miércoles, 23 de febrero de 2011

Diderot: tan posmoderno como siempre


Voy a empezar estas palabras con la misma cita con la que lo hizo, en su momento, Carlos Pujol, y que no son otra cosa que una cita de Émile Henriot: "Ese Vesubio de las letras, sin cesar desbordante de lava, de fuego, de escorias al rojo vivo, en perpetua explosión". Palabras que están tan bien dichas como puestas, porque tratan de acercarse a uno que, después de tantos siglos, sigue mereciendo ser llamado un autor absolutamente moderno y, en parla contemporánea, aun absolutamente posmoderno: Denis Diderot. 
Ante todo, creo que es necesario decir que hablar de Diderot es hablar de uno de esos hombres de genio que lo abarcaron todo: los géneros narrativos, el teatro, la ciencia, la política, la filosofía y todas las pequeñeces y grandeces que su siglo podía ponerle frente a las narices (piensen, sino, en Goethe). Conocido de sobra, entre tantas otras cosas, por ser precisamente el más importante de los fundadores y autores de la Enciclopedia, esa publicación que viene volando los sesos de la gente desde entonces, y que en su momento fue aún más sorprendente.
El error, sin embargo, estaría en imaginarnos a Diderot como un frío hombre de letras, de los del tipo que aman dormir sobre los laureles conquistados. Pues no: Diderot fue, de alguna forma, un ser en constante ebullición; un verdadero "Vesubio", como decía Henriot; un hombre de gran talento, intelecto y habilidad que, más allá de lo que se propusiera, no podía detener el torrente en el que él mismo se había convertido. 
Además, cuesta imaginar a un literato que reniegue tanto de la literatura como Diderot. Terrorista de las letras, se la cargó contra el género, pero usando al mismo como arma. Alguna vez escribió un cuento que lleva el curioso título de Esto no es un cuento (que tengo, pero aun no he leído). Luego, compuso una ambiciosa y extraña novela, Jacques el fatalista, en la que  los personajes repiten más de una vez una frase clave: "Esto no es una novela".
Creo que no estaría mal hablar un poco más de esta obra, ya que estamos en esto. Jacques el fatalista es, vista planamente, el relato de los viajes de un amo y su sirviente, Jacques. Este último es "fatalista" por la filosofía a la que vuelve una y otra vez, y que define su pensamiento: el fatalismo causal, la idea que alguna vez esbozó Francis Bacon y que luego pulirían Hobbes y Comte de que todo lo que va a suceder ya está predestinado por las leyes casuales que gobiernan la Historia. Pero no son más que excusas de las que Diderot se sirve para entrar en una de las obras más complejas, infinitas y, de paso, divertidas de la historia de la literatura universal, en las que hay un lugar para todo menos para lo que su siglo hubiera podido entender como "literario": cada vez que empieza a suceder algo, se frustra; cada historia queda interrumplida. Cosa que hoy, entre Houellebeq y los "Nocilla", ya nos parece tan común, fue ensayada en realidad hace cosa de tres siglos, precisamente en esta novela. 
Novela que, pensada como una bomba destinada a echarse abajo el torreón en el que se convertía la literatura, no pudo desmentir, tampoco, su naturaleza. Pero lo hizo con un sello muy personal: recordándonos que, al final, bien podemos dar el nombre de ficción a nuestra propia, sobrevalorada y triste realidad.
Cuando a uno le hablan de los escritores enciclopedistas de la Ilustración, esos que vivieron allá por el siglo XVIII, la mayor parte de la gente se imagina a un montón de tipos densos con libros pesados y aburridos. Y, sin embargo, esta idea es un error del tamaño de un tren: Diderot es, creo yo, el mejor argumento en contra de los que defienden este tipo de prejuicios. Un escritor que, ya se los digo, es tanto o más moderno que muchos de los que comparten el oxígeno con nosotros. Cada una de las letras que su mano puso sobre el papel respira, colea y golpea con el ímpetu que tuvo el día en que nació. Eso ténganlo por seguro; y tiemblen, de paso. 

