sábado, 24 de diciembre de 2011

Lázaro, levántate y bebe (especial navideño): Tom Jones - "It's not unusual"

Lo sé, lo sé... soy un ser humano horrible, que debería avergonzarse de respirar siquiera... ¡Sólo dos publicaciones en lo que va del mes! Por suerte no me pagan por esto, o ya me hubieran largado a la calle... Pero, en vistas de que a mí nadie me dice ni qué ni cuándo, pues tampoco me haré mayores problemas. Además, se nos viene encima la navidad, así que no están las cosas como para ir pavoneando malas intenciones. No: lo que yo quiero es enviar un fuerte saludo a todos mis queridos amigos de por estos lares, decirles cuánto los quiero, y dedicarles una canción, que todos se la tienen bien merecida. Y no: no va a ser ningún villancico putrefacto, nada de "somos los niños cantores" y toda esa mierda... hoy, en el Café, celebramos la navidad a nuestro estilo, y eso es con la copa bien en alto. Para animar el ambiente, pues, echaremos a rodar a un grande entre grandes, nada más ni nada menos que el ya legendario Tom Jones, porque las fiestas hay que pasarlas a lo grande. Sé que ando desaparecido, pero les aseguro que es por una buena causa: sepan que el cariño sigue siendo el mismo, con ese plus que trae consigo, ineludiblemente, la nostalgia. Olé, carajo: olé. 


jueves, 15 de diciembre de 2011

Lima la horrible



Bocinazo, platos rotos, el grito de "conchetumare" bien clavado en el cielo mientras una multitud agoniza al ritmo de una urbe catastrófica. Lima, ciudad de reyes que, si no los hubieran sacado a la fuerza, se hubieran ido por voluntad propia antes de que el cielo color alma de gallinazo los hubiera empujado a suicidarse de acuerdo a los métodos más sórdidos de la baraja. "La de nariz aguileña", según Lawrence Durrell, pero mucho más célebre es su fama de ser "la horrible", en palabras del genial Sebastián Salazar-Bondy.
En fin, una ciudad en la que no quisieras vivir: estrepitosa y sucia, bucanera y suburbial, mentirosa, prostituta, feudal y cortesana, con su compadreo, su "somos", su tráfico, su jaranita y su pisquito de más. Casi parece increíble que más de nueve millones de personas tengan el temple (o el impulso sado-masoquista) para engrosar sus calles y avenidas con su presencia, para coger a un toro tan jodido por las astas y plantarse en la mitad de este despojo posapocalíptico a pasar penurias y glorias, a llorar, reír y deslomarse como un perro para malgastar una vida bajo el cielo más deprimente que se haya visto en ciudad alguna. Sí, sí... Lima la horrible en todo su demacrado y carcomido esplendor. La ciudad que más amo en este mundo de malquerimientos y desencuentro. 
Tragicómico, perverso e irónico, el limeño deambula por estas callejuelas de la casi existencia a sus anchas, quejándose hasta el cansancio del estado de las cosas, pero disfrutando a la vez de un panorama tan decadente, sabiendo que ese caos es el mismo que corre por sus venas. Dice soñar con grandes cambios, con Progreso, con vivir en una ciudad que parezca importada de algún remoto rincón de Europa o de los Estados Unidos, pero miente, aunque él no lo sepa. El limeño no quiere cambios: el limeño sabe que las fachadas por entre las que camina son un espejo que refleja su propia y particular neurosis, su personalidad fragmentada, su noche oscura del cuerpo (parafraseando al gran Eielson). Lejos de su tierra, se sorprende (y censura) a sí mismo añorando todo eso que está convencido que debe detestar, todas aquellas pequeñas cosas a las que sabe la ciudad que lo vio crecer: desde el ambulante que vende correas y discos piratas frente a una zapatería en la avenida Abancay hasta la juerguita de los jueves en la taberna del barrio, pasando por los policías corruptos, los semáforos más eternos del mundo, el rumor de las olas del Mar de Humboldt, la silueta de los gallinazos recortándose contra las nubes verdigrisáceas (o, si quieren seguir la terminología clásica, "color panza de burro"). 
Claro que nada es tan simple: Lima es múltiple y sádica, infinita, más parecida a un rompecabezas sin armar que a un mosaico persa. Tiene mil calles con el mismo nombre, y ninguna de ellas se parece. Canta sus miserias a los cuatro vientos, pero al minuto siguiente ya se está riendo de su propia desgracia. No le alcanza el dinero para llegar bien parado a fin de mes, pero siempre hay suficiente como para ser amable con el vecino y pagarle una ronda de cervezas a los compadres de toda la vida. Maldita, enferma, acomplejada y santa: una ciudad que, como bien dijo Eielson, es asediada por la muerte. Y es en eso, precisamente en eso, sobre lo que se funda su grandeza. Ay, Lima, Lima... si muero lejos de tí, tal vez me dé lo mismo, pero que me lleven de todas formas. No hay mejor infierno que ése que ya conoces, ni mucho menos que ése que amas con todo tu corazón y con todo tu páncreas. Ni siquiera sé por qué me da hoy por escribirte poemas como este, pero es lo de menos: sólo quiero que quede en claro que es un poema de amor. 
Remato estas líneas con una canción, cada uno de cuyos versos se presta para hablar de una ciudad como esta, en la que nací, en la que vivo, en la que seguramente (y así lo espero) moriré. Ah, y con una copa en alto, a la limeña. 


domingo, 11 de diciembre de 2011

Más Lindsey (¿o más Lohan?) que nunca

Llega el mes de diciembre: tiempos festivos, en los que todos pensamos en la familia, en las fiestas, en las vacaciones, en renos que vuelan y duendecillos que fabrican regalos para una especie de Marx del poscapitalismo los reparta a todos los niños buenos del mundo, en chocolate caliente y panetón, en mañanas de playa y tardes de chelas con los amigos... y claro, este año, también en algo más, por cortesía de ese pilar de la humanidad que es Playboy: el tan comentado, cuestionado y (vamos, que todo hay que decirlo, y no tiene sentido negarlo) esperado desnudo de Lindsey Lohan, que pasó de niña traviesa pero dulce a adolescente complicada en muy pocos años (y en películas igualmente malas), y de ahí hasta encarnar la clásica tragedia post-princesa de Disney, cuando se acaban los sueños dorados de Mickey Mouse y empieza la vida con todos sus santos terrores. 
Pues bien, aquí tenemos a Lindsey como nunca la hemos visto pero siempre la hemos soñado. Sí, sí... más allá de lo mucho que su cuerpo y su belleza hayan tenido que sufrir con tantos años de desgaste a cuestas, así sea por lo que alguna vez fue, por eso que trata de demostrarnos que sigue siendo: la chica a la que todos podemos (o debemos) desear. De ahí el look Marylin, la estética retro, el contraste de colores fuertes de las fotografías. Lo que tenemos aquí es una invitación a algo que quiere estar un poco más acá que la realidad misma: una Lindsey Lohan que evoca el ensueño, no el escándalo. 
Si lo logra o no, ya es harina de otro costal. No tengo idea de si ha pasado mucho photoshop por estas imágenes o no, pero mal del todo no están. Ni ella tampoco. ¿Gajes de la posmodernidad? Ni la menor idea... son las cinco y media de la mañana, y ya no me queda mucho cerebro que exprimir. Mejor dejo que cada cual saque sus propias conclusiones. (Para ver las demás imágenes que se han difundido, entren a la siempre iluminadora Orgasmatrix).


miércoles, 30 de noviembre de 2011

Asaltos a la Madrugada


Cuatro y media de la mañana... claro que, a estas alturas, ya da lo mismo. Una de las cosas que más me gustan de la madrugada es la manera en que el tiempo de disuelve: una hora tarda unos pocos minutos en consumirse, hasta que los relojes se atracan en un minuto más difícil que los demás y te quedas esperando una eternidad hasta que pase... Gajes del oficio, vamos. Los perros del amanecer, que decía Sabina (una de sus mejores letras, pienso yo), "cuando no salen trenes para el cielo".

Tampoco sabes muy bien qué día es realmente: ¿martes? Ha muerto ya. Pero todavía no ha nacido el miércoles, ni lo habrá hecho cuando el sol se levante del otro lado de la ciudad y el cielo se tiña de gris polvo, o gris cemento, o gris muerto. Dará lo mismo. Es cuando revivimos el momento más trágico de la vida de José Arcadio Buendía, ése en el que, en su primer (y eterno) desvelo descubre que no existe tal cosa como uno y otro día, porque se siguen continua e incansablemente, en una rueda terrible y absurda.

Cuando me desvelo, por algún motivo, me entran ganas de leer poesía. De cuando en cuando lo hago. Entonces vuelvo a verles el rostro a los viejos compañeros de naufragio: Byron, Rimbaud, Bukowski, Baudelaire, Cernuda, Eielson, Pavese... si tuviera un libro de Dylan Thomas también lo abriría, pero (siempre que reparo en ello me sorprende y me duele) no tengo ninguno. 

Un trago: whisky. No hay nada mejor para echarse a la garganta (a falta de un alma) cuando la noche se cierra sobre uno, o en ese momento en que empiezas a notar el aroma del amanecer (mezcla de garúa, neblina y smog). Pero esa es otra cosa que tendré que echar de menos, porque no hay nada que tomar en casa. Ni modo. 

Algo más que decir: la misteriosa presencia de la cama. Vaya dios, o el diablo, a saber por qué, pero en las madrugadas me vuelvo a ver la cama y veo un infierno, aunque sé que es en realidad un paraíso, una nube si quieren que me ponga cursi. Y yo, que lo sé, no me animo. ¿Será porque en el fondo detesto dormir? ¿Será por evitar las pesadillas? ¿Será por la terquedad de seguir gastando las horas de la única forma en que pueden ser gastadas, es decir, en vano? Preguntas que tendré que dejar a que se consuman, como siempre, entre las inclementes llamas del alba. Ya escucho el canto de las aves.  

