viernes, 15 de abril de 2011

Desencuentros Encontrados #1: Antonio Cisneros


Antonio Cisneros: Poeta y Ciudadano

Dicen que la poesía es un género abandonado, casi muerto. Pero semejante juicio no se aplica a Antonio Cisneros: alto y ufano, muy seguro de sí mismo, a sus sesenta y ocho años probablemente pueda enorgullecerse no sólo de ser el poeta peruano vivo más leído, sino también de ser el mejor. Con una trayectoria de cerca de cincuenta años bajo la manga, Cisneros ya se ha tragado el mundo, y no parece haber calmado su hambre. Siendo poeta, supongo que esos son sólo gajes del oficio.

A menudo parece querer pasar desapercibido, hablando de cualquier otra cosa y salpicándolo todo con bromas y anécdotas llenas de un humor picante y súbito. Pero no hay nada que hacerle: los poetas, como él mismo diría, siempre hablan en primera persona, y la suma de sus máscaras no son otra cosa que el boceto de su rostro. Antonio Cisneros, sin embargo, parece una excepción entre los de su oficio: además de gozar de fama, prestigio, una buena posición económica y de lectores que recorren sus páginas con fervor religioso, es lo bastante descarado como para llevarse a casa premios como el Pablo Neruda, que recibió en Chile (“Ayer Neruda, hoy Cisneros”, jura que le dijo Piñera, el mandatario chileno). Y sin embargo nadie puede dudarlo: Cisneros es Poeta, y con “P” mayúscula.


Han pasado casi cincuenta años desde Destierro, tu primer poemario. ¿Sientes algo de vértigo?
Aunque parezca mentira, tú nunca te das cuenta del tiempo que pasa. Osea, objetivamente yo soy un viejo, pero yo no me siento un viejo. Cuidado: no me refiero a eso que dice tanta gente de “tener el alma joven”, que es una cojudez. Sencillamente, la vejez no tiene consciencia de sí misma: estás vivo, y todos los años que pasan te sorprenden. Y cuando venga la muerte va a ser igual, una sorpresa.

Es como estar viviendo siempre por primera vez.
Siempre. Y por eso yo no suelo pararme a hacer recuentos sobre mi propia obra, ni nada. Además, toma en cuenta que yo no vivo para la poesía. Porque hay otros que sí, que son muy sensibles, que ven un niño y lloran, que ven un pájaro y lloran… pero a mí no me importan ni los niños ni los pájaros, y no soy particularmente sensible, en ese sentido. Así que no vivo en poesía todo el tiempo. Hay muchísimas cosas más que me avisan del paso del tiempo, fuera de la poesía. Pero nunca dejo de sorprenderme, eso sí.

¿La poesía nace de esa sorpresa?
Una buena parte, pero no toda. Porque uno también se acostumbra a ser poeta. Piensa que yo escribo versos desde que tengo ocho o nueve años.

Fue un romance temprano, entonces. ¿Cómo empezó?
Ah, eso no lo sé. Aprendí a escribir, y eso y lo que yo creía que era poesía eran una sola cosa para mí. Siempre escribía. Y además con una convicción de excelencia… Yo, a los once estaba convencido de que cada cosa que escribía era una obra maestra. Hasta que llegué a la adolescencia, y entonces empezó mi esquizofrenia. Porque yo nunca fui de esos que viven encerrados leyendo. No: yo era un muchacho de mi barrio, de la calle. ¿Y cómo iba a estar, a esa edad, escribiendo versos como un maricón? Así que la poesía se convirtió en algo clandestino. Pero nunca la dejé, eh. Sólo la escondí.

¿Y cuándo la sacaste de las tinieblas?
Cuando ingresé a la Universidad Católica. Ahí descubrí muchas cosas: la primera, que la poesía era algo serio. La segunda, que se publicaba. Y se hacían recitales, a los que iba gente a escuchar poemas… era otro mundo. Por ese entonces fue que conocí a Javier Heraud, a Luchito Hernández y a César Calvo.

