jueves, 19 de mayo de 2011

Engranajes


Por muy loables y altruistas que puedan ser algunos actos, lo cierto es las causas, a menudo, andan paseando por otros paisajes, donde un bolsillo es un bolsillo y un esacalfón un escalafón. O, si lo quieren dicho en cristiano, que donde vuelan las ratas hay gato encerrado, y sonreír es muy fácil. Se ha hablado mucho, por ejemplo, de la cima moral que significó la liberación de los esclavos en el mundo hacia el siglo XIX, y sin embargo aquí el discurso moral se parece más a un edulcorante de los potajes polítos y económicos que ninguna otra cosa. ¿O es que se creen que las casualidades responden a estructuras históricas tan firmes? A ver: en Europa, llega la segunda Revolución Industrial, triunfa el sistema capitalista de mercado, Marx pone el grito en el cielo y los números rojos que salen a brillar en cada visita de contador empiezan a ser preocupantes, la manutención de los esclavos ya no sale a cuenta, y como falta mano de obra... pues eso: a volar, palomas, y no teman que hay miles de nuevos puestos de trabajo en este nuevo mundo que requiere de tanta mano de obra. 
¿Estados Unidos? Más o menos la misma historia, cuando Lincoln y los del Norte les dijeron a los del Sur que ya estaba bueno, que había que marchar al ritmo de las nuevas máquinas, y de ahí a la Guerra Civil, pues un paso. Y el Perú no se queda atrás en el tira y afloja del maquiavelismo de los intereses modernos: porque Castilla no fue el primero al que se le pasó por la cabeza que era hora de liberar a los negros de la esclavitud, sino que su rival en la política y las armas, Echenique, ya había ofrecido romper la cadena de todos los esclavos que se sumaran a sus ejércitos. Así que enseguida cae Castilla y dice, siguiendo con la subasta, que él, por su lado, ofrece liberar a todos los esclavos, si es que gana. Y como para ganar hace falta gente... Claro: un tiempo después ya estaban cantando los libertos eso de que "que viva mi mamá, / que viva mi papá, / que viva Ramón Castilla que nos dio la libertad". Y todos comen perdices. 
Muchos se dirán que bueno, que esto puede ser verdad, pero que sucedía en un mundo en el que todavía no existían insituciones sólidas, relaciones internacionales eficientes y un elemento representativo global que asegurase que todo el mundo se tome de las manos y cante alrededor de la fogata de la posmodernidad. Bravo, bravo...  
Oigan, que muchos se piensan que porque hoy tenemos Internet ya estamos a salvo del ajedrez de los peces gordos, y eso no es así. La Web 2.0. no es un dios bondadoso, ni Julien Assange es el nuevo mesías. No han caído todas las máscaras, y un discurso será siempre un discurso. No es que yo crea que esto va a cambiar, así que nadie se piense que trato de fomentar una esperanza que vaya a la guerra en silla de ruedas. No. Lo que trato de decir es que no hay que quedarse dormidos, o vamos a correr la suerte del camarón, que dicen los refranes. 
No puedo evitar que se me vengan a la mente todas esas acusaciones que hacía Marcuse al Sistema en Eros y civilización. Un sistema que, tal y como él lo dibuja, se parece mucho al de Matrix, donde los seres humanos hemos sido reducidos a una batería (desechable). Marcuse plantea que, para mantener su funcionamiento, el Sistema tiene que encausar nuestra energía, nuestra líbido, interiorizando sus objetivos en nuestro inconsciente, de modo tal que, gracias a un proceso de sublimación, los intereses generales suplanten a los individuales, dando prioridad, por ejemplo, al trabajo sobre los placeres, que quedan reducidos a la golosina dietética que tenemos derecho a chupetear cuando hemos cumplido con nuestros deberes del día. No es que quiera promover el delirio de persecución, ni ver complots en todos los anuncios del cereal, pero la pura verdad es que este cuento sigue muy en pie. 
Siempre he admirado el caracter español. Que un país pueda tener insitucionalizada, así sea tácitamente, una actividad como la siesta me parece digno de aplausos. Un sistema (ojo, que no hablo de la orilla política, que es tan mierda como en todas partes, sino de la cultural) que toma en cuenta los intereses de sus individuos tanto como los generales es un sistema que apela y se preocupa por la felicidad de sus miembros. El problema empieza cuando la palabra progreso empieza a escribirse con "P" mayúscula, y después cuando algunos hombres (que, por desgracia, ocupan cargos de poder) hacen de esta palabrita el Gran Fetiche del Silgo. Las consecuencias ya las conocemos todos: dos días después, las selvas tropicales han sido reducidas a un bonsai, muchas comunidades son amenazadas por los intereses de mineras sin escrúpulos y el cielo azul de los prados empieza a llenarse de nubes negras que no van preñadas de lluvia. Gajes del oficio de unos pocos, que les llaman.
Yo, personalmente, no puedo tragarme el cuento de nadie que venga a hablar del Progreso como si éste fuera la mejor porno del siglo. Los fetiches que me gustan a mí son otros. Además, no entiendo como alguien podría creerse que los hombres y los engranajes tienen algo en común, cuando se nota a leguas que son dos cosas absolutamente distintas. Empiezan a parecerse sólo cuando ambos comparten esa propiedad de ponerse en movimiento cada vez que alguien acciona la palanca -o la palabra- correcta. 
¿Qué es una sociedad perfecta? ¿Una de primer mundo en la que reinen el progreso, el bienestar económico y social y el silencio o una de tercero, caótica y llena de problemas, pero en la que haya, todavía, rincones para la más verdadera y descarada alegría a cada vuelta de esquina? ¿Una que se desvele por los bolsillos de sus miembros o una que tome en consideración el carácter y los intereses personales -placeres incluídos- de sus miemrbos? Dejo la pregunta al que quiera masticarla. Yo ya conozco mi respuesta.

