sábado, 20 de noviembre de 2010

Las musas y las botellas

 
Tiempos hubieron en que los poetas podían darse ciertos lujos retóricos sin caer, por ello, en la impostura. Los poemas de Homero, por ejemplo, arrancan con la invocación de las musas, a las que se solicita no que ayuden al poeta a maquinar o recitar los versos que hablan de la Furia de Aquiles o los Viajes de Odiseo, sino que se les dice que canten, que tomen el micrófono y salgan a ponerse de pie sobre el estrado del karaoke épico. En otras palabras, que la inspiración es, aquí, algo más que abrir una que otra puerta interior del poeta: más bien, implica que éste se deje poseer por algo que le viene de afuera. El genio no está en dentro, sino que viene de las fuerzas divinas y de las de la naturaleza, por así decirlo. 
Pero eso cambió rápido. De hecho, ya cuando Virgilio hace su llamado a las musas para cantar los viajes de Eneas y las guerras fundacionales de lo que serán Roma y el Imperio, nosotros lo aceptamos con escepticismo. Por aquellos tiempos, en Roma (y eso queda bastante claro en la Epístola a los Pisones de Horacio) se tenía muy en claro que la creación era un acto cuya responsabilidad recaía sobre el poeta. Lo demás, es poesía (retórica o no). ¿Alguno de ustedes imagina a Petronio invocando a las musas, acaso? Pues yo, la verdad, no. 
Pero demos el gran salto: hace ya mucho que las musas fueron dejadas atrás, y ni siquiera los devotos de la "inspiración" podrían decir que su arte viene de un súbito ingreso de fuerzas extra-humanas (el romanticismo se encargó de recalcar la idea del genio como algo individual, así sea reflejo o parte del Espíritu Absoluto). Hoy por hoy, tenemos que recurrir a otra clase de recursos. 
¿A lo que trato de ir? Pues a lo que dice el título, claro: que las musas están encerradas en botellas. La "etílica de la creación" es un viejo recurso estético, un buen latigazo que, más que inspiración, da el empujón que hacía falta para ponerse manos en la masa y hacer algo con la vida que va quedando: una obra de arte. Recuerdo que Faulkner decía que, para escribir, nada mejor que tener tabaco, algo de comida y whiskey. También Ribeyro decía que, si no contaba con ninguna otra cosa, podía escribir, pero que era mejor si tenía un cigarrillo y una copa de vino. O Francis Bacon, del que hablábamos hace poco, que hablaba sobre los muchos cuadros que pintó con la dulce compañía de una botellita (o borracho, aunque esto pasaba menos). Y la lista podría ser interminable: ¿cuántos autores guardan su deuda con estas musas de vidrio? O con el barman, claro está. 
¿Mi parecer? Yo no creo que la inspiración esté en ninguna parte ahí afuera. Ni siquiera creo en la inspiración. Creo que un trago es un buen acompañante para esas interminables cruzadas que son la creación, pero no que sean las respuestas a todos nuestros problemas. No recuerdo qué escritor recomendaba alguna vez, hablando de labores creativas, que "todo lo que se haga, es mejor hacerlo con un whiskey", o algo así. ¿Contra la inspiración? Bueno, pues contra el 99% de ella, al menos, yo sí. ¿Contra una copita en el desierto de la crisis? Jamás. Esas musas todavía tienen dos o tres cosas que decirnos. De lo que se trata es de no hacerles mucho caso.

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