viernes, 31 de diciembre de 2010

Un poco de Pasolini para despedir el año


Año que se va, año que viene. En la cuenta regresiva que lleva al fin del mundo (algunos todavía juran y perjuran que el 2012 es EL año) hemos dado otro de esos saltos que suceden cada 365 días, y con eso sólo puede hacerse una cosa: celebrar. Esta noche, todo el mundo lo sabe, toca descorchar botellas, pero antes voy a patrocinar un último ritual por estos ámbitos. Porque claro: ¿qué mejor manera de asistir a fechas como estas que con algo de buena poesía? Es por eso que he pensado en invocar una vez más a Pier Paolo Pasolini, que entre todas las genialidades que abundan en su repertorio guarda, también, una de las obras poéticas más ricas, fascinantes y bellas de las letras italianas:escrito en términos metafóricos, palabras que caen como hojas, sin violencia pero fatalmente, con el susurro de la brisa haciendo música de fondo. Ojo, que hablo, también, de poemas en los que no sólo hay que leer cada una de las letras, sino también cada uno de sus silencios, pausas y comas, porque están ahí para hablarnos también. 
No creo haber podido elegir un mejor poeta para despedir un año y recibir otro. La poesía de Pasolini es una experiencia única en las letras italianas, y poder respirarla, o clavársela en el pecho, es un placer que hay que gozar con todos los sentidos del cuerpo. Poeta del desgarro más crudo, ya lo saben. Y, también, jardinero de flores inmortales. Pero todo esto que digo empieza a sonar un poco tonto: lo siento mucho, pero a veces no encuentro mejor manera de expresarme, dado el estado en el que quedo después de leer a Pasolini. Que, ya lo ven, no sólo es un genial cineasta y novelista, sino también un Poeta de esos que llevan la "P" mayúscula con todo el derecho del mundo. Copas arriba, pues, y a despedirse, sonrientes, de otro trozo de vida. Salud.

Abro la mañana de un blanco lunes...
Abro a la mañana de un blanco lunes
la ventana, y la calle indiferente
roba entre su luz y sus rumores
mi presencia infrecuente entre las hojas.
Este moverme... en días totalmente
fuera del tiempo que parecía consagrado
a mí, sin regresos ni paradas,
espacio lleno todo de mi estado,
casi prolongación de la existencia
mía, de mi calor, del cuerpo mío...
y se ha truncado... Estoy en otro tiempo,
un tiempo que dispone sus mañanas
en esta calle que yo miro, ignoto,
en esta gente fruto de otra historia

miércoles, 29 de diciembre de 2010

"El arte de amar" de Ovidio


A nadie que lo haya leído puede sorprenderle el que yo afirme que debo algunas de las horas de más grata lectura a Ovidio. Y digo esto porque probablemente haya muchos otros que piensen que un autor tan antiguo sólo puede ser una linda pieza de museo. Pues no, señores: pocas prosas guardan tanta calidez, buen humor y sanísimas sarna y sorna como las de El arte de amar de Publio Ovidio Nasón. De las que podríamos repetir lo que ya se ha dicho: que son una suerte de "manual" de conquistas, algo así como un libro de seducción para dummies, sólo que escrito por una de las mejores plumas de la literatura universal. 
Muy distinto al tono solemne de sus Metamorfosis, el Arte de amar de Ovidio está escrito en un tono liviano, que mezcla la chacarronería más picaresca y la retórica más desenfadada con momentos de elevada poesía. En otras palabras, y para los que les gusta usar este tipo de términos, que se dan la mano lo apolíneo y lo dionisíaco, las letras de la luz y las rondas de la cantina (aunque sin llegar a ese tipo de delirium tremens del que fue un verdadero genio Petronio). O, en otras palabras, que me parece sinceramente fascinante la forma en que las tácticas de la seducción y las observaciones sobre el erotismo se mezclan con la reflexión filosófica y la pregunta por el sentido de la existencia, y de tal forma que no hay nada forzoso en la lectura: más bien, todo fluye naturalmente, sin contratiempos y, pueden creerme, sin un solo bostezo. 
Ya he escrito en otras ocasiones sobre Ovidio por estos lares. Pero es que no me canso, ni me cansaré nunca, de invocar su presencia a que baile y beba en esta barra. Además, con el motivo de comentar uno de los libros que no sólo se cuenta entre los más importantes de su obra, sino que de paso ha influído enormemente en la literatura posterior durante siglos. Sobre todo cuando se trataba de autores que querían hablar sobre el amor y, más precisamente, sobre la seducción: no sólo Boccaccio, sino también todo el Siglo de Oro español, libertinos como Nicolás Fernández de Moratín (cuyo Arte de las putas tiene una deuda enorme con este libro), y aún románticos y post-románticos, desde Goethe o Nerval hasta Baudelaire. 
¿Algún pasaje en particular que me interese recordar ahora? El problema es que son muchísimos... los hay muy divertidos (algo peligrosos de llevar a la práctica), como cuando Ovidio aconseja servirse del vino como una herramienta, no sólo para ayudarse a seducir a una dama, sino también para emborrachar a su novio, cosa que el amante seductor pueda pasar a primer plano. Recuerdo, también, su larga reflexión sobre las puertas (que llegan a convertirse en una metáfora). O esos momentos en los que reflexiona sobre la vida que se va gastando, dejando reducido a espino esa flor cuyos pétalos caen sobre una copa de vino.
No sé si habré convencido a alguien, pero de todos modos lo repetiré: el de vetar a un autor tan genial como éste sólo por ser antiguo es un error en el que no vale la pena caer. ¿Por qué perderse de una lectura tan fascinante, profunda, divertida y jocosa como ésta sólo por un tabú sin sentido? Afortunadamente para nosotros, Ovidio sigue allí, y sus páginas no parecen haber envejecido ni un poco desde el día en que fueron escritas.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Medio "Mea culpa" de Ratzinger