7 comentarios:

Tripi dijo...

Post cojonundo, Bullard (cada día me recuerdas más a Míchel).

Lo de la siesta...jajajaja...bueno, también hay mucho mito en eso.

Y la pregunta que haces al final, es, sencillamente, la pregunta del millón. Anda que no me la he hecho yo muchas veces, y jamás he encontrado la respuesta, incluso yendo borracho, que es cuando más locuaz estoy.

Como te diría...a mí me gustan esas películas de náufragos, que se quedan el resto de sus días en una isla desierta con los suyos y un puñao de animales. Sobreviven con lo justo, con lo que les da la tierra y el mar, pero no les falta de nada. No sé...pienso que se les ve felices, ¿verdad?

Esa copa, Santi, bien alta¡¡¡

MrMierdas dijo...

Mmmmm... la isla de Tripi y la pregunta de Bullard... inquietante!

Pero sin lugar a dudas, me quedo con la opción A o la afirmación a tu primera pregunta del párrafo final!

Un abrazo Don Santiago!

Santiago Bullard dijo...

Tripi, el más insigne de los pastores de camellos que deambulan por el bajo mundo, ya te digo que habrá que emborracharse más, por si llega la respuesta.

Por cierto, que cualquier parecido con autores del pato es pura coincidencia. He estado dandole a este tipo de temas desde hace años, así que no soy nuevo en esta plaza. al respecto, te podría recomendar un par de entradas más antiguas: una que se titula "El precio de la intimidad", y también esta otra:

http://cafedesencuentro.blogspot.com/2010/10/la-muerte-en-el-espejo-y-la-enfernedad.html

Aunque imagino que vas a disfrutar especialmente de una como esta -sobre todo por las imágenes:

http://cafedesencuentro.blogspot.com/2011/04/pornotopias.html

Esa copa, siempre, cabronazo.

Santiago Bullard dijo...

Mr. Mierdas, hermano: pues yo me quedo con la afirmación a la segunda parte. Siempre he preferido las sonrisas en medio del desorden que la depresión del primer mundo. Mira, si no, a los suizos, con una economía de primera y el índice más alto de suicidios, ya sea porque no se soportan entre sí o porque no toleran ver un solo reloj más. Pero ya sabes lo que digo: que cada loco con su tema, citando a Serrat, y que de gustos y sabores, pues eso.

En cuanto a la isla de Tripi, que por ser de tan insigne personaje, la mención puntual de la presencia de animales me da que pensar. ¿Pero qué se trae este cabrón?

Un abrazo, hombre.

Santiago Bullard dijo...

Mr. Mierdas, hermano: pues yo me quedo con la afirmación a la segunda parte. Siempre he preferido las sonrisas en medio del desorden que la depresión del primer mundo. Mira, si no, a los suizos, con una economía de primera y el índice más alto de suicidios, ya sea porque no se soportan entre sí o porque no toleran ver un solo reloj más. Pero ya sabes lo que digo: que cada loco con su tema, citando a Serrat, y que de gustos y sabores, pues eso.

En cuanto a la isla de Tripi, que por ser de tan insigne personaje, la mención puntual de la presencia de animales me da que pensar. ¿Pero qué se trae este cabrón?

Un abrazo, hombre.

Ronald Adolfo Orellana. dijo...

SANTIAGO:

Que post…!!! Me has dejado con la boca abierta, cada día te odio más, jejejejeje.

Es lo que pienso, al menos con lo que está pasando con mi vida, es en dejar de trabajar, porque al final, por unos pocos dólares estoy descuidando mis prioridades.

Por eso estoy de acuerdo contigo, yo detesto a esas sociedades unidimensionales que todo lo ven en aras de un “Progreso económico” que hasta en materia de las humanidades son opresivas, donde para el ciudadano común hablar de poesía, o hablar de filosofía, es “hablar mierda”.

Un saludo compadrillo…

Santiago Bullard dijo...

Ronald: Compadrillo, jeje, es bueno ver que das señales de vida, ahora que además te has comprado una quinta en terreno feisbukiano, jajaja.

Siempre he pensado que el fetichismo por el Progreso es un error... se piensan que la sociedad perfecta es Disneylandia (piénsalo dos veces, porque esta comparación es mucho más profunda de lo que parece a primera vista) y se dejan a un lado cosas que tal vez sean más importantes. El progreso debería ser visto como una herramienta para solidificar el bienestar social, y punto, en lugar de como a un Dios al que hay que rendir sacrificios en homenaje. Y no me odies tanto, cabrón, jajaja.
Un abrazo

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