Hace ya poco más de diez años, el papa Juan Pablo II (que pese a ser un papa fue un gran hombre) decidió que había suficiente tiempo separándonos del medioevo, y que había llegado el momento de cortar con algunas idioteces del canon católico. Así, en el verano del 99', pronunció una serie de audiencias dedicadas al viejo tema del Infierno, que ya se merecía una revisión después de tantos años de presión científica y ortodoxia ideológica. Ante todo, hizo notar que ni el Cielo ni el Infierno eran entidades físicas: ni el uno ni el otro se encontraban en algún punto entre las nubes, ni enterrado a muchos kilómetros bajo tierra. No: tanto el Cielo como el Infierno (y el Purgatorio, esa sala de espera de los buenos no tan buenos), dijo, son "estados del alma" de los individuos en su relación con dios. Así, el Infierno es el estado del alma de las personas que se han alejado de él, y así para cada una de las terminales post-mortem del cristianismo. (Incluso hizo notar, ya que iba por el tema, que Satanás tampoco existía como una entidad, ya que "había sido derrotado por Jesús").
A mí, en lo personal, no me interesa mucho si existen o no Paraísos, Purgatorios e Infiernos: los asilos para los muertos del cristianismo pueden, desde mi punto de vista, quedarse con los cristianos. Pero aún así le reconozco la obra a Juan Pablo II: la suya fue una lucha por humanizar al cristianismo, de paso que hacer a la religión entrar de lleno en la modernidad, al mundo post-cartesiano y post-hegeliano, porque una religión, el lo sabía, no puede existir sin lucidez, ni mucho menos sin saber cuál es el mundo que le rodea. Mucho menos una como el cristianismo, que tiene com principio existencial el compromiso con el prójimo.
Pero el capítulo Juan Pablo II terminó hace ya casi cinco años, y ahora las cosas empiezan a pintarse un poco distintas, ya entrado el capítulo Benedicto XVI, el cristianismo según Herr Ratzinger. Quien, como nadie pone en duda, es un hombre no sólo chapado a la antigua muy antigua (¿siglo VII o VIII, aproximadamente?), sino que ha entablado una lucha tenaz contra todo aquello por lo que su antecesor defendió: el pluralismo moral, la libertad de los individuos frente a y dentro de la religión, la apertura hermenéutica de la Biblia y, en general, todo aquello que relacione las palabras "Religión" y "Modernidad".
A Ratzinger no sólo le ha parecido necesario autorizar, entre otras medidas, la vieja costumbre de dar la misa en latín y de espaldas a los asistentes a la iglesia. Eso es apenas un detalle, un formalismo. A principios del año 2007, el bueno del papa, cansado de pecadores y ateos, y de que el cristianismo fuese en la modernidad "una viña devastada por jabalíes", puso las cartas sobre la mesa y anunció que el Infierno volvía a abrir sus puertas. "El Infierno, del que se habla poco en este tiempo, existe y es eterno", dijo Herr Ratzinger; y, seguramente, a los creyentes más creyentes los mandó a buscar sus látigos. Por si a alguien no le gustó mucho el Renacimiento, ¿eh?
Pero más allá del retroceso que significa reponer al Infierno; más allá de la ruptura que el hecho significa, frente a los esfuerzos de su antecesor Juan Pablo II por traer al cristianismo y a la iglesia católica al aggiornamento con el mundo contemporáneo; más allá de todo esto, digo, habría que preguntarse una cosa: ¿por qué revivir la vieja idea del Infierno físico, la del castigo eterno de los pecadores? Porque no todo en el mundo Vaticano son los caprichos de sus papas y cardenales, ni sus esmeros para construir máquinas del tiempo. No: hay otras consecuencias implícitas en el asunto. Y el papa, ténganlo por seguro, lo sabe muy bien.
Cargar con la responsabilidad de ser el papa, el pontífice, el representante del mundo cristiano, católico y apostólico y toda esa mierda, implica asumir no sólo un rol social, sino también, por el cargo, mucho poder. De las ideas que Ratzinger defiende ya sabemos bastante, y si a alguien detesta es a los que tragiversan su religión, se la toman muy poco a pecho o la niegan por completo (véanse, sino, algunos pasajes de su Caritas in veritate). Su visión es totalizante y universalista: el orden debe ser Uno, el de dios, que es ya no solo justo, sino también castigador.