Supongo que lo que corresponde, para empezar esta nota, es echarle una flor (no más) a Ratzinger, un sujeto del que todos hemos oído hablar, y con quien tengan por seguro que no me tomo ni una cerveza. Pero hay que reconocerlo: yo estoy de acuerdo en algo, y es que estuvo muy bien que llamara la atención, en su discurso de fin de año, sobre uno de los mayores problemas que parece remover las venas de la Iglesia, y que los periodistas de todo el mundo ya han explotado hasta hartarse. Hablo, por supuesto, de los innumerables casos de maltrato de niños, que todos sabemos muy bien han llegado hasta la masturbación y la sodomía. Haciendo de portavoz de su institución, Herr Ratzinger (o, como prefiere mi amigo César Gutiérrez, "Rat Singer") ha aprovechado su discurso para efectuar una especie de Mea culpa general, que creo que no sólo era necesario, sino que además era de las pocas cosas que le quedaban por hacer, dada la situación (que los medios de comunicación han tornado en crítica). 
Pero lo que más me sorprende es su siguiente paso, algo que casi parece un milagro a estas alturas de la historia y, sobre todo, de la biografía de Herr Ratzinger: hacer un llamado a la reflexión y, al parecer, también a la renovación de la Iglesia. Ahora, que tampoco hay que pegarse un tiro, porque no está hablando de una renovación del tipo revolucionario que propuso, algunos lo recordarán, Hans Küng en su famosa carta abierta a los obispos del mundo. No: lo que Ratzinger se pregunta es qué pudo estar mal en el mensaje de la iglesia para que las cosas lleguen a lo que han llegado. 
Bien, bien... ya lo digo, me parece muy bien que el cabrón (porque, pese a todo, eso es lo que es) baje la vista por unos segundos y acepte lo que ha estado pasando, y que luego vuelva a alzarla para tomar cartas en el asunto y tratar de superar el problema. Pero si bien le aplaudo la intención, no puedo hacer menos que fruncir el ceño y esbozar una sonrisa llena de sorna cuando leo sobre las dudas del papa. Es decir, ¿cómo va a preguntarse qué es lo que estuvo mal en el mensaje de la iglesia y en su "manera general de vivir la vida cristiana" un sujeto que defiende las ideas que él defiende? 
Vamos a ver: todos sabemos que la iglesia cristiana (y, dentro de su seno, la católica-apostólica-y todo ese rollo) avanza a paso de cangrejo, con más displicencia que temor en la mirada ante lo que traen los nuevos siglos, y sin muchas ganas de olvidar la gloria de los siglos precedentes al Renacimiento. Vale, bien: eso lo aceptamos como un caracter general. Pero no podemos dejar de reconocer, también, que Herr Papa es un caso particular dentro de este grupo. Al fin y al cabo, los problemas que ha enfrentado la iglesia bien pueden ser entendidos como una consecuencia directa de una forma de pensar que implica la intolerancia, el fervor patológico y el fetiche casi morboso por las fórmulas del pasado. Cuestiones que, de sobra está recordarlo, son parte del ideal de Herr Ratzinger, tal y como lo ha demostrado no sólo en sus escritos (que tanto significan para el pensar común o para el inconsciente colectivo, si quieren, de la iglesia) sino también en sus acciones (misas en latín, reapertura del infierno, etc.). 
Si a estas alturas ya no aplaudo más, pues a la hora de leer las conclusiones de Benedicto XVI ya no puedo hacer otra cosa que cortarme las manos. Aunque hay que reconocer que no me sorprendieron en lo más mínimo, ya que, al fin y al cabo, van con el carácter del regente del Vaticano. Hago una cita ilustrativa: "La destrucción psicológica de los niños, cuando los seres humanos son reducidos a un artículo a la venta en un mercado, es un signo aterrador de los tiempos". En otras palabras, que Herr Ratzinger no deja de reconocer dos cosas: en primer lugar, que los obispos y sacerdotes del mundo, como la propia comunidad cristiana en su integridad, cargan con un fardo de culpa; pero, de paso, que ese fardo lo comparten con los tiempos que corren, tan hechos por y para hijos de puta. ¿Solución desesperada? Supongo que el Mea culpa se convierte en medio Mea culpa, porque hay una cruz para el siglo XXI también. Porque claro: no está mal reconocer el factor temporalidad a la hora de enfrentar un problema, pero tampoco hay que aprovechar la situación para quitarse unas cuantas piedras de los bolsillos. 
¿Mis conclusiones? Pues la verdad es que ni idea: yo sigo riendo solapadamente y pensando, como un Hamlet cualquiera, que algo se pudre, pero en el Vaticano. Por supuesto que los dos aplausos que le he dedicado a Darth Sitheus los mantengo, y no se los quito, porque sigo de acuerdo en que eso estuvo bien planteado y bien hecho. Pero también creo que pudo estar mejor pensado, con un poco más de consciencia autocrítica, y sin tantas preocupaciones por lo que pudiera pasarle a su escalafón escolástico. ¿Llegará el día en que este sujeto y el calendario arreglen sus diferencias? Vaya uno a saberlo; yo, la verdad, lo dudo.

