viernes, 12 de marzo de 2010

"Nine": lo que parecía imposible


Yo me pregunto: si tuviera que escoger una palabra para definir Nine, ¿cuál sería? "Formidable" podría encajar bastante bien, y sin embargo decir "genial" es ya decir demasiado. Pero las cosas en claro: yo no voy a andar echando pestes a Rob Marshall, que al fin y al cabo ha conseguido realizar una excelente película, a la vez que un muy bien pensado tributo a Federico Fellini, con un reparto espectacular (que realiza una serie de actuaciones espectaculares) y un guión que funciona como un reloj, desarrollando el argumento con una precisión rítmica. Lo digo desde el principio: la película no me ha defraudado, y el resultado ha cumplido con muchas de mis espectativas.
Digo "muchas". Bueno, pues también hay que reconocerle un par de cosas que, a mí me parecen fallas. En primer lugar (y quizá ésta sea la crítica más dura que puedo hacerle a la película), tengo que reconocer que, como musical, Nine ha fallado. Las canciones de Maury Yeston, exceptuando dos o tres de ellas, no han estado a la altura del guión, aunque muchas de ellas son "rescatadas" por sus intérpretes (como, por ejemplo, una que canta la Cotillard). No es, ni de lejos, Chicago. Y todo esto es, en verdad, una lástima, porque la fotografía, las actuaciones y los escenarios, o digamos que toda la fórmula estética de la película, es grandiosa. Pero daba, ya lo digo, para mucho más. ¿Alguna otra crítica que hacer? Bueno, el guión tiene un defecto: el final. Después de todo, ¿qué sentido tenía dar ese giro moralizante a una película que funciona con tanta eficacia? Desarrollar el final como una "disculpa" hacia la esposa de Guido Contini fue, a mi parecer, una idea que estaba absolutamente fuera de lugar, y arruina un poco la película (sobre todo, porque es el final, y su peso cae sobre el de todo el resto de la obra). Todo hubiera quedado un poco mejor sin mensajitos ni nada.
Pero no hay que confundirse: Nine es una película espectacular, que merece más de un vistazo y mucha atención. A pesar de esas dos fallas, Rob Marshall ha logrado algo que todos los directores se proponen, pero que no muchos consiguen: lograr una experiencia mágica, en el mejor sentido (el menos cliché) de la palabra. Además, hay que darle a Marshall otro reconocimiento, esta vez por haberse atrevido a realizar lo que parecía imposible: retomar el Ocho y medio de Fellini (una cinta con la que no muchos se atreven a meterse, dificilísima, imposible, genial), y, por si fuera poco, hacer de su experimento una gran película. A todo el que quiera lanzarle una bomba de ataques a este director, que primero se plantee bien esta cuestión. Marshall se ha atrevido a pisar el Olimpo, y merece un aplauso por haber sabido hacerlo con tanto estilo. Un toro difícil, pero bastante bien toreado.
Malabarística, cruda, laberíntica y divertida, Nine es un paso más para Rob Marshall en su camino hacia la gloria. Y yo lo predigo: llegará el día en que la gente lo mencione o recuerde casi como a una leyenda. Su nombre no pasará inadvertido, ténganlo por seguro.

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