Imágen: "Night Windows", del extraordinario Edward Hopper, cómo no.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Gajes de Peruanismo #3

Demasiada inactividad, yo sé, yo sé... pero esto de deslomarse hasta exprimir por completo el tiempo que tiendo a usar para caer por aquí rendirá frutos, lo juro. Pero la peña merece más, así que ahí les va la tercera entrega (ésta es doble, como paga por tanto silencio):



Bueno, al menos podemos estar seguros de que en educación sexual no hay quien los supere...



Sobre todo, "rico", ¿no es cierto, Porky?

sábado, 19 de noviembre de 2011

Lázaro, levántate y bebe: Zaz - "Dans ma rue"

Seré claro y conciso: cuesta pensar en muchas cantantes del calibre de Zaz, que a estas alturas no solo ha reinventado la "chanson française", sino que además se ha ido insertando de a pocos, pero con fuerza, en la mente y el corazón de muchos (sí, sí... el corazón). Guapa, fresca, dueña de un estilo que derrocha naturalidad y no necesita maquillajes, estoy convencido de que en esta mujer está cifrada buena parte del futuro musical de Francia y del mundo. Y para este sábado de resaca compleja, qué mejor paliativo que Dans ma rue, esa canción que Edith Piaf hacía tan suya entre vodka y vodka, y que Zaz ha incluído entre las grandes joyas de su repertorio. Ponerla, al menos, cada uno o dos días se ha convertido en una necesidad para mí. Y mañana tocan pasodobles, porque hay toros. Se anuncian días interesantes... y con algo de suerte no sobreviviremos. Con una copa bien alta, como tiene que ser. 

 

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Gajes de peruanismo #2


Bueno, para esas parejas que no se separan por nada, lo entiendo, pero... ¿y el resto? Al menos tienes a quién pedirle que te pase el papel, supongo...

sábado, 12 de noviembre de 2011

Lázaro, levántate y bebe: Traffic Sound - "Meshkalina"

Hoy no estamos como para andar con bromas: cansancio, una tarde entera sacrificada en aras al trabajo, agotamiento, una decena de colillas aplastadas en el cenicero, y todo esto sobre el marco general de una resaca de proporciones neronianas, más cruda de las que recuerdo haber tenido en los últimos tiempos. Pero ya saben, las cosas como son, y cojudeces las justas: puros gajes del oficio, que no sirven ni de cerca como excusa para arruinar una noche de sábado. Por eso, señores muy míos, hoy nos tomamos las cosas muy en serio, y lanzamos a rodar esta pieza clave de la historia del rock en el Perú, este pedazo de genialidad pura y dura: Meshkalina, de Traffic Sound, es uno de los mejores remedios que conozco para la resaca existencial, una buena forma de calmar a las fieras que determinan la crudeza de algunas noches cuando el cuerpo ha caído en tal estado que ya no queda manera de guardarle esperanza alguna. La movida recién empieza, y creo que con estos acordes le estamos dando una de las mejores overturas posibles. Con la copa siempre en alto. He dicho. 

 

viernes, 11 de noviembre de 2011

¿Acaso no siguen matando a los caballos?


Hoy terminé de leer una novela, que es extraordinaria desde su título: ¿Acaso no matan a los caballos?, del gran Horace McCoy. ¿De lo que va? Básicamente, es la historia de un hombre y una mujer (que, se nos revela desde el principio, él ha matado) que, frustrados ante su poco éxito en conquistar el Sueño Americano, deciden tomar parte en una de esas "maratones de baile", tan populares en los años 30 en los Estados Unidos, donde tienen que bailar eternamente, con escasos 10 minutos de descanso cada cierto tiempo, hasta que quede una sola pareja en pie, la ganadora. Y, claro está, sirve para reflejar una cultura en lo que todo lo que importa es, en todos los planos, el "show": los valores, la humanidad misma, reducida a la portada de una revista, a los aplausos, al sueño eternamente hecho pedazos mientras un mar de sonrisas sigue consumiendo. Hasta se dice que Sartre, el gran Jean-Paul Sartre, se quedó tan fascinado con este libro que llegó a decir que en Norteamérica también tenían existencialistas. 
Yo nunca he tomado partido por nada ni por nadie sobre terrenos (esperen, que me viene una arcada) políticos, pero no he podido dejar de pensar, mientras leía este crudo y duro reflejo de la realidad, en lo que pasa hoy en el mundo. La posmodernidad, dice Jameson, es la pérdida absoluta de la profundidad, la caída del tiempo ante el mero espacio, la supremacía de la imagen. Y las cosas, vistas así, no han cambiado mucho desde los tiempos en que se escribió esta novela, ¿no? 
El otro día, precisamente, estaba en el maravilloso Café Italiano de la avenida Larco, donde preparan el mejor espresso de Lima, y le comentaba a alguien que lo que más me gustaba de ese sitio era, precisamente, su estilo clásico, su tradicionalismo. Nada de colorinches, ni decoraciones anacrónicas, ni síntomas de sed posmoderna. Sólo un lugar sencillo. 
Ahora bien, sigo pensando y me digo: ¿acaso eso no sigue siendo, vista desde otro ángulo, una imagen? Claro que sí. Como también es cierto que yo puedo ir a sitios, sean bares o cafés, más "modernos" y pasarla de puta madre. Porque el quid de la cuestión no está sólo en el lugar, en las decoraciones, en los objetos. No, hace falta también un público que lo interprete, del modo que sea. ¿Conclusión? Pues nada: que da lo mismo. Francamente, no me molesta lo que piensen los demás, siempre que no vengan a meterme sus reflexiones en la taza de café, ni me las susurren a gritos en la barra de mis tabernas preferidas (osea, siempre que respeten la básica ley del "No me jodas"). 
Ahora bien, es interesante ver lo que pasa cuando llevamos esta cuestión, la de la posmodernidad o como quieran llamarle, a otros ámbitos. Si seguimos lo planteado por Jameson, y pensamos en lo que sucede, por ejemplo, en el mundo de la prensa... Yo jamás he trabajado en un periódico, pero sí en varias revistas, y sé que la imagen es, cuando no muy importante, sí lo más. Y ojo, que cuando hablo de "la imagen" me refiero no solo a las fotografías, sino al texto mismo, a los nombres que figuran en él, al formato general de la publicación. En fin, al todo compuesto, que es una de las piezas claves del éxito editorial de una revista. 
Y la prensa... pues tiene otra clase de consecuencias. ¿Qué es lo que busca el público? ¿Información o una "imagen"? ¿Un artículo de profundidad o una primera plana? Son preguntas que me hice hace unas horas, y que ni siquiera he intentado responder (por pereza, de un lado, y por mi profundo escepticismo del otro, de paso que por algo de indiferencia al respecto), pero que creo dignas de ser traídas a colación. Hoy, que el Internet nos permite construir una maravillosa maqueta, una imagen soñada o imaginada de lo que (creemos que) somos, ¿qué es eso a lo que llamamos, tan sencilla y superficialmente que ni pensamos en todo lo que implica, "realidad"? 
Lean ¿Acaso no matan a los caballos?, lean a Horace McCoy. Con un talento narrativo de primera línea ha conseguido reflejar no sólo la profunda desolación de los tiempos y la sociedad en los que le tocó en suerte vivir, sino también esa en la que todos, de una forma u otra, nos hundimos, a veces sin enterarnos. Gajes de la posmodernidad, que le llaman. 

martes, 8 de noviembre de 2011

Gajes de Peruanismo #1

Consciente del poco tiempo que tengo para escribir en estos últimos tiempos, he decidido abrir una nueva sección en el Café: Gajes de Peruanismo, en la que reflejar, en imágenes, algunos de los motivos que me hacen amar tanto a mi patria (y lo digo sin sarcasmo) en contraste a las intenciones "progresistas" de algunos que, como dije en mi nota sobre la avenida Abancay, creen que la utopía de país es una foto de postal, o (esta imagen ya la he usado antes también) una vedette en el panorama turístico internacional. ¿Que de qué va a ir esta nueva sección? Pues muy simple: me serviré de las extraordinarias imagenes que aparecen en la página "perufail" para ir esbozando, de a pocos, y agregando unos pocos comentarios, ese aspecto del país que tan caro me es: caos, desorden, confusión... pero también creatividad, astucia, criollada. Frenética agonía. Poesía de primera. (Espero que mi buen Jorge Chávez se anime a darme una mano con esta sección; sé que lo disfrutaría). Ahí les va la primera entrega: 




 Errores ortográficos aparte... verdades las justas, ¿no?

jueves, 3 de noviembre de 2011

A los que pregunten por la poesía...