viernes, 24 de diciembre de 2010

La del sábado: Rory Gallagher - "Too much alcohol"

Como un especial navideño, adelantamos nuestra sección de los ´sabados y la echamos a correr hoy, viernes 24 de diciembre, como para ir calentando motores (y en vista a que voy a estar dos días fuera de Lima, de paso). Y, como andamos de fiesta, he traído de las tinieblas a ese maestro de maestros, verdadero "hijo de la derrota y el alcohol", y que nos ha dejado por la puerta por la que salen los de su especie, esa a la que se llega echándose abajo una o dos paredes: hablo de Rory Gallagher, uno de los hombres que hicieron del blues lo que es hoy el Blues, aunque sea irlandés en lugar de negro, porque para la música, como para la navidad y las borracheras, da lo mismo qué o quién seas. Gallagher, que murió hacia mediados de los noventa, después de una operación de la que sacó un nuevo hígado (el otro ya había pasado a mejor vida, imaginarán por qué), justo cuando estaba recuperándose del intercambio. Y, para que no olvidemos de qué se trata en el fondo la navidad, he elegido una canción... eh... "ilustrativa", por así decirlo; ¿o acaso preferían un villancico? Porque si es así, me avisan y les pongo la de los niños cantores. Pero oigan, que es nochebuena, así que quedan invitados a dejar correr la canción y levantar las copas. En todo caso, supongo que no queda más que hacer, por el momento, que desearles una muy feliz navidad, y un resacoso año nuevo.

martes, 21 de diciembre de 2010

Thomas Mann... ¿carne de calendarios?


