Tarde, pero cumplo. Pasa que, a veces, los sábados se me pasan entre distracciones y resaca, pero al final caigo en cuenta de mis errores y hago lo posible por corregirlos. Además, hoy domingo me ha costado levantar la cabeza de la almohada, de modo que cumplo perfectamente con los requisitos que esta sección impone. La canción que he traído a sonar por aquí hoy día es un clásico de clásicos, una de esas que te hacen evocar ciertos momentos con nostalgia y, cómo no, querer arrancar a hacer un par de pasos, aunque estés solo. Dos gardenias es una de las canciones más bonitas que se han hecho, y un paradigma de las canciones de amor, si preguntan lo que opino. Encima, en voz de un maestro de maestros, nada más ni nada menos que el infaltable Ibrahim Ferrer, voz y alma de la Buena Vista Social Club. Será que estoy enamorado, pero hoy tenía que traer estos versos a que sonaran por aquí. Y perdón por la alegría. Sin más rodeos, pasemos a lo que nos trae aquí el día de hoy, con un café sobre la mesa, pero el corazón dispuesto (todavía) a otra copita de ron.
domingo, 29 de enero de 2012
lunes, 23 de enero de 2012
Desencuentros Encontrados #3 - Guillermo Niño de Guzmán
GUILLERMO NIÑO DE GUZMÁN
La caza del instante eterno
Que el cuento sea un género sencillo es un mito que muchos novelistas (entre ellos algunos de la talla de Faulkner) han negado rotundamente, puesto que exige la perfección. Pero hay escritores que no temen lidiar con ese toro tan bravo, y que de hecho logran faenas extraordinarias. Pese a declararse como una persona tímida, Guillermo Niño de Guzmán ha demostrado ser uno de ellos: vistiendo complejas arquitecturas con una prosa clara, sus cuentos están entre lo mejor de nuestro panorama literario.
Guillermo Niño de Guzmán no es el tipo de escritor al que le gusta vivir encerrado. A lo largo de su vida, parece haber encontrado siempre la manera de reflejar sus pasiones en cada una de las cosas que ha hecho, ya sea como locutor de radio, crítico de cine, periodista cultural, ensayista literario, cronista taurino o en la barra frente a una cerveza. Pero la sangre que corre por sus venas exige algo más: literatura. Sobre todas las cosas, Niño de Guzmán es escritor, y de los más talentosos. Sus cuentos, sobre los que parece flotar el jazz como música de fondo, han merecido elogios tan caros como los de Ribeyro, Bryce Echenique o su admirado Vargas Llosa, mientras él sigue a la caza de la vida, de los instantes que luego convertirá en eso: literatura.
¿Cuándo empezaste a escribir?
A los quince años. Siempre me gustó leer, y en esa época estaba tan deslumbrado por la lectura que el deseo de pasar al otro lado del libro fue un proceso casi natural. Llegó un momento en que quise inventar yo mismo aquello que me daba tanto placer. Pero no solo era una cuestión hedonista. En el fondo, había una necesidad desesperada de decir lo que pensaba y sentía. Cuando uno es muy joven está lleno de dudas y asombros, de inconformidad y pequeñas certezas, y a mí siempre me resultó difícil expresarme oralmente (era tímido y no tenía facilidad de palabra), y escribir fue una manera de compensar esa torpeza, así como la mejor vía para tratar de entender un mundo que me parecía cada vez más caótico, injusto y ajeno.
Faulkner decía que él se había “resignado” a ser novelista porque no podía ser ni poeta ni cuentista. En tu caso, ¿qué te llevó a ser cuentista?
A mí me hubiera encantado ser novelista, pero uno no escribe lo que quiere sino lo que puede. En realidad, es una cuestión de aliento. Los narradores se asemejan a los corredores. Existen velocistas de corta, media y larga distancia. En mí caso, mi aliento da para 100, 200 y, quizá, 400 metros planos. No llego a los 5,000, y mucho menos a la maratón. Tampoco depende del mayor o menor entrenamiento. Ante todo, se trata de un asunto de visión, de concepción de la realidad. A mí me suele bastar la captura de un instante para vislumbrar el todo y puedo transmitir esa experiencia en unas cuantas páginas. Otros necesitan cuatrocientas o quinientas. Son opciones distintas y cada una plantea sus propias exigencias.
