miércoles, 29 de septiembre de 2010

La nada en el horizonte


 Y, también, en el pecho. Después de todo, no es del todo injusto pensar que, desde cierta perspectiva, el siglo XX empezó con la irrupción de la Nada en el mundo y el pensamiento humanos. Que hubieron precedentes, queda clarísimo: Parménides ya se preguntaba "¿Por qué el ser y no la nada?" hace casi veinticinco siglos, y mucho antes de que otro pensador de avanzada, David Hume, señalara que así como no podemos afirmar el conocimiento, tampoco podemos afirmar al conocedor, osea que el "yo" raya con el vacío (y si a Descartes le duele, pues peor para él). Pero de todos modos, esto no se equipara a la verdadera irrupción, esa penetración que se multiplicó como un virus y que llevó a la Nada a ocupar un lugar privilegiado en el quehacer del pensamiento occidental. 
En otras palabras, que el grito de "Dios ha muerto" de Nietzsche taladró con fuerza en los oídos de la generación que le siguió. De hecho, Sartre sería, en este sentido, el que acribillaría al cadáver de la vieja divinidad, por si las dudas. Así, una tarea a la que deben enfrentarse los nuevos pensadores es, precisamente, tratar de llegar a las conclusiones acerca de lo que podría (o, para algunos, "debería") hacer el hombre ante tal perspectiva: eso a lo que José María Valverde llamó, con tanta presición, la "muerte de las Ideas". 
Sartre, al que ya mencionamos antes, es un caso paradigmático porque, en su obra, este carácter se revela a los dos niveles, teórico y literario. El ser y la nada es un libro que, desde su título, ya nos está diciendo mucho de lo que vamos a encontrar, encarnado en una hipóstasis genial y desgarradora, en su novela La náusea. Es el encuentro del hombre consigo mismo y que de pronto nota que hay algo que falta. Es decir, que hay una nada, o que el hombre está de pie entre la nada y la nada. Claro que hace falta pesar bien esta palabra, "nada", para sentir ese temblor al que nos invita Sartre: es la nada del sentido, la luz que alguna vez guiaba los pasos de la humanidad y que, de pronto, se ha apagado (y, quizá, hasta con una carcajada). La condición humana se ha quedado encerrada en su propio circuito de nadez, y no tiene idea de cómo salir, porque sencillamente no hay hacia dónde ir. 
Claro que este encierro tiene sus límites. Si se lo quiere plantear así, el "Ser" tiene dos niveles que, de un modo u otro, se contaminan entre sí: podríamos hablar, de hecho, de un nivel "privado" (el yo que se encuentra consigo mismo y que es su propia cárcel, del que no puede escapar) y el yo "interaccional" o "público", ese yo cuyos contenidos mentales, lenguaje e inclusive capacidades de autocognición y atribución psicológica (véanse las obras de Davidson y Carruthers en torno a este tema) dependen de la interacción efectiva con "los otros". O, en lenguaje heideggeriano, que el Dasein se reconoce (interpreta) a sí mismo en tanto que se reconoce como parte de una realidad circundante en la que están incluídos "los otros" y el propio "mundo circundante". (Dicho sea de paso, Sartre sabía esto de sobra. Que yo sepa, nunca leyó a Davidson, pero era un ferviente admirador de Heidegger, y de hecho Ser y tiempo es el punto de partida de El ser y la nada. Si se quiere una prueba de esto que no implique tener que meterse a un libro tan denso como El ser y la nada, puedo recomendar su obra de teatro A puerta cerrada, donde de hecho hay una frase memorable que dice que "El Infierno son los otros"). 
¿Dónde está, pues, esta nada que pasó del horizonte a meterse hasta en la sopa de todos los hombres? Pues, precisamente, hasta en la sopa. Es decir: que esta nada que ha quedado como un agujero después de la muerte de Dios (con mayúscula) se hace presente todo el tiempo, convirtiendo nuestra vida entera en una suerte de "situación límite", ese término que tanto le gusta al existencialismo. 
La pregunta que sigue es, por supuesto: ¿Y qué demonios hacemos nosotros ahora? Bueno, si llamar al Chapulín Colorado no funciona, pues sencillamente reconocernos dentro de este panorama. Todo el que llegue a la conclusión de que el pesimismo es la única actitud posible, creo yo, debería reconocer también que el pesimismo no implica vivir torturándose, ni mucho menos suicidarse. Es una posibilidad, pero un poco tonta. Es verdad que hay una nada, pero para nosotros esa nada se traduce como un todo: se trata, pues, de generar nuestras creencias, fundar nuestras actitudes existenciales frente a ellas y salir a caminar por las calles con la sonrisa de un actor de tragicomedia o de gladiador romano. Es un espectáculo absurdo, pero vale la pena. Como decía Bukowski, "es divertido". 

