martes, 4 de agosto de 2009

Shelley


Son ya 217 años los que se cumplen desde el nacimiento de Percy B. Shelley, el gran poeta romántico inglés que, al lado de su buen amigo Byron, representaron a los llamados poetas "satánicos", por el tono oscuro y licencioso con que escribían y llevaban sus vidas.

Siempre predispuesto a la queja y a la rebeldía, jamás deseoso de dar su asentimiento, Shelley conoció la infamia, e, increíblemente, le puso la otra mejilla, como un espíritu masoquista para el que nunca bastasen el odio ni la incomprensión de los demás. La publicación de su panfleto La necesidad del ateísmo le valió la expulsión de Oxford; pocos años después, lo encontramos en Irlanda, unido a los panfletistas radicales y, luego, de vuelta en Londres, impulsando el anarquismo. Algún tiempo después, lo encontramos en Suiza, acompañado de Byron: se da entonces la famosa velada en la que se propone un concurso de escritura de historias de terror (la ganadora sería Mary, la esposa de Shelley, con su novela Frankenstein). Pasan los años, y Shelley no deja de moverse de un lado al otro de Europa, acaso considerándose ya, como Byron, un autoexiliado.

Pero Shelley es algo más que una vida de rebeldía y mofa. Desde que lo leí por primera vez, siempre he considerado sus poemas como algunos de los mayores que se han escrito en lengua inglesa (muy superior, a mi parecer, a Wordsworth, o aún a Keats). Ozymandias, Mask of Anarchy, Mont-blanc o su Oda al Cielo son algunos ejemplos de su altísima poesía; otro, sería su Adonais, una elegía por la muerte de Keats. También fue un gran dramaturgo, y su Prometeo liberado (del que yo, desgraciadamente, sólo he podido leer un fragmento en una antología) tiene líneas excelentes y un ritmo sumamente personal.

¿Quién fue Percy B. Shelley en mi vida? Esa es una buena pregunta. Conocí a Shelley tardíamente, muchos años después que a Byron, y aún después que a Coleridge. Pero Shelley tiene algo distinto: sin lograr la profundidad metafísica ni la calidad estética de un Byron, tiene, sin embargo, un ritmo muy distinto, y su poesía goza de una suerte de tono que hace pensar, más que en una suma de versos, en el procedimiento de un ritual pagano.

Su muerte fue digna de su persona, y casi la pudo haber escrito él mismo (como Keats o Pasolini podrían haber escrito las suyas): murió ahogado en la costa italiana, luego de naufragar en una tempestad. Sus restos fueron recogidos por sus amigos (Byron entre ellos) e incinerados en la playa, a excepción de su corazón, que Mary Shelley guardó consigo hasta su muerte.

Y el día de hoy, tan lejano a sus días de vida, me es imposible no pensar en este hombre y en sus versos. Son 217 años los que han pasado desde el día que nació el poeta que se llamó Shelley, y es en honor a esos años que levanto un vaso lleneo e invito a quienes quieran acompañarme a brindar. Salud, Shelley.
Ozymandias
I met a traveller from an antique land
Who said: Two vast and trunkless legs of stone
Stand in the desert. Near them, on the sand,
Half sunk, a shattered visage lies, whose frown,
And wrinkled lip, and sneer of cold command,
Tell that its sculptor well those passions read
Which yet survive, stamped on these lifeless things,
The hand that mocked them, and the heart that fed;
And on the pedestal these words appear:
"My name is Ozymandias, king of kings:
Look on my works, ye Mighty, and despair!"
Nothing beside remains. Round the decay
Of that colossal wreck, boundless and bare
The lone and level sands stretch far away.

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