Un Bombardero Desbocado
Entrevista a César Gutiérrez
Muchos historiadores están de acuerdo al afirmar que el siglo XX empezó, en realidad, en 1914, al estallar la Primera Guerra Mundial; del mismo modo, creo que podemos decir desde ya, estando todavía tan cerca, que el XXI no empezó con los millones de fiestas que recibieron el año 2000, sino casi dos años después, el once de setiembre del 2001, cuando dos aviones fueron a dar contra las Torres Gemelas, con lo que la Historia puso su sello de sangre para indicarnos que, efectivamente, empezaba un nuevo milenio. Y esta es, precisamente, la fuente de la que ha bebido hasta hartarse César Gutiérrez para escribir Bombardero, que pese a ser su primera novela, ya es reconocida por muchos como una obra mayor. Pero no sólo eso, sino que, con sus complejas propuestas de lenguaje, estéticas y ontológicas, Bombardero es, también, una obra que entra de lleno a una nueva sensibilidad, muy propia de los tiempos que corren. Ahora, viendo que el libro ha sido reeditado, que algunos de sus fragmentos han sido publicados en inglés y que de hecho empieza a hablarse de una traducción íntegra, he pensado que es un buen momento para volver a traer a su autor, junto con su compleja creatura, al frente.
Quedamos en vernos en el Piselli, una taberna barranquina de la que ambos somos asiduos. Antes de salir, puse un par de canciones de Bowie mientras preparaba preguntas, grabadora y casete. Luego salí hacia el bar, con la idea de llegar un poco más temprano: una vez allí, pedí una cerveza y evoqué el olor de las páginas de ese libro, el Bombardero. Caos, violencia y mugre conviven, allí, con la ternura, el placer y la fugacidad de un tiempo que se desmorona. Es un libro arriesgado: complejo, tortuoso, por momentos hasta agresivo. Pero tiene un olor inconfundible: el de la buena literatura. César llega al cabo de un rato, con un amigo. Trae consigo la revista neoyorquina en la que han publicado los primeros fragmentos de Bombardero traducidos al inglés. Pedimos otra cerveza y nos quedamos charlando hasta que hace su aparición el fotógrafo. Preparo mis cosas. Estamos en el aire…
Han pasado tres años desde que apareció Bombardero y arrancó a volar. ¿Cómo ves tú, desde tu posición de autor, el mar de reacciones que ha ido generando el libro?
Absolutamente sorprendente, desde el primer momento. Inclusive desde antes de que saliera el libro era entre gracioso y terrorífico saber que había una expectativa que pendulaba entre la admiración y el ataque frontal, digamos. Y sospecho que va a seguir siendo así, porque cuando se publicó la primera “proto-versión” del libro, que después siguió siendo corregida, en un blog bastante conocido, han pasado muchas cosas. Yo jamás pensé que pudiera generar la respuesta que tuvo; y ahora que cierro este ciclo me pongo a pensar si yo realmente tenía en ese entonces el más mínimo cálculo de lo que podía haber generado durante todo este tiempo, y te confieso que no. Yo nunca pensé que este libro iba a ser reproducido por una editorial tan fuerte como Norma; que iba a tener una repercusión internacional como la que tuvo; que iba a ser traducido… No: yo pensé que iba a ser totalmente apabullado, sepultado por el mar de críticas y por toda esta cosa que tiene el Perú. Pero supongo que también esa es la senda del perdedor, como decía Bukowski: si tú haces algo para llegar al fondo de las cosas, llega un punto en el que ya no puedes caer más. Entonces yo hice este libro sabiendo que ya había tocado el fondo, y supongo que por eso estoy flotando un poquito hasta ahora. (Risas)
Pero la crítica en general no ha sido mala. Además de Fernando Ampuero y Mirko Lauer, que fueron los que presentaron el libro, ha habido otras críticas buenas. La de González-Vigil, por ejemplo.