Alguna vez un amigo me dijo que, de los grandes nombres que la literatura alemana del último siglo nos ha legado, el que más probabilidades tiene de caer en el destierro del olvido es Thomas Mann. Juicio que, ya se maginarán, no sólo me sorprendió, sino que también me impactó muchísimo. Bien mirado el asunto, ¿hasta qué punto puede decirse que las novelas de Mann siguen generando el fervor que despertaron alguna vez, y que de hecho arrasó el panorama literario de todo el globo? Los tiempos cambian, cambian... y sin embargo yo insistiré en que, a la larga, un escritor de la magnitud de Thomas Mann no va a ser olvidado. 
Ahora bien, que a mi amigo no le faltaban motivos para decir lo que dijo. Es cierto que las novelas de Thomas Mann han envejecido, que muchos de sus pasajes, leídos hoy, huelen un poco a polvo de otros tiempos. Pero eso no es suficiente: aún una novela como Doktor Faustus, con todos sus defectos, puede sobrevivir, porque tiene encerradas algunas pasiones, y retrata con tanta genialidad el drama de la humanidad, que ciertamente no creo que llegue el día en que le falte un lector. Por no mencionar algunas de sus máximas creaciones: La muerte en Venecia (una obra maestra), Los Buddenbrook (que Faulkner tanto admiró, y que es una lectura inolvidable) y, me dicen, La montaña mágica (que aún no he podido leer, aunque espero que ese momento no esté muy lejos): libros que son, a su manera, novelas épicas en las que el único héroe (trágico, eso sí) es el ínfimo, y por eso mismo grandioso, ser humano, retratado con maestría y desconsuelo. 
Siempre me ha parecido que uno de los errores de Thomas Mann fue querer ser como Goethe, pero sin saber realmente cómo lograrlo. En su literatura trató de abarcarlo todo, como el autor de Fausto, pero en muchas ocasiones le faltó el manejo del equilibrio para que sus párrafos y diálogos no fuesen excesivos: así, a lo largo de la obra de Mann nos encontramos con reflexiones sobre estética, filosofía, historia, musicología, ética, política, economía, mística, religiones orientales, etcétera; pero todas estas cuestiones se levantan de tal forma que en algunas ocasiones se derrumban. 
Pero este problema no es nada puesto al lado del talento narrativo de los mejores momentos de Thomas Mann (que son los más), ni tampoco si tomamos en cuenta los maravillosos, fascinantes y complejos personajes que pululan a lo largo de las páginas de sus novelas: ya sea que nos enternezcan o nos horroricen, se trata de hombres y mujeres que nos convencen desde el principio de que son tanto o más reales que nosotros mismos. De hecho, una de las cosas que más me sorprendió (y me dejó admirado) de Los Buddenbrook es, precisamente, lo poco "novelesca" que es la novela: llegas a determinado pasaje, y empiezas a pensar: "Ah, ya: este personaje es así, y está en tal situación, así que lo que va a pasar ahora es tal cosa". La literatura nos ha acostumbrado a pensar así. Pero Thomas Mann nos pega un trincherazo, porque enseguida resulta que no: en esta novela, el realismo es bien tomado a pecho, porque el autor sabe que la vida no (siempre) es como en las novelas, y por ende su novela no tiene por qué ser como las novelas. Y, de hecho, y es todo lo que adelantaré de este libro formidable, este detalle es a menudo el que más alienta las frustraciones de los personajes, que se ven a sí mismos como hundidos en una tragedia que, sin embargo, no muestra el rostro. 
Siempre tendré un lugar en mis estantes y en mi memoria de lector agradecido para Thomas Mann. Digan lo que digan algunas lenguas, su obra encontrará siempre algún lector. Es un escritor magnífico, que sabe cómo sacar adelante una historia y, de paso, retratar la tragedia humana con crudo realismo y ácida precisión. Si pensamos en el panorama de la literatura alemana del siglo pasado, puede que sea verdad que no es el autor más fresco (hay que reconocer que es difícil ganarle a Herman Hesse), pero sí que puede decirse que, en cambio, es de los más Grandes.

lunes, 20 de diciembre de 2010

El Aire: presentación de "V" (nuevo disco)

Recién leo un correo de mi compadre Jorge Ramírez (con el que he tenido el gusto de compartir un par de escenarios y más de una chela) en el que me avisa que este miércoles 22 va a llevarse a cabo la presentación del nuevo disco de su banda, El Aire, que lleva por título V. Les copio la nota de prensa: 

BANDA DE ROCK LOCAL “EL AIRE” LANZA SU QUINTA PLACA

La experimentada y experimental banda de rock nacional El Aire presenta su quinta placa discográfica titulada “V” este Miércoles 22 de Diciembre en el Cine - Teatro Julieta de Miraflores. Las puertas se abrirán desde las 8.30 de la noche y el ingreso es completamente libre.
El espectáculo de El Aire va más allá de una propuesta musical pues contará con lo más novedoso en cuanto al sistema  de luces y proyección de videos específicamente realizados para cada canción a cargo de personal de Lumina.
En estos momentos El Aire son :
José Javier Castro : Miembro fundador, guitarrista y voz.
Jorge Ramírez en batería y percusión.
Camilo Uriarte en guitarra.
Fernando Mora en otra guitarra (si, tres guitarras)
Luis Haro en bajo eléctrico.
El disco íntegro se podrá descargar en la página web de la banda desde el 15 de Diciembre.
En el proceso de grabación participaron Kamilo Riveros, Andrés Pino, Jorge Cavero, Luis Jiménez y Javier Briceño. La grabación se realizó en el estudio Garage Records por Joao Orozco y la mezcla y masterizaciòn en Villa Rubi con “Wicho” García en las perillas.
Para mayor información ingresa a www.elaire.pe