La imágen, que algo tiene que ver con lo que he escrito, pero no demasiado, la incluyo de todas formas y dejando de lado otras posibles por el sencillísimo hecho de que es genial.De hecho, yo plagiaría la idea para fabricarme un epitafio.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Los libros y las copas

 
Algún día tengo que plantearme seriamente el proyecto de escribir un libro sobre qué trago sienta mejor a la hora de sentarse a leer a tal o cual autor. Claro que hay que tomar en cuenta que, al final, este asunto es tan personal que no sé si serviría de algo escribir dicho libro, pero de todos modos sería un proyecto interesante y divertido, así sea sólo para enseñárselo a mis amigos. 
Ojo: que este es un asunto que puede ser planteado en términos estrictamente teóricos, hasta filosóficos, si se quiere. A ver: si aceptamos la tesis general del contextualismo según la cual para un determinado contexto "C" existirá un valor de verdad "V" determinado por el mismo contexto, luego podríamos plantearlo así: que si una lectura es un contexto, luego decir que tal o cual trago (si quieren llamarlo "T", adelante) es el mejor para acompañar dicha lectura es una proposición cuyo valor de verdad estará determinado por dicha lectura. Pero bueno... no creo que sea necesario pensar en este asunto dando tantas vueltas. 
Mejor pensemos en algunos ejemplos (todos ellos extraídos, obviamente, de mi experiencia personal, que nadie tiene que compartir si no quiere, y si alguno está en desacuerdo, pues me parece muy bien: aquí nadie trata de sacar moralejas). Probemos algunos nombres: William Faulkner (esto ya lo he escrito alguna vez) se lee mejor con un whiskey "on the rocks", y cada cual es libre de escoger entre bourbon o escocés. Sigamos por esta línea y pensemos en Hemingway: yo creo que aquí, lo mejor, es una cerveza bien fría, aunque algunos pasajes también invitan a algo un poco más fuerte. Para leer a Ribeyro, creo que un chilcano de pisco o un vino, dependiendo del texto, hacen la mejor compañía. Con Martín Adán, en cambio, el pisco pasa mejor si se sirve puro. 
Otro poeta que merece un buen vino para poner las tildes a los versos es Cernuda: eso sí, un vino fuerte, que evoque el polvo y la tierra pero que, al rebotar en el paladar, nos haga sentir un poco fuera y un poco bien metidos en el mundo y en nosotros mismos. En cuanto a Vicente Aleixandre, les juro que algunos de sus poemas más enredados cobran un sentido estético inesperado cuando los empapas con alcohol (imagino que con jerez deben ser una maravilla... pero el pisco no les sienta nada mal). Otro al que le va bien el pisco es Bukowski, aunque lo ideal allí es una chela o algún trago barato. Y, si quieren salir un poco de la literatura, pues les dejo este testimonio: yo me he topado con que Heidegger es mucho más comprensible cuando tienes un vaso de cerveza a un lado del libro. A Platón también le va muy bien la cerveza. 
En fin, que esta es más o menos la idea. ¿Interesante? Tal vez. ¿Trascendente? Ni hablar. ¿Divertido? Bueno, hay quienes tenemos un sentido del humor bastante cuestionable. En todo caso, supongo que habrá alguien en el mundo que entienda lo que trato de decir con todo esto: y es que, si leer es, en cierto modo, dialogar con estos autores, muchos de los cuales ya reconocemos como nuestros amigos, ¿pues por qué no acompañar la charla con una copa o dos? Tampoco estaría mal escuchar los maridajes literario-etílicos ajenos, así que siéntase libre el que quiera hacerlo de contarme qué trago es su favorito para acompañar alguna lectura. Yo, entretanto, me vuelvo a mis lecturas (desgraciadamente, sin copas). A ver quién me echa un brindis.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Ferlinghetti: el último beatnik