Bueno, sí. Debe haber habido por lo menos unas… 29 o 30 críticas absolutamente favorables. Hay sólo una que no es tan favorable, pero es de un chico que siempre termina diciendo lo mismo, ¿no? Es el único que quiso distinguirse por ser el “alumno malcriado” de la clase (Risas). Es un chico que tiene una columna en La República, se llama Javier Ágreda. Pero él siempre termina sus columnas así, diciendo que los libros no lo convencen. No lo convence ningún libro. Pero los otros sí. Julio Ortega fue muy generoso, en EEUU hicieron exégesis muy amables… y supongo que uno debe estar contento con eso.
Reacción, además, bastante amplia, si tomamos en cuenta que el primer tiraje del libro no pasó de los cuánto, ¿quinientos cincuenta ejemplares?
Fueron quinientos, en realidad. Menos uno que se quedó el impresor. Cuatrocientos noventa y nueve libros, que salieron en enero del 2008, y que fueron guardados en veinticinco cajas que parecía que pesaban una tonelada cada una, y que yo mismo cargué hasta el lugar donde estaba alojado acá en Lima, un hotelito que queda aquí cerca, en Barranco. Presenté el libro con Fernando y con Mirko, y después pasó una cosa muy bonita. Porque yo no tenía dónde ni cómo vivir, pero el libro me fue manteniendo. Es más, durante un año, y casi dos, viví de este libro. Creo que hasta podría enorgullecerme de ser tal vez el tercer autor peruano en vivir de su obra. Porque quiénes están: Vargas Llosa, Bryce… y yo (Risas).
A ver, yo siempre he pensado en algo que se desprende de la lectura del libro, y es a lo que podríamos llamar el “Universo Bombardero”. ¿Cómo definirías tú este “Universo”?
Bueno, ahora que he tomado algo de distancia, porque hace un tiempo que no lo leo, y ha pasado mucho desde que lo escribí, es mucho más fácil tratar de definirlo. Porque claro: cuando está fresco… el “muerto fresco” uno nunca sabe a qué huele, ¿no? Pero ahora que sé que está bien muerto, y supongo que debe ser un scanner de las distopías. Pueden ser también once pedazos rotos de un motor muerto. Me parece que pueden ser once amores que se fragmentan en once ciudades en las que se demuelen esos amores uno a uno. Me parece que son muchas historias que corresponderían a la idea original posmoderna de que el fragmento puede hacer que por sus muchas partículas elementales, utilizando un término de Houellebecq, enarbolen y quizá hasta compongan una idea más o menos sólida de una historia que tenga algo que ver con algo parecido a la novela moderna. Supongo que eso sería lo que yo tendría que decir de este libro, que por lo demás me sigue pareciendo una cosa muy extraña, absolutamente inasible, que yo en este instante no podría hacer, y ante la cual me siento absolutamente empequeñecido.
Además, el lenguaje que usas, mitad prestado del mundo contemporáneo, mitad inventado, ayuda mucho a generar esta impresión ontológica, de universo “cerrado”, que tiene Bombardero. Los nombres de las ciudades, los préstamos, los juegos de palabras… ¿cómo surge este proceso lingüístico?