Llegados a este punto, la palabra "castigo" no es, en modo alguno, gratuita. Como muy bien nos lo ha hecho notar la vieja teoría crítica, y respecto a este punto sobresalen las aplicaciones de Foucault (Cf. Las redes del poder), el castigo y su adverso, el premio, forman parte esencial de un discurso de dominación, al asegurar una serie de consecuencias en el comportamiento humano en base a su deseo de ser premiados o castigados. Foucault, para ejemplificar esto, utilizaba un estudio sobre el rol de las prisiones: gracias a su existencia (que es ya la amenaza y la prueba del castigo), la sociedad puede certificar un orden, un código de comportamiento moral y social y, por ende, su propio poder sobre los individuos, que actuarán en vistas a evitar el castigo. En el caso de Darth Sitheous... ¡Perdón! En el caso de Herr Ratzinger, la representación del castigo es menos tangible, pero mucho más peligrosa en el ideario humano: el Infierno, prisión eterna, castigo eterno. Al poner sobre la mesa de juego una carta tan amenazante y terrible como esta, asegura su poder y su dominación, al dar por seguro que la gente puede condenarse si no se anda con cuidado.
Así, pues, el Vaticano hace ondear sobre sus techos la bandera de la intolerancia, del retroceso ideológico y formal, la de la represión ideológica y la del miedo. El proyecto de Ratzinger sigue en pie, y ahora tiene un capítulo nuevo en su encíclica Caritas in veritate (sobre la que ya hemos discutido algunos puntos en este blog). Yo me considero un defensor de la tolerancia (y miren que no defiendo muchas cosas), y normalmente me importa un carajo lo que hagan los partidos y demás entidades de poder, pero cuando me parece que debo, o puedo, o me da la gana de decir algo, lo hago. Y me voy a tomar la libertad de ir contra uno de mis principios de tolerancia, y voy a hacer un llamado: Romanos, ¿por qué no se la arman de una vez por todas y mandan a fusilar a Ratzinger? O a crucificarlo de cabeza, para darle el placer de sentirse un mártir. En fin, bromas aparte, lo que digo es que hay que preguntarse muy seriamente cuál es el tipo de rol que está jugando Ratzinger en el mundo cristiano, tomando en cuenta que el cristianismo tendría que ser tolerante y justo, siguiendo la profesión de "Religión es Amor" que dejó Jesucristo (y esto lo digo yo, siguiendo la interpretación cristiana humanista, pese a que no doy ni dos centavos por el cristianismo). En fin, que tonterías las justas, e hipocresías papales por donde vinieron. ¡Que estamos en pleno siglo XXI, joder!
Bueno, supongo que las cosas seguirán como tengan que seguir; yo ya dije lo mío. Y a ver con quiénes me encuentro en el Infierno, ya que ha vuelto a abrir sus puertas, y tal y como están las cosas, no espero merecer nada mejor, cortesía de Benedicto XVI.
NOTA: Este es el artículo prometido. El anterior, "El Infierno y el Miedo: una reflexión", es su prólogo. Advierto, de paso (porque hay lectores incapaces de reconocer el sarcasmo y la broma aunque le bailen desnudos frente a los ojos), que no es que yo me proponga, en modo alguno, promover el asesinato del papa (¿o sí?). Me basta con que quede en claro cuáles son mis sentimientos hacia él. Y que pasen una maravillosa estancia en el Infierno, ya que estamos en esto.
A mí, en lo personal, no me interesa mucho si existen o no Paraísos, Purgatorios e Infiernos: los asilos para los muertos del cristianismo pueden, desde mi punto de vista, quedarse con los cristianos. Pero aún así le reconozco la obra a Juan Pablo II: la suya fue una lucha por humanizar al cristianismo, de paso que hacer a la religión entrar de lleno en la modernidad, al mundo post-cartesiano y post-hegeliano, porque una religión, el lo sabía, no puede existir sin lucidez, ni mucho menos sin saber cuál es el mundo que le rodea. Mucho menos una como el cristianismo, que tiene com principio existencial el compromiso con el prójimo.
Pero el capítulo Juan Pablo II terminó hace ya casi cinco años, y ahora las cosas empiezan a pintarse un poco distintas, ya entrado el capítulo Benedicto XVI, el cristianismo según Herr Ratzinger. Quien, como nadie pone en duda, es un hombre no sólo chapado a la antigua muy antigua (¿siglo VII o VIII, aproximadamente?), sino que ha entablado una lucha tenaz contra todo aquello por lo que su antecesor defendió: el pluralismo moral, la libertad de los individuos frente a y dentro de la religión, la apertura hermenéutica de la Biblia y, en general, todo aquello que relacione las palabras "Religión" y "Modernidad".
A Ratzinger no sólo le ha parecido necesario autorizar, entre otras medidas, la vieja costumbre de dar la misa en latín y de espaldas a los asistentes a la iglesia. Eso es apenas un detalle, un formalismo. A principios del año 2007, el bueno del papa, cansado de pecadores y ateos, y de que el cristianismo fuese en la modernidad "una viña devastada por jabalíes", puso las cartas sobre la mesa y anunció que el Infierno volvía a abrir sus puertas. "El Infierno, del que se habla poco en este tiempo, existe y es eterno", dijo Herr Ratzinger; y, seguramente, a los creyentes más creyentes los mandó a buscar sus látigos. Por si a alguien no le gustó mucho el Renacimiento, ¿eh?