Es respondiendo al post que mi querido Mr. Mierdas publicó hace poco que traigo mis huesos esta noche al Café. Y esto, porque los versos, esos maravillosos versos de Maiakovski, me han tocado en lo hondo, forzándome a poder un poco más que el agotamiento físico y la tendencia natural a la pereza de la que adolece mi mente. Y es que, si alguien pregunta por la poesía, merece una respuesta, sea de quien sea. Y, además, tengo un Poeta de los de verdad bajo la manga: nada más ni nada menos que el gran Jorge Eduardo Eielson.
Ya he escrito alguna vez sobre él, y no me molesta tener que repetir que, de entre todos los poetas que han nacido en el Perú, éste es mi favorito indiscutible, un autor que supo hacer del lenguaje un verdadero manantial: primero, para construir maravillosos versos de clave romántica; después, para hablar de lo ausente, del sinsentido de las palabras, del silencio y la ausencia; y, finalmente, para hacerlo acerca de lo que él intuía que estaba más allá del lenguaje mismo. Un genio indiscutible, de los que se han ganado el título con honores.
Y, claro está, estas líneas van con una copa en alto, por toda la "familia". Qué honor, carajo... 


ceremonia solitaria entre papeles y palabras


Completamente solo entre papeles
Repletos de palabras
Entre alimentos que se vuelven sueños
Uñas excrementos
Y alimentos que se vuelven llanto
Huesos pensamiento
Entre cortinas que se abren
Como amaneceres y cortinas que se cierran
Como cicatrices. Solo entre sombras
Semejantes a otras sombras
Sombras de objetos que no son objetos
Sino torbellinos
De materias que sollozan y que tosen
Y que nunca fallecen
Siempre entre sombras entre sombras solamente
Acariciando una pared cualquiera
Un puñado de tierra en el bolsillo
Células muertas que antes fueran padres y madres
Tíos hermanos amigos
Ahora convertidos en palabras
Completamente solo entre fragmentos
De personas que no son personas
Sino racimos de botones e intestinos
Persiguiendo el mundo entero
En el fondo de un tintero
Hasta llegar al fin de la escritura
En donde muere la palabra
Y se levanta soberana la sonrisa
De la nada la misteriosa pelota de papel
Que ahora aprieto nuevamente
En una mano



 



domingo, 30 de octubre de 2011

Lázaro, levántate y bebe: Arturo Sandoval - "Mam-Bop"

De acuerdo, de acuerdo... hoy es domingo, así que a don Lázaro lo estamos levantando a destiempo, pero no importa. Ayer hemos cedido el espacio a otros temas, y con Abancay en la palestra nuestra rockola sabatina ha tenido que esperar, así que hoy nos reivindicamos invocando a sonar a uno de los más grandes jazzeros, a un hombre capaz de arrancarle a una trompeta un sonido único, personalísimo, y extraordinario. Nada más que Arturo Sandoval, mis queridos parroquianos, para que después no se ande diciendo que sirvo cualquier cosa: sólo lo mejor de lo mejor, ya lo ven. Como para animar esta tarde de domingo al ritmo de Mam-Bop, y así olvidar por unos momentos que estamos agonizando bajo el sol del peor día de la semana. A todo esto, parece que ya se asienta el verano, así que nos cae bien el temita para, de paso, darle un recibimiento, ¿no? Y el que se sienta con ganas de echar unos pasitos de baile, pues que no se quede con las ganas. Ojalá tuviera una copa a la mano, para levantarla... en fin, que Sandoval es Sandoval, y esta canción una buena overtura para dar inicio a una semana que, espero, empezará a verse distinta a las demás. A su salud, mis "beloved" parroquianos, a su salud...  


sábado, 29 de octubre de 2011

Abancay forever.

Recuerdo que hubo una época en la que yo frecuentaba mucho el Parque Universitario, en el Centro. Iba allí por lo menos unas dos veces por mes, para tomar un bus en una agencia de la zona que me llevara a Barranca, la playa en la que mi novia de entonces tenía una casa. Y para qué mentirles, siempre me gustó ese rincón de la ciudad, lleno de pequeños negocios, entre galerías, ambulantes y el legendario "Hueco", cuna de buena parte de la piratería local. Y es que la avenida que atraviesa esa plaza no es otra que la Abancay.
Seamos claros: la avenida Abancay es espantosa: sucia, algo maloliente, llena de ambulantes y de puestuchos que venden de todo... el más gris de los rostros de la ciudad. En otras palabras, una maravilla. Y lo digo sin sarcasmo: ese caos urbano, vital en cada uno de los gritos que atraviesan sus aceras y en cada uno de los bocinazos de los micros que recorren la avenida, ese tráfico eterno, la forma en que bulle el concreto como sangre en las venas... es, precisamente, un fiel reflejo de la ciudad en la que vivo, la ciudad a la que amo.
Hace poco me enteré del proyecto de la alcaldía para "limpiar" la avenida Abancay, extirpando a todos los ambulantes de la zona y poniendo un poco de "orden" en ese desastre. A muchos les sorprenderá que lo diga, pero la pura verdad es que me sentí indignado. ¿Por qué hacerle algo así a esta avenida? ¿Es que acaso no notan que en eso es que radica, precisamente, su belleza? Informalidad, caos, ruido, suciedad... ¿tan mal suena?
Se suele decir que lo que se está gestando en estos días en nuestro país es una verdadera identidad nacional, algo que nos permita sentirnos orgullosos de llamarnos peruanos. Solo que claro: creo que están muy equivocados si se piensan que el camino para conseguirlo es tapar las arrugas y aumentar los gastos en maquillaje. En otras palabras, que mientras nos juran y perjuran que si la gastronomía peruana, que si Machu Picchu, que si Vargas Llosa y todo eso, como si viviéramos en una tarjeta postal, la verdadera vida sigue haciéndose presente todo el tiempo, dando la contra a estas utopías de agencia de turismo. Volvamos, por ejemplo, a nuestra ciudad, que es, en más de un noventa por ciento, todo lo contrario a lo que muchos quieren creer: caos, resaca, informalidad y smog. ¿No será que, en lugar de tanta cirugía plástica, lo que necesitamos es mirarnos en un espejo y aprender a querernos un poco?
El "saneamiento" de la avenida Abancay, al que no me queda más que resignarme con pena, es mucho más que eso: es, en buena medida, un símbolo de la neurosis que afecta a nuestra ciudad, a una masa de gente que no puede vvir en paz sabiendo lo que es en el fondo. Hay desesperación por el cambio, pero tengan por seguro que no va a llegar por ese camino. Nada desaparece, sólo se transforma, reza el viejo atomismo griego (y, de paso, la física moderna). Y eso es, exactamente, lo que sospecho va a seguir sucediendo: al final, la ciudad podrá más que los sueños absurdos de sus habitantes, y volveremos al mismo caos primero. Y así seguirá, hasta que aprendamos a aceptarlo, a vivir con él y, por qué no, a quererlo, a reconocernos en él. Tal vez entonces sí podamos ver nuevas rutas por donde ir. Esta copa, la levanto por mi vieja avenida Abancay. Con nostalgia.

martes, 25 de octubre de 2011

Un poco de música... maestro

Estos últimos tiempos ando algo complicado de horarios, entre el trabajo, la universidad y parecidos, así que las agendas no me han dado mucho tiempo para dedicarme al viejo Café. Pero, para que no se ande diciendo por ahí que no paso un trapo por la barra, ni quito las telarañas del techo, ni lavo los vasos, ni nada, pues los dejo con una canción, más la promesa de traer algún texto digno lo antes que pueda (que haré lo posible porque sea esta semana). Ya lo saben, los gajes del oficio...

(Ya ven que no es cualquier cosa... y encima el título cae a pelo a la ocasión)



sábado, 22 de octubre de 2011

Lázaro, levántate y bebe: Miguel Ríos - "Blues del autobús"

Bueno, este sábado me agarra sin mucho tiempo, pero paso brevemente por aquí para enchufar la rockola y dejarla sonando. Esta canción, el "Blues del autobús", que escribió Sabina para Miguel Ríos, siempre me ha parecido extraordinaria, inspiradora... además de tener uno de los mejores títulos de la historia del rock en español. Pero no he elegido una versión cualquiera, no: se trata de una en vivo, en la que Sabina y Ríos la hacen suyo sobre un escenario. También con Víctor Manuel, pero de ese... mejor no decir nada, que todo ya está muy bien con los otros dos. Fin de semana... todavía tenemos tiempo para morir.



martes, 18 de octubre de 2011

Bichos asesinos 2 - Total, ¿abajo o arriba?


Cuando uno piensa detenidamente en las clásicas estrategias de reciclaje a las que recurre (tan típicas de las segundas partes que les inventan a las películas que han tenido éxito), uno tendría que admitir que Tremors 2 es una mierda y punto. Por eso, resulta fascinante que esto no sea así (no al menos del todo, o no mientras no le exijamos a una película que va de disparos y bichos antropófagos que tenga los brillos de Trouffault o Marco Ferreri).
Guiada por un guión ágil, que lleva de una situación a la siguiente a muy buen ritmo, la segunda película de los Grapoides lleva la emoción a otro nivel: si en la primera regía ante todo el suspenso de unas orugas enormes que acechaban desde debajo de la tierra, ahora la trama evoluciona al miedo crudo y directo, cuando los bichos salen de las profundidades en su versión de bolsillo, pero igualmente mortíferas. Claro que hay un par de detalles que no terminan de quedar claros (¿qué son los mini-grapoides? ¿las crías de los grandotes, su versión post-metamorfosis o su siguiente paso en el camino de la evolución? ¿y por qué de pronto se parecen más a reptiles que a bichos?), pero tal vez eso sea lo de menos. Es una de las cosas que me gustan del cine de acción en general (que no es todo, vamos): que puede sentarte a disfrutarlo y echarte unas risas sin necesidad de romperte la cabeza, a menos que quieras hacerlo. Por lo demás, el único personaje de la primera que se hace extrañar es el de Kevin Bacon.
En términos generales, pues, diré que se trata de una película divertida, perfecta para un domingo por la noche, a la que no es necesario (ni pertinente) exigirle más de lo que nos dá. De acuerdo con que no es, ni de lejos, una pieza maestra del cine, pero no sólo de piezas maestras se vive.
Ahora, que sé que hay otras dos películas de la serie de Tremors, pero no las he visto, y no sé si llegue a hacerlo (uno nunca sabe). En la tercera, el protagonismo recae sobre el loquito de las armas y las explosiones, que tal vez sea el personaje más memorable -o en todo caso divertido- del reparto; y la cuarta, que tal vez haya sido excesiva (cosa que no afirmaré, porque no la he visto), se traslada a los tiempos del viejo oeste. ¿Exceso de los productores gringos? Supongo que sí, pero al menos no es algo a lo que no estemos acostumbrados.

sábado, 15 de octubre de 2011

Lázaro, levántate y bebe: Keb' Mo' - "It hurts me too"

Todo esto está muy mal. He dejado de lado por mucho tiempo mi misión, esa que yo mismo cargué sobre mis hombros, que es la de dar al limbo de los sábados, entre la resaca y la nueva noche, una música digna para la resurrección. Pero volvemos a la carga, señores, y con fuerzas redobladas, más que dispuestos a echarnos abajo lo que nos quede de vida o de tarde entre la música y las copas. Y, también, con algunos cambios. Porque soy el primero en reconocer que "La del sábado" es una mierda de nombre para tan ilustre sección, un título que adopté sólo por respeto a mis limitaciones. Por eso, y gracias a que tuve una iluminación (etílica, por supuesto; mucho más profunda que la de un Budha cualquiera), nuestra sección sabatina, la rockola de las resacas, pasará a llamarse ahora como debió llamarse desde un principio: "Lázaro, levántate y bebe". Creo que refleja a la perfección lo que se propone este ritual de los fines de semana. Y, para celebrar la re-inauguración, he decidido traer a sonar un clásico de clásicos, que ya ha sonado por aquí antes, pero eso no importa: "It hurts me too" es un blues tan extraordinario que sería capaz de invocarlo mil y una veces más. Esta vez, además, en una versión distinta a la anterior, la del extraordinario bluesman Keb' Mo', maestro guitarrista y extraordinario cantante. Levantando mucho esa copa, como tiene que ser, y más que dispuesto a enterrarme, vivo o muerto, en la noche que pronto caerá sobre las calles barranquinas. Siempre estamos parados al final del camino. 

