sábado, 3 de julio de 2010

Joyce: espíritus verbales


Nunca parece demasiado sencillo hablar de James Joyce. Es decir, las categorías a las que estamos acostumbrados ("novela", "literatura", "personajes", etc) parecen siempre quedarse algo cortas, y lo que nos muestra la experiencia de lectores es una obra que, de un modo u otro, arranca con fuerza, casi burlonamente, a otras alturas, haciéndose inaprehensible.
Pero leer a Joyce es, pese a todo, un placer muy especial. De hecho, estoy seguro de que más de alguno de los que han leído el Ulysses estarán de acuerdo conmigo en que ése es un libro capaz de hacer del tedio un deleite: montones de páginas que nos sentimos forzados a leer, pero que, de pronto, y a la vuelta de una página repentina, se han convertido en una experiencia poética de las más profundas que podamos recordar.
He hecho lo posible por estar al día con las lecturas de Joyce. Dublineses es un libro que llevo bien guardado en el pecho, que me conmovió profundamente. Su proyecto de "recorrido espiritual del proceso de la vida" es, ciertamente, un logro (un libro de relatos que comienza explorando la infancia y termina con la muerte). El último cuento, Los muertos, es una de las mejores narraciones de lengua inglesa de todos los tiempos, y ésto lo digo sin la menor duda. Luego, un libro como The porttrait of the artist as a young man se plantea como una novela donde, una vez más, se desarrolla un espíritu (al estilo goetheano de la Bildungsroman), sobre todo a través de la poesía. Del Ulysses hablaré en seguida, y no he leído el Finnegan's Wake. ¡Ah! Y recomiendo muchísimo sus poemas.
Yo creo que, de todo lo que se ha dicho sobre el Ulysses (hay un estudio breve y extraordinario, escrito por el siempre genial José María Valverde como prefacio a su traducción del libro de Joyce), una de las más justas es una sentencia de Borges, que afirmó que el personaje principal del Ulysses no es Leopold Bloom, ni Stephen Dedalus, ni ninguno de los otros: el personaje central de ese libro, nos dice, es el lenguaje. También recuerdo haber leído alguna vez a un escritor que comentaba que el Ulysses, como lector, no le interesaba; pero que, como escritor, le parecía uno de los libros más importantes que había leído alguna vez.
Firmo todo lo que los otros han dicho arriba, eso queda clarísimo. Joyce fue, ciertamente, un hombre de palabras: escribía desde todas las lenguas, maquinando complejos no narrativos sino poéticos. Las miles de palabras que se encuentran en el Ulysses guardan relaciones y correspondencias ambiguas entre sí, lo que nos lleva a nosotros, los incautos lectores, a caer en todas las trampas poéticas, a maravillarnos ante una palabra que, siendo o no común, de pronto nos sorprende. "¿Cómo pudo ser tan genio este cabrón de Joyce (porque era un cabrón) para saber que esta palabra era LA palabra precisa en este lugar, entre estas otras palabras?", es una pregunta constante a lo largo del libro. O, al menos, lo fue para mí.
Jamás afirmaría algo así como que el Ulysses es un libro que todo el mundo debería leer. No estoy de acuerdo con eso. Creo que el Ulysses es un libro que hay que elegir con cuidado, uno más que no va a significarle nada a nadie necesariamente. Para muchos, no sería otra cosa que una laaaaarga tortura verbal. Pero al que encuentre cómo dialogar con ese mar de palabras y dobles sentidos, lo que le espera es una de las experiencias más fascinantes y extrañas de su vida de lector. Téngalo por seguro.
Ahora, que insistiré en que, si yo me tuviera que quedar con uno solo de los libros de Joyce, no sería el Ulysses. Ni siquiera con todo el Dublineses. Yo eligiría, sin dudarlo un instante, Los muertos, una de las narraciones que más profundamente me han tocado, como ya decía más arriba.
Alonso Cueto escribió que todos los escritores del siglo XX en adelante están fuertemente influenciados por Joyce, así no lo hayan leído. Algunos casos (Faulkner, Anthony Burguess, William Burroughs) son más notorios que otros, pero nadie escapa a las redes verbales de Joyce, donde la palabra "sangre" sigue siendo eso: la palabra sangre. Bien podría llegar un día el crítico literario que diga que el siglo XX fue el "Siglo de Joyce", y no sé si podremos desmentirlo. Además, no veo por qué querríamos hacerlo, tampoco.

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