¿Cuáles son los escritores con los que estás más endeudado? Empezando por Hemingway, claro.
Así como mi estilo se funda en los postulados de Hemingway, mis atmósferas tienen correspondencia con las de Onetti. Por otra parte, en cuanto a favoritos, con tantas lecturas a cuestas, ya no es fácil hacer una selección. Hasta unos veinte años atrás, mi devoción se concentraba en cinco grandes: Hemingway, Tolstoy, Stendhal, Gógol y Lowry. Pero esa lista se ha ampliado considerablemente. En todo caso, no persigo las novedades. De cada cinco libros que leo, solo uno es actual. Siempre vuelvo a los rusos, así como al entrañable Stevenson y el imbatible Conrad. Entre los vivos, me he sentido deslumbrado por Cormac McCarthy (lo mejor de él tiene una fuerza digna de Faulkner).
Alguna vez dijiste que tus máximas aficiones eran la literatura, el cine, el jazz, los toros y las chelas. ¿Esto sigue siendo así?
Faltó una. También mencioné, antes que nada, las mujeres.
Háblame de tu paso por la radio. Fuiste locutor de un programa de jazz, ¿no es cierto?
Sí, en la antigua emisora Sol Armonía. Tenía un programa llamado “Jazz Forum”. Fue una experiencia muy estimulante y divertida. Imagínate: tener la posibilidad de compartir la música que más te gustaba con otras personas… Era un privilegio. Y además te pagaban por ello. Esto ocurrió en la época en que acceder a discos de jazz aún no era sencillo, y yo tenía una colección, no muy grande pero sí muy selecta, de vinilos. Pero no me “profesionalicé”, era más una afición que un trabajo, y supongo que a la larga, como también hacía otras cosas para sobrevivir, perdí la energía inicial.
¿Crees que hay algún nexo entre tu literatura y el jazz?
Sí y no. Lo que escribo no se caracteriza por una libertad compositiva como la del jazz, pero a veces he querido trasladar al lenguaje esa frescura e intensidad que caracteriza a la improvisación de los solistas. También cuido mucho el ritmo de las palabras, la cadencia de las frases, el encabalgamiento de los párrafos. Pero el paralelo es solo aproximado. Me explico: para escribir en forma equivalente a la de un músico de jazz habría que adoptar una prosa espontánea como la de Kerouac, estar dispuesto a romper las estructuras como Burroughs y dar rienda suelta a tu imaginación como hacían los surrealistas y Boris Vian (quien, por cierto, también tocaba la trompeta). Y, desgraciadamente, soy muy controlado. No me permito demasiadas libertades cuando escribo y trato de manejar las palabras con mucho cuidado, como si fueran piedras preciosas. Reescribo y corrijo mucho. Con suerte, consigo transmitir una sensación de sencillez y frescura, pero eso es solo una ilusión.
También haces periodismo. ¿Cómo te sienta el oficio?
Esencialmente, me he ganado la vida como periodista, pero llegué al periodismo por azar. Yo solo quería escribir ficción, pero como había estudiado literatura en la universidad y no quería dedicarme a la docencia, el periodismo se me abrió como una puerta oportuna.
Y comenzaste bastante joven…
Tenía veinte años cuando me invitaron a colaborar con un diario y, sin pensarlo mucho, me vi dentro, como si me hubieran enganchado en el ejército. No soy un periodista nato, pero sus principios y la disciplina me fueron muy útiles. Debo mi estilo en gran parte a sus enseñanzas. Además, me gustaba la vitalidad que demandaba el oficio. Un escritor debe pasar mucho tiempo a solas, y quizá eso sea lo más difícil de su trabajo; en cambio, un periodista está constantemente rodeado de gente y, por lo general, escribe rodeado de otros como él que también están golpeando sus máquinas (no te olvides que yo soy de una generación anterior a las computadoras) y que no tienen más pretensiones que redondear un texto que no haga ladrar al jefe de redacción o al editor. Lo que no me gusta es que el periodista, salvo excepciones, está signado por la actualidad. Eso es, a mi juicio, una limitación. Si te fijas bien, para un escritor el pasado y el futuro resultan más importantes y definitivos que el presente. Su espectro es más amplio.
¿Nunca te sentiste como un Mastroianni en La dolce vita?