 

jueves, 13 de octubre de 2011

Primer encuentro con Bowles

Hoy empecé a leer (después de mucho tiempo sin abrir una novela) El cielo protector, de Paul Bowles. Lo compré hace apenas unas semanas, intrigado por este autor tan sonado, del que había leído tantas cosas en las memorias de Gore Vidal; y, como me pasa con cada libro que compro, no muy seguro de cuándo lo leería (porque nunca he sido de los que hacen colas de libros prestablecidos).
Y no me he quedado desilusionado, para nada: bastó con leer la primera página para que la maravillosa prosa de Bowles se me clavara en el lado derecho del vientre, con esa extraordinaria descripción de las trabas por las que pasa un hombre, el personaje de la novela, al despertarse, desde el surgimiento de la nada, pasando por la confusión y el reconocimiento de la (reconfortante) tristeza hasta el momento en el que los sonidos que lo rodean van adquiriendo corporeidad, que es cuando el mundo vuelve a tener sonido, color, algo que se parece al sentido, pero no lo es.
No voy a mentir: sólo he leído las primeras ochentaipocas páginas de la novela, pero de un tirón, fascinado por el brillo de un escritor tan extraordinario. Bowles, que además fue un gran músico, y que ha dejado tras de sí una larga lista de lecturas prometedoras. Este primer encuentro ha sido definitivo; ahora, además, me gusta saber que, cuando vuelva a encontrar su nombre en las páginas de otro, sea Gore Vidal o cualquiera, Bowles no será más un desconocido escritor y músico del que oí hablar alguna vez, sino un amigo cercano, alguien al que puedo admirar (y querer) abierta y sinceramente. 
Por ahora, vivo el gozo de saber que tengo todo un libro por delante para continuar disfrutando de su grata compañía. Dejo su nombre sonando por aquí, con la esperanza de que algún otro lector caiga en la tentación de sus párrafos, y a la expectativa de que el futuro, si llega, traiga otro montón de sus páginas. Y lo digo con una copa en alto, como tiene que ser.   

lunes, 10 de octubre de 2011

"Bragas Bravas": Sexualmente hablando...

La semana pasada, recibí un correo de mi buena amiga Marlene Vega, en el que me decía que tenía una "propuesta indecente" para mí. Se trataba de una invitación a participar como invitado en la primera transmisión de su programa en LaMula, "Bragas Bravas" (recuerdo que, cuando todavía pensaban en un nombre, yo les recomendé "Sin bragas y a lo loco"), ideado como un espacio abierto de discusión y comentario de temas relacionados a sexo, sexualidad y similares. Osea, una propuesta que no podía rechazar. 
Es más: recuerdo una noche ya algo lejana, en ese templo de todos los adictos al pecado que es La Noche de Barranco, en que nació este proyecto. Ya desde entonces, Marlene me dijo que, si llegaba a concretarse, esperaba que pudiera participar. Y bueno, lo hice. El tema de la primera transmisión fue "Las primeras veces", y la pura verdad es que nos la hemos pasado de puta madre. Desgraciadamente, no encuentro la forma de copiar el video, así que tendré que contentarme con dejar el link, para los más valientes. Y con una copa en alto por "Bragas Bravas", cómo no.  

viernes, 7 de octubre de 2011

"La náusea"


Hay libros que pasan como si nunca hubieran estado: te echas unas risas, te interesas, y luego dejas que todo pase, sin muertes ni daños colaterales. Pero hay otros que, cuando aparecen, se nos clavan con fuerza en el páncreas, nos atormentan, nos obligan a recordarlos, a volver una y otra vez a ellos para que recordemos quién carajo somos. Hoy, quiero hablar de uno de ésos, aunque lo haya hecho muchas veces: La náusea, del maestro Jean-Paul Sartre.
Mucha gente piensa que Sartre ha muerto, y que sus libros ya pueden ser enterrados y en paz. Pero se equivocan, presas de la confusión, pensando que se trata de un autor "pasado y superado", cuando la pura verdad es que lo que tienen es pavor, miedo de encontrarse con el propio rostro sobre aquellas páginas.
Lo he dicho en otras ocasiones, pero no me molesta repetirme: La náusea cambió por completo lo que hasta aquel momento yo pensaba que podía llamar mi vida. Antoine de Roquentin se convirtió en un reflejo tan sólido y sórdido de mis propios pasos, respiraciones y temores, que más de una vez me sorprendí temblando. Caí en una crisis existencial tremenda, en la que terminé por curarme de cualquier instinto suicida que pudiera haberme quedado de mis años de adolescente, pues me dí cuenta de que, tal y como están las cosas, hasta el suicidio es el colmo del absurdo.
Pero dejemos de hablar de mí. El otro día volví a abrir este libro, me paseé por algunas de sus páginas, volví a escuchar aquella voz, la de Roquentin, que de alguna forma es la mía y la de todos los hombres (pero por separado, de cada uno de ellos, y no de todos). Sigue pareciéndome una obra extraordinaria, de las que sólo puede hacer un verdadero genio. Es lo que siempre me gustó de Sartre: su solidez, su fineza intelectual, su potencia, su ínfimo tremendismo. Un autor en el que es imposible separar al escritor y al filósofo, y hasta nos sentimos agradecidos por eso.
Claro que, como decía antes, no es tan sencillo como parece. Sartre es muy duro, y para salir con vida de uno de sus libros (bueno, no estará de más recordar que a la publicación de La náusea   le siguió una fuerte ola de suicidios) hay que tener entereza y algo de valor, de paso que ironía suficiente como para reírse de uno mismo (es una costumbre muy sana). El tipo de autor que es valioso, precisamente, porque nos dice lo que nadie quiere saber, aunque en el fondo todos lo sepamos. Demasiado.
En  fin, que es un libro que recomiendo enormemente. Un solo consejo: antes de empezar con la lectura, alejen cualquier objeto punzante, así como pastillas y armas de fuego. Sólo por si las dudas.

miércoles, 5 de octubre de 2011

La invención de Lumiere

Pensar que un día como éste, sólo que en 1864, nació Louis Jean, el segundo de los hermanos Lumiere que inventarían el proyector cinematográfico y fundarían el séptimo arte... No es que tenga mucho que decir, porque nunca supe mucho de ellos (aunque tal vez debería), pero de todos modos me parece una buena oportunidad para hacer algo de memoria. Y ya que todos hemos oído la famosa historia de cómo los asistentes a la primera proyección comercial de una filmación salieron despavoridos de la sala ni bien vieron que un tren iba hacia ellos, me he dicho: "Bueno, pongamos esa cinta en algún lado". Yo la ví hace unos años, y claro, ya no da miedo ni nada (¿qué nos va a asustar a nosotros, que tenemos que convivir con engendros de la talla de un Justin Bieber, que dicho de paso viene a Lima? Puaj...), pero es ilustrativa. Carajo, cómo cambian las cosas. Lo que hace el tiempo. Olé, Lumiere, y gracias.


