sábado, 29 de octubre de 2011

Abancay forever.

Recuerdo que hubo una época en la que yo frecuentaba mucho el Parque Universitario, en el Centro. Iba allí por lo menos unas dos veces por mes, para tomar un bus en una agencia de la zona que me llevara a Barranca, la playa en la que mi novia de entonces tenía una casa. Y para qué mentirles, siempre me gustó ese rincón de la ciudad, lleno de pequeños negocios, entre galerías, ambulantes y el legendario "Hueco", cuna de buena parte de la piratería local. Y es que la avenida que atraviesa esa plaza no es otra que la Abancay.
Seamos claros: la avenida Abancay es espantosa: sucia, algo maloliente, llena de ambulantes y de puestuchos que venden de todo... el más gris de los rostros de la ciudad. En otras palabras, una maravilla. Y lo digo sin sarcasmo: ese caos urbano, vital en cada uno de los gritos que atraviesan sus aceras y en cada uno de los bocinazos de los micros que recorren la avenida, ese tráfico eterno, la forma en que bulle el concreto como sangre en las venas... es, precisamente, un fiel reflejo de la ciudad en la que vivo, la ciudad a la que amo.
Hace poco me enteré del proyecto de la alcaldía para "limpiar" la avenida Abancay, extirpando a todos los ambulantes de la zona y poniendo un poco de "orden" en ese desastre. A muchos les sorprenderá que lo diga, pero la pura verdad es que me sentí indignado. ¿Por qué hacerle algo así a esta avenida? ¿Es que acaso no notan que en eso es que radica, precisamente, su belleza? Informalidad, caos, ruido, suciedad... ¿tan mal suena?
Se suele decir que lo que se está gestando en estos días en nuestro país es una verdadera identidad nacional, algo que nos permita sentirnos orgullosos de llamarnos peruanos. Solo que claro: creo que están muy equivocados si se piensan que el camino para conseguirlo es tapar las arrugas y aumentar los gastos en maquillaje. En otras palabras, que mientras nos juran y perjuran que si la gastronomía peruana, que si Machu Picchu, que si Vargas Llosa y todo eso, como si viviéramos en una tarjeta postal, la verdadera vida sigue haciéndose presente todo el tiempo, dando la contra a estas utopías de agencia de turismo. Volvamos, por ejemplo, a nuestra ciudad, que es, en más de un noventa por ciento, todo lo contrario a lo que muchos quieren creer: caos, resaca, informalidad y smog. ¿No será que, en lugar de tanta cirugía plástica, lo que necesitamos es mirarnos en un espejo y aprender a querernos un poco?
El "saneamiento" de la avenida Abancay, al que no me queda más que resignarme con pena, es mucho más que eso: es, en buena medida, un símbolo de la neurosis que afecta a nuestra ciudad, a una masa de gente que no puede vvir en paz sabiendo lo que es en el fondo. Hay desesperación por el cambio, pero tengan por seguro que no va a llegar por ese camino. Nada desaparece, sólo se transforma, reza el viejo atomismo griego (y, de paso, la física moderna). Y eso es, exactamente, lo que sospecho va a seguir sucediendo: al final, la ciudad podrá más que los sueños absurdos de sus habitantes, y volveremos al mismo caos primero. Y así seguirá, hasta que aprendamos a aceptarlo, a vivir con él y, por qué no, a quererlo, a reconocernos en él. Tal vez entonces sí podamos ver nuevas rutas por donde ir. Esta copa, la levanto por mi vieja avenida Abancay. Con nostalgia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

...la primera vez que ande por Abancay quede perplejo; por cada paso que daba tenia que buscar rapidamente otro espacio vacido para marcar mi camino. Desde ese entonces lo caotico me parecio brillante. Todo encajaba ahi; era un espacio sin espacio para cada peruano. Santiago; Abancay fue nombrada maestralmente por Vargas Llosa; pero coincido contigo ¡A LA MIERDA LOS POSTALES! Hoy, mañana y cada día que paso por Abancay brindo; hoy Santiago, choco mi vaso contigo. ¡Salud por tremenda nota!
A.

Santiago Bullard dijo...

Pues bien alto ese brindis entonces! Qué gusto saber que hay quienes aman la poesía del caos de nuestra ciudad como yo. Un saludo.

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