miércoles, 31 de marzo de 2010

Velitas para Clapton


Y la piñata en forma de aguja (como quien realiza un acto simbólico al echársela abajo). Pero alguien que tenga un encendedor a mano prenda las velas de una vez por todas, hombre, que hemos llegado tarde a la fiesta (lo siento mucho, mis lectores, pero tengo una agenda imposible): hace dos días, el 30 de marzo, Eric Clapton, virtuoso de la guitarra y leyenda del rock y del blues a lo largo y ancho del globo, celebró su cumpleaños número 65; y, pese a sus constantes anuncios, sigue sin retirarse, para nuestra fortuna.
Todo un enigma, el bueno de Clapton... yo ya no sé qué me tiene más fascinado: si sus composiciones (sinceramente geniales), sus solos ("I like the blues, men") o lo bien que se mantiene pese a la suma de sus años de vida y todos esos otros en que el hombre se hechó todo lo que pudo a la vena, la nariz, el hígado y los pulmones (un verdadero misterio, digno de Mr. Holmes). ¡Quién sabe! A lo mejor y es un Fausto más del mundo del blues, y ha hecho un pacto con el demonio como se supone que lo hizo su ídolo, Robert Johnson -al que no esté al día, tiene que escuchar el disco de Clapton, Me and Mr. Johnson, donde se manda con toda una serie de covers de ese genio maldito del blues.
Bueno, misterios sobrarán siempre en el mundo de la música (volvamos a preguntarnos qué pasó con Paco Herrera, si quieren, o qué es en realidad David Bowie, o si Roger Waters tiene límites). Y si algo podemos conocer, o al menos disfrutar, es la misma música: 65 años, de los cuales muchos han sido dedicados a grabar y grabar y grabar y tocar y hacer conciertos y organizar conciertos y... En fin, que mejor nos dejamos de palabras, levantamos una copa en son de brindis y nos dejamos arrastrar por el fino torrente de notas que Eric Clapton tiene para ofrecernos. En vistas a ello, les dejo un video: una grabación en vivo de una de las mejores y más famosas canciones de Clapton (probablemente mi favorita de su repertorio). Hablo, cómo no, de Layla. Sigue así, hombre...



Fuente de la imágen: realmusicpeople.com

domingo, 28 de marzo de 2010

Cuando una lectura da el tiro por la culata: "Mujeres", de Charles Bukowski


Pocos escritores se ganaron un odio tan fervoroso por parte de las feministas como Charles Bukowski (como bien se hace notar en su larga entrevista con la Paviano, que lleva por título Lo que más me gusta es rascarme los sobacos); y, si en un momento parecía que con sus cuentos y poemas era ya suficiente para mantener en pie un regimiento de mujeres resentidas, las cosas se tornaron más fuertes, y los odios más negros, con la aparición de una novela que ya parecía una "amenaza" (así lo hubieran entendido las feministas) desde el título: Mujeres. ¿Pueden imaginar a ese montón de locas histéricas arrancándose los pelos y poniendo el grito en el cielo, con la queja de que su sexo estaba siendo "cosificado" y reducido a un mero "espectro sexual"? (Bueno, hay feministas a las que imagino capaces de decir y hacer muchas cosas, y siempre están al borde de un ataque de nervios, como diría un título de Almodóvar).
Bukowski siempre se sintió confuso ante estas reacciones; claro que disfrutaba enormemente echando leña a los fuegos, y metiendo el dedo (y algo más) en las llagas, pero de todos modos no entendía esos odios. Se lo dijo a la Paviano: que en sus libros, de hecho, eran normalmente las mujeres las que lo maltrataban a él, o lo cosificaban, por su fama o por su pene o por lo que fuera. Recordemos, sino, ese cuento genial en que una mujer empieza a reducir a su esposo hasta que éste llega a medir quince centímetros: entonces, la esposa lo lleva en la cartera y lo usa de consolador.
¿Y qué hay de Mujeres? Bueno, es una novela que se presta a algunas lecturas interesantes. ¿Es todo sexo, alcohol y groserías? A decir verdad, nada de cuanto escribió Bukowski es tan sencillo, y de hecho hay toda una maquinaria detrás de este montón de cochinadas. Como ya lo decía Los Angeles Times sobre este libro, "Mujeres parece una historia sobre sexo y borracheras, cuando en realidad es un poema sobre el amor y el dolor". En torno, claro está, a esa relación siempre disímil: el hombre y la mujer, el lenguaje siempre impreciso del sexo, las interrogatorias.
Y eso tampoco es todo, porque la travesía sexual en que Henry Chinaski (el alter-ego de Bukowski) se ve envuelto es, al mismo tiempo, un proceso de formación y de aprendizaje donde cada mujer es un nuevo guiño de un universo indescifrable y a menudo cruel: el de las mismas mujeres. Esta es una segunda lectura bastante llamativa y compleja, que se esconde entre el follaje de la otra vorágine, tan llena de pechos, coños y semen como de botellas, vómito y pastillas. Al final, como siempre, Bukowski se lleva el último guiño del ojo, y puede reírse de nosotros, sus lectores, que hemos caído en su trampa una vez más. Olé, Charles.

"Cada mujer es diferente. Básicamente parece que sean una combinación de lo mejor y lo peor, lo mágico y lo terrible. Estoy contento de que existan, de todas formas"
Charles Bukowski, Mujeres.

martes, 23 de marzo de 2010

Nacionalismo Porno


Que cada país tiene un carácter distinto, es algo que creo nadie estará dispuesto a negar: su historia particular, el correr de su cultura, de su arte, de sus costumbres e ideologías, otorga a cada nación (hablando en general) una serie de características particulares que los hacen distintos o semejantes a otros pueblos. Claro, esto es casi lo obvio, ¿no?
Pero he aquí un tema interesante, un viejo post del blog "Jardín Privado" (www.jardinprivado.com) en el que trata de resaltar las tendencias más representativas de la pornografía realizada en cada país. No podemos negarlo: la pornografía es, aunque a muchos no les guste reconocerlo, una expresión cultural, tanto como lo puede ser la vestimenta, la literatura o la lengua. Es reflejo de una realidad tanto como es un discurso y, de paso, un producto, y de hecho no estaría nada mal plantearse la posibilidad de realizar todo un estudio acerca de la cultura, estudiada desde su pornografía. En fin, que paso a transcribir la lista en cuestión (aunque aún no termino de decidirme acerca de si estoy de acuerdo del todo con algunos de sus puntos, pero claro que esto es harina de otro costal), para todo aquel al que pueda interesarle, que imagino no serán unos pocos.
  • Porno Alemán: Este es un porno agresivo y raro, asqueroso para muchos, que no sigue reglas, que hace que el televidente se pregunte si todo lo que ve es real o meramente ficción, con una gran riqueza de categorías: abusos y violaciones (fingidos pero con gran realismo), bukkake, escatología, gordas, orgías a gran escala, pissing, viejas (entre 70 y 80 años, realizando actos sexuales con jovencitos).
  • Porno Americano: Abundan las felaciones, sexo interracial, tríos. Las pornstars a medida que van entrando en años comienzan a participar en las películas MILF.
  • Porno Argentino: Se dedican a hacer films tipo gonzo, combinando el sexo fuerte con entrevistas tipo casting a las chicas, sus guiones no son muy elaborados, pero mantienen una trama a seguir.
  • Porno Brasileño: Las actrices de las películas han sido ya actrices de televisión, bailarinas, cantantes, modelos o ex parejas de personalidades deportivas o del espectáculo. Hay una gran variedad racial entre los participantes de los films: europeos, indios, negros, orientales, la mayoría luciendo pechos y glúteos voluminosos.
  • Porno Español: La calidad de este porno va en gran aumento, pululando las películas del corte amateur y las de prostitutas que se dejan grabar en su trabajo.
  • Porno Francés: Predominan las categorías de jovencitas, maduras y pornstars, donde las protagonistas, modelos de gran belleza, se rodean de lujos, con lencerías costosas.
  • Porno Holandés: Hay un marcado predominio de las categorías de amateur (tipo casting), muy jovencitas, maduras y parejas.
  • Porno Húngaro: Hungría es la Meca del mundo pornográfico, preferida para grabar películas sobre la amplia gama de fetiches que hay, combinado con unas actrices bellísimas.
  • Porno Inglés: Las categorías reina son amateur (en todas las edades), gordas, pechos grandes y pornstars.
  • Porno Italiano: Existen varias categorías, pero la que manda la parada desde hace tiempo ya es la del estudiante seducido por sus profesoras.
  • Porno Japonés: Las categorías predominantes son: bondage, bukkake, fetiche (colegialas, disfrazadas de chicas manga, peludas) y orgías multitudinarias (donde las mujeres son muchas y los hombres no más de tres). Cabe destacar que la exhuberancia en estas películas no se da en cuanto a pechos o penes grandes, la discresión de los vestuarios y escenarios permite que no se desvíe la atención de los protagonistas.
  • Porno Portugués: Aunque con algunas excepciones, el porno líder es el amateur, recién comienza a despertar esta industria debido a la escasez de actricez y el puritanismo del país en sí.
  • Porno Ruso: En el pasado lo que predominaba en los tiempos del comunismo era la elaboración de películas en ambientes sórdidos por su falta de pulcritud, con actrices mal maquilladas, poco atractivas y carentes de gracia y atavíos. También predominaron las películas con enanos, minusválidos y personas deformes. Ya la actualidad marca la diferencia con películas de jovencitas que escasamente tienen la mayoría de edad en escenas con mujeres maduras.
Foto: Más de alguno la recordará, supongo, porque ya levantó sus polémicas por estos lares. Fuente: tp4ww.com.

