Año que se va, año que viene. En la cuenta regresiva que lleva al fin del mundo (algunos todavía juran y perjuran que el 2012 es EL año) hemos dado otro de esos saltos que suceden cada 365 días, y con eso sólo puede hacerse una cosa: celebrar. Esta noche, todo el mundo lo sabe, toca descorchar botellas, pero antes voy a patrocinar un último ritual por estos ámbitos. Porque claro: ¿qué mejor manera de asistir a fechas como estas que con algo de buena poesía? Es por eso que he pensado en invocar una vez más a Pier Paolo Pasolini, que entre todas las genialidades que abundan en su repertorio guarda, también, una de las obras poéticas más ricas, fascinantes y bellas de las letras italianas:escrito en términos metafóricos, palabras que caen como hojas, sin violencia pero fatalmente, con el susurro de la brisa haciendo música de fondo. Ojo, que hablo, también, de poemas en los que no sólo hay que leer cada una de las letras, sino también cada uno de sus silencios, pausas y comas, porque están ahí para hablarnos también.
No creo haber podido elegir un mejor poeta para despedir un año y recibir otro. La poesía de Pasolini es una experiencia única en las letras italianas, y poder respirarla, o clavársela en el pecho, es un placer que hay que gozar con todos los sentidos del cuerpo. Poeta del desgarro más crudo, ya lo saben. Y, también, jardinero de flores inmortales. Pero todo esto que digo empieza a sonar un poco tonto: lo siento mucho, pero a veces no encuentro mejor manera de expresarme, dado el estado en el que quedo después de leer a Pasolini. Que, ya lo ven, no sólo es un genial cineasta y novelista, sino también un Poeta de esos que llevan la "P" mayúscula con todo el derecho del mundo. Copas arriba, pues, y a despedirse, sonrientes, de otro trozo de vida. Salud.
Abro la mañana de un blanco lunes...
Abro a la mañana de un blanco lunes
la ventana, y la calle indiferente
roba entre su luz y sus rumores
mi presencia infrecuente entre las hojas.
Este moverme... en días totalmente
fuera del tiempo que parecía consagrado
a mí, sin regresos ni paradas,
espacio lleno todo de mi estado,
casi prolongación de la existencia
mía, de mi calor, del cuerpo mío...
y se ha truncado... Estoy en otro tiempo,
un tiempo que dispone sus mañanas
en esta calle que yo miro, ignoto,
en esta gente fruto de otra historia
la ventana, y la calle indiferente
roba entre su luz y sus rumores
mi presencia infrecuente entre las hojas.
Este moverme... en días totalmente
fuera del tiempo que parecía consagrado
a mí, sin regresos ni paradas,
espacio lleno todo de mi estado,
casi prolongación de la existencia
mía, de mi calor, del cuerpo mío...
y se ha truncado... Estoy en otro tiempo,
un tiempo que dispone sus mañanas
en esta calle que yo miro, ignoto,
en esta gente fruto de otra historia