lunes, 21 de febrero de 2011

Sasha Grey: fotografía, erotomanía y arte


Todos sabemos de quién hablamos cuando invocamos el nombre de Sasha Grey. Y, los que no, pues no tienen idea de lo que se pierden: nada más ni nada menos que una mujer que no encuentra mayores problemas para trascender cualquiera de las etiquetas con la que se la quiera reducir o empaquetar; alguien que es mucho más que una actriz porno que ni le tiene miedo a nada, ni se lo piensa dos veces para hundirse, con una sonrisa, en los géneros y fetiches más sucios, morbosos, grotescos y chocantes; una verdadera musa, que parece arrancada de las páginas del Marqués de Sade, que reúne en su personalidad la fuerza del que no teme ir contra todos los tabúes y el carisma y las curvas de una muchacha que apenas si parece rozar la veintena; la actriz que salta de la erotomanía más vulgar al cine independiente más arriesgado; la sensual, la "sexy", la portentosa protagonista de las fantasías más profundas; la que todavía nos puede echar una sorpresa con su interés por la cultura, y que disfruta apareciendo en su Twitter leyendo libros de Sartre o Dostoyevski. En dos palabras, Sasha Grey. ¿Qué más va a decirse?
Pero esta mujer fascinante, que de verdad casi no parece de este mundo, todavía es una caja de sorpresas, y sus intereses trascienden, de lejos, los límites de lo que el común de los mortales entiende por "pornografía" y, aún, por "erotismo". Porque hay que decirlo: Sasha Grey toma a cada uno de estos géneros (no voy a decir de dónde) y los teje entre sí, con un no tan cuidado cuidado que, a la larga, no hacen más que prestar espontaneidad a su nuevo libro de fotografías, Neü Sex
Se trata, aparentemente, de un libro a la vez exquisito y sucio, como todo lo que hace esta femme fatale. No voy a mentirles, porque no lo he ojeado, pero he visto ya algo de su contenido vía internet (recomiendo mucho la selección de fotos que han hecho los muchachos de Orgasmatrix). Y puedo decir que se trata de un conjunto de fotografías, tomadas por ella, por su novio Ian Cinnamon (maldito, te odio con toda mi envidia) y unos pocos amigos más. En ellas, aparece la fulminante Sasha, mostrando algunos de los mil y un rostros que tiene para ofrecernos. Montones de miradas llenas de desafío y seducción, a las que sólo podemos responder con un suspiro y algo de buen morbo. 
En fin, que por lo que he visto se trata de una obra que guarda una experiencia totalmente hecha a la medida y al estilo de Sasha Grey. Como decía, todos los que han gozado alguna vez de sus videos entienden a lo que me refiero. Los que no, bueno... Internet ofrece mucho contenido gratuito, compadres. 
Eso les queda como tarea. En cuanto a mí, pues tendré que encontrar la forma de hacerme con este libro (a los que estén pensando en hacerme un regalo, pues ya lo saben, jaja). Piensen que hablo de una de las mujeres con más personalidad y universo propio de cuantas han puesto un pie (y el resto de su cuerpo, claro está) en el estudio de grabación de una productora pornográfica, y que todavía se atreve a mostrarnos algo más de lo debido al sacar a relucir su propio rostro, esa otra máscara.

domingo, 20 de febrero de 2011

La del sábado: Banco del Mutuo Soccorso - "La conquista de la posizione eretta"

Esta es una que todos mis amigotes que andan metidos en el rollo de la psicodélica y el progresivo más arriesgado me van a agradecer. No serán los más conocidos de la pandilla, pero lo cierto es que los muchachos del Banco del Mutuo Soccorso han hecho de su banda una de las mejores del panorama del progresivo a nivel internacional, y en Italia sólo les dan pelea los de la Premiata Forneria Marconi y los de Le Orme. Pero volvamos a nuestro tema, ya que lo hemos echado a rodar. Porque imagino que más de uno se estará preguntando que a quién carajo se le ocurre poner de título a una canción La conquista de la posición erecta, y la pura verdad es que a mí tampoco se me hubiera ocurrido nunca. Y, sin embargo, aquí está: parte de un disco conceptual titulado Darwin, esta es uno de esos temas de antología, que merecen ser perpetuados hasta el fin de los tiempos, y ya verán que seguirá vigente hasta la última nota. ¿Cuándo no ha sido el mundo un loquerío? Ya pues... ahí tienen casi regaladas todas las respuestas. Con dedicatoria especial a DVD, que andará poniendo temas chorros allá por Sevilla, porque imagino que le gustará este temita a lo largo de sus diez minutos. Lo juro: la canción de queda corta, y cada uno de sus minutos vale oro. Al que no me crea, que ponga play; si lo hace y sigue en desacuerdo, nos vemos afuera. ¡He dicho!

viernes, 18 de febrero de 2011

Paganismo Cristiano (esas paradojas que dan variedad a la vida...)


Pasa de todo allá por el mundo, ¿no? Oriente y medio retumba y tiembla, los ingleses se preparan para estrenar una nueva cerveza en honor al matrimonio del principito Guillermo y Kate Middleton (más buena que el pan), Sylvester Stallone pasa de las explosiones y los puños de su última película a montar una retrospectiva de sus mejores cuadros (era pintor, el muchacho) y, en general, hay movimiento en todas partes. Pero entre tanta noticia, no deja de asaltarme una pregunta: ¿qué se trae mi viejo... no, no es mi amigo... el viejo Ratzinger, que tan calladito anda?
La respuesta es una verdadera joya. Mientras da los últimos retoques a su nuevo libro sobre la vida de Jesús, Herr Papa ve que los preparativos para este primero de mayo estén a punto. Cómo, ¿que qué va a pasar este primero de mayo? Ah, pues es divertidísimo. Ahora mismo les cuento de qué va el chiste.
Todos recuerdan a Juan Pablo II, ¿verdad? Un papa muy querido, al que yo mismo guardo mucho respeto (aunque, obviamente, sin devoción), que murió hace ya seis largos años, cursando el año 2005. Pues bien, la comisión que se encarga de este tipo de asuntos (¿dónde estudia uno esa carrera?) ha dispuesto que el Papa está listo para ser beatificado, osea que pronto se sumará a la larga lista de santos por los que jura el corpus cristiano. Y, mientras todos nos preguntamos qué carajo habría pensado JP2 ante semejante perspectiva, Ratzinger (alias "B16", o "Goma2", o lo que quieran) arma una verdadera feria en el Vaticano. Así es, señores: este primero de mayo del 2011, bajo la mano de dios que pintó Miguel Ángel en el techo de la Basílica de San Pedro, serán expuestos los restos del ex-papa, San Juan Pablo II, nada más ni nada menos que para su adoración. ¡Tal y como lo leen! Y el primerito de todos en postrarse frente a lo que queda del finado va a ser B16 en persona. 
¿Es que acaso soy el único que se sorprende con este tipo de noticias? Aunque he de reconocerlo: me fascinan, me hacen delirar de la risa y me recuerdan que, pese a toda su perorata sobre la adoración de ídolos y la memoria que llevan a cuestas (y que Ratzinger parece dispuesto a revivir) de las persecuciones a los herejes, los cristianos católicos, apostólicos y todo el rollo son los primeros en echar mano del culto "pagano style". Y aunque el papa no esté a la altura de religión tan maravillosa como el paganismo, pues al menos nos sirve bien de comedia, ¿no? O por lo menos como para echar una reflexión más en el balde, y si es que llega a tanto. 
Esto no es novedad: los que se quejan del idolatrismo y las figuritas y los tótems y todo ese rollo han sido, siempre, los primeros en "adorar becerros de oro" (citando una expresión del gran Mr. Mierdas). Y eso, señores, me encanta: mil y un virgencitas, jesucristos de todos los colores y sabores, santos para todos los gustos y hechos a medida. ¿Quién dijo que el paganismo ha muerto? Sigue viviendo, muy feliz y contento, entre las filas y en los hogares de sus más encarnecidos enemigos. ¡Ya lo ven! Juliano el apóstata no salió tan mal de su batalla, después de todo. 
Entre otras noticias, una niña en Australia ha sobrevivido, "milagrosamente", a la grata experiencia de que un bus le pase por encima, quedando sólo con algunos rasguños. Según los padres, la suerte se la deben a la bendición que la pequeña recibió, tres años atrás, de Herr Papa en persona. ¿De qué estábamos hablando? 

