lunes, 14 de diciembre de 2009

Ideologías, creencias... huevadas.


Todavía no termina de quedarme muy clara la historia ni sus consecuencias; sólo sé que han encerrado a unos estudiantes de ciencias de la Universidad Católica, acusados de hacer "apología del terrorismo", sólo porque, guiados por un reto de alguna de las estupideces que se organizan en la universidad, se pararon frente al palacio de justicia o de gobierno a aclamar al Presidente Gonzalo, como hicieran los senderistas en otros tiempos. Por si fuera poco, el polo de su facultad era de color rojo, así que imagínense...
Ahora bien, más allá de lo tonto que hay que ser para ir a pararse frente a algún edificio de entidad política con un polo rojo a aclamar al líder del grupo subversivo considerado, según las estadísticas, como uno de los responsables del período de terrorismo más violento de América Latina (porque los otros responsables fueron los militares), la historia es una buena excusa para reflexionar sobre otro punto, implícito pero constante, metido de lleno en el corazón de todo este malentendido.
Hablemos de palabras mayores; hablemos de Tolerancia. No recuerdo en este momento el nombre del judío al que mi tía fue a escuchar en una conferencia en Brasil, pero se trataba de uno que había sobrevivido a los campos de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Él, me contó mi tía, había dicho algo que, a mí, me dejó marcado: que si él se encontraba allí, hablando de lo que le había pasado, no era para alimentar el odio ni el rencor. Su mensaje era que no había nada más importante que la tolerancia: fue la intolerancia de unos la que ocasionó el terror de los campos de concentración, y la intolerancia es lo mismo, ya venga de unos o de otros; y siempre ofrece una bandeja llena de conclusiones terribles. Ahora repensemos el caso de los estudiantes y su malentendido... al punto al que quiero llegar es: ¿realmente hay que castigar la defensa de una ideología, por más irreverente, políticamente incorrecta o peligrosa que sea? Todos tienen derecho a elegir sus propias creencias (en la medida en que nos lo permite la constitución social y relacional de nuestra forma de ser), y el tipo de izquierdismo que propone Sendero Luminoso, por más que yo sea un opositor, me parece que merece, como tal y filosóficamente hablando, tanto respeto a su existencia como la democracia, la derecha o la izuierda tolerante (de todas las cuales yo descreo).
Pero no he venido a hablar de política, no: he venido a llamar la atención sobre un par de puntos de esta historia. Filosóficamente hablando, una ideología vale tanto como cualquier otra: los juicios de "bueno" o "malo", "mejor" o "peor" son posteriores, y corresponden a un discurso elaborado por la moral reinante (Cf. Gramsci, Pasolini, Foucault), que sin embargo también comete sus "pecadillos" por ahí (la violencia secreta del Estado, el SIN y demás, todos esos "males necesarios"). El problema radica en la construcción de nuestra perspectiva moral, que no depende del todo de nosotros, y de la intolerancia que nos pueda contagiar (porque si yo, que descreo de casi todo, creo en algo, es en la tolerancia como un principio vital y necesario). Recordemos Inglorious Basterds, la última película de Tarantino, y una de las reflexiones que nos ofrece: ¿no es la violencia, el terror, lo mismo en todas las manos, y sin importar qué ideología la sustente? Yo creo que sí. Y así como defiendo el derecho de Abimael Guzmán en publicar su libro si así lo quiere, creo también que todo el mundo tendría que tener el derecho a expresar sus creencias y sus esperanzas, nos guste o no: si no puede hacerlo, eso es censura, y yo detesto la censura.
Se trata, pues, de no sólo medir los riesgos de ciertas creencias, sino de tomar en cuenta los riesgos de las otras, las que la gran mayoría sigue o sostiene. Al final, tengo que decirlo, no creo que las ideologías y las creencias sean otra cosa que la gran huevada puesta con mayúscula y entre comillas para que alguien pueda aplaudirles (e incluyo mis propias creencias en esta consideración). En el fondo, no hay órdenes ni preferencias absolutas, y estamos todos abandonados en un desierto sin dios, ni patria, ni ley para hacer lo mejor que podamos para no matarnos y sobrevivir lo mejor que se pueda todos juntos. Pero, ya que aceptamos el juego, juguémoslo bien, respetando.

P.d. Sepan disculparme todos mis lectores por haber tenido que tocar un par de temas aparentemente políticos (en realidad, todo lo he discutido desde el terreno filosófico), o, en fin, por "ponernos serios", pero es que a veces hay que decir un par de cosas para que algo de gente pueda notar el trozo de baobab que tiene entre los dientes.

2 comentarios:

Daniel Hurtado Brenner dijo...

Uno es libre de tener la ideologia que quiere y proclamarla o defenderla. Pero tambien existe gente que es libre de vivir sin que una ideologia como sendero te mate. A veces los intelectuales pecan de idiotas cuando hablan comodamente sentados.

Santiago Bullard dijo...

No te falta razón cuando dices eso; yo mismo siempre lo he pensado así. Pero tampoco podemos negar el otro lado de las cosas, ¿no? Al final, la violencia es un libro que se escribe solo, y no hay proyecto que no este libre de ella, que no la necesite en algún grado. Es sólo que algunos hablan más alto que otros.

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