sábado, 24 de diciembre de 2011

Lázaro, levántate y bebe (especial navideño): Tom Jones - "It's not unusual"

Lo sé, lo sé... soy un ser humano horrible, que debería avergonzarse de respirar siquiera... ¡Sólo dos publicaciones en lo que va del mes! Por suerte no me pagan por esto, o ya me hubieran largado a la calle... Pero, en vistas de que a mí nadie me dice ni qué ni cuándo, pues tampoco me haré mayores problemas. Además, se nos viene encima la navidad, así que no están las cosas como para ir pavoneando malas intenciones. No: lo que yo quiero es enviar un fuerte saludo a todos mis queridos amigos de por estos lares, decirles cuánto los quiero, y dedicarles una canción, que todos se la tienen bien merecida. Y no: no va a ser ningún villancico putrefacto, nada de "somos los niños cantores" y toda esa mierda... hoy, en el Café, celebramos la navidad a nuestro estilo, y eso es con la copa bien en alto. Para animar el ambiente, pues, echaremos a rodar a un grande entre grandes, nada más ni nada menos que el ya legendario Tom Jones, porque las fiestas hay que pasarlas a lo grande. Sé que ando desaparecido, pero les aseguro que es por una buena causa: sepan que el cariño sigue siendo el mismo, con ese plus que trae consigo, ineludiblemente, la nostalgia. Olé, carajo: olé. 


jueves, 15 de diciembre de 2011

Lima la horrible



Bocinazo, platos rotos, el grito de "conchetumare" bien clavado en el cielo mientras una multitud agoniza al ritmo de una urbe catastrófica. Lima, ciudad de reyes que, si no los hubieran sacado a la fuerza, se hubieran ido por voluntad propia antes de que el cielo color alma de gallinazo los hubiera empujado a suicidarse de acuerdo a los métodos más sórdidos de la baraja. "La de nariz aguileña", según Lawrence Durrell, pero mucho más célebre es su fama de ser "la horrible", en palabras del genial Sebastián Salazar-Bondy.
En fin, una ciudad en la que no quisieras vivir: estrepitosa y sucia, bucanera y suburbial, mentirosa, prostituta, feudal y cortesana, con su compadreo, su "somos", su tráfico, su jaranita y su pisquito de más. Casi parece increíble que más de nueve millones de personas tengan el temple (o el impulso sado-masoquista) para engrosar sus calles y avenidas con su presencia, para coger a un toro tan jodido por las astas y plantarse en la mitad de este despojo posapocalíptico a pasar penurias y glorias, a llorar, reír y deslomarse como un perro para malgastar una vida bajo el cielo más deprimente que se haya visto en ciudad alguna. Sí, sí... Lima la horrible en todo su demacrado y carcomido esplendor. La ciudad que más amo en este mundo de malquerimientos y desencuentro. 
Tragicómico, perverso e irónico, el limeño deambula por estas callejuelas de la casi existencia a sus anchas, quejándose hasta el cansancio del estado de las cosas, pero disfrutando a la vez de un panorama tan decadente, sabiendo que ese caos es el mismo que corre por sus venas. Dice soñar con grandes cambios, con Progreso, con vivir en una ciudad que parezca importada de algún remoto rincón de Europa o de los Estados Unidos, pero miente, aunque él no lo sepa. El limeño no quiere cambios: el limeño sabe que las fachadas por entre las que camina son un espejo que refleja su propia y particular neurosis, su personalidad fragmentada, su noche oscura del cuerpo (parafraseando al gran Eielson). Lejos de su tierra, se sorprende (y censura) a sí mismo añorando todo eso que está convencido que debe detestar, todas aquellas pequeñas cosas a las que sabe la ciudad que lo vio crecer: desde el ambulante que vende correas y discos piratas frente a una zapatería en la avenida Abancay hasta la juerguita de los jueves en la taberna del barrio, pasando por los policías corruptos, los semáforos más eternos del mundo, el rumor de las olas del Mar de Humboldt, la silueta de los gallinazos recortándose contra las nubes verdigrisáceas (o, si quieren seguir la terminología clásica, "color panza de burro"). 
Claro que nada es tan simple: Lima es múltiple y sádica, infinita, más parecida a un rompecabezas sin armar que a un mosaico persa. Tiene mil calles con el mismo nombre, y ninguna de ellas se parece. Canta sus miserias a los cuatro vientos, pero al minuto siguiente ya se está riendo de su propia desgracia. No le alcanza el dinero para llegar bien parado a fin de mes, pero siempre hay suficiente como para ser amable con el vecino y pagarle una ronda de cervezas a los compadres de toda la vida. Maldita, enferma, acomplejada y santa: una ciudad que, como bien dijo Eielson, es asediada por la muerte. Y es en eso, precisamente en eso, sobre lo que se funda su grandeza. Ay, Lima, Lima... si muero lejos de tí, tal vez me dé lo mismo, pero que me lleven de todas formas. No hay mejor infierno que ése que ya conoces, ni mucho menos que ése que amas con todo tu corazón y con todo tu páncreas. Ni siquiera sé por qué me da hoy por escribirte poemas como este, pero es lo de menos: sólo quiero que quede en claro que es un poema de amor. 
Remato estas líneas con una canción, cada uno de cuyos versos se presta para hablar de una ciudad como esta, en la que nací, en la que vivo, en la que seguramente (y así lo espero) moriré. Ah, y con una copa en alto, a la limeña. 


domingo, 11 de diciembre de 2011

Más Lindsey (¿o más Lohan?) que nunca

Llega el mes de diciembre: tiempos festivos, en los que todos pensamos en la familia, en las fiestas, en las vacaciones, en renos que vuelan y duendecillos que fabrican regalos para una especie de Marx del poscapitalismo los reparta a todos los niños buenos del mundo, en chocolate caliente y panetón, en mañanas de playa y tardes de chelas con los amigos... y claro, este año, también en algo más, por cortesía de ese pilar de la humanidad que es Playboy: el tan comentado, cuestionado y (vamos, que todo hay que decirlo, y no tiene sentido negarlo) esperado desnudo de Lindsey Lohan, que pasó de niña traviesa pero dulce a adolescente complicada en muy pocos años (y en películas igualmente malas), y de ahí hasta encarnar la clásica tragedia post-princesa de Disney, cuando se acaban los sueños dorados de Mickey Mouse y empieza la vida con todos sus santos terrores. 
Pues bien, aquí tenemos a Lindsey como nunca la hemos visto pero siempre la hemos soñado. Sí, sí... más allá de lo mucho que su cuerpo y su belleza hayan tenido que sufrir con tantos años de desgaste a cuestas, así sea por lo que alguna vez fue, por eso que trata de demostrarnos que sigue siendo: la chica a la que todos podemos (o debemos) desear. De ahí el look Marylin, la estética retro, el contraste de colores fuertes de las fotografías. Lo que tenemos aquí es una invitación a algo que quiere estar un poco más acá que la realidad misma: una Lindsey Lohan que evoca el ensueño, no el escándalo. 
Si lo logra o no, ya es harina de otro costal. No tengo idea de si ha pasado mucho photoshop por estas imágenes o no, pero mal del todo no están. Ni ella tampoco. ¿Gajes de la posmodernidad? Ni la menor idea... son las cinco y media de la mañana, y ya no me queda mucho cerebro que exprimir. Mejor dejo que cada cual saque sus propias conclusiones. (Para ver las demás imágenes que se han difundido, entren a la siempre iluminadora Orgasmatrix).


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