¡Ah! Casi lo olvidaba: para todos aquellos hombres de poca fe que pudieran no creerme, sólo tienen que echar un vistazo a estas dos direcciones, que le pondrán al tanto de los pormenores: 
  
http://noticias.terra.com.pe/internacional/europa/los-restos-de-juan-pablo-ii-seran-expuestos-para-su-veneracion-en-san-pedro,4b60f5af1b93e210VgnVCM20000099f154d0RCRD.html

Y

http://www.elintransigente.com/notas/2011/2/18/bendecida-benedicto-salva-milagrosamente-pasarle-colectivo-encima-71810.asp

Me despido con una canción, como para coronar ocasiones. Y ya lo saben: In Gods we Trust.


jueves, 17 de febrero de 2011

Cuando habla el silencio

 
Todo el mundo lo sabe, porque hasta se ha convertido en un cliché de los más recurrentes y clásicos: que el silencio dice, a menudo, muchas más cosas de las que podemos soñar siquiera decir con palabras. Visto desde cierta posición, no sólo suena improbable, sino hasta estúpido. Pero no hay nada que hacerle: es una de esas bellas realidades a las que tenemos que resignarnos. 
Y que, de paso, muchos han sabido explotar. Hace falta talento para hacerlo, sí; pero, cuando se ha logrado, los resultados son estremecedores, hermosos y muy, pero muy desgarradores. No es cosa fácil: ¿cómo hace un artista para capturar, precisamente, todo aquello que no se dice, lo que guarda una mirada o un suspiro, o lo que se esconde del otro lado de las palabras? ¿Cómo dar con las imágenes y/o las palabras adecuadas? Nunca terminaré de comprender cómo un genio del tamaño de Fellini, tan poco ortodoxo en sus métodos, supo amarrar esos detalles geniales para tratar el problema de la incomunicación en La dolce vita: sólo por poner un ejemplo de tantos, piensen en esa primera escena en la que Marcello trata de hablar a gritos desde un helicóptero con unas mujeres que están en una azotea asoleándose, pero el ruido de las hélices se lo impide; y, luego, en el final, en el que Marcello no puede escuchar a la muchacha que le grita del otro lado de la playa, la que alguna vez pudo llegar a significar su salvación, su salida hacia algo más pleno y sincero que aquel arrastrarse agónico y "dulce". 
Pero no es todo, claro que no. Tenemos a otro pedazo de maestro, al gran Tennessee Williams (el "Pájaro Glorioso", que le llamaba Gore Vidal). Cada una de sus obras de teatro está llena de palabras vanas, detrás de las cuales se oculta la verdadera acción de sus escenas, el dolor y el deseo de sus personajes. Siempre me he preguntado cómo lo consigue: esconder, detrás de palabras y conversaciones tontas (y que los personajes saben tontas) todo ese mar de comunicación velada, o incomunicación velada, en todo caso. Como Antonioni, también. 
No esperen que explique la forma en que se logra esto. Está muy fuera de mis posibilidades hacerlo. En todo caso, lo que me llama la atención es la forma en que el silencio se puede convertir en el personaje central de una trama, en el eje de una suma de dolores y pasiones a los que sólo refrena esa imposibilidad de decir lo que uno realmente siente, ya sea por orgullo, ya por miedo, ya por resignación al fracaso. 
¿Alguno de ustedes, lectores míos, puede imaginar lo que hubiera sido de tantos personajes de la literatura si hubiesen hablado en su momento? ¿Qué de Ana Karenina, de Stella, de lady Chatterley, de Quentin Compson, del conformista de Moravia? Bueno, en todo caso hay que reconocer que, entre tantas cosas, nos hubiéramos quedado sin novelas extraordinarias. Y que lo son, precisamente, por lo bien que un manojo de autores han sabido darle un lugar y, si se quiere, una voz al silencio, a la intimidad velada, a la incomprensión y la imposibilidad de decir las cosas.
La "estética del silencio", pues: una de las artimañas literarias más complejas y desgarradoras de cuantas han sido alguna vez convertidas en palabras. Sigo preguntándome cómo carajo lo consiguen.