domingo, 2 de octubre de 2011

Bichos asesinos 1 - Hay algo ahí abajo

Bichos... para algunos, animalejos desagradables cuya existencia debe ser moderada (o erradicada) a punta de veneno o siguiendo la vieja política del pisotón y punto. Esto, por lo menos, es lo que piensan los que siguen a ojos cerrados la filosofía según la cual el reino animal se reparte entre dos polos, en uno de cuyos extremos estaríamos nosotros, mientras en el otro quedan los seres "inferiores", es decir, obviamente, los que menos se nos parecen (no es difícil seguir la línea de la lógica de la estupidez humana, vamos). No es que podamos culpar a nadie: nuestra historia biológica y genética nos ha preparado para empatizar mejor con los animales que más se nos parecen, empezando por los monos y siguiendo en esa línea por los demás mamíferos, y después aves, reptiles, anfibios, peces... hasta llegar al otro extremo, donde se encuentran los "bichos": insectos, arácnidos, crustáceos y demás (amebas y similares creo que ni entran en este panorama).
Pero no todos piensan así, tampoco. Hay quienes ven en los bichos lo que hay: pura testosterona evolutiva, por así decirlo. Son máquinas de supervivencia, con una capacidad adaptativa con la que nosotros no podríamos ni soñar, eficientes, funcionales, envidiables. Hasta hay casos extraordinarios, que se pueden ver en las especies que viven organizadas en grupos, donde los bichos llegan a formar estructuras y comportamientos sociales. Por poner un ejemplo rápido, el de las abejas, que no necesitan un cerebro (porque no lo tienen) para implementar una política de castigo sobre los miembros transgresores de la colmena: si una abeja se emborracha, por ejemplo, recibe un escarmiento; y si vuelve a caer en el vicio, le arrancan las patas y la dejan a que espere a la muerte en el abandono. Tan sencillo como eso.
Tal vez esos dos factores (el que sean tan distintos y "temibles", por un lado, y su eficacia y habilidad de supervivencia del otro) los que han puesto a los bichos en la mira de los productores de Hollywood por tantos años. En los últimos días, me he dedicado a volver a ver algunos clásicos del género "bichos" del séptimo arte, y me gustaría por tanto aprovechar la oportunidad de colar por aquí algunos comentarios al respecto de dichas películas.
La primera es imaginable: Tremors, la que preparó las mentes de todos, ni bien arrancados los noventa, para la ola de bichejos que se nos venía encima. Solo que claro: estos no iban a contentarse con colarse en el tarro de las galletas, sino que nos querían a nosotros como plato fuerte en su menú. En este caso, unas enormes orugas subterráneas que arrasan con todo, arrastrando a sus bocas llenas de lenguas a cuanto ser comestible estuviese a su alcance, y poniendo en riesgo a los habitantes (menos de diez, si no me equivoco) de un lugar que lleva el curioso e improbable nombre de "Perfection". Pero no hay de qué preocuparse, porque ahí están Fred Ward y Kevin Bacon para asegurarse de que no quede ninguna con vida, apoyados por cerca por un loquito de las armas y las explosiones llamado Burt, que debe ser uno de los personajes más memorables del repertorio de Michael Groose, de paso que el mejor de esta película.
Lo curioso (y problemático) de estos gusanos hambrientos de carne humana es que no son como las lombrices comunes -además, claro está, del hecho de que las lombrices comunes no tratan de comernos- porque parecen capaces de pensar y aprender de lo vivido. No parece muy fácil dar muerte a un animal que no cae dos veces en el mismo truco, y que encima es capaz de tender una que otra trampa. Puestas así las cosas, lo que yo me pregunto es: ¿dónde carajo estaban escondidos antes esos gusanos para que nadie los viera?
Siempre he sido enemigo de hacer resúmenes (hay que tener talento para eso, y yo no lo tengo), así que pasaré a una consideración general, y es que la película es de puta madre. Se llega a lamentar que uno o dos personajes en particular no mueran para el final de la peli, pero supongo que eso es algo que tendremos que perdonarle a los guionistas. Lo demás, animales enormes, disparos, algo de romance idiota, explosiones, bichos que revientan, personajes que se hacen los bacanes... es todo lo necesario para sobrevivir a una tarde de domingo, mientras tratamos de hacernos a la idea de lo jodidas que van a estar las cosas el día que nos toque vérnoslas cara a cara con un gusano al que no podamos asestar un pisotazo (sin perder la pierna). Cosa que se pondrá un poco más difícil en la segunda parte, cuando nuestros buenos "grapoides" -así les llaman- den un paso más en su plan de caza, y nos presenten a su versión "de bolsillo". Pero eso lo dejaremos para la siguiente entrega, si les parece bien.    

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Cinco voces para la Muerte

Siempre parece demasiado pronto para hablar de la muerte, sobre todo de la propia. Y, sin embargo, no hacemos otra cosa: ya sea a través de recovecos de nuestros pensamientos del día, en tono de broma y entre risas con los amigos, en la soledad de las noches y el insomnio. Y, de una forma u otra, todos hemos imaginado nuestro último aliento, hemos fantaseado con él, a veces hasta regondeándonos en los detalles. Gajes del oficio, supongo. Habrá que reconocerlo: del morbo, en el fondo, no se libra nadie.

Tal vez lo que más nos frustra es que, al final, no hay nada que podamos decir realmente sobre tan importante momento de nuestras vidas. Certeza: tenemos sed de certeza. Pero cuando se trata de la muerte, lo único que tenemos es una copa llena de un licor que todos vamos a tomar, sin que nadie nos pueda decir a qué sabe realmente (porque los que ya lo han probado, no están habilitados para hacérnoslo saber).

En la Edad Media, la muerte llegó a adquirir una presencia en toda su ley. Caminaba entre la gente, podía aparecerse, y tenía no sólo cuerpo sino hasta voz. Para unos, era la gran igualadora, la potencia fatal, esa ante la cual todos éramos iguales. Había quienes la veían con horror. Otros, como el gran Manrique, la veía como la gran liberadora de las cadenas, la única que podía acercarse a los hombres y reconocer, en ellos, su verdadera grandeza. Pero todos estaban de acuerdo en algo, y esto es que la muerte estaba allí, entre ellos. Fuese o no con temor, la podían ver a la cara, hablar de ella, saber de ella. Tenían una certeza: que todos iban a morir. Hoy, en cambio, la gente prefiere hacer como si no supiera nada. La incertidumbre como refugio. Un refugio inútil.

¿Dónde está la vida? ¿La VERDADERA vida? Esto es lo que se preguntaba Calderón mientras imaginaba los altibajos del triste Segismundo, un hombre que nació para no saber, y que tal vez terminó sabiendo demasiado o demasiado poco. ¿Acaso no es esta vida el sueño del que hay que despertar? ¿Despertar a dónde? ¿A la muerte acaso? Claro, como nadie sabe lo que hay del otro lado del telón...

Hay una frase de Joyce que a mí me gusta mucho: "Death begins with reproduction". Es una gran verdad dicha tan abiertamente que hasta uno se siente un poco tonto después de leer esas palabras, cuando se ve obligado a reconocer que ya lo sabía. Empezamos a morir en el minuto mismo en que empezamos a ser algo. Avanzamos en cuenta regresiva. Como decía antes, son solo gajes del oficio. 


sábado, 24 de septiembre de 2011

Mitologías contemporáneas: el lector y el iletrado


Lo he escuchado incontables veces, porque es una opinión tópica y típica, en boca de muchos y seguido de cerca por los infaltables asentimientos de cabeza: que leer hace mejores a las personas. Sea en términos de sensibilidad, felicidad o riqueza espiritual (término que, francamente, nunca he terminado de entender del todo... ¿de verdad tiene sentido, eso de la "riqueza espiritual"? ¿Existe ese pajarraco?). Y a más de uno, también, le ha tocado escucharme dar la contra. Porque no, no creo que la gente que lee sea "mejor" que la que no lo hace.
A ver, no vayamos a confundirnos: la lectura es un hábito maravilloso, que me ha dado muchas de las mejores cosas que tengo en mi vida, de paso que algo que hacer con ella. Ni quiero ni puedo imaginar lo que sería de mí si nunca hubiese leído a Borges, a Tolkien, a Heidegger o a Quevedo, ni cómo es pasearse por Barranco sin algunas líneas de Martín Adán en la memoria. Pero de eso a decir que la gente que lee es "mejor" en algún sentido hay un salto tremendo. Y yo siempre me he preguntado, ¿de dónde nace ese fetiche? ¿Es, acaso, resultado de tantos años de romanticismo? ¿Rezagos de los tiempos en que ser un rebelde intelectual de la extrema izquierda era lo más adecualdo y cool para las juventudes? ¿Gajes de vivir en eso que Ángel Rama ha llamado "la Ciudad Letrada"?
No tengo la menor idea de cuál podría ser la respuesta, ni cómo trazar las líneas de la genealogía de este fetiche. En general, siempre me ha interesado más lo que se hace efectivo, lo tangible, que los "deberías" con los que sueñan algunos filósofos y muchos autores de libros de autoayuda. Y lo que tenemos, detrás de tantos prejuicios y páginas, es gente. Gente que vive sus vidas, que camina por las calles, que entra en oficinas, bares, burdeles, mansiones, barriadas, departamentos, minas, mototaxis, yates, tumbas. O, en otras palabras, gente que saca adelante unas biografías fascinantemente distintas, remotas, marcadas cada cual a su manera por la desgracia, la frustración, la felicidad y el deseo, y que se ha quedado, merced de los golpes buenos y malos, con un montón de recuerdos que en buena medida  definen y hacen ser quien es a cada individuo, desde el más talentoso escritor al cajero del banco, del oficinista que sólo tiene lugar para los números al miserable que recoge basura de las esquinas para vivir. No es necesario leerse las obras completas de Tolstoy o Cervantes para poder aspirar a la sensibilidad: para eso, a falta de páginas, está la vida.
Lo que tenemos, sin embargo, es otra cosa, ese prejuicio irracional que empuja a la gente "educada" (creme de la creme de la racionalidad, supone alguno) a discriminar (con o sin bondad) al iletrado, al analfabeto, al que se caga con todas las de la ley en los Clásicos de la Literatura Universal, al que prefiere no leer el libro porque espera a que hagan la película. Un prejuicio, ya lo digo, que no tiene ni pies ni cabeza.
A ver, hagamos una prueba... tratemos de imaginar esa utopía del buen lector. Tómense cinco minutos, vamos. ¿Ya? Pues bien, ni idea de lo que habrán visualizado, pero a mí la pura verdad es que la sola imagen de un mundo lleno de gente "culta" me da escalofríos, y por diversos motivos que van desde lo personal hasta lo filosófico. O peor aún, ¿se imaginan un mundo lleno de intelectuales? Maldito sea dios... yo no lo soportaría.
Lo malo de la lectura es que, para muchos, es una buena excusa para hacerse pasar por listo, por bacán, por culto o, horror de horrores, por interesante. Hace imaginar que existe una regla para medir a las personas, mientras se apegan a la idea de que la cultura (que para muchos se escribe con mayúscula) es su club privado, donde pueden discutir acerca de todo, aún de cómo "todo es parte de la cultura". Desgraciadamente para ellos, eso que algunos lectores dicen saber -aunque no todos lo sepan- es cierto: que todo es parte de la cultura, le pese a quien le pese, desde Ricardo Palma y Ovidio hasta el más aburrido de los notarios, desde el rockero más original al "popstar" con menos luces del panorama. En cierto modo, la cultura no es de nadie: nosotros le pertenecemos a ella, somos sus presos.
De sobra está decir que he conocido a personas cuyas esmeradas lecturas de los clásicos no les han impedido ser menos sensibles que una piedra, así como a maravillosos iletrados, gente de verdad ilustre que no tiene ni la menor idea de quién es Madame Bovary. Gente que me es muy cercana, a la que quiero mucho y respeto más de lo que respetaría a cualquier Premio Nóbel no han abierto un libro en su vida. Gente cuya conversación, además, resulta siempre estar llena de cosas interesantes y divertidas, así como de algo que yo valoro muchísimo: sencillez.
Yo no trato de provocar ni de escandalizar a nadie. Si generalizo, es porque nuestro lenguaje nos obliga a hacerlo, no porque crea que le gente que lee sea un grupo de delincuentes. Vamos, yo no podría vivir sin leer, y de pocas cosas me enorgullezco tanto como de mi biblioteca personal (reunida a lo largo de muchos años, y a precio de sudor, sangre y ahorros). Hay lectores maravillosos, muchísimos. De lo que se trata, para mí, es de romper un poco ese ideal, tan gastado, del buen vivir y el buen leer.
Es más, arriesgaré una última opinión, muy personal, antes de dar por terminadas estas palabras. Tal vez la gente que no lee sea, en el fondo, mucho más feliz que la gente que lee. Cada vida trae consigo su consigna de desgracias, temblores y crisis, pero en la de los lectores se suma, también, la que traen los libros. Sartre, a mis diecisiete, me empujó a una crisis tan severa que hasta me hizo descartar la idea del suicidio, por absurdo, por poner un ejemplo. Pero no sólo eso: la vida de lector me ha formado un escepticismo tan sólido, un pesimismo tan culto, que a menudo me ha generado trabas existenciales. Y sí: me podría volar los sesos tratando de dar el giro adecuado a un problema de filosofía del lenguaje. Ahora, lo que sí que no voy a negar es que, leyendo, se aprende muchísimo.
Hablo, pues, del perfil mitológico de la lectura, de ese escalafón tan curioso y -admitámoslo- un tanto patético que nace de lo que, en el fondo, no tendría que ser más que una cuestión personal, ya sea por placer o por intereses determinados. Hay gente que pone el grito en el cielo cuando se entera de que no he leído El Quijote, pero la pura verdad es que ese es un detalle de mi vida que no me preocupa demasiado, ni algo de lo que sienta que tengo que avergonzarme.