Bueno, nunca fui periodista de espectáculos, aunque estuve bastante cerca de ese mundo. La ventaja de ejercer el periodismo es que conoces a gente de lo más diversa y que se te abren las puertas más insólitas. Cuando me inicié, todavía se hallaban en actividad algunos periodistas de la vieja guardia, que venían de la época del linotipo y las noches de bohemia. Yo era joven, y todavía tenía un buen hígado. Felizmente, supe irme a tiempo. ¡No quería correr el riesgo de convertirme en un Zavalita!
En cuanto a las chelas, siempre Cristal, ¿no?
Por supuesto, aunque soy hincha de la U.
¿Cómo es eso de que te la pegaste con algunos viejos beatniks?
¡Uf! Algo de eso he contado en un relato titulado “Viejo ángel de la medianoche”. Allí refiero un viaje a San Francisco, donde conocí a Ferlinghetti y a Corso. Fue una experiencia alucinante. Igual me ocurrió tiempo después, en Nueva York, donde pasé una noche con Allen Ginsberg, Peter Orlovsky y Gary Snyder. Siempre he sido un fanático de los beats y, cuando era más joven, no tenía tantos reparos en abordar a los escritores que admiraba. ¿Te imaginas? Anduve, aunque fuera fugazmente, con los patas del alma de Jack Kerouac y Neal Cassady. Fue lo máximo. Soy un fetichista literario, lo admito. Pero también soy plenamente consciente de que una cosa es el mito y otra la realidad. Varios de los beats tuvieron una existencia terrible. De cualquier modo, recuerdo lo feliz que fui cuando me lancé a la aventura del camino por primera vez, impulsado por el espíritu de Kerouac y su obra legendaria. Tenía diecinueve años y creía que no iba a morirme nunca.
Esta entrevista apareció publicada en el Nº 90 de la revista Asia Sur, en febrero del 2011. Tal vez algún día relate la historia de cómo se dio esta entrevista, que probablemente sea la más anecdótica de cuantas he realizado hasta el momento.
sábado, 21 de enero de 2012
Lázaro, levántate y bebe: Etta James - "Misty Blues"
A veces, la mejor forma de quitarse el blues de los hombros es con un buen blues, y esta mujer sabía muy bien lo que eso significa. Con Etta James se nos ha ido una de las voces más maravillosas que alguna vez se han alzado para dar forma a la felicidad y la melancolía, al frenesí y a la tristeza. Recuerdo haber descubierto sus canciones hace muchos años, doblando en una de las esquinas que salían de Billy Holiday, y aunque no voy a mentirles y decir que me he escuchado todos sus discos, sí diré en cambio que no ha habido ocasión en que sus canciones no me conmovieran. Hoy, sábado de resaca y ceniza, reestrenamos la sección de los sábados rindiendo homenaje a esta tremenda artista, que ha fallecido con más de setenta años, pero no sin antes dejarnos una canción en el pecho a cuantos la hemos oído cantar. Con una copa en alto, como tiene que ser, y preparando el cuerpo para la noche que, tarde o temprano, caerá sobre todos nosotros.
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miércoles, 18 de enero de 2012
Un fantasma reeditado
En lo personal, detesto leer el periódico. Casi todo lo que trae muestra una marcada tendencia a caer en uno de dos lados, el de lo mortalmente aburrido y el de lo ridículamente banal, cuando no idiota. Pero qué se va a hacer: hemos venido a compartir, casualmente, el mismo universo, así que de cuando en cuando lo cojo y le hecho una ojeada; y, si hay suerte, puede darse el caso de que me tope con una noticia interesante, o por lo menos más que el hecho de que una actriz de la televisión haya dicho que su novio no está celoso de que ella tenga que besar a otro actor en una serie (¿realmente vivo en un mundo en el que ese tipo de cojudeces merecen ser llamadas "noticias"?).
Ayer, mientras esperaba en un café, espresso de por medio, me puse a revisar el periódico del día y me encontré con una noticia que llamó mi atención: aparentemente, va a reeditarse, por primera vez en Alemania, el libro que dejaría una de las cicatrices más oscuras de la historia de esa espectacular nación. Me refiero a Mi Lucha, la obra capital del nazismo, cuyo autor no es otro que el mismísimo Adolf Hitler. La idea de la editorial que está llevando a cabo el proyecto, de más está decirlo, no es en lo absoluto revivir viejos ardores, ni mucho menos promover la ideología nazi, sino más bien realizar una edición anotada y comentada, que ellos esperan sirva para que el público mismo pueda juzgar lo malo que es en realidad el libro.