En la foto, Tennessee Williams, "el Pájaro Glorioso", uno de los maestros a la hora de decir lo que no se dice.

martes, 15 de febrero de 2011

Google Art Project


Siempre he tenido una posición un poco inexacta en lo que se refiere a nuevas tecnologías: sin negar que son un universo fascinante, que abre un mar de posibilidades comunicativas, estéticas  y, de paso, sexuales como las que jamás hubiéramos podido soñar hace unos veinte años, también es cierto que en otros terrenos parezco un ser del siglo XIX: casi no entiendo de estas cosas, con las justas si puedo llevar este espacio y un par de direcciones electrónicas, y ni el Facebook ni ninguna de esas redes sociales me han seducido alguna vez en mi vida. ¿Qué quieren que les diga? Todo sucede a una velocidad tal que de verdad me cuesta terminar de entender todos estos fenómenos que, ya lo digo, me parecen formidables en muchísimos puntos. 
Pero ahora la gente de Google ha dado un paso frente al cual no puedo hacer otra cosa que sacarme el sombrero. Todos sabemos lo que es el Google Earth, y cómo podemos usarlo para "pasear" por las calles de montones de ciudades alrededor de todo el ancho mundo a través de fotos de 360 grados. Pues bien, ahora han sacado a la luz otra de las suyas; algo similar, pero que funciona sin descargas ni nada, y que se llama Google Art Project. 
El asunto es que, mediante esta página, puedes recorrer las salas e instalaciones de algunos de los mejores museos del mundo, incluídos el MoMA y el National Art Museum de Nueva York, el Reina Sofía de España, el Palacio de Versalles... entre muchos otros.Todavía no están colgadas todas las instalaciones de los museos, pero con lo que ya tiene, hay material para horas de curioseo. 
Y no es todo: también puedes ver las obras de arte que están allí, y acercar la vista lo bastante como para notar el trazo de las pinceladas, tan buena es la calidad de la fotografía. Realmente, un proyecto que no cae en saco roto, y del que creo que todos los amantes del arte podemos estar agradecidos de aquí al fin de nuestras vidas. No será lo mismo que ir a pararse frente a los cuadros, pero oigan, es mucho mejor que nada. 
No quería dejar de comentar esta iniciativa, una de las mejores de Google y de la red en los últimos años. Poder quedarme horas muertas viendo cuadros de Rembrandt, Caravaggio, Seurat o Van Gogh, o fotografías y afiches de la Guerra Civil Española... y con tan buena calidad, pues es algo que me encanta. 
Para acceder a la página, sólo tienen que entrar a www.googleartproject.com. Les dejo, también, un "preview" que ha armado la gente de Google. Eso sí, les advierto que es un poco adictivo. 

domingo, 13 de febrero de 2011

La del sábado: Orquesta Mondragón - "Caperucita feroz"

He vuelto a dejar la entrega de los sábados para el domingo, pero por motivos muy bien pensados. Vamos, señores lectores, que San Valentín está a la vuelta de la esquina, y corresponde celebrarlo con todos los honores, ¿no? Pero no se confundan: hoy no pasearán por aquí los gatos azules de Roberto Carlos, ni haré repetir a Serrat eso de "no hago otra cosa que pensar en tí", ni esa sabinada tremenda de "Cuando aprieta el frío". No, señores: esta tarde raquítica voy a traer a sonar a los que estuvieron a punto de sonar ayer por la noche, cuando me dije "Oye, este olor a neón le va muy bien a un sábado por la noche, pero es que también está como para los sanvalentines". Hablo, damas y caballeros, nada más ni nada menos que de Javier Gurruchaga y la Orquesta Mondragón, masters del amorío y las luces urbanas, de los que tenemos tanto, pero tanto que aprender. Con ustedes, noble público enamorado, el tema que hace falta para caldear un poco estas fiestas: la magistral, tierna y cómica Caperucita feroz, que tarareamos todos en algún rincón de nuestro subconciente. Poesía pura, ya lo ven.

 