sábado, 17 de septiembre de 2011

La del sábado: Pink Floyd - "Lucifer Sam"

Una semana de (muy) poca actividad... es lo que tienen las agendas, que carcomen la propia vida, que la disgregan sin dejar un rincón desde donde levantar el dedo medio y sacarle la lengua a la fatalidad de las horas que pasan. Pero no importa. No importa. Este sábado resacoso, que tendría que haber nacido muerto pero vibra a fuerza de latidos de vida, no vamos a dejar pasar nuestra tradicional rockola del delirio. A ver, a ver... ¿qué tenemos por aquí? Pues nada más ni nada menos que una pieza maestra, una de esas canciones que sirven tanto para marcar el compás de una tarde consumida por el abandono y la resignación como para dejarse llevar por el frenesí a la pista de baile. Lucifer Sam, psicodelia de la buena, mutilación mental de esas que cuando pasan te han dejado algo y se han llevado otro poco. En pocas palabras, Pink Floyd de los viejos tiempos, antes de que Syd Barrett soltase la posta de esta mítica banda inglesa. Dejo sonando a los clásicos mientras yo me vuelvo a encarar a la tarde, que ya cae sobre mí.



miércoles, 14 de septiembre de 2011

Nosotros, tristes humanos... ("Una vida violenta", por Pier Paolo Pasolini)

Creo que una de las intuiciones más geniales de Pier Pasolo Pasolini (una que atravesará de lado a lado la totalidad de su producción artística, ya se trate de cine, narrativa o poesía) fue la de notar que el llamado "realismo", bien comprendido, no se podía reducir a una representación plana, "fotográfica", de la mera realidad. Para empezar, porque ese adjetivo, "mera", le va muy mal a la palabra que califica. No: para Pasolini, la realidad no era sino un escenario, por así decirlo, doble, en el que podíamos apreciar una doble representación que a las finales tejía un solo drama: en el mismo plano, el teatro de actores y el de sombras; la vigilia y la pesadilla; el deseo y la frustración; la calle y el infierno. No hablo de un universo dual, dividido en dos categorías que corren paralelas, sino de un solo entramado en el que ambas carreras son, en el fondo, la misma, por mucho que les duela aceptarlo.
Esa impresión (que he tenido tantas veces, en contacto con la obra de este verdadero genio de nuestro tiempo) ha vuelto a mí en los últimos días, mientras daba fin a la lectura de una de sus novelas, titulada Una vida violenta. En ella, somos testigos de las correrías, tragedias, frustraciones y romances que atraviesan la vida de Tommaso, un muchacho de la Roma marginal, que ha pasado su vida entre las barriadas, persiguiendo sueños que no eran del todo los suyos, pero incapaz también de imaginar otros mayores. Provocaciones, asaltos, noches llenas de sudor y velocidad, desenfrenos, sentimentalismo... pero también algo más, una presencia oscura y continua que, pese a su invisibilidad, no deja de hacerse sentir a lo largo de cada una de las páginas del libro.
¿Qué es esa... presencia o cosa? ¿Es posible siquiera dar respuesta a esta pregunta? No lo sé con seguridad. En Pasolini, siempre, hay una puerta que se abre, en cada rincón, en cada esquina llena de mugre, basura y sangre, a un abismo en el que habitan los demonios. El Hambre, la Muerte, la Desesperación, son algunos de los nombres de las máscaras con las que se nos hacen presentes. Habita en los pasajes oscuros, en los charcos de lodo y grasa, en la mierda, en los temores, pero también en los deseos, en los afanes, en las sonrisas, de los personajes. Como una condena. O como una maldición, si quieren. Y, también (y este punto es necesario señalarlo), en cada uno de los olores que se desprenden de cada una de estas páginas, que parecen escritas tanto para el olfato como para la vista y la imaginación -virtud literaria que Pasolini supo manejar admirablemente, quizá mejor que ningún otro autor.
Es muy difícil hablar con claridad de una novela tan íntimamente compleja como ésta. Digo íntimamente, porque no hay en ella giros narrativos inesperados o de alta vanguardia, ni su prosa ha sido entramada para confundir al lector. No: su complejidad reside en su alto valor poético, en la oscuridad que habita en ella en tanto que espejo, en los complejos entramados psicológicos que se encabalgan constantemente y que parecen tirar del hilo nefasto de la fatalidad desde la primera página hasta la última. Tampoco seré yo quien diga que es una novela extraordinaria, porque no lo es; su valor, su genialidad, reside más bien en su poesía, en su sordidez, en su profundo y descarnado retrato del ser humano de este lado de la carne, que es donde Pasolini ha encontrado al monstruo.
Releo estos párrafos, y los encuentro bastante pobres: confusos, enredados, tal vez inútiles. Pero no me importa, al menos no esta vez: creo que, por lo menos, servirán como reflejo del profundo impacto que pueden llegar a producir las páginas de este libro, al que prefiero no llamar ni siquiera novela, pero que guarda, escondido a flor de piel, uno de los tesoros más ricos de la narrativa italiana del siglo pasado, y tal vez de toda su historia.

sábado, 10 de septiembre de 2011

La del sábado: José José - "Lo que un día fue no será"

José José... cuántas madrugadas habré recibido, entre las risas de los amigos y a rasgueo de guitarra, con las maravillosas canciones de este maestro. Aunque eso suena un poco extraño, bien pensado el asunto: al fin y al cabo, estamos hablando del que hizo de su himno canciones como El triste, o 40 y 20, los cortavenas más efectivos del repertorio de los boleros más amargos, como quien se sienta a la barra y pide un vaso bien largo lleno de nostalgia para secarlo de un sorbo. Supongo que, al final, eso es lo que tienen las canciones: que se saben adaptar al contexto, si es que no lo crean del todo. Además, pocas voces han entonado con tan buena voz un bolero alguna vez, y mucho menos uno armado con letras como estas, de las que saben elegir bien dónde clavar el puñal. Ahora, que si me pidieran elegir una sola de sus canciones (cosa muy, pero muy difícil) supongo que al final me quedaría con esta que he traído a sonar esta noche, mientras termino de templar los ánimos para salir a encarar a la noche y pedirle un abrazo y un par de besos: Lo que un día fue no será es un clásico en toda su ley, una receta insuperable para desgarrar el corazón y empujar al alma a la siguiente botella. Una ronda más, señores, que aquí ya van sobrando las palabras. 

 

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Pavese, poeta.


Ya no recuerdo muy bien cuándo descubrí a Cesare Pavese. Sé que fue pasando las páginas de la antología de poetas del siglo XX que hicieron juntos Javier Sologuren y Carlos Germán Belli, cuando mis ojos cayeron hipnotizados por ese título extraordinario que es Y vendrá la muerte y tendrá tus ojos; pero lo demás (fechas, lugares, si por la tarde o por la noche) ya es materia del olvido. Aunque eso, claro está, es lo de menos. 
No he leído (aún) las novelas de Pavese. Tengo entendido que son muy buenas, y alguna hasta extraordinaria, pero me remito a la resignación: en mi experiencia, Cesare Pavese es un poeta, de los mayores que han cultivado la lengua italiana, con esa delicada y engañosa solemnidad, esa forma tan diáfana para manejar y pulir el lenguaje, el arte con el que dedica una estocada, para el deleite de las damas presentes, cada tres o cuatro versos.
Hoy, como tantas otras (bien justificadas) veces, no redundaré en escurrir el lenguaje en vano. Esta noche prefiero dejar a la voz de los versos de Pavese (clara, pausada y algo ronca) dejar preñado con su eco los rincones, mientras yo aprovecho para encender un cigarrillo y descansar en tan dulce compañía.   