Y, de pasada, me tomo la libertad de adjuntar un videíllo, el "clip" del tema De aquí a la eternidad. Long live Rock n' Roll!

sábado, 18 de diciembre de 2010

La del sábado: Domenico Modugno - "Mafia"

Hasta hace unos segundos no reparé en que hoy es sábado; y, siendo sábado, nos corresponde echar a correr la máquina de sonidos del desencuentro (y la resaca). Y para el día de hoy he elegido algo del cajón de lo muy bueno que pocos recuerdan. Porque hay que reconocer que, por nombre, hoy por hoy son muy pocos los que saben de quién hablo cuando hablo de Domenico Modugno; y, sin embargo, todos han oído alguna vez algo suyo. Vamos: ¿quién no ha coreado alguna vez eso de "Volare, ohoh, cantare, ohohohoh, nel blu di pinto di blu"? Que no es de los Gipsy Kings, ni de Nino Rossano (que ha hecho una versión disco muy extraña) ni de ningun otro, sino que fue compuesta y escrita por Modugno himself (yo tengo su discografía completa en mi computadora: una verdadera joya). Y será porque estoy leyendo el Joe Valachi de Peter Maas o qué se yo, pero lo cierto es que, de su amplísima discografía, he decidido invocar para que suene por aquí Mafia, que es una de mis favoritas del repertorio de este genio de la canción italiana. Una canción que muy bien podría ambientar una película de gangsters tipo las de Scorcese o Ford Coppola, por cierto. A ver qué dicen ustedes.


La poética de Dylan Thomas


El de la poesía es un coto de caza en el que uno puede encontrarse de todo: no hay creatura demasiado extraña, demasiado pintoresca o demasiado bella que no encuentre un rincón en el territorio de la poesía. Ya no sé cuántas veces me habré preguntado qué es eso que tiene el género poético que lo hace tan... ¿especial? Porque hay que reconocerlo: hay algo allí que hace de la poesía un género único, extraño e infinitamente sublime. Ahora, que por poesía no debe entenderse sólo lo que está escrito en verso. Cuando digo poesía pienso, también, en un párrafo de Faulkner, en un escenario de Fellini, en una imágen de el Bosco, en un muletazo de Enrique Ponce o en una fotografía de Helmut Newton. La poesía es un baile de disfraces en el que uno puede enamorarse de todas las máscaras.
Hoy me he pasado la mañana (para mí, la mañana empieza al mediodía, dicho sea de paso) leyendo a un poeta en particular, que definitivamente está entre los mejores y, de paso, más extraños de la cuenta. Me refiero a Dylan Thomas. 
¿Qué es lo que tiene Thomas que lo hace tan fascinante? Porque sus poemas son un fenómeno único en su especie: a pesar de contarse entre los más complejos de la literatura en lengua inglesa, son irresistibles, y uno puede perderse en ellos como en una jungla que por estar hecha de cristal no deja de ser un laberinto. Seguir la pista de sus versos puede ser muy difícil, pero uno enseguida puede quedar cautivado por el sonido de las palabras que ha tejido con tanta habilidad y paciencia. Su barroquismo, que lo hace pertenecer a la misma familia que Faulkner y Byron, es el resultado de una extraña mezcla entre  un sólido hermetismo semántico con una distendida cadencia sonora: el resultado es un poema como un río del que apenas si podemos ver el fondo. Y no sé si se entenderá mi metáfora, pero es la mejor que se me ocurre ahora. 
Compartir poesía es una de las cosas que más disfruto. Así que, teniendo este pretexto a la mano, les dejo uno de los mejores poemas de este verdadero genio. Au revoir. 
And Death Shall Have no Dominion
And death shall have no dominion.
Dead mean naked they shall be one
With the man in the wind and the west moon;
When their bones are picked clean and the clean bones gone,
They shall have stars at elbow and foot;
Though they go mad they shall be sane,
Though they sink through the sea they shall rise again;
Though lovers be lost love shall not;
And death shall have no dominion.

And death shall have no dominion.
Under the windings of the sea
They lying long shall not die windily;
Twisting on racks when sinews give way,
Strapped to a wheel, yet they shall not break;
Faith in their hands shall snap in two,
And the unicorn evils run them through;
Split all ends up they shan't crack;
And death shall have no dominion.

