miércoles, 9 de diciembre de 2009

¿Literaturas nacionales?


Nunca me dejará de extrañar que, hasta ahora, se siga hablando de un fenómeno tan pasado de moda y (digámoslo) tan ridículo como el "espíritu nacional" de las obras de arte. Pero vamos, vamos... ¿a qué demonios me refiero? Al tipo de comentarios como: "Sí, sí... tal novela es muy buena. Lástima que la acción suceda en otro país", como si un escritor (o, peor aún, una obra) mantuviera una deuda con su país que lo obligase a escribir bajo los límites de sus fronteras; o como si escapar de estas fronteras fuese, al final, un pequeño defecto, similar a la travesura de un niño.
Hablo, pues, de un prejuicio bastante tonto y, sin embargo, muy normal que, insisto, tendría que ser extirpado de raíz. Es decir: bastantes ataduras tienen los artistas viéndoselas con sus propios recursos creativos y con su muy a menudo retorcido subconsciente para, encima, tener que andar preocupados por si sus personajes tienen el derecho o no a escapar del país en el que viven, como si les fuesen a negar una visa. De hecho, no recuerdo si fue Borges o Sábato el que decía, con respecto a este asunto (que anduvo muy en boga en Argentina por los años de la dictadura militar, como bien lo recuerda Saer en uno de sus libros) que a nadie se le ocurriría criticar a Shakespeare por situar sus obras en Dinamarca (caso de Hamlet), Escocia (caso de Macbeth) o Italia (caso de El mercader de Venecia o Romeo y Julieta). Y Shakespeare no es el único: Goethe, Schiller, Nooteboom y el mismo Borges son ejemplos de escritores que han montado sus ficciones en escenarios extranjeros, haciéndolos muy suyos y todo muy bien. También es el caso de las novelas históricas (aunque parece que a ese género se le perdona el pecadillo). O, si quieren, tenemos un ejemplo peruano: algunas de las grandes novelas de Vargas Llosa (La fiesta del chivo, La guerra del fin del mundo) se ambientan fuera del Perú, y eso no ha demostrado ser un defecto.

Pero el prejuicio sigue en pie, y creo que habría que llamar la atención sobre ese punto. ¿Acaso pierde calidad una novela por salirse de sus fronteras políticas? Porque entre calidad literaria (y este adjetivo puede intercambiarse por cualquier otro que haga referencia a alguna forma de arte) y política, me parece, hay una larguísima brecha que salvar. Y, si no, pensemos en el tipo de consecuencias que este tipo de fenómenos puede ocasionar: censura, desprestigio o, en casos extremos, quema de libros. Así que parémonos a pensar en el asunto por unos instantes, y preguntémonos si detalles como dónde sucede una determinada obra son dignos de crítica por sí mismos.

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