el cielo?
Muy bien, si es divino… Claro que a veces es un poco confuso, porque como viene en combo y es tres en uno, no sabes muy bien con quién estás hablando realmente. Pero es buenísimo, y prepara unos cabellos de ángel maravillosos. Ya vas a ver cuando te mueras, si es que subes, claro está. ¿Tú te portas bien?
¿Yo? ¡Claro!
¿Y te flagelas?
De cuando en cuando.
Hazlo más seguido, y con fervor. Sino no sirve.
¿Dónde queda el cielo, Rosita?
Mira, se supone que es un secreto, pero a ti te lo voy a decir. Queda en otra galaxia, bastante lejitos. A mí me recogieron en nave espacial para llevarme. San Martín de Porres me contó, cuando nos encontramos por allá, que uno de los extraterrestres le metió la mano. Muy, muy mal. Todo porque era negro.
Una última pregunta, Santa Rosa. ¿Es usted vírgen?
Ah, bueno (risas). Una dama jamás contestaría esa pregunta.