martes, 24 de mayo de 2011

Una revolución de Hemingway


Todos hemos pasado, en algún momento de nuestras vidas, por un momento en el que nos dejamos absorber por las historias de aventuras. Tal vez la culpa sea de los abuelos y sus recuerdos de tiempos en que las cosas "estaban mucho más difíciles que ahora", y había que encontrar la forma de irse abriendo caso. No lo sé: lo que puedo decir es que novelas de aventuras han habido en la vida de todos nosotros. Puede tratarse de las historia de capa y espada de Dumas, de los universos de Tolkien, de los aventureros de Salgari y Verne, de novelas policiales, cómics de Tintín o de Asterix, y hasta de la saga de Harry Potter si quieren: lo cierto es que se trata de narraciones en las que los personajes tienen que ir recurriendo siempre a su astucia y habilidades para ir avanzando, hasta resolver el problema por el que se puso en movimiento en primer lugar. 
Lo que muchos de ustedes se estarán preguntando, ahora, es por qué les meto papas al saco si vine a hablar de pepinillos: ¿qué tienen en común las novelas de aventuras, por muchos méritos que puedan tener, y la narrativa de Hemingway? Pues yo creo que mucho más de lo que uno pudiera pensar a simple vista. Pero pasemos, mejor, a revisar los hechos. 
A lo largo de la summa de su obra, los personajes de Hemingway, como suele suceder en las novelas de aventuras, tienen que enfrentarse a situaciones que están mucho más allá de su propia voluntad: la guerra, en Por quién doblan las campanas; la ingobernable naturaleza que se manifiesta a través del mar, un pez espada y algunos tiburones, en león salvaje, en La vida feliz de Francis Macomber... Hasta en Fiesta, que parece pertenecer a una especie emparentada a pero diferente a la vez que las otras narraciones del viejo Hem, hay una especie de oposición entre la voluntad y lo físico, que vendría a ser lo indomable, de su protagonista, el impotente Jacob. 
Por cierto, que todo lo anterior no tendría mucho sentido si no fuera por el hecho de que los personajes de Hemingway recuerdan, también, a los de las novelas de aventuras, con los que suelen compartir muchas de sus características: aventureros, fornidos, no sólo temerarios sino valientes, dotados con la astucia de un Tintín y el alcoholismo del Capitán Haddock, del que hubieran sido buenos compañeros de barra. Y, como en las novelas de aventuras, estos personajes deben recurrir a sus virtudes y defectos para solucionar y salir bien de los problemas que van cayendo sobre ellos, que no pueden evitarlo. 
Es en este sentido que planteo que puede hablarse de una (de tantas, si quieren) revolución que se juega a través de la obra de Hemingway. Porque tienen razón los que piensan que sus novelas no son, efectivamente, ni del tipo de Dumas ni del de Salgari, y mucho menos aún del de Verne. Hemingway fue esencialmente un autor trágico, en el que la aventura tiende a terminar con una resignación a la victoria sin "V" mayúscula, a la firme desesperación y a una muerte que tiene demasiado de humana. Uno puede ser vencido, pero no derrotado, escribió -famosamente- en Por quién doblan las campanas. Y esto lo logra, ciertamente, a través de un giro narrativo muy particular, que se concentra en un desarrollo psicológico cuyos contornos son definidos, en gran medida, por esos acontecimientos que escapan de las manos y la voluntad de los protagonistas. 
Historias, pues, que hablan finalmente de la tragedia de la condición humana, cuya gloria se sustenta sobre su propio patetismo. Historias cuyo núcleo hay que buscarlo en el centro mismo de los corazones de los personajes, donde laten el amor y la esperanza de la mano del miedo y la resignación. Jamás olvidaré las últimas palabras de Thomas Hudson, el protagonista de Islands in the stream (mi favorita de entre todas las novelas que escribió Hemingway), que él pronuncia agonizante en una playa lejana, rodeado por la tripulación de su barco en la mitad de una guerra absurda: "You never understand anybody that loves you". 

4 comentarios:

Tripi dijo...

Seré franco: apenas conozco la obra de Hemingway. El viejo y el mar y poco más. Pero tus pequeñas reflexiones denotan que eres un devorador de literatura, que la disfrutas como pocos.

Es usted un hombre culto, Sr. Bullard.

Esa copa, Santi¡¡¡

Santiago Bullard dijo...

Jajaja, bueno, hago lo que puedo. Es que a veces uno tiene que tomarse en serio el oficio, qué embromar... No todo va a ser tetas y coños, ¿o sí? Copas, eso sí, siempre, jaja.

Míchel dijo...

No hay mayor aventura que la que comenta TRIPI. "El viejo y el mar" es lucha, aventura, esfuerzo, ...
Un saludo.

Santiago Bullard dijo...

...y unos pasajes sobre la condición humana que te cagas. Poesía pura.

Por cierto, Míchel, que cuando te he leído eso de "no hay mayor aventura que la que comenta Tripi", por un segundo pensé que te referías a sus historias. Y mira que no me hubiera sorprendido, jaja.
Un saludo.

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