Pero más allá del retroceso que significa reponer al Infierno; más allá de la ruptura que el hecho significa, frente a los esfuerzos de su antecesor Juan Pablo II por traer al cristianismo y a la iglesia católica al aggiornamento con el mundo contemporáneo; más allá de todo esto, digo, habría que preguntarse una cosa: ¿por qué revivir la vieja idea del Infierno físico, la del castigo eterno de los pecadores? Porque no todo en el mundo Vaticano son los caprichos de sus papas y cardenales, ni sus esmeros para construir máquinas del tiempo. No: hay otras consecuencias implícitas en el asunto. Y el papa, ténganlo por seguro, lo sabe muy bien.
Cargar con la responsabilidad de ser el papa, el pontífice, el representante del mundo cristiano, católico y apostólico y toda esa mierda, implica asumir no sólo un rol social, sino también, por el cargo, mucho poder. De las ideas que Ratzinger defiende ya sabemos bastante, y si a alguien detesta es a los que tragiversan su religión, se la toman muy poco a pecho o la niegan por completo (véanse, sino, algunos pasajes de su Caritas in veritate). Su visión es totalizante y universalista: el orden debe ser Uno, el de dios, que es ya no solo justo, sino también castigador.
Llegados a este punto, la palabra "castigo" no es, en modo alguno, gratuita. Como muy bien nos lo ha hecho notar la vieja teoría crítica, y respecto a este punto sobresalen las aplicaciones de Foucault (Cf. Las redes del poder), el castigo y su adverso, el premio, forman parte esencial de un discurso de dominación, al asegurar una serie de consecuencias en el comportamiento humano en base a su deseo de ser premiados o castigados. Foucault, para ejemplificar esto, utilizaba un estudio sobre el rol de las prisiones: gracias a su existencia (que es ya la amenaza y la prueba del castigo), la sociedad puede certificar un orden, un código de comportamiento moral y social y, por ende, su propio poder sobre los individuos, que actuarán en vistas a evitar el castigo. En el caso de Darth Sitheous... ¡Perdón! En el caso de Herr Ratzinger, la representación del castigo es menos tangible, pero mucho más peligrosa en el ideario humano: el Infierno, prisión eterna, castigo eterno. Al poner sobre la mesa de juego una carta tan amenazante y terrible como esta, asegura su poder y su dominación, al dar por seguro que la gente puede condenarse si no se anda con cuidado.
Así, pues, el Vaticano hace ondear sobre sus techos la bandera de la intolerancia, del retroceso ideológico y formal, la de la represión ideológica y la del miedo. El proyecto de Ratzinger sigue en pie, y ahora tiene un capítulo nuevo en su encíclica Caritas in veritate (sobre la que ya hemos discutido algunos puntos en este blog). Yo me considero un defensor de la tolerancia (y miren que no defiendo muchas cosas), y normalmente me importa un carajo lo que hagan los partidos y demás entidades de poder, pero cuando me parece que debo, o puedo, o me da la gana de decir algo, lo hago. Y me voy a tomar la libertad de ir contra uno de mis principios de tolerancia, y voy a hacer un llamado: Romanos, ¿por qué no se la arman de una vez por todas y mandan a fusilar a Ratzinger? O a crucificarlo de cabeza, para darle el placer de sentirse un mártir. En fin, bromas aparte, lo que digo es que hay que preguntarse muy seriamente cuál es el tipo de rol que está jugando Ratzinger en el mundo cristiano, tomando en cuenta que el cristianismo tendría que ser tolerante y justo, siguiendo la profesión de "Religión es Amor" que dejó Jesucristo (y esto lo digo yo, siguiendo la interpretación cristiana humanista, pese a que no doy ni dos centavos por el cristianismo). En fin, que tonterías las justas, e hipocresías papales por donde vinieron. ¡Que estamos en pleno siglo XXI, joder!
Bueno, supongo que las cosas seguirán como tengan que seguir; yo ya dije lo mío. Y a ver con quiénes me encuentro en el Infierno, ya que ha vuelto a abrir sus puertas, y tal y como están las cosas, no espero merecer nada mejor, cortesía de Benedicto XVI.
NOTA: Este es el artículo prometido. El anterior, "El Infierno y el Miedo: una reflexión", es su prólogo. Advierto, de paso (porque hay lectores incapaces de reconocer el sarcasmo y la broma aunque le bailen desnudos frente a los ojos), que no es que yo me proponga, en modo alguno, promover el asesinato del papa (¿o sí?). Me basta con que quede en claro cuáles son mis sentimientos hacia él. Y que pasen una maravillosa estancia en el Infierno, ya que estamos en esto.