Un buen motivo para vender mi alma al diablo como un Fausto cualquiera sería poder sentarme a charlar, whiskey de por medio, con Lawrence Ferllinghetti. Que no sólo es un poeta de los más talentosos de cuantos han pisado el continente americano, autor de versos que fluyen como agua o vino y que brillan con una luz propia, únicos dentro del panorama de la generación beat, sino que también es un verdadero testigo de un siglo tan terrible como lo fue el XX. Casi puedo verlo frente a mí, llevándose una mano al mentón mientras evoca, entre el humo de los cigarrillos y sorbos de whiskey, aquella legendaria noche del desembarco en Normandía, cerca del fin de la Segunda Guerra Mundial, o su visita a las ruinas de Nagasaki apenas pasadas seis semanas de la bomba atómica; o reconstruyendo sus conversaciones con personajes como Burroughs, Gisnberg o Giorno, o con su buen amigo Bukowski, que fue buen amigo suyo, pese a que en general el poeta de Los Ángeles despreciase a los beat. O, por qué no, comentando sus viajes con The Band, en cuyos conciertos salía de cuando en cuando a recitar un poema o dos.
Hoy, Ferlinghetti tiene 91 años: casi un siglo de vida entre los bastidores de la vida cultural e intelectual de un mundo que parece estar cada vez más hundido en su propio cáncer, devorándose a sí mismo como una célula enferma. Y, sin embargo, el hombre sigue sonriendo, plantando su mejor carcajada frente a los escenarios más devastadores, consciente de que el humor es, a menudo, el mejor lenguaje para lo crítico y lo profético. Cada uno de sus versos hiere como una bala; un poema es un tiroteo, en el que nosotros, los pobres lectores, agonizamos entre risas, temor y esa sensación indescriptible que sólo puede generarnos la buena poesía. 
Pero en el caso de Ferlinghetti, como en el de Baudelaire o nuestro contemporáneo Leopoldo María Panero, el ser poeta es asumir un compromiso existencial con uno mismo: implica encarar la realidad, al mundo, con una mirada que lo absorba. Como él mismo lo dice: "If you would be a poet, create works capable of answering the challenge of apocalyptic times, even if this meaning sounds apocalyptic". E, insistiré, siempre podremos agradecer que a esto sume su sentido del humor, tan preciso, y su sentido del buen arte, tan precioso. 
Estas palabras, pues, quedan escritas como una invocación. Los versos de Ferlinghetti son uno de los universos poéticos más inesperadamente fascinantes a los que podamos acceder: a menudo, hace falta una segunda, y a veces hasta una tercera lectura, para notar hasta dónde podría llegar el pozo; la primera lectura, normalmente, sólo nos revela que esa profundidad existe. ¿Cuánto hay que pagar, Ferlinghetti, para llegar a tus puertas y sentarse a oír tu voz recorriendo los tiempos, deteniéndose inesperadamente para sacar a brillar un verso desdichado y hermoso? Vaya uno a saberlo... Entretanto, seguiré, pues, con una página tuya, el vaso de whiskey con tres hielos y la voz de tus palabras perdiéndose en un lugar que no termino de descifrar si es la oscuridad o si es la aurora.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Mis años con García Márquez


Recuerdo que hubo un tiempo en que joven fui y leí con desmedido fervor a García Márquez. ¿Cien años de soledad? ¡Una nueva forma de reconstruir el universo! A través de la magia, de la tradición y de una imaginación que no tenía por qué conocer límite alguno, y que podía echar mano de lo sórdido con el mismo derecho con que lo hacía de lo infantil. O, si prefieren, podemos encontrar en el mismo libro ese capítulo formidable (mi parte favorita de toda la novela) donde se narra la masacre en la plaza y, luego, cómo los cadáveres son llevados en el tren para hacerlos desaparecer; y, de otro lado, ese maravilloso relato acerca de cómo Remedios la Bella parte a volar repentinamente. Sangre y magia. Una obra maestra. 
Recuerdo que, en el correr de aquellos años (entre mis nunca tan tiernos quince y dieciocho abriles) leía los libros de García Márquez con fervor casi religioso. Pero llegó un momento en que algo se perdió. Cuando traté de volver a leer Cien años de soledad, que hasta entonces había sido para mí casi una Biblia, algo ya no funcionaba como debía hacerlo. ¿Qué les había pasado a esos Buendía y a sus enlaces y desenlaces? ¿Qué al maravilloso y terrible Macondo? Hasta el día de hoy, me sigo haciendo esas preguntas. Aunque más de una vez traté de responderlas, jamás llegué a una respuesta que me dejase satisfecho. ¿Sería mi natural repudio por las lecturas políticas? Porque, leída de cierta manera, la historia de Macondo y los Buendía es un panfleto político (qué repulsiva idea... convertir la magia en militancia ideológica). Pero no sé si eso baste... ¿Es que acaso ha envejecido la novela? No lo sé. Y quizá García Márquez tampoco lo sepa: él mismo ha reconocido en más de una ocasión no conocer mucho ese libro. 
¿Qué puedo decir, ahora que he pasado la Gabomanía, en favor de García Márquez? Que es uno de los grandes narradores de fines del siglo pasado, ciertamente; y que ha escrito algunas de las grandes novelas de esta parta del mundo. No seré yo quien diga que hay que retirar Cien años de soledad de su canon, pero sí quiero compartir la intuición de que ese libro podría ser olvidado de repente, y sin que nadie termine de explicarse muy bien el por qué. En cambio, creo que su mejor libro (y eso lo he pensado siempre, desde que lo leí por primera vez, y relegando los Cien años de soledad a otro escalón) es esa maravilla, de narración realmente limpia y perfecta, que lleva por título Crónica de una muerte anunciada. Funciona con la precisión de un motor de carreras, y en sus efectos... no hay otra forma de decirlo: es Goma 2. Pero, si a alguien le interesa saberlo, ése, aunque lo considere el mejor de los que ha escrito, no es mi libro favorito de García Márquez. Ese puesto se lo reservo a otro, a ese abrazo entre la perversión y la ternura que es Del amor y otros demonios. Y ya se los digo: ego dixi.
¿Cien años de soledad? Bueno, después de tantos años, creo que puedo hacer mío el comentario de Borges (y con su perdón): que de los cien, los primeros cincuenta están bastante bien. Claro que yo diría que los que están bien son los cincuenta últimos, pero en fin...¡Ah! ¡Y cómo olvidar el celebradísimo El amor en los tiempos del cólera! Imagino que alguno estará pensando en cómo podría omitir un libro como ése... pero es que a mí me pareció sinceramente aburridísimo. Ojo, que eso no significa que sea un mal libro: a nivel técnico, está muy bien (no tanto como la Crónica, pero ese es otro asunto). Pero ya lo digo: a mí no me gustó. Seguramente es mi culpa, y he perdido la vena garcíamarquista, o se me ha podrido la sangre, o la psoriasis se me mete en el cerebro, o qué se yo. Lo que digo es que ése no seré yo quien lo recomiende.
¿Soy un crítico justo? Yo preguntaría, primero, si los hay... pero en fin. Al que le sirvan mis palabras, allá él. Y no se me acuse de atacar a un grande como García Márquez, que nunca fue mi intención hacerlo: sólo soy un pobre lector que, por esas cosas del destino, opina un poco y dice lo que piensa. Y yo, que no brindo por cualquiera, sí que voy a hacerlo por García Márquez, y con la copa bien en alto.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