A ver… te cuento cómo trabajé. Lo trabajé de una manera absolutamente cerebral, porque yo jamás pensé que la inspiración pudiera guiarme. En realidad, lo que me guió fue eso que dicen los italianos: que en un libro tienes diez por ciento de inspiración y noventa por ciento de transpiración. Y en este caso creo que fue casi un cien por ciento de transpiración. Porque inspiración no hubo mucha. Lo que hubo fue la chamba de un sujeto que necesitaba vengarse de sí mismo. Hacía mucho que yo estaba vinculado al periodismo, y me sentía todo el tiempo mal yendo a trabajar para que otros se llevaran los frijoles. Así que me dije: “Bueno, sí, a mí me pagan tanta plata por trabajar y tal, pero yo quiero trabajar para mí”. Obviamente, esto derivaría necesariamente en un cataclismo económico cuyas consecuencias sigo sufriendo, pero me siento mucho mejor, más liberado, con menos plata pero con más amigos que antes, y habiendo hecho esto que fue, como te digo, una venganza. Y mi venganza consistió en crear un aparato que no existía, pero que yo inventé. Era una licuadora, o era un sampler, o era cualquier cosa que sirva para mezclar. Ya tenía más o menos una idea de la situación, y con eso había que habilitar dos cosas: atmósfera y personajes. Entonces, con la situación, buscaba aliados en la red, en historias, en libros, en películas, en versos, en pinturas… todo lo que fuera útil para la historia que supuestamente estaba en mi mente. Y todas estas situaciones confluían en esta licuadora, en este sampler, en este mecanismo de disolución de fragmentos, y allí empezaban a trabajarse, a anularse y a reeditar mutuamente sus perspectivas. Es así como cada situación fragmentaria se fue uniendo de manera más o menos trabajosa y con una cantidad enorme de información, porque había una selva de ideas, y el problema era cómo hacer que esta aparatosa conflagración de elementos que tenía funcionara con todas las demás sensaciones que había acumulado durante el proceso para la situación. Era muy complicado. Me demoraba mucho en armar una pequeña parte, y la novela se fue armando así, y yo no tenía idea de qué cosa iba a ser este libro al final. Ni siquiera sabía que tenía que ser una historia de amor, pero pensé: el 11S, las Torres y demás… bueno, aquí hay una guerra. Y en la guerra tiene que haber una víctima y tiene que haber un héroe, un héroe y una heroína, un héroe y su relación con la heroína. Entonces ya ocurrió el primer momento, en el que vinculé dos conceptos, que luego se fueron multiplicando en la velocidad del tiempo en que ocurrían las situaciones para alimentar la historia principal y las miles de historias sucedáneas, alternas, que ocurrían en torno a este tronco principal.
Pero no sólo eso. Porque de acuerdo: por un lado, Bombardero es una historia de amor y de violencia, de destrucción y sensualidad, erótico y tanático… una suerte de tour de force interior en el que al final le cedes el cuchillo al lector para que escenifique su autoviolación o su automasacre. Pero no sólo eso, sino que también es una suerte de “persiana americana” a través de la cual revelas tu propio mundo. Hay un placer voyeur.
¡Sí, claro que sí! Sobre todo, potenciado por la poesía, ¿sabes? Justo estábamos hablando de Fernando hace un rato, y él siempre decía una cosa maravillosa: que el narrador puede hablar desde cualquier punto de vista, supuestamente, así sea para esconder el suyo; pero el poeta siempre habla en primera persona. No hay un solo verso en la historia en el que el poeta no esté presente. Entonces este libro es casi un pretexto para hacer un poema. Claro, que he usado la trama y todo eso, pero para darle un vuelo poético a cada momento donde debía ponerlo. Cuando hay ironía bueno, el lenguaje digamos que se degrada. Pero siempre pensé que los grandes momentos de la historia de la literatura tienen que ser necesariamente poéticos, y como yo no soy un gran escritor de los grandes momentos de la historia de la literatura, apelé a la poesía para que mi librito por lo menos pudiera flotar, gracias a la maravilla del lenguaje. Como no soy un gran imaginador, como no soy un portento joyceano o borgeano, me apoyo en las pequeñas cosas que tengo. Y la pequeña cosa que tengo es la poesía, y he tratado de que mi libro se salvara por ese lado: que tenga una cosa poética que pudiese subyugar al lector. Por eso es que siempre hablo en primera persona.
Bueno, si hasta has puesto una foto tuya en una parte del libro.
Ah, sí. En “Hiroshima”.
Y precisamente ese es uno de los temas de los que quería hablarte. Porque tú recurres a muchos lenguajes: al de la historia, al de la publicidad, al de las ciencias, hasta al de la crítica musical, en esa exposición que haces del disco de Bowie… y todo esto es una excusa para hacer poesía.