lunes, 22 de marzo de 2010

Poesía para el filo de la madrugada


Bueno, y la pura verdad es que... ¿en qué otro momento? Pues nada: al filo de la madrugada, y como lo dice él mismo, "en el último trago". Porque lo cierto es que pocas cosas han habido en este ancho mundo que se parezcan a José Alfredo Jiménez, que sean capaces de desgarrar así una guitarra ebria y echar al aire unos versos tan malditos y cargados de la más amarga (y dulce) nostalgia.
¿Cuántos años han pasado desde la primera vez que escuché alguna de sus canciones? Imposible saberlo: esas voz querida y lijosa está clavada muy profundo, y sólo sé que he crecido escuchándola en casa de mis abuelos, o repatriada en la guitarra y el canto de mi propio abuelo, en tantas noches de familia, de amigos o de copas.
Que la gente diga lo que quiera: a mí, nadie me quita de su pedestal a Jose Alfredo Jiménez, ese poeta de cantinas y de plazas que ha hecho a la canción mexicana lo que es el día de hoy, y que nunca ha sido superado por hombre alguno (que, entre las mujeres, está la Vargas, y ahí ya no digo nadita nadita). ¿Quieren una tajada o, mejor dicho, un sorbo de esta copa? Pues hágase lo que les digo a continuación: el que quiera, que lea estos versos primero, así sin más, y luego que le ponga "play" al video que está más abajo. Como para ver a la poesía a los ojos y, cómo no, estremecerse.

En el último trago
Jose Alfredo Jiménez

Tómate esta botella conmigo
y en el último trago nos vamos.
Quiero ver a qué sabe tu olvido
sin poner en mis ojos tus manos.
Esta noche no voy a rogarte,
esta noche te vas de deveras.
Qué difícil tener que dejarte
sin que sienta que ya no me quieras.

Nada me han enseñado los años,
siempre caigo en los mismos errores.
Otra vez a brindar con extraños
y a llorar por los mismos errores

Tómate esta botella conmigo
y en el último trago me besas.
Esperemos que no haya testigos
por si acaso te diera vergüenza.
Si algún día sin querer tropezamos
no te agaches ni me hables de frente.
Simplemente la mano nos damos
y después que murmure la gente.

Nada me han enseñado los años,
siempre caigo en los mismos errores.
Otra vez a brindar con extraños
y a llorar por los mismos errores.

Tómate esta botella conmigo
y en el último trago nos vamos.


viernes, 19 de marzo de 2010

Programación para grandes (y chicos)


Lo confieso: cada vez que me resigno a ver la televisión (cosa que sucede muy rara vez), nunca dejo de pasar por los canales infantiles, especialmente Discovery Kids. ¿El motivo? Bueno, sería cuestión para ser tratada largamente, pero por un lado me fascina el grado de alucinógenos que deben tomar algunos de los guionistas de los programas que transmiten (al que no entienda lo que digo, que mire Charlie y Lola, Pocoyo o Jorge el curioso; los Teletubbies también sirven, pero son tan aburridos que resultan ser una pérdida de tiempo); y, del otro, me llama la atención el discurso subyacente a todos estos programas, acerca de lo que debe ser el buen comportamiento para un futuro ciudadano (respecto a este temita en particular, busquen en Youtube el episodio del Pato Donald en que hacen campaña anti-nazi: es realmente fuerte. Creo que mi buen amigo Martín Alonso tiene planeado escribir al respecto en su blog, "Reflexiones Ilógicas").
Pero hace unos minutos me ha llegado una noticia espectacular, via Valeria Venegas, acerca de un repentino cambio en la programación infantil en el estado de Carolina del Norte. Lo cierto es que pasaron de los afeminados de los Teletubbies a los pechos al descubierto y los penes erectos de la cadena erótica Playboy, y así se quedaron las cosas por dos largas horas (que, les aseguro, han de haber sido las más educativas de sus vidas, comparadas con lo que estaban viendo antes; en todo caso, los padres de familia ya no tendrán que romperse la cabeza tratando de decidir cuál historia contarles: la de la cigüeña o la de la semilla).
Así es, mis queridos lectores: debido a lo que los portavoces de la Time Warner Cable denominaron como "un problema técnico", los niños estadounidenses tuvieron acceso gratuito y forzado a dos horas de Playboy TV, para escándalo de las madres, y para felicidad de los padres, que no habrán tenido que hacer más que mandar a los chicos a sus respectivas habitaciones y sentarse a disfrutar, al fin, de la señal cerrada de Playboy sin pagar un centavo.
Para leer sobre la noticia, pueden acceder a las páginas de El Comercio o, si prefieren un periódico estadounidense, el Herald Sun. De todos modos, les advierto que las notas son bastante breves. Yo, entretanto, apagaré la computadora y me iré a dormir con la sonrisa puesta, aliviado tras un largo día de trabajo con esta noticia tan divertida de último minuto. ¡Y pensar que acabo de terminar un artículo sobre Bukowski!

Foto: Mike Webkist. Fuente de la foto: El Comercio.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Insomnio...


Más de una vez me he preguntado si el insomnio es, como lo sugiere la medicina, un mero estado fisiológico del cuerpo o si, en realidad, se trata de alguna suerte de condición existencial, un estado ya no sólo físico, sino una forma de condena filosófica. Claro que la pregunta es, de por sí, ridícula: después de todo, el insomnio puede ser tanto una como otra cosa, en virtud al pluralismo que defiendo (Cf. Wittgenstein; thank you, man), así que digamos que sí: el insomnio es ese momento en que uno se rinde ante sí mismo para encontrarse frente a un espejo que, reflejando, está negro del todo, como en un estado alucinatorio, como en un mal sueño de aires dantesco-contemporáneos, como en esos momentos del día en que, despiertos, de pronto intuimos que hay algo que nunca está bien del todo, por más que nuestra manía por seguir respirando nos trate de dar a entender lo contrario.
Insmonio... una palabra que, inevitablemente, me hace pensar en literatura: el famoso poema de Dámaso Alonso, La náusea de Sartre, dos o tres poemas de Borges (alguno de ellos bastante obvio), las películas de Marco Ferreri, y aquí ya me salí de la literatura, pero qué más da. Lo cierto es que el insomnio es, para bien o para mal de los creadores, un fértil valle para cosechar ortigas, que (quién lo duda) son a menudo lo mejor del menú de las lecturas.
Y siempre, esa sensación de absurdo... la misma que, como decía Borges, nos hace contar las campanadas en la oscuridad, nos hace dar vueltas sobre la cama hasta dar con ese punto exacto de la almohada, poner todos nuestros esfuerzos en acompasar la respiración. O, en todo caso, ese sentimiento de absurdo que me invade a mí ahora mismo, cuando caigo en cuenta de lo que hago y me pregunto: ¿pero qué demonios estoy escribiendo? Está bien: hora de tomar un libro, dejarse caer sobre la cama y dejarse desgastar un poco más. Esperar a que la noche sea un poco más negra. Campanadas que susurran (¿un nombre?). Silencio.