A la caza del "Sentido de la Vida"


Pero, eso sí, con carcajadas de por medio. Después de todo, ni la más desgarradora reflexión existencial tiene por qué echar de menos el buen sentido del humor. Por lo menos, eso es lo primero que nos dejan en claro los fabulosos Monty Python en esa película a la que llamaron (¡y con cuánto tino!) The meaning of life. Que es, hay que decirlo desde ya, una verdadera joya, un baldazo de agua tibia, una obra maestra del cine, la comedia y, de paso, de la filosofía en el mejor sentido de la palabra. 
A ver, a ver... una carta de presentación: se trata de abrir bien los ojos y resolver las grandes Preguntas (sí, sí: con "P" mayúscula) arrojándolas al absurdo para después pasar la redecilla y recoger las respuestas. La película es un repaso por todas esas cuestiones que llevamos (o deberíamos llevar) atracadas en la garganta o en el pecho, desde el nacimiento o la muerte hasta la donación en vida de órganos, y darles el giro indispensable para recordar que, si la vida es un valle de lágrimas, pues también podemos llorar de la risa. ¿Por qué no? Si no, basta con evocar esa magistral escena de esa otra obra maestra de los Python, Life of Brian, en la que los crucificados entonan todos juntos: "Always look on the bright side of life". 
Si pensamos en toda la carrera de los Python, creo que no es del todo injustificado decir que The meaning of life fue su obra cumbre. Se desarrolla como un ensayo narrativo a la vez que como un chiste de los más picantes. Todo ese sentido del humor, de la sátira, de la más dulce de las acideces, salta a brillar en esta película con una luz única en su especie. 
Dicho sea de paso, y por si a alguno se le pasaba este dato... ¿cuántos de ustedes sabían que Terry Gilliam (director de películas como Miedo y asco en Las Vegas, Brazil o El imaginario mundo del doctor Parnassus) es uno de los miembros de Monty Python? Como lo leen. Y en The meaning of life, así no lo tengamos como director (esta vez le tocó a Terry Jones), lo podemos ver encarnando una serie de personajes que van desde un limpiador de ventanas hasta un pez. Y con la mejor de las compañías: los siempre geniales Graham Chapman, Eric Idle, John Cleese, Michael Palin y, claro, el mismo Jones. In other words, Monty Pyhton, damas y caballeros. In other words, la mejor pensada de las locuras. 


Excusando al autor de estas palabras

Lo sé, lo sé... veo lo muy (lo demasiado) poco que he escrito este último mes y... ¡qué les digo! Me agarra una sensación como de hielo a la altura del páncreas. Muy desagradable. Pero, qué les digo, si es que este mes ha sido uno muy, pero lo que se dice muy jodidamente, arduo. Trabajo, estudios y, por si fuera poco, una novela entre manos son mucha cosa para un mortal de cuando en cuando, y si he llegado a tener algún segundo que, por pura casualidad, cayese de un reloj, enseguida me llegaba hasta aquí y descubría que las energías sencillamente no me alcanzaban pero ni para decir "Esta boca es mía", y ni para llegar a la "E". Prometo volver mañana con algo (bueno, malo, regularón, tibio o pasado por agua, eso depende del criterio y el morbo de mis queridos lectores). La cosa es que mañana habrá algo nuevo que leer, y no serán estas débiles y malditas disculpas (cómo, ¿o es que no andamos hasta la nuca con tanta apología?). 
Un fuerte abrazo, my dear readers. 

domingo, 19 de septiembre de 2010

Una cita con el lenguaje: "Palabra del Perú"