Claro. Y por otro lado, estos lenguajes son otra forma de exponerme. Lo que me dices de la crítica musical, por ejemplo, tiene que ver con que yo un tiempo también escribía sobre música, que fue lo que me llamó finalmente a la literatura. Yo era un disjockey, era cualquier otra cosa menos escritor, y me di cuenta de que era escritor cuando me llamaron mis amigos de Caretas porque yo tenía una columna sobre rock en un diario perdido en las estribaciones de los Andes surperuanos…
¿En “Momiamía” (Cuzco)?
(Risas) No, no… en “Ciudad Pálida” (Arequipa). Y bueno, esta columna tuvo cierta repercusión, así que me llamaron los de Caretas. Y resulta que estos amigos no eran periodistas sino más bien escritores, poetas. Así que me metieron al taller de literatura, y me decían: “Oye, escríbete un poema pues, hermanito”, y yo bueno, escribía un poema. Y luego empecé a leer a Eielson, y a conocer qué había pasado en este país, porque yo había salido de una cabina de radio y no sabía nada de literatura, y me encontré con este mundo tan maravilloso. Después me contrataron en Caretas, y allí aprendí a escribir poniendo sazones graciosas en una columna política, “Mar de fondo”, adornando con palabras.
Y, en vistas a esta fusión de estilos, a esta diversidad de lenguajes con la excusa de la poesía, ¿tú crees que Bombardero propondría en cierto modo una “nueva sensibilidad”, no para hacer frente, sino para reconocerse dentro de un mundo contemporáneo, virtual, catastrófico, que corre a mil por hora?
Mira, Santiago, a mí me encantaría que Bombardero no solo haga eso, sino que nos sumerja a todos, incuyéndome, en el universo de las 23 o 56 escalas de grises que tiene un e-book. Me encantaría que fuera un libro cibernético, que tuviera movimiento, olor… y esa es una de las grandes frustraciones que yo tenía al momento de escribirlo, porque lo que realmente quiero, y aspiro, es lograr crear una cosa que conjugue literatura con movimiento, con imágenes, que integre cine, escultura, pintura… es decir, que sea totalmente interactivo. Si este libro no es interactivo es porque está en papel. Y a mí lo que gustaría sería corporeizar y dinamizar aún más el universo de Bombardero, que puedas tocar y que aparezcan las imágenes, que estalle. Mi libro lo intenta, pero tiene grandes frustraciones. Digamos que es un proto-libro, hecho por un pobre sujeto enamorado de los nuevos tiempos por venir. Porque yo creo que llegará un momento en el que uno pueda hacer un e-book inmediatamente, ¿no? Osea, agarras y pones “print” y sale un e-book (Risas).
Ya que volvemos a estos temas, hay una palabra que mencionaste antes sobre la que me gustaría volver. ¿Cómo definirías tú, no en lenguaje Vattimo sino en lenguaje César Gutiérrez, la posmodernidad?
En una frase, diría que es una nueva posibilidad de las sensaciones. O aún mejor: que es una nueva estructura de sentimiento.
Hace no mucho el líder del grupo “Nocilla”, Agustín Fernández Mallo, con el que estuviste en Nueva York, comentó que lo que más le interesaba del panorama literario peruano actual eran Alarcón y tú. Y claro, ustedes tienen proyectos literarios muy diferentes, pero comparten eso que Wittgenstein llamaba un “parecido de familia”. ¿Cómo ves tú la obra y el proyecto de Fernández Mallo?