lunes, 15 de marzo de 2010

J. P. Witkin sobre la creación

Claro, breve y conciso: una genial exposición del fotógrafo más maldito de los fotógrafos malditos, Joel Peter Witkin (del que hablábamos hace nada), sobre ese viejo tema que tanto preocupa a los creadores en general: la vieja relación entre lo que uno quiere hacer y lo que el público pueda o no entender de lo hecho. Y lo hace en 42 breves segundos, aunque usted no lo crea. Supongo que lo que me resta decir es: "Ya lo saben, gajes del oficio".
Y quién sabe: a lo mejor y este es el tipo de pensamientos al que debería volver más de uno. Claro que resta lo que no se ha dicho: acerca de la calidad, del trabajo, del esfuerzo... de todo lo que presupone la palabra "crear". Pero mejor cierro el pico y los dejo con Witkin, ese genio del que siempre quedará algo que decir. (Qué me dicen, ¿una copa en alto?)


Y de pronto, ¿se nos van acabando las corridas? Habla Fernando Savater.


Ya había escuchado por ahí que muchos planeaban dar fin a las corridas de toros en algunos lugares de España. Ahora, leo en la página de El País (curiosamente, en la edición de mañana, 16 de marzo) una nota bastante interesante de nada más ni nada menos que Fernando Savater, que se vale de la posiblemente cercana prohibición de las corridas en Cataluña para dar un largo comentario, crítico y argumentativo, a favor de la Fiesta Brava. (Supongo que a esta altura cualquiera que siga regularmente este blog se habrá dado cuenta de que estoy a favor de las corridas, ¿no? Lo que no me impide ser, y más de alguno dirá que contradicotriamente, un fuerte defensor de los derechos de los animales).
Bien. De la lista de campos desde los que Savater prueba su apología, el más llamativo debe ser ese que es, desde hace ya mucho, su especialidad: la ética. Y, en este caso, la ética en tanto que relacionada a nuestro comportamiento moral para con los animales, más allá de si se trata de toros o no. A ver si él se hace entender por sí mismo:
"De modo que resulta un poco risible el argumento abolicionista de "que le pregunten al toro si le parece arte que le piquen o le den la puntilla". Tampoco nadie le pregunta a la merluza si quiere donar su cogote a las sociedades gastronómicas o a los bueyes si quieren tirar del arado. Ni a perros, gatos o caballos de carreras si quieren ser castrados por nuestro bien. Porque en el caso del debate actual debe quedar claro que no se trata de introducir en nuestra cultura las corridas, sino de prohibir una práctica secular. ¿Que no sería hoy admisible iniciarlas? Imaginemos si aceptaríamos con los valores vigentes empezar a criar animales para alimentarnos con ellos. Me parece estar oyendo a quienes contemplasen corretear a unos pollos o a unos terneros: "¡Qué ricos son! ¿Verdad? Me refiero a que parecen sabrosos...". Reconocemos que en los mataderos o las granjas avícolas industriales los bichos no lo pasan nada bien, pero se arguye que en tales lugares no se venden entradas para el espectáculo. Sin embargo, el argumento se vuelve contra lo que intenta demostrar, pues si fuera verdad que los espectadores disfrutan con el sufrimiento animal frecuentarían esos dignos establecimientos en lugar de las plazas de toros. Otros se escudan en que no es lo mismo sacrificar animales para atender nuestras necesidades que para satisfacer diversiones o lujos".
Ahora hagamos lo nuestro, resaltemos dos o tres ideas, y veamos qué hacemos con ellas. Creo que nadie con dos dedos de frente puede dejar de reconocer que Savater tiene algunos puntos. El gran asunto de fondo en todo este debate moral es, efectivamente, el que cuestiona acerca de si es lícito maltratar y matar a un animal sólo para la diversión de unos cuantos seres humanos. Bien, ahora vayamos por puntos.
En primer lugar, hay que darle la razón a Savater en un punto clave de su exposición: si se acusa a los aficionados por el sadismo y el morbo de su sentido de la diversión, pues hay que sacar a relucir ese argumento: si fuese realmente el morbo el que los llevase a los ruedos, entonces no estarían allí, sino observando a las gallinas ponedoras en sus jaulillas, medio desplumadas y sucias, aplastadas entre más aves de las que su recinto puede albergar; o visitarían a los vendedores de pieles y les pedirían el número de sus proveedores, a ver si pueden ganarse con el espectáculo de cómo se le arranca la piel a una foca bebé o a un mapache mientras el animal sigue con vida (para que no se contraigan los músculos y se estropee la calidad de la piel). ¿Las cosas como son? Si: como son. No voy a negar que hay alguna dosis de sadismo en la Fiesta Brava, pero se acerca siquiera al grado de sadismo en el que se fundamenta gran parte de nuestra alimentación, vestimenta, medicina, etc. ¿Que todo eso es útil? Claro, para nosotros los humanos, y no para las pobres bestias que sólo por andar más indefensas que nosotros se las ven verdes cuando las queremos incluir en nuestros sistemas de vida. Y para todo aquel despotrica contra las corridas sin haber pisado jamás un camal o un matadero, yo que lo he hecho se los digo: de ser un toro, preferiría mil veces recibir la muerte en la arena que en sus oscuros y sangrientos recintos, donde hay mucho más que padecer. Así que no saquen a relucir el argumento de la dignidad del animal: los animales, hasta donde sabemos, desconocen el significado de algo tan absurdo como la palabra "dignidad"; esa es una estupidez que sólo padecemos los humanos, y en nombre de la cual se ha cometido más de una aberración. Y, si aceptamos ese argumento, de todos modos sería mucho más digno para el animal morir en la gloria del ruedo que entre el silencio y las torturas de un matadero, ¿no lo creen?
Bueno, esto ya se pone un poco largo. Me guardaré de seguir con mis comentarios, pero no sin antes dejar un último argumento, definitivo, para que todos los que se declaran como amantes de los animales: el que nunca halla pisado una cucaracha, aplastado una mosca o dejado algo de veneno para ratas en un rincón del hogar, que lance la primera piedra.

Para leer la nota de Fernando Savater en El País, entra a esta dirección: http://www.elpais.com/articulo/opinion/Rebelion/granja/elpepiopi/20100316elpepiopi_11/Tes