De vuelta en el ruedo después de una laaaaarga semana de trabajo duro y tendido y de un fin de semana con algo más que un par de copas de más, quería aprovechar para darles noticia de lo que anda sucediendo por estos días en la radio, según me entero vía correo electrónico. Pero antes, les voy a contar algo, con su perdón, de mi propio repertorio de experiencias, que espero sea ilustrativo. 
Durante larguísimos años, siempre pensé que la lingüística era un Infierno. Siempre pensé que había que estar un poco mal del cerebro para dedicarse a estudiarla, y mucho más después de un curso de gramática general que llevé en Buenos Aires, después del cual empecé a tener pesadillas con morfemas y fonemas... Pero todo esto cambió hace no demasiado, luego de llevar un curso de fonética en el que tuve la enorme suerte de ser pupilo de Jorge Iván Pérez Silva. ¿Qué quieren que les diga? Ahora estoy decidido a meterme al curso de fonología (lo que antes hubiera sido impensable), y creo que la lingüística es una de las cosas más fascinantes que existan. (Sí, sí... retiro todos los insultos que haya podido proferir alguna vez contra Ferdinand de Saussure...). ¿Lo que trato de decir? Que a veces hay quitarse de encima los prejuicios más tontos para poder entender que hay universos realmente ricos y fascinantes. La lingüística, por lo pronto, tiene mucho que decirnos no sólo acerca de cómo es y funciona el lenguaje (¿y qué demonios es el lenguaje, bien visto el asunto?), sino también de cómo funciona, en muchos sentidos, la mente humana. Y si no me creen a mí, pregúntenselo a Jerry Fodor, que decía que "cada vez que un filósofo del lenguaje da la vuelta a la esquina se encuentra con un filósofo de la mente que está tocando la misma canción". 
Ahora pasemos a lo que nos importa aquí. Acabo de enterarme via un correo electrónico de mi amigo Lucho Hildebrandt (thank you, men) de una serie de programas especiales que se transmitirán a partir de hoy día, domingo 19 de setiembre (el programa de hoy será a las 6:00 de la tarde) del programa radial Palabra del Perú. "Serán tres programas orientados a tratar los temas centrales del lenguaje desde el punto de vista de la lingüística moderna". 
El primer programa, el de hoy, estará a cargo de nada más ni nada menos que Jorge Iván Pérez Silva, así que ya se imaginarán... Su título es "Los sonidos del lenguaje", y tengan por seguro que vale la pena escucharlo. Luego, los domingos 26 de setiembre y 3 de octubre, respectivamente, se transmitirán los programas "Las formas del lenguaje" y "Los sentidos del lenguaje". Ah, sí, y es en Radio San Borja (casi olvidaba dar este dato tan importante). 
Además, y para la comodidad de todos (y para que los que leen desde tierras lejanas no se queden con las ganas) pueden seguir los programas vía Internet desde la página web de la Academia Peruana de la Lengua. Supongo que todo lo que queda por hacer es felicitar a Jorge Iván y esperar a que el programa empiece, ¿no? 

domingo, 12 de septiembre de 2010

Charla: "Entre Eros y Porné", por... Santiago Bullard


Así es, mis queridos lectores: este viernes 17 a las cuatro de la tarde estaré dando una charla en la Universidad Católica del Perú, como parte de un proyecto de la Facultad de Ciencias Sociales sobre cine erótico y pornográfico. Es mi primera aparición pública como "conferencista", así que ya se imaginarán cómo ando de emociones. 

El título de mi charla es "Entre Eros y Porné: el neblinoso límite de los géneros", y en ella pienso soltar las amarras de mis opiniones sobre erotismo, pornografía y el problema de los géneros estéticos, así que vamos a meterle duro a la hermenéutica (Gadamer y Davidson, apiádense de un pobre servidor y vengan en mi auxilio, porque voy a citarlos). 
Además, y porque es más que necesario, voy a recurrir a esa pieza maestra del cine y del escándalo que es el Calígula de Tinto Brass, pasando un par de escenas "ejemplares", más algunos ejemplos de fotografía y literatura, para poner las cosas sobre la mesa. 
A los interesados, les dejo el link de la página del CF de Sociales de la PUCP, donde sale la información del evento. Y yo, a preparar mi texto y a descorchar una botellita ante el altar de don Baco, cuya bendición me caería muy bien. A ver a qué llegamos.

Entren a esta dirección los interesados (venga, que todos tenemos nuestro cachito de morbo por ahí): http://blog.pucp.edu.pe/blog/cfsociales