martes, 8 de febrero de 2011

El ayer y el ahora de Herbert Marcuse


Alguna vez he dicho algo por aquí sobre la Escuela de Frankfurt, comentando sus notorios logros y, de paso, algunos de sus tropezones teóricos. Pero no hay que confundirse: tropezones los tiene cualquiera, y la pura verdad es que a este grupo tan original de pensadores les tenemos una deuda inmensa, ya sea que hablemos de la renovación del criterio y la misión de la reflexión filosófica, o que señalemos el ingreso de un pensamiento que ya no se bastaba a sí mismo, sino que nos enseñó a echar mano de lo escrito desde otras disciplinas (sociología, psicología y demás). 
Casi un siglo después de los años de la primera generación de la Escuela, ya no sé hasta qué punto se pueda decir que han sobrevivido los nombres de sus miembros. Adorno todavía es objeto de culto en algunos círculos reducidos; a Horkheimer el tiempo le ha sentado pésimo, y la verdad es que muchos de sus textos, hoy, ya no parecen tener demasiada relevancia; Erich Fromm es, para algunos, un autor con escritos muy rescatables (me incluyo en este grupo), mientras para otros es un psicologastro con algunos títulos bonitos que venden en los quioscos. Pero de todo esto parece quedar muy poco,  y he conocido a filósofos que ni siquiera han oído mencionar alguno de estos nombres, o que lo hicieron pero poco importó. Yo, personalmente, creo que esto es una lástima: al fin y al cabo, los Frankfurt, los padres de la Teoría Crítica, todavía tienen demasiadas lecciones que darnos. 
En todo caso, creo que el más sólido de todos estos pensadores fue otro, uno al que el correr de los años llamaría para liderar todo un movimiento político y filosófico entre los años cincuenta y setenta, sólo para empujarlo a un costado después, y dejar que su nombre se vaya borrando en la mente de las personas. Injusticia abominable, porque si alguien tiene todavía mucho que darnos para pensar, ese alguien es Herbert Marcuse. 
Alguna vez charlé con Fernando Ampuero sobre Eros y civilización, una de las grandes obras de Marcuse que él recordaba como un clásico, un libro que nadie podía dejar de leer en los años sesenta, y que todo el mundo comentaba. Y me hizo, también, una pregunta: si me parecía que ese libro podía seguir vigente en algo. Me quedé pensativo unos momentos, y luego contesté que sí. 
Es verdad que mucho de lo que ha escrito Marcuse fue hecho para su momento, cuando las izquierdas todavía necesitaban de nuevas bases sólidas que pudieran sostenerse sobre los tiempos que les tocaron vivir. El estudio crítico de Marcuse sobre la realidad social, política y psicológica les cayó a pelo, y su nombre, como el de Sartre, marcó una generación de jóvenes dispuestos a salir a las calles con muchas ganas de hacerse escuchar (los mismos jóvenes a los que Marcuse, sin embargo, no dejó de criticar). 
Aún dentro del marco de la Teoría Crítica, Marcuse tuvo algo muy importante (algo de lo que le falta mucho, por ejemplo, a Foucault): me refiero a la lucidez autocrítica. A cada paso, cada página y con el paso de cada uno de sus años, Marcuse nuncca dejó de poner en tela de juicio muchas de las cosas en las que creía. Aún siendo marxista, pocos hombres han criticado al marxismo con la lucidez y la agudeza con la que lo hizo Marcuse. Sus obras, que tratan de llegar a ser positivas y no meramente una detonación de esperanzas teóricas, siempre se toman un momento para detenerse cada pocas páginas a repensar lo dicho hasta el momento. 
¿Cuál podría ser la vigencia de Marcuse? Pues a decir verdad hay mucho que rescatar. Ante todo, podría señalar su definición de "consumo", que ya no se refiere sólo al plano económico, sino también al psicológico: el consumo debe ser entendido en términos de "líbido", de energía, de instintos; debe comprenderse como parte del sistema del que se vale el orden social para utilizar a sus miembros para la obtención de beneficios. Siempre he pensado que la forma en que Marcuse ligó a Marx, a Heidegger y a Freud es, sencillamente, genial: el resultado, ya lo ven, es una obra sumamente crítica, que reconoce las ataduras entre el individuo como tal y su entorno, de modo que uno y otro se hacen entre sí, con lo que la sociedad adquiere un rol fundamental en el desarrollo psicológico, que es donde se generan las ataduras. ¿Acaso me van a decir que de todo este rollo no hay algo rescatable?
Además, hay otra cosa: la forma de mirar; esa agudeza crítica y ácida que, sin embargo, mantiene siempre su lucidez. Esa forma de no estar satisfecho con lo que se dice que es, sino que trata de buscar lo que quienes nos dicen qué es qué podrían estar tratando de conseguir. En tiempos como estos, creo que esto es muy, pero que muy necesario. 
No digo que Marcuse sea el último autor filosófico; no digo que no haya caído en tremendas exageraciones más que una vez; no digo que él no tenga tropezones. Lo que digo, sí, es que su obra tiene, aún en nuestros días, mucho, quizá hasta demasiado que enseñarnos acerca de la forma en que nos relacionamos con la realidad, de nuestra ceguera y de lo mucho que pueden guardar las apariencias, lo que se esconde detrás de lo cotidiano.