domingo, 14 de marzo de 2010

Carson McCullers: la tristeza tiene nombre de mujer


De arranque, voy a confesar algo: sólo conozco a Carson McCullers por una de sus novelas, que leí hace ya unos años, pero que se ganó enseguida un puesto prioritario en mi memoria de lector. La novela en cuestión posee, dicho sea de paso, uno de los títulos más maravillosos de cuantos puedo recordar: El corazón es un cazador solitario. (Hace cosa de dos años conocí en Buenos Aires a una escritora norteamericana que me dijo que no había leído ese libro sólo porque Oprah lo había recomendado; yo le recomendé que hiciera oídos y la leyera, y a la mierda con lo que algunos -póngase aquí el apelativo pertinente- puedan hacernos creer).
Lo cierto es que McCullers supo tomar la pluma para hacer de lo terrible algo hermosamente terrible: sus temas fueron, de alguna forma, desgarradores en la forma más sutil que quepa imaginar, y de ahí que no nos sorprenda la clase de personajes en los que se centraba: discapacitados, homosexuales, confundidos... en general, marginados. Pero lo suyo no fue una crítica social, sino más bien un trabajo psicológico, un tratamiento analítico y sin embargo vivo acerca de cómo la marginación (o el sentimiento de ser marginado) se convierte en automarginación; novelas acerca de cómo los hombres estamos irremediablemente solos.
Por eso mismo, creo que la mejor forma de hablar de McCullers es citando los versos que Bukowski escribió sobre ella, esos que dicen "all her books of / terrified loneliness //all her books of / the cruelty / of loveless love" ("todos sus libros sobre // la aterrorizada soledad // todos sus libros sobre / la crueldad / del amor sin amor", o algo así). Y luego esa cadencia final del poema, cuando el capitán ordena al marinero que se la lleve de donde está sentada, ya muerta, envuelta en una manta, luego de que ha sido descubierto su cuerpo: "and she was quickly dispatched / to somewhere else / on the ship // as everything / continued just / as / she had written it" ("y fue rápidamente despachada / a algún otro lugar / del barco // mientras todo / continuaba tal / y como / ella lo había escrito").
De esa clase es el universo que vive en las páginas de Carson McCullers: triste, pero lleno de vida; desesperado, pero lleno de una vana y constante esperanza. Todo ello escrito, de paso, con belleza y precisión, sirviéndose de un estilo que debe mucho a Faulkner, pero que lleva impreso una marca decididamente personal y única, y que sólo puedo describir torpemente como una suerte de "nostalgia del presente posible".
"Celeste nunca hablaba con ella y ella nunca hablaba con Celeste. Sin embargo, eso era lo que ella más deseaba en el mundo. Por la noche yacía despierta, pensando en Celeste. Se imaginaba que eran las mejores amigas y pensaba en el momento en que Celeste vendría a su casa con ella a cenar y pasar la noche. Pero eso nunca ocurrió. Sus sentimientos por Celeste le impedían hacer otras amistades, como haría otra persona cualquiera. Al cabo de un año Celeste se mudó a otro barrio de la ciudad y fue a otra escuela".
Este es un párrafo de El corazón es un cazador solitario; y, si no sirve para demostrar lo que dije antes, pues que me cuelguen bocabajo del techo y me agarren a golpes con un tubo de metal. Además, ¿no es increíble cómo logra decir tanto en un sólo párrafo? Y con qué sentido de la precisión, con cuánta insospechada y desgarradora naturalidad. Ese sólo párrafo basta para escribir una novela, y sin embargo es apenas un trozo de otra, que escribió McCullers.
Levanto, pues, mi copa por Carson McCullers esta noche, y dejo a todos los interesados la tarea de darle una ojeada a sus libros. Ya lo saben: cada párrafo puede ocultar un tesoro como este.

viernes, 12 de marzo de 2010


"Nine": lo que parecía imposible


Yo me pregunto: si tuviera que escoger una palabra para definir Nine, ¿cuál sería? "Formidable" podría encajar bastante bien, y sin embargo decir "genial" es ya decir demasiado. Pero las cosas en claro: yo no voy a andar echando pestes a Rob Marshall, que al fin y al cabo ha conseguido realizar una excelente película, a la vez que un muy bien pensado tributo a Federico Fellini, con un reparto espectacular (que realiza una serie de actuaciones espectaculares) y un guión que funciona como un reloj, desarrollando el argumento con una precisión rítmica. Lo digo desde el principio: la película no me ha defraudado, y el resultado ha cumplido con muchas de mis espectativas.
Digo "muchas". Bueno, pues también hay que reconocerle un par de cosas que, a mí me parecen fallas. En primer lugar (y quizá ésta sea la crítica más dura que puedo hacerle a la película), tengo que reconocer que, como musical, Nine ha fallado. Las canciones de Maury Yeston, exceptuando dos o tres de ellas, no han estado a la altura del guión, aunque muchas de ellas son "rescatadas" por sus intérpretes (como, por ejemplo, una que canta la Cotillard). No es, ni de lejos, Chicago. Y todo esto es, en verdad, una lástima, porque la fotografía, las actuaciones y los escenarios, o digamos que toda la fórmula estética de la película, es grandiosa. Pero daba, ya lo digo, para mucho más. ¿Alguna otra crítica que hacer? Bueno, el guión tiene un defecto: el final. Después de todo, ¿qué sentido tenía dar ese giro moralizante a una película que funciona con tanta eficacia? Desarrollar el final como una "disculpa" hacia la esposa de Guido Contini fue, a mi parecer, una idea que estaba absolutamente fuera de lugar, y arruina un poco la película (sobre todo, porque es el final, y su peso cae sobre el de todo el resto de la obra). Todo hubiera quedado un poco mejor sin mensajitos ni nada.
Pero no hay que confundirse: Nine es una película espectacular, que merece más de un vistazo y mucha atención. A pesar de esas dos fallas, Rob Marshall ha logrado algo que todos los directores se proponen, pero que no muchos consiguen: lograr una experiencia mágica, en el mejor sentido (el menos cliché) de la palabra. Además, hay que darle a Marshall otro reconocimiento, esta vez por haberse atrevido a realizar lo que parecía imposible: retomar el Ocho y medio de Fellini (una cinta con la que no muchos se atreven a meterse, dificilísima, imposible, genial), y, por si fuera poco, hacer de su experimento una gran película. A todo el que quiera lanzarle una bomba de ataques a este director, que primero se plantee bien esta cuestión. Marshall se ha atrevido a pisar el Olimpo, y merece un aplauso por haber sabido hacerlo con tanto estilo. Un toro difícil, pero bastante bien toreado.
Malabarística, cruda, laberíntica y divertida, Nine es un paso más para Rob Marshall en su camino hacia la gloria. Y yo lo predigo: llegará el día en que la gente lo mencione o recuerde casi como a una leyenda. Su nombre no pasará inadvertido, ténganlo por seguro.

martes, 9 de marzo de 2010

"Otto e mezzo"


Desde que Rob Marshall llevó al cine su malabarística Nine (que iré a ver, por fin, esta noche, así que ya pueden esperar el comentario prometido hace tantos meses) el mundo ha vuelto la vista, una vez más, sobre el viejo Otto e mezzo de Fellini, esa obra maestra que, quién lo duda, bien podría merecer el título de LA obra maestra de la cinematografía, en tanto que no sólo es una gran película, sino también una película sobre una película, la misma que los actores ya están representando, a nivel ficcional y metaficcional, de paso que a nivel real, porque Otto e mezzo es la película sobre Otto e mezzo, y Fellini se queda tan sonriente viendo la cara de perplejidad de todo el mundo.
Pero no es fácil hablar de Ocho y medio. (Todavía hay muchos especialistas en cine que no se atreven a decir una palabra sobre ella). Recuerdo que mi primera reacción al terminar de verla por primera vez fue pensar "Qué obra maestra" a la vez que un enorme signo de interrogación se elevaba sobre mi cabeza, como en una historieta. Luego, la he vuelto a ver muchísimas veces, y cada una de ellas me da una patada más, una iluminación más. Al final, supongo que las únicas reacciones posibles son la admiración, el agradecimiento y, reconozcámoslo, la envidia (en el mejor sentido de la palabra). O, sino, el escándalo, la frustración, la confusión y la extrañeza. He oído más de una vez el relato de cómo los que iban a verla en el cine, aquí en Lima, desgarraban los asientos con navajas y rompían las butacas en son de protesta: pensaban que les estaban cortando la película, o que de alguna forma estaban siendo estafados. Qué puedo decir, Fellini siempre supo ganarse reacciones de todas las latitudes.
Y es que, si vamos a hablar de genio y complejidad, creo que Ocho y medio se lleva el primer premio. Le siguen de cerca algunas otras películas de Fellini, más otras de Bergman y Pasolini, pero es que Ocho y medio es, en este sentido, insuperable. La desarticulación de pasado, presente, futuro, imaginación, deseo, voluntad, memoria y obsesión para crear una categoría de realidad absoluta (y, en realidad, aparentemente) caótica es algo que no cualquiera puede hacer, y ese es sólo el primer juego ontológico: el segundo, el de los planos de realidad, ficción y metaficción que ya hemos comentado, no tiene nada que envidiar el primero, y se combina con él para dar a la película el toque perfecto.
Ahora bien, ¿para qué tanto juego? Nadie cuestiona que Ocho y medio es la obra más autobiográfica de Fellini (Cf. Hollis Alpert, Fellini, una vida), y toda esa gran broma es, definitivamente, la mejor forma que podía utilizar Fellini para llevar a cabo la expresión de sí mismo, su autoconversión en caricatura para rescatar, de alguna forma, al humano que era y ponérnoslo de frente, en una pantalla, con toda la amargura, el humor y la autocrítica necesarios.
Pasarán los años y los siglos, y la gente seguirá cuestionándose acerca de todas las posibilidades interpretativas que contiene Ocho y medio. Y, de paso, seguirán agradeciendo a Fellini el que un filme como este haya sido realizado. Ahora que todos van tan felices a ver Nine, yo les pregunto: ¿por qué no tomarse un tiempo para ver esta obra maestra? Vale la pena el esfuerzo.