Gautier

Me tomo unos minutos (de esos que no me sobran últimamente) para invocar rápidamente la presencia de Tèophile Gautier a habitar por estos lares. Presencia que huele, sobre todo, a versos, a soledad y a susurro de mares grises. Y lo digo con estas palabras, porque son las que hacen falta: pocos poetas de su generación han tenido el brillo y la agudeza sensible, poética e íntimamente revolucionaria de Gautier. Al que le tocó en suerte vivir, precisamente, en una época de despertar de grandes consciencias poéticas: no sólo Hugo (el GRAN Hugo) sino también su buen amigo desde la infancia, el magistral y más que genial Gérard de Nerval (aunque él no sería famoso sino hasta mucho después de su muerte, y gracias a Proust) y otro buen amigo suyo, aunque fuese diez años menor, que canalizó en cierto modo el espíritu romántico y revolucionario de aquellos años para llevarlo a su cima a la vez que a la consciencia de su propio absurdo y, por ende, al patíbulo: Charles Baudelaire. Pero todos estos nombres, por más grandes que sean, no tachan el talento, la fineza ni la bien sentida amargura de un poeta como Gautier, un genio al que el correr de los años lo ha colocado en el segundo peldaño de la grandeza, así merezca mucho más que eso. 
Dentro del panorama literario y cultural en el que le tocó escribir, Gautier brilla con una luz propia. Nerval y Baudelaire (como, en gran medida, Byron) se alimentaron de sus pesadillas para construir un universo poético que trataba de devorar a la realidad; Hugo y Lamartine escribieron con un sentimentalismo solemne y un talento fascinante de sus penas y esperanzas; pero Gautier fue, ante todo, un poeta de la melancolía. Sus versos no tenían la hambrienta vehemencia ni la alucinatoria locura de los dos primeros ni la grave genialidad de los segundos, pero eran dolorosamente humanos, al punto de llegar a provocar un desgarro en sus lectores que ninguno de los otros podría haber conseguido con una sola lectura breve. Por supuesto que Baudelaire es desgarrador, pero no  en la forma de Gautier: aquél lo es sobre una lectura del poema en su totalidad; Gautier lo es a lo largo de cada una de las palabras que ha escogido. Cabe recordar, de paso, que el famoso poema de Baudelaire que lleva por título El albatros bien podría haber sido inspirado por uno de Gautier que lleva por título Lo que dicen las golondrinas, particularmente por estos versos: "Comprendo las palabras que se dicen / porque al fin el poeta es como un pájaro; / pero, ay, está cautivo, y sus impulsos / se rompen contra redes invisibles". 
Vargas Llosa comparó alguna vez a Víctor Hugo con un océano. En ese sentido, Gautier es más bien un mar: ancho, pero más reducido e íntimo. No conoce las tempestades, pero su calma es desoladora. Poéticamente hablando, más que suficiente para lograr una obra genial. 
Pero todo esto no debe hacernos pensar en Gautier como un ser apartado del correr de los hechos del más mundano de los mundos mundiales. Fue un gran viajero, y como periodista que era anduvo siempre muy al tanto de todo lo que sucedía. Fue hombre de parrandas y juergas realmente infernales, de la mano de sus amigos del "Club des Hashischins", al que también perteneció Baudelaire, con los que se dedicaban a experimentar con drogas alucinógenas, especialmente haschís. De hecho, Gautier fue un pionero en un género al que luego se sumarían Huxley o Burroughs: el de los escritos sobre experimentación con drogas, tema sobre el que escribiría algunos artículos fascinantes y, hay que decirlo, apasionados. 
Dejo, pues, y porque no podríamos no hacerlo, unos versos del poeta. Estoy seguro de que más de un lector los agradecerá. Y, por lo pronto, me quedo susurrando en el silencio de mi habitación esos versos en los que pesa tanto el paso silencioso de la muerte que se aproxima. 


Último deseo
 
Hace ya tanto tiempo que te adoro,
dieciocho años atrás son muchos días...
Eres de color rosa, yo soy pálido;
yo soy invierno y tú la primavera.

Lilas blancas como en un camposanto
en torno de mis sienes florecieron;
y pronto invadirán todo el cabello
enmarcando la frente ya marchita.

Mi sol descolorido que declina
al fin se perderá en el horizonte,
y en la colina fúnebre, a lo lejos,
contemplo la morada que me espera.

Deja al menos que caiga de tus labios
sobre mis labios un tardío beso,
para que así una vez esté en mi tumba,
en paz el corazón, pueda dormir. 

Las traducciones que he utilizado, es decir, la del fragmento de Lo que dicen las golondrinas y luego la del poema Último deseo son, ambas, del siempre preciso Carlos Pujol.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Humor de Guerra



Como para pensárselo un poco, ¿no? (Y reírse otro tanto, de paso).

Estéticas ingeniosas para tiempos tirados de los pelos (o "Proyecto Nocilla")