domingo, 6 de febrero de 2011

Filósofos y comediantes


Alguna vez se me ocurrió un proyecto que espero poder llegar a realizar algún día: una antología de textos y ensayos filosóficos, pero que serían elegidos no por su pertinencia, brillo argumentativo o solidez, sino por su manejo del humor. ¿Del humor?, se dirán algunos a los que respondo: sí, del humor. Porque puede sonar un poco contradictorio, es verdad: para muchos, la palabra "filosofía" está más ligada a sus peores pesadillas, recuerdos de sus tiempos de universitarios en los que se las tenían que ver con algunas de las peores jaquecas de su vida (hasta ahora no conozco ningún alivio realmente efectivo para después de leer a Hegel o a Husserl); y, ciertamente, no es "humor" en lo que piensan, ni siquiera remotamente.
Y, sin embargo, lo cierto es que en el rubro siempre han habido grandes humoristas (que, además, han sido muy buenos o extraordinarios filósofos), y los siguen habiendo hasta el día de hoy. Lo que pasa es que claro: se trata de un sentido del humor que a muchos les sonará tirado de los pelos, y que no cualquiera está interesado en entender. Pero hay otros que sí, que hasta agradecemos a los autores las bromas, solapadas o no, que incluyen en sus escritos.
Es verdad que hay filósofos que prefieren el tecnicismo frío y lejano, la prosa muy pulida e impersonal (aunque creo que es imposible la prosa impersonal en el terreno filosófico). Thomas Nagel, por ejemplo. O el mismísimo Hegel. Pero hay otros que no, que se toman libertades y que, en algunos casos, hasta utilizan el humor como parte de su argumentación. 
Bertrand Russell dijo alguna vez que la filosofía era una cuestión de carácter. Uno cree o escribe aquello que se adecúa más a su forma de ser, o de relacionarse con la realidad. ¿Y no es acaso el humor una de estas formas? Tómese en cuenta que, para dicha antología, Bertrand Russell tendría una buena selección de textos que ofrecer. Su estilo de hacer las bromas es limpio y solapado, de modo que a veces cuesta un poco o hay que leer otro par de líneas para notar el chiste.
Hay muchos otros nombres que tendrían que unirse a esta antología. Paul Churchland, por ejemplo, podría brinar unas cuantas páginas, aunque su humor es bastante fácil. Jerry Fodor, en cambio, suelta bromas a diestra y siniestra, tomándose libertades enormes y, a veces, hasta arriesgadas. Yo he reído a carcajadas leyendo su Psicosemántica (título que, más bien, haría pensar en tediosas horas llenas de bostezos), que incluye un pasaje, casi al final del libro, que procedo a citar textualmente, como para dejar una muestra de lo que digo: luego de haber autocriticado sus propios planteamientos hasta llegar a callejones sin salida, termina diciendo: "En este caso, sólo he perdido un montón de tiempo que hubiera podido dedicar a navegar. ¡Ah, bien!". Recién en el epílogo y en el apéndice del libro, empezará a formular el por qué defiende las teorías que defiende (sobre las que no voy a hablar ahora, dicho sea de paso).
Otro verdadero maestro es Simon Blackburn. De hecho, él acuñó una frase muy buena que relaciona humor con filosofía: "La forma rápida de darse cuenta de que algo debe ser un error es a través del humor". Y, ciertamente, esta es una regla que él no solo no teme aplicar, sino que además lo hace con talento y con verdadera maestría. 
Podría seguir sacando nombres, pero creo que la idea ya ha quedado clara y, espero, ilustrada. ¿Es un error echar mano del humor a la hora de hacer filosofía? Yo creo que no; que no sólo es un método más y tan justificable como cualquiera, sino que es algo de lo que además podemos estar agradecidos. Al fin y al cabo, parte de lo que escribe un pensador (y Wittgenstein es una prueba irrefutable de ello) es lo que ese pensador es. Y si naciste para el martillo, del cielo te caen los clavos.   

En la foto, cómo no, el siempre genial Bertrand Russell, pensando lo que tengo por seguro alguna vez habrá pensado (no sé quién le agregó eso, pero le quedó perfecto).

sábado, 5 de febrero de 2011

La del sábado: Zaz - "Je veaux"

Para este sábado resacoso y alegre he traído algo especial, señores. Aunque imagino que a muchos de ustedes no les sonará ni jota el nombre, lo cierto es que basta con escuchar una vez a  la francesa Isabelle Geoffroy (mejor conocida como Zaz) para saber que se trata de algo muy jodidamente bueno, de paso que para enamorarse de ella (ojo, que no sólo es la voz, porque la chica es guapísima). Su repertorio, además, no sólo cuenta con unas extraordinarias composciones originales, sino que además hace un repaso por los viejos clásicos de la chanson francaise, más algo de blues, jazz y ritmos nacidos de la fusión. El tema para este sábado (día del pisco sour, que le llaman) lleva por título Je veaux, y aunque no entienda ni jota de la letra, pues la verdad es que me parece extraordinario. Y ya lo digo: esta es una buena canción para seguir los pasos de Lázaro una tarde de post-destrucción etílica y masiva. De modo que los dejo con la maravillosa presencia de Zaz y sus amigos, y yo me largo a ver qué novedades me trae la tarde. 

viernes, 4 de febrero de 2011

Rallando la zanahoria


Es bueno saber que, más allá de lo que Susana Villarán entienda por "democracia", la gente reacciona a las medidas estúpidas (lo siento, pero no hay otra palabra) que algunos que tienen algo parecido al poder creen que nos pueden meter como y por donde quieran. Sí, señores: hablo de la Ley Zanahoria, esa pachotada de aires fascistas (alguien ya lo dijo antes que yo) que, vaya a saber dios o quien se le parezca por qué, algunos creen es la mejor solución, cuando ni siquiera llega a ser eso. Y, mucho menos aún, un "triunfo para la democracia", como dice Susana Vilarán, aparentemente sin entender qué demonios es la democracia. En fin, que las palabras de hoy no serán las mías (aunque ya me tocará el turno otra vez; lo juro), sino de mi tío, el abogado Alfredo Bullard, que entiende estas cosas desde un ámbito mucho más cercano. Lo que transcribo aquí es un texto que publicó él en su blog, Semana Económica (pueden ver la entrada original si entran en esta dirección: http://blogs.semanaeconomica.com/blogs/prohibido-prohibir/posts/el-efecto-zanahoria), y que lleva por título El efecto Zanahoria. (También se pudo haber titulado La zanahoria mecánica, creo yo). En fin, que les dejo el texto, para que lo mastiquen, y a ver si de una vez por todas los que tienen el poder para hacer este tipo de cosas empiezan a dedicarse a hacer cosas trascendentes o, siquiera, útiles. 