En la foto: el siempre extraordinario Marcello Mastroianni representando al felliniano Guido, en Otto e mezzo.

¿Todo queda en familia?


A sabiendas de que todo esto va a sonar muy mal, lo digo claro y sin rodeos: la pedofilia es una moda que no parece querer pasar entre los sacerdotes. Y en estos últimos meses, el asunto está más picante que nunca: después de todo, no creo ser el único que ha perdido la cuenta de las denuncias realizadas a sacerdotes por sus presuntas víctimas de un tiempillo a esta parte. Bien, eso es lo primero; lo segundo, es la ambigua actitud de Joseph Ratzinger (mejor conocido en todo el mundo como Benedicto XVI, Darth Sitheous o, sencillamente, "El Papa") al respecto: aunque se declara a favor de la tolerancia cero, parece que no le atina bien el sentido de la vista, y la confianza y la fe que deposita en sus hombres llega a ser tan ciega que asusta. Claro, en la mente de Herr Ratzinger, estos sacerdotes no son "hombres" meramente, sino que llevan ese genitivo "de Dios", Homini Dei si quieren, que los pone del otro lado de la rayuela.
Pero las cosas siguen turbias, y se empiezan a pintar de negro para el Vaticano en general y para Ratzinger en particular. Hace unos días, apareció una nota en El Comercio en la que se informaba de una nueva denuncia por pederastia en el coro de Ratisbona, que fue dirigido entre 1964 y 1993 por nada más ni nada menos que el obispo Georg Ratzinger, hermano del papa, quien ha negado saber absolutamente nada al respecto. Ahora, de hecho, el Vaticano y sus emisores (con un tal monseñor Ludwig Mueller a la cabeza) afirman que estas denuncias se refieren a una época que no coincide con los 30 años que Georg Ratzinger ejerció como director del coro en cuestión (lo que me parece un terrible pecado de idiotez por parte de Mueller y compañía, ya que los abusos habrían sucedido, según las noticias, entre 1958 y 1973).
Y las cosas se pintan un poco más sórdidas. El Clarín del domingo rescata un interesante testimonio, el del compositor Franz Wittenbrink (que entonces era colegial de los "gorriones" (como se llama a los miembros de este coro), que hablan de un tal Georg Z., supuestamente uno de los sacerdotes implicados en el asunto. Wittenbrink "contó que "Z" "pasaba la noche en el dormitorio y elegía a dos o tres de nosotros que llevaba a sus habitaciones. Allí se bebía vino tinto y después el cura se masturbaba junto con los menores". (Una escena digna de Pasolini, quién lo duda). Luego, agrega que todos sabían lo que ocurría, y que le parece inexcplicable (y no es para menos) que el hermano del papa no estuviese enterado de nada. Pero este Georg Z. fue detenido, y murió hace mucho. La gran pregunta es, ¿quién sigue? ¿Y por qué el hermano del papa se atrinchera detrás del silencio como una bestia asustada? No diré nada: que cada cual use su imaginación como guste, que opciones las hay de todos los colores.
Lo que yo me sigo preguntando es qué sucederá con Georg Ratzinger si el horizonte se le cubre de negro, así sea por encubrir a sus "camaradas de sotana". ¿Tendrá que temer la ira de su hermano, o todo quedará "en familia", entre rostros serios y silencios absolutos? Vaya uno a saberlo. De todos modos, no hay que dejar de tener en cuenta que el poder da, a menudo, el derecho al silencio. Y Herr Ratzinger, quién lo duda, ostenta uno de los más grandes. A ver quién se tiene que andar con cuidado.
Supongo que no hay más que decir de momento. Los frutos siguen verdes, para felicidad de los sacerdotes, y es pronto para apurar opiniones y críticas. Sólo dejaré eso bien dicho: que cada cual cargue con la cruz que ha aceptado, y los ojos bien puestos sobre el trozo de ladrillo que está en el ojo ajeno, no sea que nos pongan uno a nosotros. Por lo demás, ya saben lo que pienso de Herr Ratzinger. La sotana puede servir de escudo, pero a lo mejor se desgasta.

En la foto: Georg Ratzonger ostentando su mejor cara de "a mi no me mires". Fuente: Clarín.

domingo, 7 de marzo de 2010

"La cinta blanca" y la ceguera de algunos jurados


De todo lo que significan los Premios Óscar de la Academoa (lo bueno y lo malo, se entiende), siempre he prestado una atención especial a dos de sus categorías, que a mi parecer no suelen resbalar, como tantas otras, en todos los cánones y prejuicios idiotas de lo "políticamente correcto" y demás basuras extra-cinematográficas (si no, Tarantino se habría llevado otro par de premios, incluyendo el de mejor película, y ni qué decir del de mejor guión original). Me refiero, claro está, al siempre justo y emotivo Óscar Honorario y a ese otro, que le dio a tantos peruanos el tiro por la culata esta noche, que es el premio a la mejor película de habla no inglesa.
Bien. No hay que confundirse: yo no voy a lamentar que Claudia Llosa no se haya llevado el premio. Ni siquiera voy a comentar su película (que aún no he visto), ni lo patética que me parece la idea de apoyar la obra de alguien sólo porque da la casualidad de que ese alguien nació en el mismo país que uno. A la mierda con todo eso. De lo que sí voy a lamentarme es de la ceguera absoluta que ha adolecido este año el jurado de la Academia al no darle este premio a La cinta blanca del austríaco Michael Haneke. Y que me llame germanófilo el que quiera hacerlo, pero la pura verdad es que el Mejor cine de estos tiempos se filma, en general, en tierras germanas (La caída, La vida de los otros o la suizo-alemana Vitus son buenos ejemplos de lo que digo). La gran pregunta es, ¿por qué la merecería más que El secreto de sus ojos? Miren: yo aún no he visto esa película, así que ahí tengo un punto menos a mi favor. Pero eso sí: creo que cuando alguien ve una película que realmente no merece otro adjetivo que el de "perfecta", al punto que si alguien me dijera que la dirigió el mismísimo Bergman no dudaría en tragarme el cuento, no es en vano.
Un argumento que se desarrolla con semejante cuidado, con tantas variantes narrativas y psicológicas, más un esteticismo que casi parece de cristal, con una calidad de fotografía a la que no muchos directores aspiran siquiera y un formibable trabajo de actores, editores y demás: todo esto, y más, está en La cinta blanca. (Y está ese diálogo en que una niñera debe explicarle a un niño lo que es la muerte, que es de los más fascinantes y secretamente crudos momentos de la película). Lo digo aquí sin dudarlo un segundo: esta película es una verdadera joya del cine, una obra maestra. Supongo que habría que preguntarse si el público está preparado para aceptar un filme semejante, lento pero desgarrador, todo un desafío para el temple de muchos espectadores. Pero eso ya es harina de otro costal.
Eso, pues, es lo que voy a lamentar yo esta noche. El resto del Perú, que haga, diga y piense lo que quiera: yo levantaré mi vaso por quien más se lo tiene merecido. Y dejo, de paso, la promesa de dar un muy honesto comentario de La teta asustada ni bien la haya visto. Dicho lo que había de decirse, les dejo el trailer de La cinta blanca, y me siento a esperar a ver qué hace el tiempo (no siempre justo) de obras como ésta.


miércoles, 3 de marzo de 2010

Entrevista a Camilo José Cela


Ya que hemos invocado a Camilo José Cela, hagámoslo como debe hacerse. Esta es una entrevista que se le realizó en 1999, en la que habla, entre otras cosas, de la labor de escribir (el tema del que veníamos charlando) y, luego, de esa obra maestra que nunca dejaré de agradecerle, La colmena, y sobre los tiempos que trató de retratar en esa obra, el espíritu de aquellos tiempos que sobrevivie en esas líneas (como, también, en los poemas de Dámaso Alonso) de la posguerra española., con toda su desesperación, con todo su miedo y con todo su silencio. No diré demasiado: prefiero pasar a las palabras de alguien que, definitivamente, tiene mucho más que decir. Todo lo que haré antes de retirarme será dejar un brindis por Cela. Salud.

