lunes, 9 de noviembre de 2009

Fetichismo, esa maravillosa religión...


Yo me pregunto qué sería de todos nosotros sin esos dulces detalles a los que comúnmente llaman fetiches... porque lo digo de antemano: sin ellos, el sexo no sería lo mismo. Es más: perdería su contenido "misterioso", ese algo más que nos llama hacia él, que nos envuelve en la lujuria y que nos abre la posibilidad de llegar a reírnos en la cama (porque, como muy bien decía Armando Robles Godoy, el sexo y el humor no tienen por qué excluírse entre sí).
Pero claro, ¿qué es el fetichismo, al fin y al cabo? Dicho en términos fríos, es el dar a un "objeto" (valga parte del cuerpo, acto o escenario particular, detalles de ambiente y demás) un valor agregado que, visto por sí mismo, no tiene una relación ontológica con el acto sexual en sí mismo. O, si quieren, es el no bastarse con el coito, sino además ir por las manos o por los pies, ponerse encima un disfraz de pirata o de enfermera (o el clásico uniforme escolar), esconder las clásicas portaligas o un buen encaje de lencería debajo de la falda, preparar un ambiente con velas o a imitación de un simposio romano y demás detalles. A su modo, son obsesiones estimulantes, a menudo muy mal llamadas "perversiones", atizadores de la más sana lujuria (como bien decía el gran filósofo británico Simon Blackburn, "la lujuria no persigue la reproducción, sino un buen revolcón").
Pero el fetichismo es también algo más. Pasando de su construcción social, biográfica y/o genética, los fetiches son una profunda sacudida de la condición humana: a su modo, no dejan de ser totemismos, una forma pagana de mantener con vida cierta adoración inexplicable junto con todos los rituales que exige. Es cierto que nosotros ya no tenemos figuras en forma de falo a lo largo de los caminos para rendir tributo a Príapo, como los fascinus romanos, pero en cambio rendimos una infinidad de cultos íntimos y personales, que luego sacamos a compartir en el lecho (o en la intimidad de la masturbación, claro está, donde prima la libertad de la imaginación). Del fetiche, ni qué decir, nadie se escapa: el culto de las tetas y los culos son otra forma de fetiche, en tanto que no encierran ningún significado sexual (entiéndase "sexual" como "relativo al coito"). Pero algunos fetiches son mejor vistos que otros (de ahí podemos pasar a los términos freudianos de "Tótem" y "Tabú", y de hecho estamos a un paso de llegar a "Eros" y "Thanatos", pero ese es un toro que no voy a torear ahora mismo). Lo cierto es que necesitamos un culto, algo profundo ante lo cual rendirnos sin poder dar explicaciones; y, como un renuente de las viejas culturas, tenemos todo el simbolismo de los fetiches. Olé, Jung.
Podríamos llamar al fetichismo la religión del siglo XXI, si tan solo no fuese cierto que, de hecho, ha sido una religión universal para todos los tiempos. Masoquistas y sádicos están incluídos en la fiesta, por supuesto: también ellos responden a cierto llamado irracional que los empuja fuera de una vagina. Lo importante, al final, es que están ahí, para nuestra fortuna y la de nuestras parejas. Mucho más podría decirse, pero nos adentraríamos a otros pantanos que, en este momento, no quiero pisar (sobre todo, por motivos de espacio). Salud, pues, por los viejos y buenos fetiches, que también son los hijos de algún dios, qué carajos.
Antes de poner el punto final, querría agregar rápidamente una breve lista de fetichistas clásicos, para los interesados en el género (el orden es meramente caótico, y no responde a factores de historicidad ni preferencia): Nobuyoshu Araki, Quentin Tarantino, Restif de la Bretonne, Ovidio, Philip Roth, el Marqués de Sade, Luis Buñuel, Fellini, Mapplethorpe, Edward Weston. Hay muchos nombres más, pero lo dejaremos allí. Y que sigan los "juegos".

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