El paraíso sobre los tejados
(Por Cesare Pavese)

Será un día tranquilo, de luz fría


como el sol que nace o muere, y el cristal

cerrará el aire sucio fuera del cielo.



Se nos despierta una mañana, una vez para siempre,

en la tibieza del último sueño: la sombra

será como la tibieza. Llenará la estancia,

por la gran ventana, un cielo más grande.

Desde la escalera, subida una vez para siempre,

no llegarán voces, ni rostros muertos.



No será necesario dejar el lecho.

Sólo el alba entrará en la estancia vacía.

Bastará la ventana para vestir cada cosa

con una tranquila claridad, casi una luz.

Se posará una sombra descarnada sobre el rostro sumergido.



Será los recuerdos como grumos de sombra

aplastados como las viejas brasas

en el camino. El recuerdo será la llama

que todavía ayer mordía en los ojos apagados.

lunes, 5 de septiembre de 2011

J.D. - Las iniciales del dios

Para muchos, la llegada del mes de setiembre es todo un acontecimiento. Primavera, amores, calidez en los pechos, sol tibio, florecillas silvestres, mariposas que revolotean en los campos coronados por arcoiris a lo "My little pony"... sólo que claro, ése no es (por suerte) el único setiembre que se celebra en el mundo. Debajo de las sonrisas, entre las todas las tabernas de todas las esquinas del mundo y el callejón, otra imagen se impone sobre las aceras, mientras se apura en los vasos otro motivo para celebrar. No hay ritos que llenen más los corazones de la gente que los paganos; y eso es, precisamente, lo que tenemos por delante para celebrar este mes. El nacimiento de un hombre, de EL hombre... o, si lo prefieren así, de un mito, de un dios, de un sentido más allá de todos los fantasmas y los cadáveres de las utopías, una promesa más real que la de todos los paraísos que nos han prometido, en vano, los libros divinos. Y es que setiembre, señores, es el mes de Jack Daniel's.
Como sucede con todos los mitos, los hechos que han dado luz a la tradición pertenecen al más absoluto misterio. Nadie sabe a ciencia cierta cuándo nació Jack, ese alquimista genial del siglo XIX que nos dio algo mucho mejor que la piedra filosofal o el elixir de la vida. Un incendio destruyó todos los registros concernientes a su fecha de nacimiento, y los datos consignados en su tumba y la de su madre no nos brindan más que contradicciones. Pero eso es lo de menos: basta un "aparentemente" para nutrir religiones enteras, y eso es lo que tenemos: aparentemente, Jack nació un mes de setiembre, allá por... ¿1850? Y con eso nos basta, y hasta es muchísimo mejor: al fin y al cabo, si no tienes una fecha exacta, nada te impide hacerte con toda la cartilla del calendario. Así, tenemos que, desde hace ya más de un siglo, setiembre es el mes de Jack Daniel's. Y eso, señores, es religión pura y dura.
¿Qué les puedo decir? Es inevitable que me ponga un poco sentimental al respecto... Recuerdo algunas de mis primeras borracheras, cuando con un amigo (el único y original André D'auriol) asaltábamos el minibar de su madre para hacernos con tan enigmático elixir, el tradicional "Old Nº 7" de etiqueta blanca y negra, tan elegante... Amores, historias, resacas de agonía y gloria, delirio, poesía, canciones... ha corrido mucha agua bajo ese puente, y siempre dejando ese sabor refrescante, duro y algo dulzón, que tiene el buen bourbon. Bien lo dijo alguna vez Frank Sinatra (otro que canta en la misma iglesia): "Ustedes saben. He tenido muchos amigos y he llevado una vida muy agitada, pero nunca he tenido un amigo que, como él, no me fallara nunca: se llama Jack Daniel's".
Viejo número siete, este mes alzaremos todas las copas con un eco para tí. Setiembre se tiñe de blanco y de negro, y nunca sonaron tan bien los coros que llegan desde los bares, ya sean del barrio, del cielo o del infierno. Casi todo el mundo recuerda al padre de esta larga tradición, el viejo Jack, por su curiosa muerte (gangrenado por patear su caja fuerte, según cuenta la leyenda); hoy, queremos recordarlo por lo demás, por eso que nunca olvidamos, por su legado, su honor, su gloria, nuestra fortuna. ¿Quién necesita un Edén, mientras nos queden las canciones, los amigos y las botellas de Jack Daniel's? Un vaso de este whiskey es como un párrafo de Faulkner: fuente de una poesía por la que bien vale la pena irse dejando la vida en las propinas.


martes, 30 de agosto de 2011

30 de Agosto...

Esta mala tierra de nadie a la que llamamos Perú tiene una mala costumbre que yo agradezco infinitamente: celebrar santos. Cosa que me gusta mucho, porque nos cae de cuando en cuando un día feriado, y me puedo dar el lujo de olvidarme de los horarios y de las clases, para destinar una noche más a la gloria y otro día a la inmisericorde resaca. Hoy, 30 de agosto, es el día de Santa Rosa de Lima, una mujer que vivió allá por entre los siglos XVI y XVII, que estaba más loca que una cabra. Se la conoce, sobre todo, por la fe con la que se flagelaba (recurriendo, segun dicen, a cinturones con púas y todo ese tipo de artefactos que solemos encontrar en las obras del Marqués de Sade) y por haber hecho un pacto con los zancudos, con los que acordó (nadie sabe muy bien en qué idioma) que ella no los aplastaría si ellos no le picaban. Además, escribía poemas, algunos de los cuales están bastante bien.
Dada la fecha, queremos recordar a la santa loca, a santa Rosita, trayendo a brillar por estos lares una entrevista que apareció en el Oso Mugroso, hace ya un buen tiempo, y de la cual soy 50% responsable. Eso sí, com muuucho respeto (y sacando la lengua). Con ustedes, la más moderna de las monjitas, o casi tanto como Woopy. 



¿Cómo se siente estar muerta, doña Rosa?

Por favor, me haces sentir vieja... llámame Rosita.


Bueno, Rosita. ¿Cómo se siente?
Bueno, la verdad, es complicado. Pero después de tantos flagelamientos, yo me la buscaba.


Bueno, cuéntanos, Rosa. ¿Es verdad que consumes drogas?
No, en realidad no lo hago. En mi juventud me metí un poco de ácidos con toda la gente de la parroquia, que eran medio hippies. También experimenté con los cantos gregorianos, pero eran muy fuertes. ¿Todavía los usan como alucinógeno?


Eh… no. Me parece que no.
Qué pena. No sé cómo será la juventud actual, pero ayudaba a los muchachos de mi época. Todos veían a Dios, y levitaban y cosas así. Ahora creo que ya nadie levita… eso es muy triste.

¿Y cómo le fue en su viaje al futuro?
Muy bien. Me llevó un demonio. Él fue el que me hizo tomar la decisión de querer ser una santa. Me amenazó con que si no me flagelaba el futuro iba a ser como él me lo mostró. Así que puedo considerarme uno de los pilares de lo bien que está el mundo ahora.

¿Cómo era ese mundo que le enseñaron?
Aburridísimo… Todos iban a la iglesia, y nadie hacía daño a nadie. Los curas se morían de hambre, ya te imaginarás. ¿Quién necesita un cura si no hay guerras, hambre, desgracia o sufrimiento?


Cierto, madresita. Tiene toda la razón.
¿Qué esperabas? El título de santa no lo regalan.


Sobre los mosquitos…
Mis mejores amigos. Ellos me ayudaron a darme cuenta de que debía dejar los ácidos. Y no es que haya alucinado que me hablaban, pero uno de ellos me dijo “oye, Rosa, vamos a tomar un café”, y ahí hablamos sobre todas estas cosas… el camino por el que iba. Y cambié. Ahora, sé que Dios me lo envió.


¿Y qué tal te llevas con Dios, ahora que andas en el cielo?
Muy bien, si es divino… Claro que a veces es un poco confuso, porque como viene en combo y es tres en uno, no sabes muy bien con quién estás hablando realmente. Pero es buenísimo, y prepara unos cabellos de ángel maravillosos. Ya vas a ver cuando te mueras, si es que subes, claro está. ¿Tú te portas bien?


¿Yo? ¡Claro!
¿Y te flagelas?


De cuando en cuando.
Hazlo más seguido, y con fervor. Sino no sirve.


¿Dónde queda el cielo, Rosita?
Mira, se supone que es un secreto, pero a ti te lo voy a decir. Queda en otra galaxia, bastante lejitos. A mí me recogieron en nave espacial para llevarme. San Martín de Porres me contó, cuando nos encontramos por allá, que uno de los extraterrestres le metió la mano. Muy, muy mal. Todo porque era negro.


Una última pregunta, Santa Rosa. ¿Es usted vírgen?
Ah, bueno (risas). Una dama jamás contestaría esa pregunta.  

miércoles, 24 de agosto de 2011

Lecturas de desfogue (nunca mejor dicho).