And death shall have no dominion.
No more may gulls cry at their ears
Or waves break loud on the seashores;
Where blew a flower may a flower no more
Lift its head to the blows of the rain;
Though they be mad and dead as nails,
Heads of the characters hammer through daisies;
Break in the sun till the sun breaks down,
And death shall have no dominion.
 

Amor de familia


¿Será la brisa navideña que sopla en los corazones de la gente? Porque esta historia no sólo es digna del ambiente de las fiestas, sino también de la imaginación de unos cuantos grandes autores (bien podría imaginar a Restif de la Bretonne, o aún a Jorge Franco, inventándola); pero esta vez la realidad le ganó a la creatividad, y es realmente como para llevarse el pañuelo a los ojos (y, de paso, echar una sonrisa). 
Cuando recién leí esta historia, no pude pensar sino en ponerla por aquí y comentarla de paso. ¿Alguno de ustedes, lectores míos, ha oído hablar del concurso de "Parejitas Libres"? Es una de las mejores reacciones que han habido en España para hacer frente a la crisis, con mucha imaginación y muchas agallas, generando una posibilidad laboral "especial". Este es el business: para participar, una chica debe preparar una cámara oculta y luego, "hacerse" (léase joderse, tirarse, follarse) a un sujeto completamente desenterado de lo que se le viene. Algo clásico del porno: repartidor de pizzas, el que viene a reparar las tuberías o la refri, un cartero... todo sirve. Es un ingreso por puertas de oro al buen viejo negocio de la pornografía, tan incomprendido pero tan sublime. 
Y este contexto es el que ha permitido historias como la que sigue, que copio literalmente: "Pensaréis que se trata de una montaje, pero no. Somos Aitzi y Aguir de Bilbao, madre e hija que compartimos todo, novios incluídos. Y no sólo novios, hemos hecho tríos y en momentos de calentón nos tocamos entre nosotras (todo lo hacemos como podéis ver en familia). La cosa está muy mal, yo me he quedado sin trabajo y hemos decidido que vamos a ser la primera madre e hija porno en España, para ello hemos aprovechado el concurso de las cámaras ocultas de Parejitas Libres. Hemos escondido una cámara y nos hemos marcado un trío con un repartidor, qué venía a traernos una bici. A ver que os parece!" 
Oigan, ¿pero es que acaso soy el único que piensa que esta es una verdadera maravilla de historia? Realmente enternece. Y no dudo que, con este espíritu, Aitzi y Aguir van a marcar un tanto en el negocio. Porque madre solo hay una, y si no puedes contar con tu familia entonces con quién, y todas esas cosas que, en este caso, tienen tantos nuevos significados.... Es una de los mejores ejemplos de cómo se prende fuego a un tabú, además. Por todo esto y por tantas cosas más, levanto mi copa y echo un brindis navideño por estas dos actrices que saben lo que vale el amor de familia. Y lo saben bien: demasiado bien. 

Por cierto, que pueden ver el video de Aitzi y Aguir vía Orgasmatrix, a la que pueden acceder desde aquí. Sólo busquen en la lista de blogs que está a un lado. 

sábado, 11 de diciembre de 2010

La del sábado: Pink Floy - "One of these days"

Y, ya que andamos de aniversario y demás gracias por el asunto, no podía faltarnos un poco de música para dar un poco de ambiente. Siendo sábado, ¿por qué no aprovechar nuestra manía resacosa de los fines de semana para elegir uno que caiga a pelo? No puede ser cualquiera, y en efecto no lo es: One of these days (del disco "Meddle") es, probablemente, una de las mejores composiciones de ese momento crucial en que la psicodelia tendió un puente hacia el rock progresivo; momento que, de más está decirlo, debe demasiado a Pink Floyd, que en este tema demuestran lo que puede hacer una banda compuesta de genios cuando se ponen a trabajar en equipo para componer, entre todos, una canción. El resultado es apabullante, formidable, acojonante: una demolición de los instintos que guarda, bajo la silueta del caos, una de las arquitecturas más complejas de las que la música es capaz, y que está en deuda con los clásicos. Por cierto: la voz que surge de pronto, hacia la mitad de la canción, es la de Nick Mason, el baterista de la banda: "One of these days, i'm going to cut you into little peices". En esta ocasión en particular, no dejaré de recomendarles que presten atención, también, al video: se trata de una animación dirigida por Ian Emes, y no sólo va muy bien con la música, sino que realmente te pone el mundo de cabeza abajo. Realmente, no pude elegir un mejor soundtrack para soplar la velas y, de paso, dejar secas un par de botellas, ¿no les parece? 