-¿Cómo recuerda usted el Madrid y la España de 1943, donde se sitúa La colmena?

- Hombre, era una España amarga, un Madrid dramático. Yo, con frecuencia, dedico ejemplares de esa novela diciendo «esta crónica amarga de un tiempo amargo», lo cual era verdad. Era terrible aquello, era terrible. El miedo... El miedo era incluso desproporcionado. Había muchas razones, sin duda alguna, para el miedo, el miedo político sobre todo. Pero quizá en ocasiones era hasta desproporcionado, lo cual lucha a favor de aquel que mete miedo.

- Ese retrato rompió moldes literarios y tuvo gran repercusión.

- Hombre, yo hice lo que pude, claro. Sí, en algún momento por mí, por mis páginas, hablaba un poco la conciencia colectiva.

- La colmena fue censurada dos veces.

- Bueno, eran estúpidas aquellas censuras. Después se autorizó incluso durante el régimen de Franco; Fraga, siendo ministro del Interior, y sin que yo se lo pidiese, cogió el teléfono y me dijo: «¿La colmena sigue prohibida?». «Sí», le dije. «Bueno, pues empezar a hacer otra edición, esto es una vergüenza». O sea, que salió de él.

- Ahora suena a risa, parece increíble.

- La censura no es que dé risa o deje de darla, es que era una evidencia, era una autoridad ejercida por gente, en general, de escasos talentos.

- ¿Qué pudo molestar?

- No lo sé, yo creo que nada. Ganas de marear que tenían, ganas de reivindicar el carguito, su pequeño mando de censores.

- Tardó en escribir la novela cinco años, de 1945 a 1950...

- Hice varias versiones, claro. Y la última me indignó tanto que tiré la novela al fuego, pues estaba encendida la chimenea de mi casa, en la calle de Ríos Rosas [de Madrid]. Menos mal que alguien se echó a rescatarla del fuego. Y no ardió, claro. Menos mal.

- La estructura, ha reconocido, le costó mucho trabajo.

- Claro, porque la técnica es algo que se va creando al mismo tiempo que la obra literaria. Es una especie de andamiaje que tiene que desaparecer después, como el andamiaje de una catedral. Esa es una labor muy enojosa.

- La colmena tiene sorna, ironía, piedad...

- Como la vida misma, sin duda de ninguna clase.

- Cuando la escribía, trabajaba...

- A todas horas, como ahora he hecho con Madera de boj.

- ¿Cómo se reparte el día?

- Trabajo y cuando me canso, paro. Y cuando descanso, vuelvo a trabajar, hasta que ya estoy tan cansado que confundo las palabras.

- Sábados, domingos...

- Me da igual, yo no tengo calendario laboral.

- Algunos escritores sostienen que una novela surge a medida que se escribe, ¿usted lo sostiene o hace un esquema...?

- Yo no sé nunca dónde va a ir el personaje. Nunca, nunca jamás. Es más, si yo quiero que vaya hacia un lado, va o no va. Y si un personaje está bien creado, con harta frecuencia hace de su capa un sayo.

- Cómo ve hoy La colmena, ¿quizá lejana?

- No, no, no muy lejana. La veo viva y coleando todavía, ya lo creo. La releo a veces, abriendo por cualquier lado, y veo que todavía... Ya es una especie de historia. Esto es, quien quiera estudiar la Historia de España de aquellos tiempos, no bastaría con que se fuese a las hemerotecas o a los libros de Historia, tendría que leer La colmena también. Hay una cosa que es el espíritu de aquel tiempo que está en las obras literarias, en La colmena y en las obras que la acompañaron en aquel trance.

- ¿Y cómo se las apañaba para crear tantas decenas de personajes?

- ¡Si están ahí! No hay más que echarse a la calle y dar una palmada y salen todos. Se mete usted en un café, o se metía entonces en los cafés, que estaban abarrotados de gente, y en cada mesa había una novela. Después sólo había que bautizar a esos personajes y atribuirles una profesión, un oficio, unos amores, los que fueren, una vecina...

- O sea, que hay que saber ver.

- Sin duda ninguna, es que el oficio de novelista no es otro. La novela existe, ahí está en vigor; ahora, descúbrala usted, claro; desentráñela usted y apúntela en un papel.

- «Madera de boj» era una asignatura pendiente, una espina clavada que se atragantó por la concesión del Nobel.

- No, no, fue simplemente una novela atascada, que se atascó con el Nobel. Lo curioso es que durante ese tiempo yo hice dos novelas y un par de libros de artículos. O sea, que yo tampoco hice el vago, porque El asesinato del perdedor y La cruz de san Andrés se escribieron y se publicaron durante ese tiempo.

- Lo que sí ha hecho ha sido rehacerla de nuevo...

- Más que rehacerla, hacerla de nuevo, lo que tenía no me sirvió.

- Y cuando no ve claro un libro, ¿lo consulta con alguien?

- No, no, no. Lo dejo que madure, lo releo, y hay páginas que se guardan y otras que no.

- Hombre, lo difícil es saber si una página aguanta o no.

- Bueno, eso es uno de los riesgos que cura el tiempo de que hablaba Herodoto, que es dejar descansar un original durante equis tiempo a ver si resiste una última lectura o no. Eso, querido amigo, depende de cada página o de cada circunstancia.

- ¿Usted se ha dicho en algún momento «ya no se me ocurren más cosas»?

- Por ahora no se me ha planteado. Cuando me pongo a escribir siempre tengo algo que decir.

- ¿Cómo le ha cambiado el Nobel, si es que le ha cambiado?

- Lo que hace al principio es desorientar... mucho, no poco, sino mucho. Pero después se vuelve uno a reorientar, vuelve uno a sus hábitos normales, de siempre. Pero eso es cuestión de que pase el tiempo.

- Usted ha dicho en varias ocasiones que el que resiste gana, que puede valer tanto...

- Para todo. No hay que tener prisa, nunca. Con la prisa puede uno escornarse la boca contra la pared y eso es terrible. Hay que ir a su ritmo. Y el que resiste gana, sin género de dudas. Lo que pasa es que ahora resistir cuesta mucho trabajo y dan ganas de tirar la toalla y abandonar todo. Es lo que hay que evitar.

- ¿Nunca ha tirado la toalla?

- No, nunca. Sigo en activo desde hace... Usted verá, La familia de Pascual Duarte fue del año 42, luego tiene ya 57 años y ya ha llovido desde entonces.

- ¿La literatura es cuestión de codos, de disciplina?

- Entre otras cosas, sí. Hay que tener un mínimo talento y un instinto de la lengua, se supone.

- Usted parece que siempre ha saltado al vacío.

- Bueno, es un poco mi deber. Sería demasiado cómodo el tirar por los caminos trillados. Eso sería un fraude, incluso un engaño que se haría al lector. Y después un engaño del escritor a sí mismo. No hay nada más dramático que el escritor que se convierte en su propia caricatura. Hay que intentar caminos nuevos.

- Se le ve a gusto, en forma...

- Hombre sí, no me puedo quejar. Yo creo que es un poco la satisfacción de ir cumpliendo con el deber que uno se haya marcado, claro. Ver que poco a poco va consiguiendo uno aquellas metas que se propone. La más importante, la de poder seguir trabajando. Este oficio tiene la ventaja de que no hay jubilación posible, más que la artereosclerosis. De mí, el día de mañana, se podrá decir que yo era un escritor bueno, malo o regular; ahora, lo que no me podrá decir nadie es que fui un holgazán, porque yo he escrito más que un tostao.