Decir que "cada libro tiene su lugar y su momento" es, a estas alturas, todo un cliché, y de los más sonados y verdaderos del repertorio. Ahora bien, ¿qué pasa si volteamos la frase? Pues nos queda otra verdad como una casa: a saber, que "cada lugar y momento tiene su(s) libro(s). ¿Se entiende lo que trato de decir? En otras palabras, que hay libros que no se prestan tan bien como otros para determinadas situaciones, tan simple como eso.
Pero ojo, que no todo es tan sencillo: ¿qué pasa si planteamos una situación particular? A ver: te vas a pasar el fin de semana con los amigos, con un cargamento bien surtido de botellas, a una casa en el campo o en la playa. ¿Qué libro te llevas? Unos dirán que da lo mismo; otros, que algo ligero; unos tantos más, que algo que puedas leer de una sentada, porque como no vas a poder dedicarle tanto tiempo... osea, mejor un tomo de cuentos o de poesía que Los Miserables o algo por el estilo. En otras palabras, que cuáles puedan ser esos libros, varía de acuerdo a los gustos y necesidades de cada cual. Nada más sencillo.
Bien, lo que sigue es una pregunta, esa que tantos nos hacemos de cuando en cuando: ¿qué es lo que la gente lee cuando va al baño? Un ambiente en el que abundan la espera, el silencio, la paz... a veces, también, las dificultades. Y digo todo esto porque uno se puede encontrar algunas respuestas bastante interesantes a la cuestión. Alguna vez, por ejemplo, alguien me comentó que su lectura de baño preferida era la Biblia; otros prefieren los libros de poemas (la brevedad de los cuales estarán en estrecha relación con el nivel de estreñimiento del sujeto, se sobreentiende); muchos aprovechan ese momento para avanzar con lo que sea que estén leyendo; o el clásico periódico del día, claro. En lo que se refiere a mí, varío mucho, pero lo que más me gusta es repasar ensayos, y mis autores de cabecera (o bueno, de posadera) incluyen a José María Valverde, Richard Rorty, Thomas Nagel (cuando estoy de humor) y, claro está, los libros de ensayos de Borges y de Sábato (quien decía, por cierto, que el baño es el único lugar verdaderamente filosófico que nos queda).   
Para muchos, leer en el baño representa hasta un arte; para otros, es una parte fundamental del día a día. ¿Cómo es que a nadie se le ha ocurrido, por ejemplo, que los anaqueles para el baño -con alguna especie de capa de vidrio o algo que proteja los libros de la humedad- son un negocio cerrado? Ni siquiera tendrían que ser muy grandes: con que entren cuatro o cino títulos basta. Después de todo, ¿quién no se deja siempre una revista o un libro en el baño? Es más: en Japón (porque este tipo de cosas solo pasan en Japón) ya se ha editado la primera novela impresa en formato de rollos de papel higiénico: se trata de El aro, una narración de terror y suspenso del escritor Koji Suzuki (me imagino que todos la recordarán por la película), que hoy puede puede acompaña en estos momentos de intimidad a muchos lectores de ese país. Aunque yo siempre he pensado que, si vas avanzando con la lectura a medida que vas usando el papel, debe ser muy frustrante cuando entras y descubres que alguien más te ha cogido dos capítulos y medio -que, tenlo por seguro, no vas a querer recuperar.


El aro, de Koji Suzuki, un "Best Seller" donde el terror convive con la mierda (literalmente).

En fin, que se trata de un tema fascinante, que da para mucho. Yo hasta creo que se podría formar una serie de conferencias al respecto, donde vaya la gente a comentar cómo pasa los minutos que dedica a sentarse en el trono. Pero eso sí: por muy dispares que puedan llegar a ser las respuestas a esta cuestión, hay un título que se repite constante y casi universalmente, y ese es Todo Mafalda.

martes, 23 de agosto de 2011

La España soñada... de Ratzinger


Siempre he pensado que la mejor decisión que podrían tomar los italianos es la de levantar una barricada enorme alrededor del Estado Vaticano para impedir que algunos de los que lo habitan puedan salir a hacer de las suyas en fiestas a las que nadie los ha invitado. Porque bueno, una cosa es filtrarse en el cumpleaños de un desconocido, tomar unas copas y coquetear con las amigas de su novia, y otra muy distinta llegar y empezar a decirle al dueño del santo que la decoración es una mierda, tocándole el culo a la novia y, en general, metiendo las narices en asuntos en los que él no pinta nada. Que es, precisamente, lo que suele pasar cuando el viejo Ratzinger, que algunos insisten en llamar Benedicto XVI (el papa, para los amigos) decide salir a dar un paseo por los barrios de sus vecinos. Recuerdo que, en su última visita a Londres, cobraban la entrada para la misa (como si los del coro cobraran el salario de los Rolling Stones) con la excusa de que los gastos del viaje les salían carísimos a los del Vaticano (como si hubieran pasado hambre alguna vez, ¿no?). Pero de este asunto ya he hablado alguna vez, así que mejor pasemos a la sección de actualidades.
Hace no mucho, al papa le entraron ganas de salir a tomar un poco de aire, y se dijo que bueno, que en España hacía un verano maravilloso, y que no estaría nada mal darse un paseo por la Península Ibérica. Y no fue a los toros, ni a ver el flamenco, ni a comer tapas y paella mientras sorbía tintos de verano, no: fue a seguir promoviendo su campaña, una de las menos cristianas de la histroria del cristianismo.
Siempre insisto en este punto, pero es que pareciera que hay que estarlo recordando siempre: hasta los ateos más declarados y tercos sabemos que a Jesús no le gustaba la intolerancia entre los hombres, sino más bien el Amor Caritativo ("Caritas", en latín) que recuerda, ante todo, que los hombres son hombres y que hay que amarlos por eso, por muy graves que sean sus pecados (para los que crean que existen los pecados, se entiende, porque su definición no pertenece al ámbito social ni penal sino al religioso y, sobre todo, teológico). Y, siguiendo estos puntos, salta a la vista que Ratzinger y Cristo sólo tienen en común el gusto por la demagogia, mientras en todo lo demás no hay más que abismos. 
Después de muchas semanas de voluntaria desinformación, al fin me he puesto a leer las noticias respecto a la visita de Ratzinger (B16, que le llaman), y ante todo creo que habría que decir que, a todas las críticas usuales que se hacen de este sujeto, podríamos agregar la de ser tan predecible, porque no hace más que repetirse, llenándonos de palabras que hacen pensar que, para él, no hay nada como la Edad Media. Qué tiempos aquellos, cuando a los herejes podías echarlos a una hoguera, ¿no? Pero bueno, tampoco sé qué otro tipo de discurso podríamos esperar del hombre que, en pleno siglo XXI, y contradiciendo lo dicho por Juan Pablo II, anunció que el Infierno existe, y que es un lugar físico y eterno en el que serán condenados por la eternidad las almas de los pecadores. "¡Azotaos, débiles de corazón!", le falta agregar antes de las pausas. 
En fin, ya está bien el retrato; ahora pasemos a los hechos. De las noticias que leo, me llaman particularmente la atención algunas de las críticas que Ratzinger ha hecho a un par de puntos de la constitución española; en particular, a los que dan legalidad al matrimonio homosexual y al aborto (éste sólo bajo ciertas condiciones). Son dos puntos muy interesantes que pueden levantar grandes disputas, es verdad, pero que yo encuentro admirables, como una vuelta de página para entrar de lleno a los tiempos que corren, echando a un lado prejuicios que llevaban demasiado tiempo bailando sobre las mesas de nuestros hogares. Claro que, sobre estos puntos (y, seguramente, sobre todo respecto del segundo) cada cual puede pensar lo que quiera, y yo no opino en nombre de nadie.
Hace no mucho, comentaba a Eduardo (el del Café del Artista, claro) que siempre me habían chocado mucho las opiniones de Ratzinger, sobre todo porque, pese a todo, el tipo es un intelectual, perfectamente capaz de seguir una línea argumentativa a lo largo de un debate, como me dicen -porque yo no he leído ese texto todavía- que lo hizo alguna vez con Jürgen Habermas, el filósofo alemán. Opiniones que, como creo que ya ha quedado claro, me parecen una aberración retrógrada. Y ojalá fuera sólo eso: siempre he pensado, también, que las ideas de Ratzinger podrían llegar a ser hasta peligrosas, tomando en cuenta la influencia que tiene entre muchos. Sobre todo, en un momento en el que el diálogo se hace más necesario que nunca en todos lados, ya no sólo del mundo, sino aún dentro de las muchas culturas y formas de pensamiento que conviven en una sola ciudad.
¿Quieren ejemplos? Pues vayamos a ello, para que no se me acuse después de demagogia a mí también. ¿Qué sentido tiene, en el fondo, criticar a quienes “desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto, quién es digno de vivir o no”? Porque tales fueron las palabras de Herr Papa en su visita a España. Y si no es la gente (que la sociedad también es gente, vamos), ¿quién va a ser? ¿El papa? ¿O dios, que habla a través del papa? 
Es el tipo de cuestiones que a mí me molestan de Ratzinger, esa mentalidad tajante y cerrada que convertiría en sus enemigos a todos los que se aparten de lo que él considera ético si no fuera porque los menosprecia demasiado como para que lleguen a tanto. A mí tampoco me gustan las ideologías, pero decir que ellas conducen "a algo tan evanescente como una existencia sin horizontes, una libertad sin Dios”, hay un salto muy largo... 
En fin, que yo no soy partidario de las religiones, pero tampoco las desprecio. Siempre he pensado que cada cual tiene derecho a elegir qué cruz va a cargar a lo largo de la vida, y no soy quién para cuestionar las decisiones ajenas. Pero el que una persona con la autoridad y el poder de Benedicto XVI sostenga ideas tan íntima pero notoriamente violentas y discriminatorias, cuando representa a una institución cuya fe se basa en el amor, la tolerancia y el perdón, no me cala para nada. Tampoco el que vaya paseando su folletín inquisitorio al extanjero, a países sobre suya constitución y forma de vida él no tiene por qué decir nada en nombre de nadie. En otra de sus declaraciones, B16 sentenció que la juventud está sometida "a nuevas formas de esclavitud"; pues bien, ya que hay que cargar con cadenas, al menos que sean nuevas, y no las viejas y oxidadas que nos ofrece el viejo, el viejísimo dogma del que este sujeto (que lo es) no es más que un representante. 
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