Café de Desencuentro: Segundo Aniversario

Para variar, llegando tarde a celebrar la fiesta. Pero hay que ser comprensivos: tomando en cuenta el infierno de agendas en el que he estado hundido últimamente, no parecía quedar de otra. Además, que lo importante es que llegamos en algún momento, ¿no? 
En fin, señores, que hace cuatro días tuvo que haber sido celebrado el segundo aniversario del Café de Desencuentro, este espacio que todos agradecemos a dios haber abandonado hace mucho para dejarlo a merced de divinidades más llamativas. Dos años que se han marchado fugaces, con mil y un pretextos para volver, una y otra vez, a caer por estos lares, ya fuera por los libros, la música, el cine, la filosofía, el tedio o alguno que otro tema sobre el que, en su momento me pareció que tenía ganas de decir algo. 
Dos años en los que me he dado el lujo, de un modo u otro, de montar mi propia barra en este espacio virtual (del que tan poco entiendo) y esperar allí a los visitantes, con algo que decir (banal o no) en los labios, o en las teclas, o en los sonidos, o en lo que fuera. ¡Y vaya rinconcito! Que ha crecido mucho, hay que decirlo, desde ese 7 de diciembre del 2008 en que yo, pobre y cándido, lo abrí en una cabina de internet en Buenos Aires: desde entonces, contenidos y temas han pasado como los vientos, se han levantado una que otra disputa, han corrido comentarios, han ido multiplicándose los lectores y, de paso, se han entablado amistades. Oigan, que esto no me dará un centavo, pero me da otras cosas que, quizá, son tanto o más importantes. Y, entre tantas cosas, la posibilidad de pronunciarme, de homenajear y de criticar, de poner las letras sobre la mesa y, en fin, de ir armando algo que de verdad disfruto hacer. Y, claro está, tomándome las libertades que me plazcan. 
No tengo el menor interés en hacer un manifiesto, o una carta abierta, o de dar explicaciones. Sólo doy unos pocos párrafos para celebrar el ritual del aniversario. Y, como todos los rituales, que este se haga con una copa en alto, carajo. A ver quién me sigue el brindis: ¡Salud!