Mucha gente se lo pregunta constantemente: ¿hay verdadero genio detrás de las páginas de Agustín Fernández Mallo y sus secuaces, o se trata sólo de un espectáculo callejero de saltimbanquis, malabaristas, reparadores de computadoras y profesores de física? Porque preguntas como ésta han armado bastante ruido ("todo un follón", digamos), y si unos levantan la copa, otros apuntan con la carabina. Y bueno: tanta bulla no nos puede agarrar por sorpresa; al fin y al cabo, se trata de la entrada al escenario de una nueva forma de sentir una realidad que, a lo mejor, no tiene tanto de vieja, y que busca, por eso mismo, nuevas formas de expresión. 
Porque hay que decirlo así: el que piense que lo "fascinante" del Grupo Nocilla es el uso de direcciones de páginas de Internet, el uso de documentos "reales" como parte de la narrativa ficcional ("docuficción", que le llama Mallo) o el mero zapping literario, estilístico o disciplinario, pues anda con los zapatos puestos al revés. Todo eso no es más que decoración, una parte más del sistema estructural y narrativo de esta nueva forma de mirar y hablar de la realidad, cuyos límites ya tratan de traducir otras formas de experiencia (el virtualismo, las ciencias y demás). O, si lo quieren ver así, una versión española de lo que en tierras peruanas ha venido a ser el Bombardero de César Gutiérrez (autor al que Agustín Fernández Mallo se ha referido en una entrevista reciente como uno de los que más le interesan del panorama peruano, junto a Alarcón): una forma de convertir el caos de la existencia contemporánea en letras y papel, dándole un retoque humanizante a todo eso que, siendo vivencia humana, pareciera que se nos escapa de las manos. De dos formas muy distintas, por cierto, que los Nocilla y Gutiérrez no son lo mismo, pero que tienen algunas calles en común.
Es decir, ¿qué podemos esperar de un escritor como Mallo, que dice que su poema favorito es la fórmula de la teoría de la relatividad de Einstein? Pues una lectura con muchas ventanas, por cierto, que ofrece a cada paso paisajes muy llamativos y, de alguna forma, elegantemente caóticas. Digo todo esto pensando en Nocilla Dream, que recién he terminado hace poco, y en la que queda bastante clara una de las intenciones del autor: meter el universo de las ciencias a la sopa que ya anda hecha la literatura. Lo que no lo hace, en modo alguno, un mero freak armado de pluma y tubo de ensayos: hay mucha poesía guardada entre sus páginas, y se trata de un libro que, definitivamente, merece una buena lectura. La unificación de los espacios y las experiencias a través de la imagen del desierto es, definitivamente, un tópico constante de este libro (que no es una novela, pero que tampoco deja de serlo) que merece ser mencionado, a manera de carta de recomendación. 
¿Qué se puede decir? Los años pasan, y con ello no debemos pensar en quedarnos con las fórmulas literarias habituales ni, tampoco, en abandonarlas. Sencillamente, hay que otear bien en el horizonte, porque empiezan a llegar algunas cosas. Y los Nocilla son, de hecho, una parte de que vale la pena. 

En la imágen, fumándose un pucho, Agustín Fernández Mallo, el padre de Nocilla.

domingo, 5 de septiembre de 2010

La presencia de Schopenhauer


El ave negra de la historia de la filosofía, cuyas páginas no han sabido, a menudo, prestarle todos los énfasis que merece una figura y una obra como la suya. Arthur Schopenhauer no es, ciertamente, un filósofo que pueda servir de base a un progreso, ni en el mundo de las ideas ni en el de las obras que aquél tendría que sostener. Su obra, más bien, es como una cascada altísima y furiosa cuyas aguas lo arrastran todo hacia la inevitable destrucción. ¡Quién sabe! A lo mejor y es allí donde tendríamos que buscar los motivos de tanto silencio en las páginas ajenas. 
Aunque quizá "silencio" sea una palabra injusta; mucho más atinado sería hablar de la sordina que se le ha puesto a sus teorías, del filtro que los lectores más "serios" se han sentido obligados a interponer entre el poder de sus párrafos y los intentos de sacar adelante algo a lo que puedan llamar "filosofía". Bertrand Russell, por ejemplo, escribió sobre él que "siempre ha atraído, más que a los filósofos profesionales, a los literatos y artistas en busca de una filosofía en la cual pudiesen creer" (Diccionario del hombre contemporáneo). Parecer que, por supuesto, participa de un prejuicio que se encuentra (y, sobre todo, se encontraba) muy difundido. Pero claro: tampoco era universal. 
¿Qué representa Schopenhauer? Pues muchísimas cosas. Entre ellas, una capital sería, ciertamente, el ingreso de las formas orientales al universo mental occidental: al fin y al cabo, la filosofía de Schopenhauer es la primera que trata de asimilar el ascetismo y la renunciación budistas (claro que adaptándolas a sus propios términos) a una forma de pensamiento netamente europea y, sobre todo, muy alemana: abstracta, gigantesca y sistemática. Forma de pensamiento que, sin embargo, trataba de jugar a la ruleta rusa con su propio escenario cultural, pues Schopenhauer, que fue romántico en sus métodos, términos y ontología, representa a la más cruel de las revoluciones intelectuales contra el sistema idealista romántico del pensamiento, sobre cuya cabeza brillaba el megasistema de Hegel como una corona de abstracción: mientras Hegel y sus "secuaces" afirmaban el progreso histórico, relacionándolo al progreso espiritual, y sonreían ante el advenimiento de la gloria de la razón, del espíritu y de la divinidad, el oscuro Schopenhauer preparaba sus cócteles molotov, afirmando la desesperación y el sufrimiento en el que se hunde la condición humana, y haciendo notar que la única esperanza que podía quedar a los hombres era la renunciación, el abandono de la vida y la aniquilación de la especie. 
En este sentido, Schopenhauer representa la irrupción del irracionalismo en un mundo en el que, hasta entonces, todos los subrayados habían ido a parar al discurso de la racional (Descartes, Kant, Hegel...). Así, su obra se convierte en el primer capítulo de una larga y nueva tradición filosófica, que continuará en Nietzsche, y a la que pertenecen Freud, Heidegger, el existencialismo, Bergson y un largo etcétera de autores entre cuyas líneas sonríe, silencioso, el autor de El mundo como Voluntad y Representación, que sabe cuál es el valor y el peso de cada una de sus palabras. 
Por supuesto, esto no es nada. Schopenhauer es un universo complejo y vasto, en el que predominan los paisajes crudos y sombríos, pero que guarda también una luz maravillosa: la del estilo poético de su prosa, que más de uno ha señalado como una de las mejores de la literatura alemana. Que estas líneas sean, pues, una carta de invitación para acercarse a sus libros, que siguen teniendo mucho (demasiado, quizá) que decirnos. Como bien lo dijo el siempre genial José María Valverde, "superfluo es añadir que Shopenhauer es un autor totalmente legible y vivo para nuestro tiempo". Una copa en alto, y un revólver bajo el abrigo. Salud, señores.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Una de la Remeditos Amaya