El efecto Zanahoria 
por Alfredo Bullard  
¿Sabía usted que al año fallecen en el Perú entre 3,000 y 4,000 personas en accidentes de tránsito? Y que un número mayor de personas quedan heridas, muchas con daños irreversible. Y eso es sin contar los millonarios daños patrimoniales de este tipo de accidentes. Dado que son los automóviles los que causan estos daños sugiero sacar una norma que prohíba los automóviles. Finalmente, “Muerto el perro se acabó la rabia”.
Y hablando de perros, cada cierto tiempo vemos noticias sobre ataques de perros a ciudadanos. Varios de esos ataques han resultado en lesiones serias a personas, incluidos niños. Sugiero prohibir la tenencia de perros para evitar que esos hechos se repitan.
No dejo de asombrarme con el número de salvavidas que uno ve en las playas. El número de personas que sufren incidentes en el mar no es deleznable. Y todos los años tenemos un saldo lamentable de personas que se ahogan. Sería, por tanto, bueno prohibir que la gente se bañe en todas las playas para evitar estas desgracias.
Muchas personas saltan de los puentes y edificios para suicidarse. Su altura causa la muerte de quienes saltan. Deberíamos, entonces, limitar la construcción de cualquier estructura arquitectónica para que no supere una altura de la que una caída causaría la muerte (me imagino que sería un piso).
La experiencia demuestra que una buena cantidad de los policías que patrullan las calles son corruptos (me atrevería a decir que la mayoría). Deberíamos, por consiguiente, cerrar la Policía para evitar actos de corrupción.
Podría seguir con una serie interminable de remedios a varios de los problemas que nos agobian. Las soluciones que propongo parecen ridículas. Una buena cantidad de viajes de automóvil (la inmensa mayoría, casi la totalidad) se realizan sin que ocurran accidentes. Y la mayoría de los que ocurren no son graves. Si prohibimos el automóvil castigamos a todos por eventos que afectan a un número relativamente reducido de personas.
Y lo mismo se puede decir de tener perros, nadar en el mar o construir un puente o un edificio. Y tampoco parece lógico solucionar la corrupción policial eliminando a la Policía.
Un Estado que toma alguna de las medidas sugeridas mostraría su incapacidad para enfrentar problemas. Renuncia a lo que le toca hacer, muestra falta de coraje (yo diría que muestra cobardía) y de capacidad para cumplir su rol, enfrentar los retos que le tocan. Un Estado que actúa así tira la toalla y soluciona el problema de la manera más fácil y brutal imaginable: privándonos a todos de nuestra libertad por la acción irresponsable, negligente o criminal de algunos pocos.
Todos los males de cualquier actividad humana se pueden evitar prohibiendo la actividad. El problema es que si la actividad puede (y suele) tener fines lícitos y legítimos, para evitar los males causado por unos se restringe la libertad de todos a alcanzar esos fines.
Susana Villarán cae en la misma simple y brutal tentación de negarnos nuestra libertad (lo cual no es de extrañar en una socialista). Como algunos actos de violencia y de criminalidad están vinculados al alcohol, mejor prohibimos el alcohol a partir de ciertas horas. Fin del argumento. Así, en lugar de enfrentar la violencia y el crimen (un rol que claramente le compete al Estado) nos privan de libertad a todos. Plan Zanahoria que le llaman.
Y ello sin tomar en cuenta que los violentos y los criminales seguirán bebiendo obteniendo trago clandestinamente. Es de esperar que tengan una demanda inelástica por el alcohol si la comparamos con la demanda del común de ciudadanos. Por tanto, están más dispuestos a asumir los costos de la prohibición.
Con mucha gracia la señora Villarán nos dice en los medios que uno puede divertirse sin beber. Ese no es su problema. Por supuesto que se puede. Pero también puedo divertirme bebiendo responsablemente. Cómo decide divertirse la gente es un acto que le compete a la gente, no a las autoridades. Cuando quiera su opinión de cómo puedo divertirme se lo pregunto. Pero nadie autoriza a un alcalde a decidir cómo debemos divertirnos o pasar el tiempo los ciudadanos. El único límite que pueden imponernos es que al hacerlo no dañemos a otros.
La razón por la que les hemos entregado a las autoridades la función de controlar el crimen y la violencia es para proteger nuestra libertad y nuestra integridad. Nada de lo que el Estado hace en ese tema tiene sentido si el resultado es privarnos precisamente de esa libertad.
Si hay personas que generan violencia o crímenes bajo la influencia del alcohol, le corresponde al Estado controlar sus actos y sancionar a esas personas y no prohibir a todos que consumamos una cerveza o un buen pisco. Como la mayoría de los peruanos, consumo alcohol, y como también la mayoría de los peruanos, no he matado, ni asaltado, ni dañado la propiedad privada de nadie. Creo que ejerzo mi libertad responsablemente. No entiendo por qué Susana Villarán quiere evitar que siga siendo responsable, cuando la libertad, ejercida con responsabilidad es la clave de una sociedad en la que nos podemos llamar verdaderos ciudadanos. Sin libertad y responsabilidad no hay auténtica dignidad.
Curiosa muestra de incompetencia aquella en que el fracaso de la política pública se pretende curar negando los derechos a los ciudadanos. Es como pretender combatir la polio amputándole las piernas a quienes podrían contraer la enfermedad.
Pero si se quiere ir a los extremos le sugiero a Susana Villarán algunas medidas más efectivas para lograr su fin: un toque de queda (si no hay nadie en la calle, el crimen y la violencia desaparecen). Que prohíba también que las personas se acerquen a menos de 5 metros de otros. Es difícil atacar o asaltar a alguien a esa distancia. O que prohíba que la gente converse en la calle. La mayoría de peleas se originan en un intercambio de palabras. Y prohíba que la gente tenga pareja o enamorada. Una buena parte de las peleas se originan porque alguien les dijo algo inapropiado.
La verdad es que hay una manera muy práctica de evitar que los alcaldes hagan tonterías: prohibiendo que haya alcaldes. Me tienta la idea, pero pensándolo bien, mi desconfianza del Estado no puede llegar a tanto. Esperemos que las autoridades a cargo de controlar los excesos de los alcaldes (Indecopi y el Poder Judicial) “no nos dejen caer en la tentación” de derogar a los alcaldes y sus funciones.