viernes, 10 de diciembre de 2010

Contra "Contra la Interpretación" de Susan Sontag


En términos generales, creo que Susan Sontag es una ensayista admirable: no sólo plantea algunas reflexiones sumamente llamativas, sino que además las desarrolla con un muy buen estilo, que hace que el leerla siempre sea una experiencia grata. Recuerdo especialmente con cuánto placer leí su libro Ante el dolor de los demás, en el que plantea una reflexión en torno al sufrimiento ajeno, a las formas en que lo enfrentamos y el compromiso que asumimos o no asumimos respecto a él. 
Y, sin embargo, no puedo dejar de llamar la atención sobre un asunto, y es que ser un buen ensayista no siempre implica ser un ensayista, ni mucho menos un pensador, sólido. Ni siquiera en Ante el dolor de los demás, que tanto me gustó, logra Sontag formular argumentos sólidos: se guía, más bien, por interpretaciones que son, en general, de corte muy subjetivo, y empujadas por ideales que, por falta de buenos capiteles, amenazan con caer en cualquier momento. De hecho, y no saben cuánto me duele decir esto, yo no sé si los libros de Susan Sontag pasen a la posteridad más que como piezas de museo, curiosidades de tiempos pasados. 
Pero Ante el dolor de los demás sigue siendo, aún, un libro defendible. Cosa que no sucede, en cambio, con uno de sus ensayos más famosos, y que yo considero erróneo desde cualquier punto de vista: Contra la interpretación. En él, Sontag defiende una tesis según la cual las obras de arte tendrían que ser admiradas y gozadas de la forma en que los hombres prehistóricos se relacionaron con las pinturas rupestres: en una relación ritual, puramente instintiva, sin aplicación de conceptos previos o construidos, y sin el menor rastro de articulación alegórica. 
Sontag, aquí, comete un par de errores que cualquier lector de Gadamer le puede echar en cara sin pensarlo demasiado (uno puede no estar de acuerdo con Gadamer, es cierto; pero critico como alguien que sí lo está). En primer lugar, lo que Sontag está planteando es que actuemos desde fuera de nuestro contexto histórico, olvidando que pertenecemos a un siglo, a una sociedad y a una cultura que es infinitamente distinta a la del hombre prehistórico. Pertenecemos a un contexto que nos determina, y del que no podemos zafarnos así nos esmeremos. Es a lo que Gadamer llamaba "Horizonte", y que supone, siguiendo a Heidegger, que el ser humano es un sujeto que se autocomprende históricamente, por un lado, y en función a un espacio en el que nos encontramos "frente a" y "en relación con" los "otros" y el "mundo circundante". En este sentido, el mundo se nos está dando en cierto modo como ya interpretado, nos guste o no nos guste, y es así que el "Horizonte" al que pertenecemos cumple también una función en ulteriores interpretaciones. 
Pero esto no es todo. De hecho, algo que se sigue de lo que acabo de decir es que, en cada época, el ser humano forma un "Horizonte" distinto, que va a jugar un rol fundamental y activo a la hora de plantear la comprensión o la interpretación, la de las obras artísticas incluída. Así, el error es suponer que, al encarar el arte, los hombres prehistóricos no estuvieran llevando a cabo una interpretación. Todo lo contrario: el sólo hecho de entrar en relación con un objeto y tratar de comprenderlo es, ya, una forma de interpretar. La mismísima Susan Sontag no hace otra cosa, muy a su pesar y aunque no se de por enterada: al plantear una suerte de definición o "anti-definición" de la obra de arte, ya está planteando una forma determinada de interpretarla, y no veo por qué la suya tenga que ser una mejor propuesta que la de cualquier otro. 
Y no sólo se trata de las obras de arte: el solo hecho de existir, el entrar en relación con algo, tratando de comprenderlo y formando conceptos, es ya interpretar. Vivir, en ese sentido, es una actividad hermenéutica, y no parece posible que sea de otra forma. Estamos condenados a ello como lo estamos a respirar. 
Para cerrar esta breve digresión-comentario-reflexión-crítica, insistiré en algo: sobran los motivos para seguir leyendo a Susan Sontag, pero eso sí: con todos los sentidos en alto, por si las moscas.

sábado, 4 de diciembre de 2010

La del sábado: Joaquín Sabina - "Qué demasiao"

Disculparán el largo silencio de esta semana, pero ya saben: las agendas no tienen corazón, el sadismo de los relojes... en fin, que ese tipo de cosas. Pero todos vuelven, como dice la canción, y esta vez a mí me tocó volver a estos lares, porque no podemos dejar de lado nuestras tradiciones, y esta de la de los sábados es una que me gusta mucho, así que veamos: lo que he traído este fin de semana, en alas de la resaca, es un tema de eco urbano, con alma de blues. Una canción que no le teme a las calles frías, ni a los tiros, ni a la policía. Qué demasiao (Una canción para el Jaro) es uno de los temas más "Clásicos" de ese genio llamado Joaquín Sabina. Se hizo conocida también en voz de Pulgarcito, un malogradillo hoy casi olvidado que fue apadrinado por el ubetense allá por el inicio de su carrera, y del que luego poco se ha sabido. Pero en fin. El tema es de una frescura especial: cuando digo que tiene alma de blues, no sólo lo digo por el ritmo y los acordes (aunque a primera oída muchos me dirán que eso no tiene de blues pero ni la "B", escuchenla con atención y a lo mejor y se ponen de acuerdo conmigo), sino también por su tema (la historia o retrato musical de un delincuente de esos clásicos de los tiempos de la movida) y por su lenguaje, que no teme ni a los cultismos ni a la jerga más agria, lijosa y poética. De paso, echen una ojeada a las pintas, porque Sabina hace mucho que no se ve (ni suena) así, y ni qué decir de Pancho Varona (en la guitarra). Yo, entretanto, repetiré mientras la tarde me va aplastando: qué demasiao, qué demasiao...


jueves, 2 de diciembre de 2010

"I owe my life to smoking"

No podía haber una mejor manera de acercarnos al fin del año (un paso más cerca del fin del mundo, diríamos algunos) que invocando la presencia de los buenos viejos vicios. Y, de paso, como para hacer notar que ellos, y aún uno como el tabaco, tienen genios del tamaño de un Bertrand Russell a su favor. Dicho sea de paso, que Russell fue uno de esos grandes nombres que nos hicieron notar que en filosofía la presición y la buena argumentación no tienen por qué echar de menos el sentido del humor. (A los encargados de las políticas de no fumar en los aviones, escuchen bien la historia que cuenta Russell, a ver si así salvamos unas cuantas vidas más).

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