(Fuente: El Mundo)

Ese casi noble oficio de escribir


Hace un tiempo, no recuerdo si en una reunión (entre copas) o en Cafetal (entre cafés) un sujeto, amigo o conocido de algún amigo o conocido -ya se puede notar lo poco fiable que es mi memoria- que estaba al tanto de que tenía una novela inédita guardada por ahí, y que trabajaba en otra nueva, me comentó que él también quería escribir, y luego me soltó esa clásica pregunta: ¿es fácil escribir una novela? Pero bueno, ¿y qué carajo se supone que va uno a contestar ante semejante interrogación?
Para empezar, yo no sé qué demonios hace que alguien quiera dedicar su tiempo a una labor tan sacrificada y patética como escribir. Visto desde cierta perspectiva, no es más que una gran pérdida de tiempo y de energías: a menudo se necesitan muchas horas sólo para llenar dos páginas que vas a borrar al cabo de unos días, cuando se te ocurra releerlas; o te pasas años enteros trabajando en una novela que, cuando te parece que está terminada, resulta estar tan plagada de errores que no puedes hacer nada mejor que deprimirte, tomar un whiskey y empezar a releerlo todo con una esquirla en el pecho, sintiéndote defraudado de tí mismo por haber llevado al papel cosas tan ridículas o, en todo caso, tan mal escritas. Además, hay algo que dijo Camilo José Cela que, definitivamente, es cierto: el escritor no tiene ni siquiera la opción de tomarse un descanso. Su mente, su sensibilidad y su imaginación deben trabajar constantemente, aún cuando duerme (no sea que en un sueño del montón se encuentre alguna buena semilla literaria). Mierda, es la pura verdad. Cela lo dijo mucho mejor: "De todos los oficios conocidos, el del escritor es el más duro, el más obsesionante, el más esclavizador. Si el ser loco fuera un oficio, ese oficio sería sin duda el que más próximamente podría compararse al del escritor. Lástima que en la lista de oficios conocidos aún no figura el de loco y sí, en cambio, el de escritor." Luego, añade otra serie de grandes verdades: "En el oficio de escritor la vacación es una palabra que se ha borrado de su diccionario, que no figura en su vocabulario, que no cabe en su léxico. A veces, cuesta trabajo hacer creer a las gentes que uno trabaja cuando toma café, cuando se rasca la cabeza, cuando juega con su hijo pequeño, o cuando contempla una puesta de sol".
Yo me preguntaba un poco más arriba por qué a alguien se le ocurriría tomar semejante oficio (yo, que no soy nadie, lo he hecho, y sigo sin saber nada). Pero pongo mi dinero por las palabras de Cela: "Se escribe no más que por una ley de inexorable fatalidad. Se escribe porque no se puede, ni se sabe, ni tampoco se quiere hacer otra cosa". Y que las cosas queden bien dichas: escribir es entrar a una cámara de torturas con una sonrisa dibujada en el rostro. Todo lo que puedes llegar a saber, ya que nunca por qués ni para qués, es que estás dispuesto a hacerlo, aunque se te vaya la vida en ello, aunque te duela, aunque el mundo esté desplomándose a tu alrededor, aunque temas poder estar al borde de la locura o la muerte.
Pero yo no se hasta qué punto pueda decir nada. Ya lo dije: nunca he publicado una palabra de ficción, y muy pocos han tenido la mala fortuna de leer alguna de mis cosas. Para consejos literarios, es mejor leer a Cela, a Sábato, a Faulkner. Y sólo si es que sus consejos parecen de utilidad. ¿Qué es un escritor? Es un sádico y un masoquista, un morboso, un ridículo, un hombre con la falta de escrúpulos necesaria para no casarse con nadie y tomar el mundo por donde más le convenga para lograr su maldito objetivo: escribir algo que no le parezca del todo un vomitivo. Como bien lo dijo Ernesto Sábato, un escritor es, en esencia, un exagerado. Lo que sí que puedo decir es que escribir no es oficio de vagos: por experiencia sé que nada exige tanto esfuerzo, dedicación, constancia, sufrimiento y terror como sentarse a escribir una novela. Y que me crea el que quiera hacerlo.

martes, 2 de marzo de 2010

El poeta del piano


Objeto de numerosos ataques y críticas de un lado, convertido en la religión de muchos del otro, la verdad no deja de saltar siempre a la cara (o al oído): Bill Evans lleva su título de "poeta del piano" muy bien ganado, y nadie pude dejar de reconocer que el jazz no sería lo que es el día de hoy si él no su hubiese sentado nunca frente a las teclas. Y si Thelonious Monk se sacudió entre gritos y alaridos sobre los pianos, el estilo de Bill Evans siempre estuvo del lado de la otra cara de la moneda: un estilo más bien clásico, profundamente influenciado por la música clásica y por el impresionismo de Ravel, sereno, preciso, de construcciones y armonías complejas que, sin embargo, se dejaban traducir muy fácilmente en los oídos de todo el mundo.
En jerga jazzística, lo suyo fue el "post-bop" y el "cool". Pero a la verdad lo que es suyo, y su presencia en las páginas de la historia del jazz ha dejado más de una consecuencia. Es decir, ¿quién iba a imaginar que este hombre de aspecto tímido y grandes gafas, que casi apoyaba la cabeza sobre el teclado mientras tocaba y que, cuando hacía esto último, lo hacía con una delicadeza y un preciosismo inimaginables, iba a tener el efecto de un cóctel molotov sobre el universo musical contemporáneo? Porque, antes de que él hiciese su aparición, los tríos de jazz tenían otro formato: baterías y bajos tenían que contentarse con armar la base, dejando al piano la noble misión de guiar a la música a través del pentagrama para lograr el tema. Pero Bill Evans aguzó un poco más la vista y el oído, y un día (la década del cincuenta se acercaba a su fin) aparecieron sus sesiones con el baterista Paul Motian y el contrabajista Scott La Faro. Cuál no sería la sorpresa del público al descubrir que aquello no era el sonido que estaban acostumbrados: sin perder la calma y el clasicismo de siempre, Bill Evans había dado un nuevo protagonismo al contrabajo, que ahora trabajaba mano a mano con el piano en el correr de las canciones.
Además, y como ya íbamos diciendo, Bill Evans creó un concepto nuevo ya no sólo de composición, sino también de performance: la forma en que debe (o puede) sonar un piano de jazz. Digámoslo brevemente: ni Herbie Hancock, ni Chick Corea, ni Bob James, ni Oscar Peterson podrían haber soñado siquiera en existir si no les hubieran precedido el magistral Bill Evans y su piano.
Cada tema de Evans es poesía. Cada fraseo, un verso; cada pulso rítmico, un rimado, una cadencia, un juego de palabras. Para cuando murió, en setiembre de 1980, entre problemas hepáticos y hemorragias internas provocadas por su adicción a la heroína y la cocaína, el mundo del jazz ya había contraído una deuda demasiado grande con él, y su figura como jazzman se había perfilado mucho tiempo atrás como la de un genio reconocido a nivel mundial. Nunca se habrá dicho ni escrito suficiente sobre Bill Evans, ni podrá nadie saldar la deuda pendiente. Yo, personalmente, no conozco muchos placeres que puedan superar el de sentarse a escucharlo con un trago sobre la mesa. Y ya saben lo que decía Hamlet: "The rest is silence".


