domingo, 11 de julio de 2010

Sexo y control


Las diversas corrientes de la teoría crítica (las favoritas de los que piensan que el mundo está lleno de complots, y que justifican los delirios paranoides y persecutivos de millones) se han apañado en buscar los discursos de hegemonía y control en absolutamente todo. Lo que no es un defecto: una interpretación inesperada nunca está de más, y aún escuchar a Zizek hablando de tapas de baño o a Barthes sobre lo que compromete el diseño de un automóvil, tiene muchísimo sentido y, no podemos dejar de reconocerlo, es realmente fascinante. Lo duro está en tratar de ponerse en sus zapatos. Es decir, después de todo lo que ha escrito sobre la clínica y su rol controlador, y del discurso hegemónico tácito en el quehacer médico, ¿cón qué cara podría ir Foucault a hacerse una revisión médica? Porque es la pura verdad: a mí me interesa mucho la teoría crítica, y estoy muy de acuerdo con mucho de lo que han escrito sus diversos autores, pero eso no implica que, a la hora de vivir, haga como decía Hume y trate de pasar como un desentendido en casi todas estas cosas. No porque niegue mis creencias, sino porque hay creencias que es mejor dejarse en el refrigerador en ciertas ocasiones.
El siempre genial Gore Vidal ha explorado los discursos de poder en más de una de sus novelas, pero sobre todo me interesa recordar una en este momento: Myra Breckinridge. En ella, el discurso sobre el que vuelve su atención es el de la sexualidad, y en una forma llena de sarcasmo y humor, sin dejar de echar mano de lo sórdido y lo grotesco. Porque si reconocemos, como por ejemplo Lawrence Durrell lo hizo, que el sexo es una forma de diálogo, luego es más que lícito pensar en él como un acto de control, donde lo carnal y lo sentimental se convierte en látigos y cadenas cuyo objetivo es, por supuesto, la subordinación de un individuo al otro. En la novela de Vidal, esa subordinación se realiza a través de un sinnúmero de símbolos, que juegan también con la idea del género: el travesti que penetra a un muchacho (estereotípico del "Macho") con un consolador, cambiando radicalmente la cosmovisión de ese individuo, subordinándolo a otro "principio de actuación", diríamos con Marcuse, pero en un tono más acentuadamente psicológico.
El debate de géneros (cuando la sexualidad toma rienda de algún "ismo") me parece absolutamente innecesario. Gore Vidal parece pensar así también, y dará giros muy interesantes a estos diálogos de poder, haciendo de machismo y feminismo un montón de excusas para reírse, en tanto que se pueden considerar, también, como un discurso demasiado hinchado, y en vano. Pero no estamos hablando de ismos, así que dejemoslos para otra ocasión y regresemos a lo nuestro.
¿Por qué la sexualidad se deja definir en términos de poder y control? Por la carga psicológica de por medio. El error, en este caso (y que en cierto modo cometía Foucault) está en considerar que el discurso es unilateral en cualquier sentido. Si un lado es subordinado al otro, el segundo también se ve afectado en alguna forma. Claro que palabras como "subordinación" suenan mal aquí, y hacen pensar que el sexo es siempre algo parecido a una pelea callejera. Pero no es así necesariamente, y no hay que leer "subordinación" en un tono negativo. La subordinación puede ser móvil, y en una pareja pueden cambiar los roles para, entre los dos, construir un maravilloso final de noche. ¿Por qué no?
Pero el sexo, aún visto así, en rosa, sigue siendo una estructura de poder. Un muy buen ejemplo sería, por supuesto, volvernos hacia los autores libertinos franceses de fines del XVIII, donde lo sexual cobra un sentido ontológico. Sade, por ejemplo: la liberación de nuestros instintos naturales, nos dice, se encuentran en la expresión de nuestra sexualidad, así sea perversamente. El placer es un imperativo, y no importan (demasiado) las consecuencias. En este sentido, sin embargo, en que el dolor se puede convertir en un camino del placer, uno asume un rol de victimario y otro una de víctima. Pero ya lo decíamos: la subordinación es un tiro doble: el que recibe el dolor está, también, asumiendo un rol frente al que lo genera, tirando y aflojando las posibilidades del placer. Y cabe agregar eso que decía Freud: que los instintos siempre vienen en combo de a dos, haciendo brillar ambas caras de la moneda. El sadismo es una expresión transformada en su contraria del masoquismo y viceversa (o, diríamos, una forma de su contrario, vuelta hacia el propio individuo al atribuir un rol antagónico al otro individuo).
En Restif de la Bretonne, ese genio tan injustamente olvidado, sucede algo aún más interesante, ya que todo el debate sensual está expresado en términos psicológicos. Sara, por ejemplo, es, más que una novela erótica, un retrato del correr de los estados mentales de un hombre obsesionado con una muchacha. El tira y afloja de la seducción, los celos, la obsesión neurótica, el fetichismo, la culpa... todo ello es el verdadero corpus de la novela, en la que de hecho no recuerdo momentos de sexo explícito, sino más bien grandes abismos de ambigüedad, donde los lectores podemos pensar que han sucedido muchas cosas (la imaginación humana, libre de interpretar, es más perversa que un texto explícito).
Pero, como decía antes, no podemos vivir pensando cosas como éstas todo el tiempo. Es verdad que las creencias generan formas de conducta, "modos de existencia", pero éstos pueden ser voluntaria o involuntariamente olvidados para poder sacar adelante una vida. Pero no deja de ser interesante hacer memoria por unos momentos y tratar de reconfigurar los significados de todo aquello que sucede en en transcurso de nuestras existencias, y sobre todo entre las sábanas. El sexo es una guerra de caricias y de lágrimas.

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