Y ahora, y para dar un buen tono a este mes naciente (olé), vamos a invocar por estos lares a la siempre genial, siempre espectacular y siempre... bueno, para qué más palabras: a Remedios Amaya, señores: corazón, garganta y pies de gitana. Una de esas mujeres que bien podrían provocarme un infarto sin una pizca de esfuerzo. ¿Qué les digo? Ya se viene la primavera. Una copa en alto, vamos, que no hay que andarse con bromas...

¿Teorías Regionales? (¿O la caza de fantasías inútiles?)

 
He oído (el mundo ha oído) muchas quejas absurdas. Y cuando uno está metido en una facultad de humanidades, y entre la literatura y la filosofía, pues se arriesga a escuchar montones de ellas. Y si, encima de todo, uno comete la desfachatez de ser latinoamericano (o, pero aún, pertenecer a uno de sus países, que no hay mayor pecado que ése), entonces puede darse por perdido. Pero tratemos de ser un poco más explicativos. 
Un problema fatal que corre como un virus entre mucha de nuestra buena gente (y de nuestros académicos) es cierto regionalismo inepto que enseguida se confunde con nacionalismo y que es muy, pero que muy distitnto a las formas más sanas de orgullo nacional. Toma, ahí va la primera cosa. ¿Qué coño (y uso esta palabra bien a conciencia) es el Orgullo Nacional, puesto así con mayúsculas? Pero empiezo a confundir las líneas; bien: resumiré con otra pregunta: ¿por qué demonios a tanta gente le parece tanto más importante señalar diferencias que reparar en semejanzas, fatales o no?
Un comentario con el que me he encontrado muchísimas veces a lo largo de los últimos años (aún dentro de alguna de mis clases) es el siguiente: "¿Por qué no existe una teoría -literaria o lo que fuese- netamente latinoamericana?" O, peor aún, su versión más acomplejada: "¿Por qué no existe una teoría netamente peruana?", que es pensar en las teorías más como en adornos para el árbol de navidad que como herramientas hermenéuticas de las que han de echar mano las diferentes disciplinas. Y todo porque a mucha gente le gusta decir que su árbol de navidad es más bonito que el del vecino. 
Ahora bien, hay dos formas de responder a estas tonterías (cómo, ¿de verdad es necesario responder a estas tonterías?). En primer lugar, que sí existen teorías que han sido redactadas, creadas o lo que fuere en territorios latinoamericanos, y aún peruanos. Pero esas parecen no contar, porque están contagiadas de "extranjerismo", o son apenas una "glosa" de teorías importadas. 
Bueno, pero... ¿cómo evitar el contagio? O mejor aún: ¿por qué evitarlo? Haber nacido en uno de los países de este lado del mundo implica precisamente una cosa: que nuestras venas han salido directamente de la licuadora cultural, donde ha caído de todo. Hacer un llamado a la "pureza teórica latinoamericana" es tan ridículo como quejarse de que nosotros imitemos a los europeos por el hecho de tener dos brazos. ¿Dónde está esa consabida pureza? ¿En el refrigerador? ¿En nuestros árboles genealógicos llenos de países extranjeros? Por favor... esa pureza no puede ser otra cosa que una bolsa de papel sobre el rostro. Porque veamos: Borges bromeaba diciendo que los peruanos descendían de los Incas, los mexicanos de los Aztecas y los argentinos... bueno, que descendían de los barcos. Pero esa broma se puede anchar: los peruanos, los mexicanos, y todos los demás que andamos aquí metidos entre estos dos océanos, tenemos barcos en nuestro historial. 
Y así no los tuviéramos, la queja no tendría sentido. Una teoría tiene que ser útil a la vista de ciertos objetivos; como decía, una herramienta hermenéutica que permita explicar problemas o generar otros nuevos. De cuando en cuando, "resolver" alguno, bien. Pero pensar que deba preferirse una teoría por motivos puramente geopolíticos es... bueno, absolutamente absurdo (por no decir que una tremenda cojudez).
Bien señores. Arrancamos setiembre sacando a la calle los trapos sucios. Pero ya había que decirlo: temas de país tendrían que limitarse a lo que les incumbe. Y por favor, no caigamos en esos Orgullos escritos con mayúscula, que ni tienen sentido, ni sirven para nada.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...