Heavy Rain, un thriller ontológico


¿Frívolo? Hmmm... lo dudo mucho. Después de todo, no veo qué podría tener de malo traer a colación por estos lares un tema como este: un juego de Plasy Station. Y no cualquier juego de PS3, no: uno bastante peculiar que, a mi parecer, podría merecer algunos comentarios interesantes. Se trata de Heavy Rain, un juego realizado por Quantic Dreams y lanzado hace poco menos de un mes, y escrito y dirigido por David Cage. Resumiendo un poco, podría citarse la definición que dio su creador, Cage, para hablar del juego en cuestión: "a very dark film noir thriller with mature themes". Y, efectivamente, es así: Heavy Rain gira en torno a la historia de un asesino, el "Origami killer", que secuestra niños pequeños y los encierra para que mueran ahogados por la lluvia, mientras fuerza a los padres a realizar una serie de pruebas que deben superar si quieren descubrir dónde se encuentran sus hijos.
Lo más llamativo del juego, sin embargo, es su compleja propuesta ontológica, que es precisamente lo que más llamó mi atención. No se trata, en modo alguno, de un juego como los anteriores a los que un jugador pueda estar acostumbrado, sino que se presenta todo el tiempo como un "cinematic": el resultado es que el juego, visto por un tercero, parece más una película que cualquier otra cosa.
Puestas estas características sobre la mesa, pasemos a revisar los detalles. Heavy Rain cuenta con algunos elementos fascinantes en su construcción como universo ficcional, que le dan un valor literario inmenso. En primer lugar, la forma en que se percibe la historia, a través de cuatro personajes distintos (el padre de uno de los chicos, un detective privado, una reportera y un policía-psicólogo), cada uno de ellos con una psique y una serie de objetivos propios (o de lo que se llama en lenguaje dramatúrgico "móviles de acción"), lo que permite apreciar la historia desde cuatro perspectivas bien distintas, que bien pueden encontrarse u oponerse entre ellas.
Pero eso no es todo. La filosofía ha dado vueltas desde sus orígenes a las posibles leyes que rigen el acontecer de los hechos, desde los griegos (con su hado trágico, su pitagorismo y su Aristóteles) hasta las teorías de la contingencia de Richard Rorty, pasando por los sistemas y teorías de Hobbes, Vicco, Hegel, Comte y Kuhn. La problemática gira sobre todo en la vieja cuestión "causalidad-contingencia", y se cuestiona sobre si existe alguna ley rígida universal que guíe el correr de la historia o si, por el contrario, todo sucede en virtud al azar de la articulación de hechos aislados. Lindo rollo, sí. Luego, bien nutrido de todo esto, Borges empezó a jugar con las posibilidades, y convirtió el laberinto (en un sentido más temporal que espacial) en uno de los símbolos más constantemente ligados a su figura y a su obra.
Heavy Rain casi parece una alucinación borgeana. A cada momento del juego, uno puede llevar a cada uno de los personajes a tomar diferentes decisiones que, a la larga, afectarán no sólo en el final, sino también en el desarrollo de la historia. Y, al ligarse este desarrollo con el pasado de algunos de los personajes, también sobre el pasado, con lo que surgen algunas preguntas interesantes: ¿puede una decisión afectar el pasado además del presente? Visto desde esta perspectiva, el juego casi recuerda a esa fantástica película, Crímenes de la mente, que también parece arrancada de un trozo de la proyección de las fantasías de Borges. Y, como un gran laberinto de caminos que se bifurcan, las posibilidades y los sucesos de la trama del juego van cambiando y reordenándose a medida que los personajes van decidiendo hacer o dejar de hacer distintas cosas.
Esto fue, precisamente, lo que más llamó mi atención, y lo que hace que Heavy Rain tenga un lugar en el blog. Su construcción ontológica es una de las más originales y fascinantes que haya visto alguna vez en un juego, y definitivamente funciona muy bien con la trama de un policial, donde el espectador (llámese lector o jugador) se encuentra siempre en un estado de expectativa, tratando de adelantarse a los hechos, lleno de sospechas y de dudas. Quizá la falte pulir algunos de sus puntos, pero Heavy Rain es, más allá de sí mismo, todo un logro: la posibilidad de imaginar una forma distinta de juego, donde nada está dicho del todo, y donde la experiencia llega a ser profundamente literaria.

lunes, 1 de marzo de 2010

Porno Surreal


Casi podría empezar a creer que la gente va a terminar por aburrirse de que le de tanto al tema de la pornografía; pero luego me digo: "Hombre, ¿quién en este mundo se cansa de la pornografía?", y sigo con lo mío. Además, en esta ocasión el tema se va por otros caudales, porque se trata, más bien, de un ejemplo de eso que siempre he dicho acerca de cómo el porno se convierte, de pronto, en la fuente del arte.
Claro que sólo decir "Porno Surreal", así a la mala, y con ese adjetivo tan manoseado flotando como una incógnita cliché, no es nada (aunque la foto dice un poco más, ¿no?). Lo cierto es que Kristofer Pateau, el controvertido creador de las alfombras hechas de perros y gatos disecados que ya ha dado tanto de qué hablar al mundo, ha decidido realizar un homenaje a ese hombre que se convirtió en su propia caricatura y que se hizo a sí mismo la bandera del surrealismo, aunque superándolo en más de un momento: hablo del siempre fascinante y desconcertante Salvador Dalí. Y el homenaje, que lleva el título de Salvador DaliX no se queda en eso, sino que trata de recorrer un poco el camino mental del pintor español en torno a su desaforada vida sexual (que debió mucho más a su querida esposa Gala que a nadie). ¿El resultado? Pues eso: la curiosa suma de lo pornográfico, lo tentador y lo surreal.
Ahora bien, ese último concepto, "surreal", quizá le resbale un poco a las imágenes, porque el surrealismo fue algo más que la mera caleidoscopización (por tratar de atinarle a la palabra) y confusión de las imágenes y los colores, y más aún tratándose de Dalí, que solió tener un pulso bastante preciso y una expresión gráfica contundente. Pero el resultado sigue siendo muy bueno, y logra algo más que llamar la atención: en pocas palabras, que seduce, incita, despierta las voces del lado oscuro del cerebro y, quizá, también las de la bragueta.
Transcribo a continuación algo de lo que ha dicho Pateau acerca de su proyecto, ya que no está de más, y porque nos permite entender un poco mejor hacia dónde va su definición de "surrealismo DaliX": "Siempre estuve más interesado -y fascinado -por la persona de Salvador Dalí que por sus cuadros. Como provocateur y surrealista por excelencia realizó varias intervenciones y performances que rara vez fueron documentadas por fotos o filmes. Mayormente existen como historias y leyendas. A través de estas historias descubrí muchos detalles acerca de la vida sexual de Salvador Dalí: su trauma inicial en torno al sexo debido a su severo padre, que le informó de los peligros del sexo cuando él era sólo un niño, enseñándole un libro con imágenes de genitales masculinos infectados de enfermedades de transmisión sexual. Esto fue lo que supuestamente llevó a Dalí a convertirse en "el gran masturbador", para evitar el coito. Luego su trauma con su amigo estudiante -el escritor García Lorca- que trató de violarlo pero no lo logró, según Dalí.Su relativamente tardío descubrimiento de varios placeres sexuales con su esposa Gala y finalmente su pasión por Amanda Lear, un travesti y popstar, con quien además mantuvo una larga relación y a quien ayudó a financiar una operación de cambio de sexo para que se convirtiese en una "mujer real". Todas estas historias me inspiraron para empezar a producir las pinturas de Salvador DaliX, como un "homenaje" a Dalí y como un desafío para mí mismo: tratando de hacer pinturas "a la Dalí" que yo imaginase que Dalí pudiese haber hecho. Especialmente, me interesa la idea de crear pinturas "problemáticas". Esto empezó con la series Painting China Now que hice con Ondrej Brody en el 2007 y continúa con un objetivo distinto en la serie Salvador DaliX. Las pinturas de Salvador DaliX están basadas en fotografías pornográficas robadas de la internet y manipuladas por computadora y luego pintadas por "mis asistentes" en China."
En cuanto a mí, pienso que como Salvador Dalí se consideraba a sí mismo como "el gran masturbador", quizá sea la pornografía, templo de los grandes amantes de sus manos, la mejor de las voces para darle un homenaje. Lo más importante de todo, es que la obra está muy bien lograda: Kristofer Pateau ha dado en el clavo, para nuestro placer y, de paso, para el horror de las señoronas. Pateau sigue en el ruedo: agárrense todos.

Fuente del texto: http://www.paetau.com/downloads/Portfolios/DaliXkressling.pdf
Fuente de la imágen: gallerykressling.sk
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