Bueno, cuando lo conocí no lo había leído, y él tuvo un gesto maravilloso: entró en una librería y compró los tres libros y me los regaló. Y, cuando los leí, me sentí emocionado de saber que tenía eso que dices, un familiar cercano. Porque normalmente eso de los “booms” literarios españoles te dan cierto tipo de desconfianza. Pero esta vez estaba muy bien, y creo que la posibilidad que le han dado las editoriales españolas y la cabida que ha tenido se las tenía muy bien merecidas. Lo que ocurre es que hay un descentramiento del mainstream desde el germen. Fernández Mallo no es un escritor. Fernández Mallo es un físico. Entonces sus libros están llenos de coordenadas, y él las adecua de tal forma que tienes información extra-literaria. Y yo tampoco procedo de la literatura. Yo soy un advenedizo. Y así me trataron de marginar en su momento. Cuando lancé mi revista, “Revólver”, la convoqué como discjockey, y tuvo una respuesta terrible en Arequipa, aunque tuvo una gran respuesta aquí en Lima. Y supongo que se trata también de lo que algún crítico notable dijo: “El español es el idioma que más maltratos trae a la consciencia del ser humano”. Porque es un idioma arribista, violento. Y lo que hacen los escritores es crear un lenguaje alterno, en el que se refugian. Esta alteridad, en el caso de Fernández Mallo, es la ciencia, de la que exprime una prosa de hechos científicos. En el mío, la ciencia ficción, que todavía está un poco más cerca de la literatura. Y estos lenguajes alternos, al subvertirse como literatura, se convierten en conjuntos de metáforas.
Ahora háblanos un poco del próximo bombardeo. ¿Tienes algún proyecto entre manos, o todavía estás maquinando? Recuerdo que hace un tiempo me hablaste de algo relacionado al teatro. Si se pueden dar adelantos, claro.
Sí, claro. Se puede hablar de todo. Yo no tengo esas cábalas de no hablar de lo que se está haciendo porque me va a traer mala suerte. Yo ya he tenido suficiente mala suerte en la vida, así que por qué voy a estar diciendo ese tipo de huevadas. (Risas) Y si no que me vaya mal, pues; que me vaya muy mal. ¡Si cuando estoy en el fondo es cuando mejores cosas me pasan! Así que todas las cábalas se van a la mierda. Y bueno, sí. Tenía este proyecto, que estuvo trabajándose con Óscar Naters, de “íntegro”, y que ya tenía un esquema más o menos hecho. Pero estos chicos de “Norma”, que son tan informales, y que no siguen la norma que te dice que tu palabra la tienes que cumplir… de hecho, no sé de dónde han sacado a estos “desnormados” que han puesto como directores de “Norma” (Risas). Así que el proyecto ha tenido que ser puesto de lado de momento, y ya lo haré cuando me dé la gana. Tengo muchos amigos que son excelentes actores y actrices, así que sería cuestión de darse un tiempo. Durante mucho tiempo también, antes, se estuvo haciendo una película, que terminó así, frustrada…
“En el aire”
Así, es. “En el aire” (Risas). Y después tuve el proyecto de irme de este país. Irme de Lima. Lima me parece uno de los lugares más bellos para tener amigos, a contrapelo de la ciudad, que me parece francamente horrorosa. Por eso vivo mirando al mar. Pero después hay que darse la vuelta para ir a comprar comida, y a dos cuadras de la casa está el Perú en su más gris explosión.
Eielson dijo una vez que Lima es una ciudad asediada por la muerte.
Es verdad. Lima es una ciudad agónica. Y es una ciudad no sólo asediada por la muerte, sino también por los peruanos.
Que son peores que la muerte (Risas).
Que son un aperitivo del infierno. Pero bueno, hay que seguir navegando en medio de la humedad de esta ciudad. Y yo estoy tratando de irme para escribir otro libro que pivote en torno a Nueva York. Hace poco estuve por allá más de un mes, y busqué todas las coordenadas que me lleven a investigar esta cosa en la que he pensado desde que terminé Bombardero, que es una cosa metafórica: la teoría de que, cuando caen las torres, todo –la vida, la muerte, las situaciones– ocurre en el subsuelo de la ciudad. Se trata de una novela que siempre quise hacer: un libro que sea una mezcla de las crónicas del artista del time-out que está sobre las vías del metro y sabe qué es lo que pasa en el interior, en las tripas de la ciudad. Y que en determinado momento los influjos de este mundo subterráneo operen de manera violenta en la superficie; porque las torres cayeron, y todos hemos muerto en ese momento. Entonces, ese magma flota a la superficie, donde ocurren los multi-ciber-procesos. Una novela que vaya desde el subsuelo a la superficie. Claro que yo no sé cómo hacer esto, pero ya tengo las coordenadas, ya sé cuáles son las cuatro estaciones en base a las cuales tengo que trabajar: ya las estudié, las tengo filmadas, sé cuál es movimiento exacto de los trenes, la cantidad exacta de óxido que hay en cada una de las cicatrices de plomo, y cuántos son los asesinatos, y cuántas las prostitutas que asisten… Quiero hacer un trabajo de ingeniería genética en base a esta ciudad fabulosa, fascinante, extraordinaria y catastróficamente emocionante.