jueves, 3 de febrero de 2011

Carlos Fuentes: la Historia como proyecto


 De sobra está decirlo, pero es un buen punto de arranque: que la historia y la literatura son dos cosas muy diferentes, sí; pero, también, que una y otra trazan puentes interesantes y, a cada paso, se dan un quiebre que bien nos puede sumir en la más perfecta de las confusiones. Alguna vez leí que alguien (no recuerdo muy bien quién, pero creo que fue Bertrand Russell o Enresto Sábato) hacía una pregunta muy interesante: ¿quién, al fin y al cabo, nos puede demostrar que Napoleón Bonaparte realmente existió? Porque es algo que ninguno de nosotros puede comprobar empíricamente, sino que debemos dejar nuestra fe en manos de los documentos y los libros. Algo parecido pretendió el naturalista Gosse allá por el siglo XIX, cuando trató de hacer que las teorías evolucionistas, la arqueología y la Biblia se dieran la mano: su argumento, muy inteligente, era que cuando dios creó el mundo no lo hizo vacío, sino con un pasado; no creó semillas, sino bosques; creó desiertos enormes por los que ya habían pasado siglos enteros que, bien visto el asunto, no habían pasado realmente, y que ya estaban llenos de fósiles de megaterios y demás. 
Pero dejemos de irnos por las ramas. La novela, a lo largo de los siglos, ha jugado siempre con la historia, haciéndole guiños y tratando de darle formas nuevas. Algunos, como Virgilio, trataban de reescribirla; otros, como Faulkner o Sabato, la convierten en una de las tantas aristas de la vida de un personaje o un pueblo, dejando en claro que las tragedias se escribieron mucho tiempo atrás, le guste a quien le guste. ¿Un ejemplo? Bien, tomemos uno, realmente maravilloso, de Sobre héroes y tumbas: mientras Martín viaja hacia el sur, huyendo de su propia desgracia, las tropas de Lavalle, entre los que se encuentran los antepasados de su amada fatal, Alejandra Vidal Olmos, huyen hacia el norte más de un siglo atrás en el tiempo, tratando de ganar la frontera para ponerse a salvo de los federales que van tras su pista. Han habido muchos otros, también, desde Umberto Eco hasta Gore Vidal, que han sabido convertir la historia en un buen motivo, una reflexión y, siempre, en la excusa para escribir pasajes memorables. 
Caso muy diferente es, dentro de este panorama, el de un escritor como Carlos Fuentes. Su proyecto, que sumamente ambicioso, y que ha rendido frutos tan admirables, es el de hacer una literatura que sea, sobre todo, un motivo para reflexionar sobre la historia y, de este modo, sobre la identidad, la nacional incluída. Sin improtar de cuál de sus libros se trate, siempre se puede reconocer el peso de este pasado vivo, no en la forma en que lo aplica Sabato, sino vivo en una forma muy diferente.
Lo que trato de decir es que los personajes de Fuentes son, en realidad, casi una excusa, un títere (y no lo digo en sentido despectivo) que nos hace, a través de sus ojos, testigos del correr de los años. No es su intimidad lo que interesa, ni sus desbordes pasionales, ni nada parecido: es la forma en que nos hacen conocer el tiempo que les ha tocado vivir. Voy a decir algo que a lo mejor a muchos les suena a herejía, pero que creo que no sólo es justo, sino que hasta es un verdadero halago para el autor: cuando uno termina de leer una novela de Carlos Fuentes, no es con sus personajes con los que nos quedamos después de cerrado el libro; no son los avatares ni los amores de Laura Díaz los que evocamos, sino la historia, la maravillosa reflexión sobre la historia que es ese libro, cada uno de sus libros. 
Hay quienes piensan que Carlos Fuentes va a ser olvidado dentro de no demasiados años. No tengo idea de si se equivocan o no, pero la verdad es que tampoco es importante: la historia de las letras ya me ha enseñado que a menudo se paga el genio con el olvido, y eso no le quita una sola estrella a los autores. Fuentes será, siempre, uno de los grandes autores de esta parte del mundo, y de todas las partes también. Más que novelista, hablo de alguien que es un esteta de la reflexión y el ensayo histórico, un hombre que traza líneas en el polvo y construye edificios y catedrales. Y eso no será historia, pero es una lectura que siempre vale la pena. 
La historia como proyecto será, siempre, un proyecto inacabado, porque cada cual la reescribe con su sello personal. Carlos Fuentes es, de los montones de escritores que han probado suerte en este juego, uno de los más talentosos, y de lejos, ya que ha convertido esta reflexón en algo que casi es un género nuevo. Por eso, creo yo que uno bien se merece una copa en alto.
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