Fue por esos años que publicaste tu primer libro, Destierro.
Claro. Cuando apareció, yo era considerado una joven y brillante promesa. Lo mismo cuando salió el segundo. Y cuando apareció el tercero, Comentarios Reales, gané el Premio Nacional, y entonces descubrí que existía la envidia. Pero he seguido publicando, y la verdad es que nunca me han faltado lectores.

¿Y cómo notas el cambio en tu estilo a lo largo de los años? ¿O te mantienes puro?
Bueno, puro soy. Como una Virgen. Pero uno siempre va cambiando. Piénsalo así: cuando eres joven, no escribes lo que quieres, sino lo que puedes. La poesía juvenil es cualquier cosa menos fresca: está invadida por la literatura. Y la experiencia y el dominio técnico se van ganando con los años, también. En mi caso, el quiebre entre lo que podía y lo que quería hacer se dio a partir de Canto ceremonial contra un oso hormiguero. Eso fue después de mi viaje a Londres en el 67. Imagínate el Londres de aquellos años: no sólo estaban los grandes poetas anglosajones como Eliot y Cummings, sino también los Beatles y los Rolling Stones… Londres era el centro del mundo. A partir de ese momento he seguido cambiando, pero con un mayor sentido de la libertad, escribiendo lo que realmente he querido escribir.

¿Y cómo se llevan el Poeta Cisneros y el Ciudadano Cisneros, ya que tú mismo haces esa diferencia?
Es que siempre ha habido una idea errónea de que el Poeta Cisneros, ese loquito bohemio, vive arrimado y a costa del Ciudadano Cisneros, y no es así. Todo lo contrario. Porque al que han invitado a dictar cursos en universidades de Europa ha sido siempre al Poeta Cisneros, que además ha recibido premios desde los veintidós años. Él mantiene al otro.

El Premio Pablo Neruda, por ejemplo, ¿cómo te ha sentado?
Para mí ha sido una suerte de semi coronación, porque un premio, aún uno como el Neruda, no es el final del camino. Además, hay otros. Pero me siento muy bien con ese premio. Es bonito sentirse reconocido, y es bonito tener plata. ¡Oye, son treinta mil dólares! ¿Quién dice que de la poesía no se vive?

La poesía del dinero, que decía Joaquín Sabina.
Que es muy importante, también. Porque lo normal es que todos, y sobre todo muchos poetas, hablen de la “belleza espiritual”… que no existe. Para nada. Una mujer fea no puede tener alma. Porque otros pueden venir y decirte que no, que tienes que mirar bien… ¡Carajo, si no la puedes ver de arranque es que no está allí!

Otro mito que rodea al Poeta Cisneros es que siempre trabaja con un whiskey o un vino.
La verdad es que no. Ese mito es falso. Con resaca tampoco. Nunca lo he hecho, ni siquiera en las épocas en que bebía mucho. Y creo que es algo que vale para casi todos. Es más, una vez le pregunté a Allen Ginsberg, que estaba con ese tema del las drogas y el LSD, y el me dijo que nunca había escrito una línea estando drogado, ni borracho, ni con resaca. Realmente, yo creo que no hay escritor que valga la pena que haya escrito borracho.

Además de poeta eres periodista. ¿Qué puedes decirme de tu relación con este oficio?
Primero que nada, que quede claro que la poesía y el periodismo no tienen nada que ver. De hecho, yo he hecho muchísimo periodismo, tanto en prensa como en radio y televisión, pero nunca he hecho periodismo cultural. Lo mío son las crónicas: gastronómicas, de deportes, de vida cotidiana, de política… y sobre todo en radio y televisión.

¿Y estás trabajando en algo ahora? ¿Algún proyecto, a lo mejor?
No, no. Proyecto nunca. Lo que tengo es una sensación: yo, de bebé, en la cuna, aterrado por las caras inmensas de la gente que me quiere, empezando por mi madre, mirándome. La tengo desde hace tres años. ¿Me dará algún verso? Eso no lo sé. 


Este entrevista se publicó originalmente con el título de Antonio Cisneros: Poeta y Ciudadano en la revista Asia Sur, número 84, en enero de 2011.

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