Pero esos son temas aparte. Sea cual sea el objetivo que persigan, yo no puedo dejar de aplaudir propuestas como la que están llevando a cabo al reeditar esa obra. Para los lectores alemanes, se trata de una oportunidad para encarar, aceptar y, finalmente, superar uno de los fantasmas que late en su pasado, en lugar de seguir esperando a que se quede dormido y tranquilo en el cajón de los malos recuerdos (cosa que los fantasmas no suelen hacer por mucho tiempo). Siempre he dicho que una de las fases esenciales en procesos como este es, precisamente, el de tomar una actitud respecto a la propia historia, y para hacer algo así es necesario conocerla, entrar en contacto con ella, o la actitud que se tome estará, en el fondo, tan vacía como la cabeza de Paris Hilton.
Yo no he leído Mi Lucha. He escuchado comentarios de gente en cuya opinión creo a ojos ciegos, según los cuales se trata de un libro muy malo, que no se sostiene ni estética ni estructural ni filosóficamente. Pienso, también, que este libro sólo pudo ser tan influyente debido al contexto histórico y social en el que fue concebido y leído, cuando el fascismo se imponía como una "moda" política y el antisemitismo era una actitud corriente, no sólo en Alemania sino en muchos países (incluidos Francia y los Estados Unidos). Leída en la actualidad, se convierte en una pieza de museo, en una ventana a los horrores del pasado, pero también en una herramienta de autoconocimiento, por parafrasear a Hegel, de auto interpretación como resultado y parte de complejos y profundos procesos históricos.
Sé que hay líneas de opinión enfrentadas. Era de esperarse, tratándose de uno de los libros más "peligrosos" de su época (es curioso, cuando uno lo piensa, que otro de los libros que más horrores, persecuciones y matanzas ha producido en el mundo, la Biblia, no solo no haya sido prohibida nunca, sino que hasta se promueve su lectura). Pero ya lo decía antes: yo soy de los que aplaude este tipo de proyectos, no solo porque descreo de la censura por razones filosóficas, sino también por todo lo demás. No podemos saber qué terrores traerá el futuro (porque nunca se terminarán, o al menos no mientras el ser humano siga siéndolo), pero creo firmemente que propuestas como ésta pueden ayudar a evitar dos o tres de ellos.
domingo, 1 de enero de 2012
Un año menos para el fin del mundo... ¡y lo celebramos!
Aquí, en el Café (que por cierto ha cumplido sus tres primeros años hace no mucho) tenemos un solo deseo de año nuevo, porque no nos va para nada eso de las cábalas con uvas, maletas y calzoncillos amarillos: que los amigos la pasen de puta madre, que la resaca no sea un cruel aguardiente, que las familias estén bien y sean felices. He tenido la suerte de cruzarme con algunas de las personas más de primera que pueda haber en este mundo mundial y virtual y todas esas cosas y, encima, me han llamado amigo, hermano y compadre, y es por ellos (sí, cabrones, por ustedes) que levanto esta copa, hoy y cuantas veces sea necesario hacerlo, y de paso siempre. Han habido canciones, risas, silencios, amarguras y mucha, pero mucha, buena letra, y siempre con la mejor actitud, con la confianza de quienes saben querer y no se andan con rodeos para decirlo.
La imagen (pensada al mejor estilo Mondo Mierda, aunque no tenga ni de cerca el talento del Sgt.) es lo que es. No pudieron estar todos, y están muchos de los que ya no están, pero se entiende que la dedicatoria va para todos (no se me ofenda nadie después, eh). La dejaremos ahí, de cabecera, todo lo que dure el mes de enero, y luego seguirá al fondo, al pie del Café, porque estamos orgullosos de nuestros parroquianos, felices de poder llamarlos amigos.
Y de remate, para dar la estocada precisa al 2011 y mandarlo de una vez al carnicero (y sin vuelta al ruedo), va una canción. No hay celebración sin canciones, vamos, y esta es, para mí, un himno. Que suene, pues, La palizada, y con esa copa, todavía, en alto. Un fuerte abrazo a todos.
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