Y volviendo al Bombardero, hablemos un poco de cómo marcha la traducción al inglés.
Perdidos en la traducción.
Bueno, tomando en cuenta las dificultades que ofrece el texto, por la cantidad de juegos de palabras, los términos y demás, ¿crees que el inglés da una nueva posibilidad a tu texto, o que más bien lo limita?
Yo no puedo saber tanto sobre eso. De hecho, lo experimenté en abril, en la ciudad de Amherst, que es la ciudad de Emily Dickinson. Allí se formó un primer equipo de traductores a raíz de la gira que hice por cinco universidades: había un grupo de chicos que estaban allí siempre, tomando fotos, grabando… y en cierto momento me abordan en la fiesta que me hicieron después de la presentación en la Universidad de Massachussets y me proponen sacar una traducción del libro. Hubo otro conflicto con otro editor, también, y se peleaban, y me ofrecían esto y lo otro, que un departamento en Nueva York y no sé que tanta cosa; y yo sólo les decía: “I want to drink a beer with you”. (Risas) Era muy gracioso, porque estaba borrachísimo, y los chicos se reían, y yo me sentía un poco como Oscar Wilde, que cuando llega a Estados Unidos y todos le abordan y le preguntan que qué tiene que declarar, él les dice: “Además de mi talento, nada”. (Risas) Así que pasó todo esto, y se forma este primer grupo que empieza a traducir los fragmentos que han aparecido en el “New York Tyrant”. Me quedé todavía otro par de semanas, y de pronto se empezaron a pelear entre ellos, porque surgían problemas de ese tipo: cómo traduces, por ejemplo, “Quechueslovaquia”. Entonces uno decía una cosa y el otro decía otra… y yo aportaba con lo que podía, que era mínimo, y les recomendaba qué se yo... que pusieran un pie de página explicando el juego de palabras o algo así. Pero los chicos se siguieron peleando, y se pelearon tanto que se disolvieron. Así que yo opté por lo más salomónico: les dije que bueno, si ustedes no pueden, Mónica Bellevan, que es una chica brillante y la que me ha acompañado todos estos años empujando al Bombardero, podía encargarse del asunto. Y confié en Mónica para que hiciera una reedición, porque cuando le mostré esta traducción del “Tyrant” ella se quedó pasmada, y me dijo: “¿Vos has dejado –Mónica ha vivido muchos años en Uruguay, y se le ha quedado el voceo– que hagan esto? ¡Pero si le han quitado toda la poesía!” Y ahora quiere mandar una carta y denunciar a los traductores y qué se yo (Risas). Pero voy a confiar en ella, porque ella conoce todo el proceso, y me ha acompañado todos estos años. Cuando nadie le daba bola a este libro, y yo era un tipo abandonado y completamente derrotado, descastado, Mónica fue el único lazo sólido que tuve con la cultura nacional: me escribía a Nueva York, me mantenía al tanto y se preocupaba por mis progresos. Yo le preguntaba que qué podía hacer con este libro que nadie quería, y ella me respondía que fuera paciente como las arañas. Y cuando ocurrió el milagro y cayó la plata para sacar el libro, Mónica me dijo: “Bueno, ¿no te dije? Ahí está”. Pero yo, como soy medio paranoico, entraba en desesperación, y creía que todo el mundo estaba en mi contra. Sólo que claro, no soy tan importante como para que todo el mundo esté en mi contra, ¿no?